Monday, April 12, 2010

[RED DEMOCRATICA] Coments.: América Latina: 200 años de fatalidad. La agresión sexual como espectáculo y otros.

 

Am�rica Latina: 200 a�os de fatalidad
Bol�var Echeverr�a � � � � �
11/04/10

Suave Patria, vendedora de ch�a: /quiero raptarte en la cuaresma opaca,/sobre un gara��n, y con matraca,/y entre los tiros de la polic�a.�.- R. L�pez Velarde,�La suave patria�

No falta iron�a en el hecho de que las rep�blicas nacionales que se erigieron en el siglo XIX en Am�rica latina terminaran por comportarse muy a pesar suyo precisamente de acuerdo a un modelo que declaraban detestar, el de su propia modernidad �la modernidad barroca, configurada en el continente americano durante los siglos XVII y XVIII-. Pretendiendo �modernizarse�, es decir, obedeciendo a un claro af�n de abandonar el modelo propio y adoptar uno m�s exitoso en t�rminos mercantiles �si no el anglosaj�n al menos el de la modernidad proveniente de Francia e impuesto en la pen�nsula ib�rica por el Despotismo Ilustrado-, las capas poderosas de las sociedades latinoamericanas se vieron compelidas a construir rep�blicas o estados nacionales que no eran, que no pod�an ser, como ellas lo quer�an, copias o imitaciones de los estados capitalistas europeos; que debieron ser otra cosa: representaciones, versiones teatrales, repeticiones mim�ticas de los mismos; edificios en los que, de manera inconfundiblemente barroca, lo imaginario tiende a ponerse en el lugar de lo real.

Y es que sus intentos de seguir, copiar o imitar el productivismo capitalista se topaban una y otra vez con el gesto de rechazo de la �mano invisible del mercado�, que parec�a tener el encargo de encontrar para esas empresas estatales de la Am�rica latina una ubicaci�n especial dentro de la reproducci�n capitalista global, una funci�n ancilar. En la conformaci�n conflictiva de la tasa de ganancia capitalista, ellas vinieron a rebajar sistem�ticamente la participaci�n que le corresponde forzosamente a la renta de la tierra, recobrando as� para el capital productivo, mediante un bypass, una parte del plusvalor generado bajo este capital y aparentemente �desviado� para pagar por el uso de la naturaleza que los se�ores (sean ellos privados, como los hacendados, o p�blicos, como la rep�blica) ocupan con violencia. Gracias a esas empresas estatales, a la acci�n de sus �fuerzas vivas�, las fuentes de materia prima y de energ�a -cuya presencia en el mercado, junto a la de la fuerza de trabajo barata de que disponen, constituye el fundamento de su riqueza- vieron especialmente reducido su precio en el mercado mundial. En estados como los latinoamericanos, los due�os de la tierra, p�blicos o privados, fueron llevados �por las circunstancias� a cercenar su renta, y con ello indirectamente la renta de la tierra en toda la �econom�a-mundo� occidental, en beneficio de la ganancia del capital productivo concentrado en los estados de Europa y Norteam�rica. Al hacerlo, condenaron a la masa de dinero-renta de sus propias rep�blicas a permanecer siempre en calidad de capital en mercanc�as, sin alcanzar la medida cr�tica de dinero-capital que iba siendo necesaria para dar el salto hacia la categor�a de capital productivo, quedando ellos tambi�n �pese a los contados ejemplos de �prohombres de la industria y el progreso�- en calidad de simples rentistas disfrazados de comerciantes y usureros, y condenando a sus rep�blicas a la existencia subordinada que siempre han tenido. Sin embargo, disminuida y todo, reducida a una discreta �mordida� en esa renta devaluada de la tierra, la masa de dinero que el mercado pon�a a disposici�n de las empresas latinoamericanas y sus estados result� suficiente para financiar la vitalidad de esas fuerzas vivas y el despilfarro �discretamente pecaminoso� de los�happy few�que se reun�an en torno a ellas. La sobrevivencia de los otros, los cuasi �naturales�, los socios no plenos del estado o los semi-ciudadanos de la rep�blica, sigui� a cargo de la naturaleza salvaje y de la magnanimidad de �los de arriba�, es decir, de la avara voluntad divina. Pero, sobre todo, las ganancias de estas empresas y sus estados resultaron suficientes para otorgar verosimilitud al remedo o representaci�n mim�tica que permit�a a �stos �ltimos jugar a ser lo que no eran, a hacer �como si� fueran estados instaurados por el capital productivo, y no simples asambleas de terratenientes y comerciantes al servicio del mismo.

Privadas de esa fase o momento clave en el que la reproducci�n capitalista de la riqueza nacional pasa por la reproducci�n de la estructura t�cnica de sus medios de producci�n �por su ampliaci�n, fortalecimiento y renovaci�n-, las rep�blicas que se asentaron sobre las poblaciones y los territorios de la Am�rica latina han mantenido una relaci�n con el capital -con el �sujeto real� de la historia moderna, salido de la enajenaci�n de la subjetividad humana- que ha debido ser siempre demasiado mediata o indirecta. Desde las �revoluciones de independencia� han sido rep�blicas dependientes de otros estados mayores, m�s cercanos a ese sujeto determinante; situaci�n que ha implicado una disminuci�n substancial de su poder real y, consecuentemente, de su soberan�a. La vida pol�tica que se ha escenificado en ellas ha sido as� m�s simb�lica que efectiva; casi nada de lo que se disputa en su escenario tiene consecuencias verdaderamente decisivas o que vayan m�s all� de lo cosm�tico. Dada su condici�n de dependencia econ�mica, a las rep�blicas nacionales latinoamericanas s�lo les est� permitido traer al foro de su pol�tica las disposiciones emanadas del capital una vez que �stas han sido ya filtradas e interpretadas convenientemente en los estados donde �l tiene su residencia preferida. Han sido estados capitalistas adoptados s�lo de lejos por el capital, entidades ficticias, separadas de �la realidad�. [1]

De todos modos, la pregunta est�� ah�: los resultados de la fundaci�n hace dos siglos de los estados nacionales en los que viven actualmente los latinoamericanos y que los definen en lo que son, �no justifican de manera suficiente los festejos que tienen lugar este a�o? �Los argentinos, brasile�os, mexicanos, ecuatorianos, etc�tera, no deben estar orgullosos de ser lo que son, o de ser simplemente �latinos�?

No cabe duda de que, incluso en medio de la p�rdida de autoestima m�s abrumadora es imposible vivir sin un cierto grado de autoafirmaci�n, de satisfacci�n consigo mismo y por tanto de �orgullo� de ser lo que se es, aunque esa satisfacci�n y ese �orgullo� deban esconderse tanto que resulten imperceptibles. Y decir autoafirmaci�n es lo mismo que decir reafirmaci�n de identidad. Resulta por ello pertinente preguntarse si esa identidad de la que los latinoamericanos pudieran estar orgullosos y que tal vez quisieran festejar feliz e ingenuamente en este a�o no sigue siendo tal vez precisamente la misma identidad embaucadora, aparentemente armonizadora de contradicciones insalvables entre opresores y oprimidos, ideada�ad hoc�por los impulsores de las rep�blicas �poscoloniales� despu�s del colapso del Imperio Espa�ol y de las �revoluciones� o �guerras de independencia� que lo acompa�aron. Una identidad que, por lo dem�s, a juzgar por la ret�rica ostentosamente bolivariana de los�mass media�que en estos d�as convocan a exaltarla, parece fundirse en otra, de igual esencia que la anterior pero de alcances continentales: la de una naci�n omniabarcante, la �naci�n latina�, que un espantoso mega-estado capitalista latinoamericano, a�n en ciernes, estar�a por poner en pie. Y es que, juzgado con m�s calma, el orgullo por esta identidad tendr�a que ser un orgullo bastante quebrado; en efecto, se trata de una identidad afectada por dolencias que la convierten tambi�n, y convincentemente, en un motivo de verg�enza, que despiertan el deseo de apartarse de ella.

La �Revoluci�n� de Independencia, acontecimiento fundante de las rep�blicas latinoamericanas que se auto-festejan este a�o, vino a reeditar, �corregido y aumentado� el abandono que el Despotismo Ilustrado trajo consigo de una pr�ctica de convivencia pese a todo incluyente que hab�a prevalecido en la sociedades americanas durante todo el largo �siglo barroco�, la pr�ctica del mestizaje; una pr�ctica que �pese a sufrir el marcado efecto jerarquizador de las instituciones mon�rquicas a las que se somet�a- tend�a hacia un modo bastante abierto de integraci�n de todo el cuerpo social de los habitantes del continente americano. Bienvenido por la mitad hispanizante de los criollos y rechazado por la otra, la de los criollos aindiados, el Despotismo Ilustrado lleg�, importado de la Francia borb�nica. Con �l se implant� en Am�rica la distinci�n entre �metr�polis� y �colonia� y se consagr� al modo de vida de la primera, con sus sucursales ultramarinas, como el �nico �portador de civilizaci�n�; un modo de vida que, si quer�a ser consecuente, deb�a primero distinguirse y apartarse de los modos de vida de la poblaci�n natural colonizada, para proceder luego a someterlos y aniquilarlos. Este abandono del mestizaje en la pr�ctica social, la introducci�n de un �apartheid�latino� que, m�s all� de jerarquizar el cuerpo social, lo escinde en una parte convocada y otra rechazada, est�n en la base de la creaci�n y la permanencia de las rep�blicas latinoamericanas. Se trata de rep�blicas cuyo car�cter excluyente u �olig�rquico� -en el sentido etimol�gico de �concerniente a unos pocos�-, propio de todo estado capitalista, se encuentra exagerado hasta el absurdo, hasta la automutilaci�n. Los �muchos� que han quedado fuera de ellas son nada menos que la gran poblaci�n de los indios que sobrevivieron al �cosmocidio� de la Conquista, los negros esclavizados y tra�dos de �frica y los mestizos y mulatos �de baja ralea�. Casi un siglo despu�s, los mismos criollos franco-iberizados ��neocl�sicos�- que desde la primera mitad del siglo XVIII se hab�an impuesto con su �despotismo ilustrado� sobre los otros, los indianizados ��barrocos�- pasaron a conformar, ya sin el cord�n umbilical que los ataba a la �madre patria� y sin el estorbo de los espa�oles peninsulares, la clase dominante de esas rep�blicas que se regocijan hoy orgullosamente por su eterna juventud.

El proyecto impl�cito en la constituci�n de estas rep�blicas nacionales, que desde el siglo XIX comenzaron a flotar como islotes prepotentes sobre el cuerpo social de la poblaci�n americana, imbuy�ndole sus intenciones y su identidad, ten�a entre sus contenidos una tarea esencial: retomar y finiquitar el proceso de conquista del siglo XVI, que se desvirtu� durante el largo siglo barroco. Es esta identidad definida en torno a la exclusi�n, heredada de los criollos ilustrados ensoberbecidos, la misma que, ligeramente transformada por doscientos a�os de historia y la conversi�n de la modernidad europea en modernidad �americana�, se festeja en el 2010 con bombos y platillos pero �curiosamente- �bajo estrictas medidas de seguridad�. Se trata de una identidad que s�lo con la ayuda de una fuerte dosis de cinismo podr�a ser plenamente un motivo de �orgullo�. . . a no ser que, en virtud de un�wishful thinking poderoso -acompa�ado de una desesperada voluntad de obnubilaci�n-, como el que campea en Sudam�rica actualmente, se la perciba en calidad de sustituida ya por otra futura, totalmente transformada en sentido democr�tico.

Sorprende la insistencia con que los movimientos y los l�deres que pretenden construir actualmente la nueva rep�blica latinoamericana se empe�an en confundir �como pareciera que tambi�n L�pez Velarde lo hace en su�Suave patria- [2], bajo el nombre de Patria, un�continuum�que existir�a entre aquella naci�n-de-estado construida hace doscientos a�os como deformaci�n de la �naci�n natural� latinoamericana, con su identidad marm�rea y �neocl�sica�, y esta misma �naci�n natural�, con su identidad din�mica, variada y evanescente; un�continuum�que, sarc�sticamente, no ha consistido de hecho en otra cosa que en la represi�n de �sta por la primera. Es como si quisieran ignorar o desconocer, por lo desmovilizador que ser�a reconocerla, aquella �guerra civil� sorda e inarticulada pero efectiva y sin reposo que ha tenido y tiene lugar entre la naci�n-de-estado de las rep�blicas capitalistas y la comunidad latinoamericana en cuanto tal, en tanto que marginada y oprimida por �stas y por� lo tanto contraria y enfrentada a ellas. Se trata de una confusi�n que lleva a ocultar el sentido revolucionario de ese�wishful thinking�de los movimientos sociales, a desde�ar la superaci�n del capitalismo como el elemento central de las nuevas rep�blicas y a contentarse con quitar lo destructivo que se concentrar�a en lo �neo-� del �neo-liberalismo� econ�mico, restaurando el liberalismo econ�mico �sin adjetivos� y remodel�ndolo como un �capitalismo con rostro humano�. Es un�quid pro quo�que, bajo el supuesto de una identidad com�n transhist�rica, compartida por opresores y oprimidos, explotadores y explotados, integrados y expulsados, pide que se lo juzgue como un enga�o hist�ricamente �productivo�, �til para reproducir la unidad y la permanencia indispensables en toda comunidad dotada de una voluntad de trascendencia. Un�quid pro quo�cuya eliminaci�n ser�a un acto �de lesa patria�.

Desde un cierto �ngulo, las �Fiestas del bicentenario�, m�s que de conmemoraci�n,parecen fiestas de auto-protecci�n contra el arrepentimiento. Al fundarse, las nuevas rep�blicas estuvieron ante una gran oportunidad, la de romper con el pasado desp�tico ilustrado y recomponer el cuerpo social que �ste hab�a escindido. En lugar de ello, sin embargo, prefirieron exacerbar esa escisi�n ���ltimo d�a de despotismo y primero de lo mismo�, se le�a en la pinta de un muro en el Quito de entonces- sacrificando la posible integraci�n en calidad de ciudadanos de esos miembros de la comunidad que el productivismo ilustrado hab�a desechado por �disfuncionales�. Y decidieron adem�s acompa�ar la exclusi�n con una parcelizaci�n de la totalidad org�nica de la poblaci�n del continente americano, que era una realidad incuestionable pese a las tan invocadas dificultades geogr�ficas.

Enfrentadas ahora a los resultados catastr�ficos de su historia bicentenaria, lo menos que ser�a de esperar de ellas es un �nimo de contrici�n y arrepentimiento. Pero no sucede as�, lo que practican es la �denegaci�n�, la �transmutaci�n del pecado en virtud�. Esta cegera autopromovida ante el sufrimiento que no era necesario vivir pero que se vivi� por culpa de ellas durante tanto tiempo las aleja de todo comportamiento autocr�tico y las lleva por el contrario a levantar arcos triunfales y abrir concursos de apolog�a hist�rica entre los letrados y los artistas.

Los de este 2010 son festejos que en medio de la autocomplacencia que aparentan no pueden ocultar un cierto rasgo pat�tico; son ceremonias que se delatan y muestran en el fondo algo de conjuro contra una muerte anunciada. En medio de la incertidumbre acerca de su futuro, las rep�blicas olig�rquicas latinoamericanas buscan ahora la manera de restaurarse y recomponerse aunque sea c�nicamente haciendo m�s de lo mismo, malbaratando la migaja de soberan�a que a�n queda en sus manos. Festejan su existencia bicentenaria y a un tiempo, sin confesarlo, usan esos festejos como amuletos que les sirvan para ahuyentar la amenaza de desaparici�n que pende sobre ellas.

El aparato institucional republicano fue dise�ado en el siglo XIX para organizar la vida de los relativamente pocos propietarios de patrimonio, los �nicos ciudadanos verdaderos o admitidos realmente en las rep�blicas. Con la marcha de la historia debi� sin embargo ser utilizado pol�ticamente para resolver una doble tarea adicional: deb�a primero atender asuntos que correspond�an a una �base social� que las mismas rep�blicas necesitaban ampliar y que lo consegu�an abri�ndose dosificadamente a la poblaci�n estructuralmente marginalizada pero sin afectar y menos abandonar su inherente car�cter olig�rquico. Era un aparato condenado a vivir en crisis permanente. �Anti-gattopardiano�, suicida, el empecinamiento de estas rep�blicas en practicar un �colonialismo interno� -ignorando la tendencia hist�rica general que exig�a ampliar el sustento demogr�fico de la democracia- las llev� a dejar que su vida pol�tica se agostara hasta el l�mite de la ilegitimidad, provocando as� el colapso de ese aparato. Ampliado y remendado sin ton ni son, burocratizado y distorsionado al tener que cumplir una tarea tan contradictoria, el aparato institucional vio agudizarse su disfuncionalidad hasta el extremo de que la propia�ruling class�comenz� a desentenderse de �l. Abdicando del encargo bien pagado que le hab�a hecho el capital y que la convirti� en una �lite endog�mica estructuralmente corrupta; tirando al suelo el tablero del juego pol�tico democr�tico representativo y devolvi�ndole al capital �en bruto� el mando directo sobre los asuntos p�blicos, esta�ruling class�se disminuy� a s� misma hasta no ser m�s que un conglomerado inorg�nico de poderes f�cticos, dependientes de otros trans-nacionales, con sus mafias de todo tipo �lo mismo legales que delincuenciales- y sus manipuladores medi�ticos.

Pr�cticamente desmantelada y abandonada por sus due�os �verdaderos�, la �supraestructura pol�tica� que estas rep�blicas se dieron originalmente y sin la cual dec�an no poder existir, se encuentra en nuestros d�as en medio de un extra�o fen�meno; est� pasando a manos de los movimientos socio-pol�ticos anti-olig�rquicos y populistas que antes la repudiaban tanto o m�s de lo que ella los rechazaba. Son estos movimientos los que ahora, despu�s de haberse �ganado el tigre en la feria�, buscan forzar una salida de su perplejidad y se apresuran a resolver la alternativa entre restaurar y revitalizar esa estructura institucional o desecharla y sustituirla por otra. Se trata de conglomerados sociales din�micos que han emergido dentro de aquella masa �politizada� de marginales y empobrecidos, generada como subproducto de la llamada �democratizaci�n� de las rep�blicas olig�rquicas latinoamericanas; una masa que, sin dejar de estar excluida de la vida republicana, hab�a sido semi-integrada en ella en calidad de �ej�rcito electoral de reserva�.

Las �fiestas del bicentenario�, convocadas al un�sono por todos los gobiernos de las rep�blicas latinoamericanas y organizadas por separado en cada una de ellas, parecer�an ser eventos completamente ajenos a �los de abajo�, espect�culos republicanos �de alcurnia�, transmitidos en toda su fastuosidad por los monopolios televisivos, a los que esas mayor�as s�lo asistir�an en calidad de simples espectadores boquiabiertos, entusiastas o aburridos.� Sin embargo, son fiestas que esas mayor�as han hecho suyas, y no s�lo para ratificar su �proclividad festiva� mundialmente conocida, sino para hacer evidente, armados muchas veces s�lo de la iron�a,� la realidad de la exclusi�n soslayada por la ficci�n de la rep�blica bicentenaria.

Las naciones olig�rquicas y las respectivas identidades artificialmente �nicas y unificadoras, a las que las distintas porciones de esa poblaci�n pertenecen tangencialmente, no han sido capaces de constituirse en entidades incuestionablemente convincentes y aglutinadoras. Su debilidad es la de la empresa hist�rica estatal que las sustenta; una debilidad que exacerba la que la origina. Doscientos a�os de vivir en referencia a un estado o rep�blica nacional que las margina sistem�ticamente, pero sin soltarlas de su �mbito de gravitaci�n, han llevado a las mayor�as de la Am�rica latina a apropiarse de esa nacionalidad impuesta, y a hacerlo de una manera singular.

La identidad nacional de las rep�blicas olig�rquicas se confecciona a partir de las caracter�sticas aparentemente ��nicas� del patrimonio humano del estado, asentado con sus peculiares usos y costumbres sobre el patrimonio territorial del mismo. Es el resultado de una funcionalizaci�n de las identidades vigentes en ese patrimonio humano, que adapta y populariza convenientemente dichos usos y costumbres de manera que se adecuen a los requerimientos de la empresa estatal en su lucha econ�mica con los otros estados sobre el escenario del mercado mundial.

La innegable gratuidad o falta de necesidad del artificio nacional es un hecho que en la Am�rica latina se pone en evidencia con mucha mayor frecuencia y desnudez que en otras situaciones hist�rico-geogr�ficas de la modernidad capitalista. Pero es una gratuidad que, aparte de debilitar al estado, tiene tambi�n efectos de otro orden. Ella es el instrumento de una propuesta civilizatoria moderna, aunque reprimida en la modernidad establecida, acerca de la autoafirmaci�n identitaria de los seres humanos. La �naci�n natural�3�mexicana o brasile�a no s�lo no pudo ser sustituida por la naci�n-de-estado de estos pa�ses sino que, al rev�s, es ella la que la ha rebasado e integrado lentamente. En virtud de lo precario de su imposici�n, la naci�n-de-estado les ha servido a las naciones latinoamericanas como muestra de la gratuidad o falta de fundamento de toda autoafirmaci�n identidad, lo que es el instrumento id�neo para vencer la tendencia al substancialismo regionalista que es propio de toda naci�n moderna bien sustentada. Muy pocos son, por ejemplo, los rasgos comunes presentes en la poblaci�n de la rep�blica del Ecuador �rep�blica dise�ada sobre las rodillas del Libertador-, venidos de la historia o inventados actualmente, que pudieran dar una raz�n de ser s�lida e inquebrantable a la naci�n-de-estado ecuatoriana. Sin embargo, es innegable la vigencia de una �ecuatorianidad� �levantada en el aire, si se quiere, artificial, evanescente y de m�ltiples rostros�, que los ecuatorianos reconocen y reivindican como un rasgo identitario importante de lo que hacen y lo que son cada caso, y que les abre al mismo tiempo, sobre todo en la dura escuela de la migraci�n, al mestizaje cosmopolita.

La disposici�n a la autotransformaci�n, la aceptaci�n dial�gica -no simplemente tolerante- de identidades ajenas, viene precisamente de la asunci�n de lo contingente que hay en toda identidad, de su fundamentaci�n en la pura voluntad pol�tica, y no en alg�n encargo m�tico ancestral, que por m�s terrenal que se presente termina por volverse sobrenatural y metaf�sico. Esta disposici�n es la que da a la afirmaci�n identitaria de las mayor�as latinoamericanas -concentrada en algo muy sutil, casi s�lo una fidelidad arbitraria a una �preferencia de formas�-, el dinamismo y la capacidad de metamorfosis que ser�an requeridos por una modernidad imaginada m�s all� de su anquilosamiento capitalista.��

NOTAS: [1] Lo ilusorio de la pol�tica real en la vida de estas rep�blicas se ilustra perfectamente en la facilidad con que ciertos artistas o ciertos pol�ticos han transitado de ida y vuelta del arte a la pol�tica; ha habido novelistas que resultaron buenos gobernantes (R�mulo Gallegos), y revolucionarios que fueron magn�ficos poetas (Pablo Neruda); as� como otros que fueron buenos pol�ticos cuando pintores y buenos pintores cuando pol�ticos. Nada ha sido realmente real, sino todo realmente maravilloso. [2] La �patria suave� de L�pez Velarde -aquella que quienes hoy la devastan se dan el lujo hip�crita de a�orar- pese a lo pro-olig�quica que puede tener su apariencia id�lica provinciana (con todo y patrones �generosos� como el de Rancho Grande), resulta a fin de cuentas todo lo contrario. Es corrosiva de la exclusi�n aceptada y consagrada. El erotismo prom�scuo de la �naci�n natural� que se asoma en ella, subrepticio pero omnibarcante, no reconoce ni las castas ni las clases que son indispensables en las rep�blicas de la �gente civilizada�, hace burla de su raz�n de ser.

Bol�var Echeverr�a (Riobamba, Ecuador, 1941) es profesor em�rito de filosof�a en la Facultad de Filosof�a de la UNAM, M�xico. En 2006, recibi� en Caracas el Premio Libertador Sim�n Bol�var al Pensamiento Cr�tico.

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www.sinpermiso.info, 12 abril 2010
La agresi�n sexual como espect�culo
Mercedes Garc�a Ar�n � � � � �
11/04/10

Asusta que parezca irrelevante que una cadena de TV convierta la violencia y la humillaci�n en negocio.

El programa Generaci�n ni-ni de la cadena La Sexta ha subido el list�n del desprecio por los derechos de las personas que habitualmente contiene la llamada telerrealidad. El programa dice pretender un supuesto experimento educativo con j�venes que presentan alarmantes rasgos de inadaptaci�n, ignorancia, vagancia e incluso violencia, encerr�ndolos para grabar su comportamiento, con el objetivo �al parecer� de reeducarlos. Pues bien, las c�maras grabaron una nauseabunda agresi�n sexual cometida por varios j�venes sobre una de las chicas, que fue emitida en el programa. En ella, los agresores sujetan violentamente a la v�ctima, mientras uno de ellos le restriega sus genitales por la cara. Otros concursantes presentes r�en la gracia.

La ley define estos hechos como agresi�n sexual agravada por la intervenci�n de varios sujetos, lo que supone una pena de cuatro a 10 a�os de c�rcel. Y llegar�a hasta los 15 si hubiera habido penetraci�n bucal, detalle que ignoro porque el programa emborron� delicadamente el miembro del agresor.

Posteriormente, los educadores afean la conducta del muchacho mostr�ndole la grabaci�n, mientras �l parece avergonzarse sin perder la sonrisa, lo que indica que le preocupa m�s la grotesca imagen ofrecida que la brutal agresi�n cometida. Y, hasta el momento, que yo sepa, ah� queda la cosa.

Ninguna ley lograr� evitar totalmente que siga habiendo agresores sexuales que busquen el anonimato, pero asusta el grado de desprecio por los derechos de los dem�s que hace que unos j�venes sometan a una compa�era a tal vejaci�n sabiendo que est�n siendo grabados para un programa de televisi�n y, por tanto, ajenos a las consecuencias legales de sus actos, que deben considerar solo como una broma.

Sin embargo, asusta a�n m�s la hip�tesis de que su comportamiento les parezca irrelevante e incluso gracioso, precisamente porque una cadena de televisi�n les ha hecho protagonistas de un programa dedicado a mostrar su comportamiento incivilizado.

Es probable que la cadena mantenga que su objetivo es criticar la violencia y educar a sus autores, pero los resultados son otros. La supuesta finalidad social queda totalmente anulada por la utilizaci�n de la violencia como espect�culo, porque el programa hubiera podido renunciar al terrible impacto de las im�genes y la audiencia que espera de ellas, pero no ha resistido la tentaci�n de reproducirlas. A costa, adem�s, de exhibir a la v�ctima, aumentando as� su humillaci�n. �Educaci�n?

Cuando la televisi�n convierte la violencia en objeto de negocio, le resta importancia y la normaliza, aunque diga pretender lo contrario. Creo que no es arriesgado afirmar que muchos j�venes problem�ticos que hayan visto el programa han recibido el mensaje de que su protagonista se ha hecho famoso a cambio de una leve reprimenda. Por otra parte, tras tal banalizaci�n p�blica de la violencia me niego a exigir como �nica respuesta que se compensen las carencias educacionales del joven televisivo con 10 a�os de c�rcel. La educaci�n no puede basarse en la segregaci�n social y necesita de instrumentos socializadores que, desde luego, no consisten en utilizar los actos antisociales como materia de entretenimiento colectivo.Y as�, programas como el comentado conviven sin problemas con otros que viven de exhibir a las v�ctimas de delitos y exigir constantemente penas de prisi�n cada vez m�s graves. Arrecian las peticiones de endurecer la ley de responsabilidad penal del menor, sin que quienes lo proponen se planteen siquiera la responsabilidad social por los valores que se transmiten medi�ticamente a los j�venes.

Mientras tanto, el Congreso de los Diputados debate la en�sima reforma penal, en la que, entre otras muchas propuestas endurecedoras, se propone tambi�n aumentar las penas de las agresiones sexuales, que hoy ya alcanzan la gravedad de la pena por homicidio. El PP propone la cadena perpetua, porque considera insuficiente que la delincuencia de mayor gravedad alcance hoy penas de hasta 40 a�os. La inconsciencia o la irresponsabilidad, cuando no la demagogia, impiden buscar estrategias distintas del mero endurecimiento de la ley, que resulta m�s rentable electoralmente. As�, muchas de las frecuentes reformas penales se limitan a enunciar qu� actos son reprobables, se�al�ndoles penas cada vez m�s graves, en un mensaje puramente simb�lico porque no va precedido de un planteamiento previo sobre la profundidad e implicaciones de los problemas, ni sobre la necesidad o la posible eficacia de las reformas. Todo eso importa poco mientras la ley refleje adecuadamente la demanda de castigo.

Habr� quien todav�a crea que los problemas de violencia juvenil se solucionan con m�s c�rcel y sin permitir beneficios penitenciarios que, en cambio, se han demostrado �tiles para la reinserci�n. Pero cabe la esperanza de que este discurso, tan querido por algunos pol�ticos, llegue a cansar a una opini�n p�blica cada vez m�s acostumbrada a distinguir entre la propaganda y las soluciones. Y confiemos tambi�n en que la audiencia televisiva se canse de tanta irresponsabilidad.

Mercedes Garc�a Ar�n es Catedr�tica de Derecho Penal en la Universitat Aut�noma de Barcelona.


El Peri�dico de Catalunya, 13 marzo 2010

Discusi�n entre la Causa Final (CF) y la Causa Eficiente (CE): para Mario Bunge
Thomas Moro Simpson � � � � �
11/04/10

Nuestro amigo, el gran fil�sofo y pol�grafo argentino Thomas Moro Simpson, no pudo participar en su d�a en el homenaje internacional que SinPermiso dedic� al fil�sofo Mario Bunge con ocasi�n de su nonag�simo aniversario el pasado 21 de septiembre. El siguiente soneto, escrito como comentario a un cap�tulo del libro de Mario Bunge: Causalidad, (Buenos Aires, Eudeba, 1961), viene a a�adirse ahora a aquel merecido homenaje.�

CF:� Soy la causa final, yo soy el t�los,

��������forma ideal que mueve lo viviente,

������� flecha del ser, im�n desde los cielos:

���������no me rebajo a ser causa eficiente!

CE:���Y yo construyo, sin rencor ni celos,

�������� la cadena causal m�s pertinente:

�������� yo voy de causa a efecto lentamente,

�������� porque sin mi �qu� puede hacer el t�los?�

�������� Soy el factor causal, una hormiguita

�������� que el arrogante T�los necesita

���������si la semilla ha de acabar en rosas.

CF:�� Tu empiezas, nada m�s, pero �hacia d�nde?

�������� Yo en cambio s� el lugar en que se esconde

��������� el sumo Bien, la gloria de las cosas.

Thomas Moro Simpson (Buenos Aires, 1929) es el fil�sofo argentino m�s importante y creativo de su generaci�n.


www.sinpermiso.info, 11 abril 2010

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