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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo, Marcos Fabián Herrera, Maldoror. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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con el asunto “Retiro”
Adiós a José Emilio Pacheco
Por Fabio Jurado Valencia
Publicamos el siguiente artículo de la autoría del profesor Jurado como homenaje al poeta, narrador y ensayista mexicano José Emilio Pacheco (Ciudad de México 1939 – 2014), desaparecido el pasado 26 de enero.
La obra narrativa de José Emilio Pacheco es representativa de la literatura mexicana que después de la década de 1960 intenta trascender los estilos hasta entonces logrados en las obras de escritores como Rulfo, Arreola y Fuentes. Tal intento desemboca en estilos donde los narradores se difuminan para privilegiar los lenguajes de personajes urbanos acosados por el movimiento vertiginoso de la masificación. Dos novelas breves son magistrales al respecto: Morirás lejos (1967), en la que se focaliza a la comunidad judía y a los fascistas migrantes después de la segunda guerra mundial; de otro lado, Las batallas en el desierto (1981), novela emblemática del mundo de la adolescencia y de la juventud en un barrio de clase media en Ciudad de México.
Desde la ventana de algún edificio de Ciudad de México el protagonista de Morirás lejos conjetura sobre la investidura del personaje oscuro que todos los días simula leer el periódico en la misma banca del parque; conjetura, porque este protagonista, llamado “eme”, se siente perseguido, no sin culpa sino con el peso que proviene del pasado: fue uno de los médicos nazis de la Alemania de Hitler y ahora es un “ciudadano común” en la masificación de la ciudad. Los horrores de la guerra y el ocultamiento de los generales protagonistas del holocausto es lo que aparece en el primer plano de Morirás lejos.
Las batallas en el desierto, por otro lado, nos acerca a los mundos idílicos de la adolescencia cuyas fantasías son alimentadas por el cine y por las historietas de los superhombres, como “El llanero solitario” y “Tarzán”, además de los radioprogramas sentimentales como “La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas”, además de las revistas de farándula y los boleros musicales. Enamorarse de la mamá del amigo de la escuela, afrontar la decadencia paulatina del barrio que en un tiempo fuera uno de los más aristocráticos de Ciudad de México –la colonia Roma-, reconocer el contraste, pero también la cercanía, entre la pobreza y las clases medias, sentir la escuela como el espacio de las amistades y las enemistades irrepetibles, percibir la poligamia patriarcal entre quienes disfrutan del poder político, insinuar la manera como se fue constituyendo la nueva burguesía de México, después de la revolución, son cuadros que como signos icónicos hacen parte de la memoria y del ensueño.
La experiencia juvenil es difusa; el pasado parece no existir, pero los personajes lo buscan; nadie reconoce los lugares ni los seres humanos que los habitan. Sólo existe el lenguaje para nombrar lo que la memoria permite. Estas son algunas de las constantes en la escritura de José Emilio Pacheco, como se observa también en los relatos del libro El principio del placer. Se muestra un ahora vertiginoso y, paradójicamente, sin progreso. Será la poesía en Pacheco una materia condensadora de los dilemas frente al tiempo. En el poema “Horas altas”, que aparece en el libro Islas a la deriva (poemas escritos entre 1973 y 1975), leemos:
En esta hora fluvial
hoy no es ayer
y aún parece muy lejos la mañana
Hay un azoro múltiple
extrañeza
de estar aquí de ser
en un ahora tan feroz
que ni siquiera tiene fecha
¿Son las últimas horas de este ayer
o el instante en que se abre
otro mañana?
Se me ha perdido el mundo
y no sé cuándo
comienza el tiempo
de empezar de nuevo
Vamos a ciegas en la oscuridad
Caminamos a oscuras
en el fuego
Vivir a tientas por el mundo es el signo del desequilibrio y del extravío. El poeta denuncia la alienación y la sordidez. Entre el ayer y el mañana parece no ocurrir nada. Sin embargo la contemplación de la geografía parece alentar al espíritu y las ideas. Uno de los grandes poemas de Pacheco es aquel que interpela el sentido de la patria asociado con lo que la memoria recupera. En No me preguntes cómo pasa el tiempo (poemas de 1964 a 1968) leemos:
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
–y tres o cuatro ríos.
Existe la patria en las cenizas del recuerdo y el recuerdo es siempre una geografía y sus habitantes; lo demás son abstracciones, frases hechas, repetidas, despojadas del afecto.
La experiencia del amanuense, como lo fuera José Emilio Pacheco de Juan José Arreola, al darle cuerpo al libro Bestiario, produjo como era de esperarse otras imágenes de las bestias que Pacheco configura en sus versos de una manera iluminadora, mostrándonos lo que somos:
ÁLBUM DE ZOOLOGÍA
Mirad al tigre
Su tibia pose de vanidad satisfecha
Dormido en sus laureles / gato persa
de algún dios sanguinario
Y esas rayas / que encorsetan su fama
Allí echadito
como estatua erigida a la soberbia
un tigre de papel / un desdentado
tigre de un álbum de niñez / Ociosa
en su jubilación
la antigua fiera / de rompe y rasga
sin querer parece
el pavorreal de los feroces
Escorpiones
El escorpión atrae a su pareja
y aferrados de las pinzas se observan
durante un hosco día o una noche
anterior a su extraña cópula
y el término
del encuentro nupcial:
sucumbe el macho
y es devorado por la hembra
–la cual (dijo el predicador)
es más amarga que la muerte.
Los condenados de la tierra
París. En el hotel para inmigrantes
descubro un raro insecto que jamás había visto.
No es una cucaracha ni es una pulga.
Lo aplasto y brota sangre, mi propia sangre.
Al fin me encuentro contigo,
oh chinche universal de la miseria,
enemiga del pobre, diminuto
horror de infierno en vida,
espejo de la usura.
Y pese a todo
te compadezco, hermana de sangre:
no elegiste ser chinche ni venir a inmolarte
entre los condenados de la tierra.
Y entre los animales domésticos, el perro:
Perra vida
Despreciamos al perro por dejarse
domesticar y ser obediente.
Llenamos de rencor el sustantivo perro
para insultarnos.
Y una muerte indigna
Es morir como un perro.
Sin embargo los perros miran y escuchan
lo que no vemos ni escuchamos.
A falta de lenguaje
(o eso creemos)
poseen un don que ciertamente nos falta.
Y sin duda piensan y saben.
Así pues,
resulta muy probable que nos desprecien
por nuestra necesidad de buscar amos,
por nuestro voto de obediencia al más fuerte.
O la representación del gato:
Gato
Ven
Acércate más
Eres mi oportunidad
de acariciar al tigre
–y de citar a Baudelaire
Hallamos también en la obra de José Emilio Pacheco una poesía sobre la poesía y, en consecuencia, una autocrítica permanente o un elogio a la dificultad de escribirla. Nos lega una obra depurada que mereció el reconocimiento en nuestros países: el Premio Internacional de Poesía José Asunción Silva, en Colombia, otorgado en el año 1996, y el Premio Internacional de Poesía Pablo Neruda, en Chile, otorgado en el año 2004. José Emilio Pacheco es el poeta mayor en el México de hoy, aunque él con su figura de camello ya no esté con nosotros. Pacheco sintió en México a Colombia y en Colombia sintió a México. Me lo dijo una vez.
Nombrar la ausencia
Del libro de cuentos “Nombrar la ausencia”, ópera prima del escritor bogotano Mauricio Palomo, recién publicado por la Colección Los Conjurados, reproducimos a continuación una de sus ficciones.
AMISTAD INSEPULTA
Por Mauricio Palomo Riaño
A John Tafur. In memoriam. Porque cuando ese mecanismo diacrónico atraviesa días, semanas, meses y años, las secuelas y los sentimientos tienden a irse borrando, y sólo entonces es cuando uno puede escribir una historia limpia.
“…¡Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y no saber a dónde vamos,
ni de dónde venimos!”
Rubén Darío
L |
a motocicleta DJEBEL 125 c/c se desplazaba a gran velocidad por la avenida Las Américas en una noche clara y fría inundada de luz, libertad y fuerza. La muerte en ocasiones suele presentarse de esa forma; cuando nos sentimos más fuertes, e inconscientemente creemos, en vano, que la podemos vencer. Juan driblaba con solvencia los obstáculos que la selva asfáltica iba poniendo a su paso. Su juventud resaltaba por el vigor y el ímpetu con el que maniobraba la poderosa máquina. En la parte posterior de la motocicleta y aferrada con fuerza a la cintura de Juan una mujer entrada en años y curtida por el peso del sacrificio y del sufrimiento que implicaba haber criado cuatro hijos sola, era la madre del que maniobraba el aparato, a la que este último acababa de recoger en su trabajo después de una ardua jornada laboral. Marcaban las 11 y 20 p.m. en el reloj. Para Juan Serrato, serían los últimos destellos de vida.
***
—Si no puedes, si te caes, la labor secuencial que debes realizar es levantarte y volver a continuar, volver a intentarlo; ¿qué es la vida si no eso, una acumulación de intentos? —reflexiones alentadoras eran las que siempre estaban en boca de Juan hacia las personas que tenían una cercanía fraterna con él.
Sus palabras jóvenes y frescas, y sus acciones honestas, eran admiradas por el pequeño Mario; una suerte de niño prodigio que siempre le decía que un día la historia sabría de él. Con un halo misterioso siempre se acercaba al oído de Juan y le decía despaciosamente que tenía las llaves de la puerta que conducía a la inmortalidad. Juan reía con complicidad y le manifestaba que esperaba que algún día lo invitara a atravesar el umbral de esa puerta. Mario, con su seriedad de diez años le respondía vehemente:
—Dalo por hecho Juanito, dalo por hecho.
La ausencia definitiva de Juan condujo a Mario a estados profundos de introspección. Los recuerdos le inundaban la memoria. Remembranzas por donde se aparecía en cada recodo Juan y en donde por extraños delirios Mario empezaba a sentir que le reclamaba las llaves de su magnífica puerta. La ausencia del entrañable amigo retumbaba en las vastas zonas de su cerebro, e incluso, parecía martillarle con dolor su sensible corazón.
Habían crecido entre las calles repletas de tierra en tiempos de verano y atiborradas de barriales insalvables en invierno de una de esas tantas barriadas populares que pululan dentro de la geografía capitalina. El Amparo era un barrio que parecía estar diseñado para soldados, para estrategas, para guerreros. Una de esas zonas lumpen que como dicen los viejos ven parir a muchos, pero contemplan con dolor el crecimiento de pocos. Un barrio mezquino y criminal como mejor lo cantara Fito Páez, no obstante, también una comunidad de pujanza y de trabajo honesto inmersa dentro de un fragor caliente, que a sus moradores les inyectaba la paranoia al caminar. Siempre la mirada alerta, siempre el andar decidido. La clave estaba en no demostrar nunca el miedo, en no dejar olerlo para que como los perros, no se lanzaran encima para atacar impunemente; cerrazón del puñal y del bazuco.
Con esta radiografía de la zona, Mario y Juan asociaban entonces, en esos episodios en que solían sentarse en los andenes agrietados de aquel barrio marginal, que sus vidas iban a terminarse fundiendo con el ruido de unas balas delincuenciales, que un día, por la mañana, por la tarde, o por la noche; a cualquier hora, les iba tocar encontrarse con la muerte de frente, quizá en el momento en que jugaban con sus carritos de jalar con pita, o tirando en una calle el trompo con los demás amigos. No presentían en las épocas de la infancia que la muerte se les presentara de otra forma. Eran los tiempos del apagón a las seis y disfrutaban en las calles gritando y jugando a espantar la oscuridad. Alternaban los juegos de calle con la ida al colegio donde la obligación por aprender impartida por sus maestros fue superior al deseo intuitivo por adquirir conocimientos. Los padres de Mario trabajaban en el día y sólo compartían con él instantes fugaces en las noches. Razón por la cual empezaron esos puntos de fuga a través de la lectura. El pequeño soñador tenía dos posibilidades: Una; entregarse desnudo a un contexto que escribiría sobre él una historia nefanda e incluso fatal antes de que conociera su primera juventud, y la segunda; la evasión a mundos posibles con la lectura. Mario empleó un instrumento en el que viajaba por el mundo hacia diferentes escenarios históricos: el libro. Se quitaba sus tenis de tela y se subía a la cama primero con las llaves que le entregó Jairo Aníbal Niño y Julio Verne, y más tarde Agatha Christie, Arthur Conan Doyle, Edgar Allan Poe, Nathaniel Hawtorne, Horacio Quiroga y Julio Cortázar, este último con el tiempo, su escritor favorito.
Los fines de semana por eso eran para Mario un espacio casi sagrado, ya que emergía de sus lugares imaginados a las tardes entrañables de los domingos donde se compartían situaciones realmente agradables. La cara pícara de su madre; una hippie venida a menos por el matrimonio y la castración de la libertad. Su padre; el bonachón, siempre dispuesto al juego y a la palabra, y él; un extraño personaje que se debatía entre el errante rock en español y la balada setentera; legado materno que marcó sus primeros años de adolescencia y su juventud temprana, así como amigo furibundo de la prosa para muchos desconocida de Benedetti, la poderosa y enraizada narrativa de Fuentes, la poesía directa y acusadora del peruano Vallejo, el Macondo imperecedero de García Márquez y esa literatura suicida de Silva, Pizarnik y Caicedo con la que se casó mucho tiempo hasta aceptar que no podía tirarse al abismo como ellos, pues ya era tarde, y a la tumba se habían llevado el poema. Habría que escribirlo de nuevo.
La vida es una serie de pequeños momentos, y lo que Mario disfrutó en aquella casa modesta fue una manifestación latente de sucesos que sin duda, hoy aún le arrancan del pecho unas lágrimas gordas que parecen querer desahuciarle los ojos.
Juan siempre fue persona grata en esa casa, y en todas las casas de la parte de abajo de El Amparo, pues la confianza que inspiraba era notoria y comprobable a simple vista. Las calles despavimentadas del barrio, los juegos cotidianos propios de una etapa importante en el desarrollo de los seres humanos; la niñez, los libros, las primeras borracheras, los amores furtivos, los amigos entrañables, el colegio, las proyecciones de los grandes sueños que se les iban planteando sentados en algún andén de alguna calle, la cancha de micro, el balón, las peleas, los desencantos, las reconciliaciones, la vida, esa que se esfumó para Juan en un tiempo efímero, esa que quizá pudo haber sido más extensa.
—Sabes, siempre evoco a Juanito con el rostro en fiesta —le manifestaba Mario a su madre, y continuaba enfático— la vitalidad exacerbada. Así, así lo recuerdo; con el rostro inundado de alegría, vivo, y así creas desquiciado mi discurso, no descarto jamás la posibilidad de que cuando regrese un día al barrio del que hace unos cinco años me fui, doble a la esquina de la cuadra y me lo encuentre sentado ahí, en el andén, hablando de la vida, más joven, más soñador que nunca.
Mario hizo una pausa trémula solamente para respirar y proseguir:
—Esas mismas calles, hoy cubiertas por el férreo asfalto y también por la historia de los que por ellas caminaron, siguen recordando sus pasos. Los niños de aquel tiempo, adultos hoy, lo evocan gratamente cuando hablan de él al mismo tiempo que contestan el llamado de los hijos; los representantes de esas nuevas generaciones que pisan con fuerza el cemento de la calle que nuestro gueto una vez también con vehemencia piso. El tiempo no ha olvidado, al contrario, ha hecho perdurar una tristeza quedita que se posa en la cabeza de todos. Estoy seguro de que aún recordamos más la sonrisa, la broma, y menos el rostro serio de ojos cerrados, de noche eterna. No es bueno evocar a las personas en su última imagen rumbo a otro espacio contextual que no esta adscrito en la memoria, es mejor hacerlo siempre en los instantes que fueron felices. Por eso no tuve el valor de mirarlo con la figura triste separada por ese vidrio frío que nos puso de lados distantes, pero que a la vez nos conectó necesariamente en conceptos tan simples, pero tan profundos como lo son la vida y la muerte.
***
Los respiros fugaces e intrépidos, el rostro inundado de un sudor espeso, producto del calor que generaba el casco de protección, un puente vehicular reconocido y relampagueos de luces nocturnas, así como el asfalto de la vía, serían las últimas percepciones e imágenes positivas que sentiría y contemplaría. Un taxi saliendo de una oreja ubicada justo detrás de almacenes Éxito de Las Américas con avenida 68 sería la última y nefasta visión que tendría. Su pericia en aquel tipo de vehículos no databa de años, era una motocicleta que ni siquiera estaba cancelada en su totalidad. Un grito desesperado y resonante hizo eco en la noche fatal. El impacto producto de la carencia de unos frenos cortos se suscitó de una manera fugaz y repentina, el manubrio derecho de la DJEBEL se parqueó justo en el bazo de Juan que empezó a irrigar sangre desaforadamente y que se fue extendiendo paulatinamente por el pavimento hasta formar un charco en las orillas del separador. Su madre malherida por el fuerte choque contra la carretera no podía más que retorcerse compulsivamente en una imagen que generó el desespero en los pocos transeúntes que transitaban por el lugar a tan altas horas de la noche. El ulular de las sirenas tardó un tiempo considerable que pareció condensado para la eternidad. Los médicos no podían hacer nada por salvarle la vida a Juan, quien veía como su existencia se iba de sus dominios y le generaba una fuerza inusitada a la vida de su madre malherida.
***
Juan se fue depositando en los dedos del pequeño Mario, aquel que jugaba de niño a caminar por universos atiborrados de tinta, y el que un día le prometió la utopía. La pluma perforó las hojas con fuerza, hasta que éstas empezaron a dejar colar la luz. Las palabras como un manantial diáfano empezaron a irrigar el papel y hubo tanto calor en ellas que fueron tomando forma humana. Se originaron las imágenes entonces, y los entornos se acentuaron en el paisaje. Mario se asomaba al lenguaje para abrir la cerradura de una puerta que en una tarde lejana aseguró que abriría. El epílogo de su historia no fue más que la certeza de la tibia respiración de Juan en aquel universo construido. Los retazos raudos de una vida atravesando las páginas para venir a estrellarse en una fría noche contra la postrera línea, contra el punto final. Los últimos estertores que recogiera la fría loza asfáltica en el nefasto nocturno se transfiguraban en los mismos que cíclicamente recogería el lector, quien con la pupila sobre la línea lo iría desenterrando, y de forma efímera lo acompañaría por las calles destapadas de ese viejo barrio que lo parió para la eternidad.
La mágica puerta abierta está. Una luz atravesándola parece adentrarse con ímpetu.
Mauricio Palomo Riaño (Bogotá, Colombia, 1982). Estudió Licenciatura en Lingüística y Literatura en la Universidad La Gran Colombia y Maestría en Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana. Ha sido jurado en concursos literarios de ámbito local y gestor de talleres de escritura. Divide su vida entre la cátedra universitaria y la literatura. La colección Los Conjurados publica aquí su primer libro de cuentos Nombrar la ausencia.
Actualmente trabaja en la construcción de una novela que hibrida distintos movimientos y géneros literarios.
Botero: La búsqueda del estilo
Editorial La Bachué presenta La búsqueda del estilo: 1949-1963, estudio del historiador Christian Padilla sobre la desconocida obra iniciática del maestro Botero.
En este libro se reconstruye la formación del artista antioqueño en sus años de juventud y la conformación de su particular pintura a partir de un minucioso seguimiento a diferentes influencias como el muralismo mexicano, el expresionismo abstracto y el Pop Art.
El libro de Padilla formula una mirada nueva sobre un artista del cual ya se creía haberse dicho todo y recupera al pintor vanguardista que con pinceladas vigorosas se consagró en los años cincuenta y sesenta. La investigación se complementa con numerosas imágenes de la obra de Botero completamente inéditas, revelando en 200 páginas a todo color un periodo desconocido del artista colombiano.
“Telefónica, Metrotel Barranquilla y Telebucaramanga encuentran en el auspicio de este libro la manera de vincularse con la celebración de los 80 años del natalicio del maestro Fernando Botero, el pintor colombiano más significativo en la historia del arte en nuestro país", afirmó Alfonso Gómez Palacio, presidente ejecutivo de Telefónica en Colombia.
La misión de la Fundación Proyecto Bachué es la gestión cultural en torno a las artes plásticas colombianas con el ideal de promover las expresiones contemporáneas a partir de la revisión de nuestras raíces americanas y del rescate de las manifestaciones modernas, todo con el fin de fomentar la creatividad de las personas y grupos organizados y contribuir a la formación de una unidad e identidad nacionales desde los valores ancestrales, pilares fundamentales para el desarrollo del país.
CARTAS DE LOS LECTORES
VOLPI Y CHALARCA. Como lo sugiere Franco Volpi, a quien José Chalarca cita al final de su artículo sobre "Los cuadernos Negros de Heidegger", el hecho de que el autor de Ser y Tiempo haya simpatizado y participado activamente como rector de la Universidad de Friburgo en el proyecto nacional-socialista alemán, da que pensar. De tal modo que, descalificar a los críticos o intentar una apología emotiva del filósofo está lejos de pensar lo que debería ser pensado; esto es, la fascinación subyugante de los proyectos totalitarios, de las alternativas mesiánicas. Si una lectura de Heidegger en su contexto histórico nos ofrece una imagen "non sancta" del mismo, ¿por qué ignorarla? Por el contrario, disculpar a Heidegger de su acciones u omisiones políticas, por haber escrito obras "bellas" y "profundas", ni contribuye a problematizar su obra (que es la verdadera tarea de la filosofía) ni disculpa al filósofo (ya que un filósofo no necesita ser perdonado por su pensamiento, sino criticado y superado). ¿Tendremos cómo “superar” a Heidegger en el verdadero sentido heideggeriano de una Überwindung. Juan Mario Díaz
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MIGUEL TORRES PEREIRA. Felicito al poeta Torres por su texto “En el milagro somos posibles” publicado en el número anterior. Es un estupendo poeta de Arjona (Bolívar), que posee una palabra purificada. Bernardo Julio
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HEIDEGGER Y EL NAZISMO. Al rememorar al inmenso Heidegger en conceptos tan dramáticos como cuando propone que la existencia auténtica es la emergencia de la angustia de ser libertad para la muerte, o cuando postula que existir es estar sosteniéndose dentro de la nada, o la existencia auténtica es el enrostramiento de la nada bajo el temple que nos da la angustia, no cabe duda de la grandeza de dicho pensador alemán dentro de la ontología de la existencia. Heidegger nos propone una trascendencia de la finitud; el cómo te ganas o cómo te pierdes de cara a la nada, única certeza apodíctica de la existencia. Y dicha revelación del vacío por la angustia, es la única que nos singulariza para escapar de la dictadura anónima del "uno", de la masa medianera, de la "moral de rebaño". ¿Cómo una filosofía que propone un individualismo tan radical por la nada y la angustia puede hacer, acto seguido, una adhesión incondicional a un autoritarismo totalitario, esto es, a un perderse el "individuo auténtico de la angustia" dentro de la inercia sumisa de la masa? ¿Vio Heidegger en el nazismo el "tiempo auténtico histórico" propio de la historia monumental y crítica planteada por Nietzsche? Recordemos que al poeta Erza Pound también lo descalificaron por "fascista". No creo que artistas o pensadores que defendían su libertad y su individualidad a ultranza vieran con buenos ojos un sistema fascista, esto es, lo propio del "rebaño" o de lo más "inauténtico". Pero después de Platón cuando fracasó al intentar implementar su "República" con el tirano Dionisios en la magna Grecia, y le tocó salir huyendo para que este no lo matara, las alianzas de los filósofos con los políticos han resultado funestas, incluyendo la del propio Heidegger. Con razón Sócrates escuchaba a su "demón" decirle: "No te metas en política..." Juan Carlos Arboleda, cantautor colombiano
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GAMONEDA. Bellos los poemas del español Antonio Gamoneda que publicaron hace dos semanas. Profundidad, grandes imágenes, siempre poesía. Alirio Colmenares
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Gracias por las palabras de José Chalarca contra los tartufos tarugos de Semana sobre “Los Cuadernos negros de Heidegger”. Saludos. Mario Eraso, poeta colombiano
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