Hasta la vista, Heisenberg
Publicado: Hace 28 minutos
Esto ocurrió hace pocos años. Puse el disco, y luego apreté play. Y a ver. Con lo primero que me topé fue con unos pantalones volando en medio del desierto, atravesando la pantalla del televisor. No solo eso. Acto seguido, el protagonista principal, Walter White (Bryan Cranston), aparecía en calzoncillos, ataviado únicamente con una camisa verde, desconcertado, bajo un cielo celeste limpísimo, con una mirada que reflejaba pánico, como quien no daba crédito a lo que estaba pasando, que, hasta ese momento, la verdad, nadie sabía lo que estaba pasando. Entonces sonreí, creo. Porque sentí que estaba ante el proemio más extraño que haya visto en una serie de televisión.
A fin de cuentas, lo cautivador vino luego, con el argumento, con el guión que te va envolviendo y atrapando. Y cuando empezamos a enterarnos, de a puchos, de la historia de Míster White, un apacible profesor de química al que sus alumnos no respetan, acogotado de problemas económicos, por lo que tiene que trabajar horas extras trabajando en un lavadero de autos, pues les juro que ya no había escapatoria. Porque encima, para colmo de males, le diagnostican un cáncer de pulmón inoperable, y todo ello ocurre en el primer capítulo. White es, además, padre de un muchacho discapacitado y con problemas de lenguaje, que nació con parálisis cerebral, y su esposa, Skyler, acaba de comprobar que está embarazada.
Entonces, White, quien parecía una buena persona, de formas cordiales e impecables, se preocupa por el porvenir de su desdichada familia. Y claro. Por esas casualidades de la vida, en una redada que organiza su cuñado, un agente de la DEA, se encuentra con un antiguo alumno suyo, Jesse Pinkman (Aaron Paul), a través del cual se aproxima al mundo de las drogas y al trato con traficantes y mafiosos.
Y obvio, no todo queda ahí, faltaría más. Sino que, la cosa recién comienza para él. White, usando sus conocimientos sobre química, que no son pocos, se va posicionando como un eficaz "cocinero" de metanfetamina. Y hasta adopta un alias: Heisenberg.
A partir de entonces, la serie emprende un ritmo vertiginoso, imparable, pesadillesco, de comerse las uñas. Las primeras tres temporadas, no les voy a mentir, me las devoré casi, casi de un plumazo. Con algunas pausas necesarias. Para alimentarme y satisfacer necesidades básicas, y así. Porque en cada capítulo, como digo, a Míster White no solo se le va la vida, sino padece una metamorfosis en toda regla, que lo hace dejar de lado valores acreditados y apreciables para trocarlos por otros. Por otros que coquetean con la corrupción y la perdición más absoluta.
En cualquier caso, como explica el escritor catalán Enrique Vila-Matas, otro fanático de la serie, "ese panorama de fatalidad lo compaginará, sin embargo, con una inocultable fascinación por lo ilegal, por la transgresión pura y dura, por el trato apasionante con los mafiosos que contaminan su genio de químico creativo, en definitiva, por el desvío atroz y sin salida".
La serie es magistral, les digo. Y Vince Gilligan, su creador, un genio. Si no la han visto, les juro que vale la pena. Porque pocas veces se ha visto en la tele que el protagonista es, simultáneamente, el antagonista. Como si Jekyll y Hyde, o Hulk y Bruce Banner, interactuaran al mismo tiempo, en una evolución –o involución, como en este caso- permanente, para acabar siendo un ser oscuro, éticamente reprochable, desagradable, inescrupuloso, entregado al mal.
Para volver a citar a Vila-Matas, en otro de sus varios comentarios escritos en El País sobre la obra de Gilligan: "Lo más notable de la mudanza moral que describe Breaking Bad estriba en que no narra una transformación corriente, sino la historia de cómo un gris profesor de química se cambia a sí mismo: en un momento dado, White decide volverse malo, pésimo".
Como sea. Breaking Bad llegó a su fin el pasado domingo, en su quinta temporada. Todavía no he visto ese último capítulo, les confieso, aunque presumo cómo acabará, porque me estoy acercando a él, a cuentagotas, como el típico serieadicto que trata de disfrutar en dosis homeopáticas cada fotograma, antes de llegar a la conclusión y despedida de una de las mejores series de televisión que se recuerden, y que a mí me enganchó por el pescuezo.
Tomado de Hildebrandt en sus trece. Columna Divina Comedia
Fuente: http://lavozatidebida.lamula.pe/2013/10/04/hasta-la-vista-heisenberg/pedrosalinas/Sent from my iPad
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