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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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con el asunto "Retiro"
Los dos Gabos
(1927-2014)
Gabriel García Márquez, retrato de la autoría de Fernando Maldonado
Por Gustavo Adolfo Quesada Vanegas*
Ahora es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores. Gabriel García Márquez. Los funerales de la mama grande.
La generación de colombianos que en los años sesenta y los setenta del siglo XX abrió los ojos políticos, estéticos y científicos en este país flagelado por toda clase de despropósitos, se encontró con un pacto político, el Frente Nacional, que a través de componendas de los partidos tradicionales aplazaba todas las reformas y autorizaba la expresión política solo a los liberales y a los conservadores. El perdón y el olvido fueron las consignas para ocultar y acallar la culpa de 300.000 campesinos asesinados en menos de 15 años. Mientras tanto en el horizonte despuntaban la Revolución Cubana y la Revolución China, la Guerra Fría, el conflicto ruso-chino, la insurgencia por toda América del Sur y el Caribe, los movimientos por los derechos civiles en Estados Unidos, el hipismo, el rock y la contracultura, la Guerra de Vietnam y Mayo del 68 en Francia. La modernización imperialista de nuestro país campeaba a sus anchas y el FMI imponía, sin resistencias, sus dictados. Era obvia la inconformidad y diaria la protesta. La música, la pintura, la poesía, el teatro buscaban nuevos caminos de expresión. En el fondo, dando tonos y visos al lenguaje y sentido a la sensibilidad, con Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Lezama Lima, José Donoso, Augusto Roa Bastos, Fernando del Paso, Gabriel García Márquez y otros, emergía una generación de escritores que desarticulando las formas tradicionales del lenguaje y experimentado con los tiempos y los espacios, el sueño y la vigilia y la lucidez y el delirio, afirmaba con la narrativa su profundo compromiso social. Por supuesto no eran unánimes ni uniformes y algunos no persistieron en su compromiso, pero con independencia de los ciclos personales, bautizaron otra vez nuestro continente, poniendo nombre a las cosas y redescubriendo la historia, lo que quiere decir contándola de nuevo. Nosotros devorábamos, La hojarasca, Los funerales de la mamá grande, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledad y El otoño del patriarca para no mencionar sino algunas de las obras de García Márquez que más circularon en su momento, y las convertíamos en artillería pesada de nuestra visión de América Latina y Colombia, de nuestro humor y nuestra ironía.
Ahora mientras todos los medios y las personalidades de la farándula política publican su foto al lado de nuestro Nobel y todos juran haber sido sus confidentes y amigos, ocultando que auparon la persecución o la suscitaron, sobre un escritor comprometido con las causas sociales, es bueno recordar que García Márquez mantuvo una irreconciliable posición antiimperialista y radicalmente crítica frente a las oligarquías colombianas y latinoamericanas que no han vacilado ni siquiera en pagar la deuda externa con el mar como en El otoño del patriarca:
Salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final, o vienen los infantes o nos llevamos el mar, no hay otra, excelencia, no había otra, madre, de modo que se llevaron el Caribe en abril, se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos del embajador Ewing para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras rojas de sangre de Arizona, se lo llevaron con todo lo que tenía dentro, mi general, con el reflejo de nuestras ciudades, nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes (…) sólo dejaron la llanura desierta de áspero polvo lunar que él veía pasar por las ventanas con el corazón oprimido.
Más allá de la validez de los innumerables estudios producidos y por producir sobre la obra de García Márquez, todos válidos por la profundidad de su obra, resaltamos en este momento su poética de la historia. Esta poética permitió el paso a la literatura de nuestras guerras civiles, épicas del fracaso, le dio verdad a la Matanza de las Bananeras, hizo de todos los dictadores un solo dictador y a los "amores contrariados" una disculpa para penetrar en nuestra cultura y nuestra sensibilidad, en las que la imaginería popular construye realidades más reales que la propia realidad y por lo tanto más actuantes y definitivas. ¿Cuál mejor Bolívar que el general navegando aguas arriba por el Magdalena llevando sobre los hombros todo el fracaso de una guerra de quince años? Esta poética denuncia, además, página tras página y en medio de los exabruptos de la naturaleza y las locuras de los hombres, la tragedia de un país asolado por señores de la tierra, embajadores, curas que levitan y marcan con ceniza a quienes se debe ajusticiar, abogados y militares que no vacilan en ordenar la muerte de cientos de trabajadores para defender los intereses de las multinacionales. Bastaría con releer la enumeración de los "bienes morales" de la Mamá Grande para encontrar de cuerpo entero a nuestras elites, así ahora se disfracen de modernas e informáticas y asistan a sus homenajes, callando que hasta hace poco movían los servicios de inteligencia para "demostrar" su complicidad con los insurgentes, al igual que lo hicieron con Feliza Bursztyn y Luis Vidales. Este es el García Márquez que pertenece a los colombianos y a las aguas profundas de nuestra historia. La desmesura del asesinato de los hijos de Aureliano Buendía es la desmesura de los paramilitares coludidos con curas, políticos y dueños de la tierra que siguen devastando nuestra patria. En García Márquez los desafueros de la imaginación son metáforas de las atrocidades de la realidad.
*Escritor y catedrático colombiano
Mapa del desalojo: Poemas escogidos
Armando Rojas Guardia en Los Conjurados
(Caracas, 1949). Poeta, ensayista, pensador venezolano de amplia trayectoria. Cursó estudios de filosofía en Caracas, Bogotá y Friburgo (Suiza). Se ha desempeñado como editor, investigador y profesor, dictando cursos sobre los aspectos teóricos de la literatura, la filosofía de la religión y la mitología, así como talleres prácticos sobre poesía y ensayo. Su labor docente ha influido de modo determinante en la más reciente generación de escritores venezolanos. Su poesía ha tenido una amplia difusión internacional, desde los años setenta. Ha publicado los poemarios: Del mismo amor ardiendo (1979), Yo que supe de la vieja herida (1985), Poemas de Quebrada de la Virgen (1985), Hacia la noche viva (1989), La nada vigilante (1996), El esplendor y la espera (2000) y Patria y otros poemas (2008). De igual modo, ha publicado los libros de ensayo: El Dios de la intemperie (1985), El calidoscopio de Hermes (1989), Diario merideño (1991), El principio de incertidumbre (1994) y Crónica de la memoria (1999). Su obra poética fue reunida en un solo volumen en 2004 y la ensayística en 2006. Así mismo, Rojas Guardia se ha hecho acreedor del Premio de Poesía del Consejo Nacional de la Cultura de Venezuela en dos oportunidades (1986 y 1996), como también del Premio de Ensayo de la Bienal Mariano Picón Salas en 1997.
Los poemas aquí publicados pertenecen a la extraordinaria antología Mapa del desalojo, recientemente publicada por la Colección Los Conjurados que se presentará el sábado 10 de mayo, a las 6:30 p.m. en el Salón Soledad Acosta de Samper, Feria Internacional del Libro de Bogotá.
La pasión de la luz
La pasión de la luz sufre las cosas,
agoniza mostrándolas desnudas
cuando ellas no quieren delatarse
(por eso la aflige el peso que le opone
la gravedad oscura del volumen).
Le duele a la luz el tiempo y de puntillas
ilumina una pared de la memoria
cuya cal entonces nos deslumbra
con un sudor vetusto, con las lágrimas.
La historia es el padecimiento de la luz,
el mito que nos cuenta su infortunio.
Y hoy le observo la prisa de esconderse
–detrás de la cortina, junto al zócalo,
oculta por las patas de la mesa
o cóncava en mi mano, que ahora escribe–
crucificada por la noche y convencida
de la dulzura atroz de su batalla.
Salir
Salí, sin ser notada.
San Juan de la Cruz
Salir, siempre salir. El éxodo es mi patria.
Encontrarse saliendo una y otra vez
del hogar esclavizante. Afrontar
la libertad de partir continuamente
al retomar la llave que impedía
el paso decisivo: despedirse.
Que la casa se transforme en campamento
a desmantelar cada mañana. Que la marcha
se inicie, puntual, en la precisa hora,
la que obliga a encarar el adelante
y no mirar hacia atrás, no prolongar
el adiós junto a la inminencia del trayecto.
Jugar la apuesta cifrada por el ir
permanente, en perseverante riesgo. Abdicar
del poder que acumulan lo individual
encerrado en un glóbulo monádico y lo social
establecido. Renunciar a lo interior ya confortable
y a lo exterior vuelto adherencia. Destapar
significados no fijables al sentido de todo.
Desconfiar ante la situación que parece detener
el tiempo y el espacio de este fluido universo
cuyo objeto es expandirse. Escapar de la parálisis
marmórea fabricada por el éxito. Preferir, más bien,
la elástica materia del fracaso
con la que se puede moldear una figura
fugitiva de la gloria: ella aligera el equipaje.
Alejarse del dogma intransitivo. No atender
a la fórmula mapificada como límite
de la constante expedición que amplía la verdad.
Arriesgarse al nomadismo de la mente,
el que descubre las infinitas aperturas
de un cuerpo, de un texto, de un momento,
de un paréntesis monótono,
de un clausurado círculo.
No proyectar lo imprevisible. Imitar
la sobreabundancia trascendente
que penetra, hasta el tuétano, este mundo
pero no sedentariza en él su plenitud
invitando a la perpetua búsqueda.
Mas el deseo central que explica la salida,
su auténtico móvil, su horizonte,
es, a semejanza del autoolvido de Dios,
quien creó fuera de él otra realidad
diferente a la absoluta tan sólo para dársele,
el abandono de sí mismo en el amor.
Exodus de Pablo Alfonso
Pablo Alfonso nació en Tenjo en 1968. Filólogo de la Universidad Libre de Bogotá, se graduó como Magister de Literatura en la Universidad Javeriana de Colombia, con una monografía titulada: La intertextualidad como generadora de ironía en la poética de León de Greiff.
Aunque dice que su mundo se mueve alrededor de la lectura, ha escrito cuatro novelas y un libro de cuentos además de un sinnúmero de poemas (oficio que cultiva desde la adolescencia). Su vida ha sido un divagar entre los salones de clases como alumno y profesor universitario, pero siempre considerando la escritura como un talismán secreto.
Aquí el primer capítulo de su novela Exodus de Pablo Alfonso, publicada por la Colección Los Conjurados. La imagen de la portada es un óleo de Jaime Pinto.
1952, Olimpo
Por Pablo Alfonso
En el camino no me decían nada, solo era el silencio
el que se apoderaba de la situación
Cuando estaba en el labrantío llegaron dos hombres en unos caballos finos, rucios y zancones. Tenían apariencia de cuatreros, desde luego que nosotros nos asustamos. Tan difícil que están ahora las cosas, con el asesinato del negro Gaitán, y toda la violencia que se desató, y con los chulavitas abusando de todos los que no piensan como ellos. A mí no me suena esta guerra entre los dos partidos políticos, pero aunque uno no quiera lo meten en estas lides.
Todos estábamos sembrando el colino: tomábamos las matas verdes y arropándolas con las manos las enterrábamos en el surco. La tierra que estaba en el cauce de este era arrastrada por los pies para que la nueva matica se sostuviera, quedaba erguida como una caña. Yo no era tan veloz en esa labor pero los obreros jóvenes sí, los pies eran más ligeros y las manos también, y el pensamiento se sacudía en competencias tácitas: "¡Tengo que ganarle a este miserable!" pensaban los unos y los otros. Yo sé que era así porque se les veía la cara de desagrado cuando el compañero los pasaba y quedaban rezagados inevitablemente, entonces esa competencia favorecía al patrón porque todo se hacía más rápido, la labor rendía el doble y ellos ganaban lo mismo; desde luego, porque a ellos se les pagaba por jornal, es decir por día trabajado hicieran lo que hicieran. En un promedio superior de tiempos y movimientos, yo trataba de que los obreros compitieran, ¡a que no son capaces de apostar al que primero termine diez surcos! —les decía con júbilo desbordado e hipócrita—, yo patrocino a Demetrio —les aseguraba—, y así salían competencias que me hacían ganador siempre a mí como patrón. Por un jornal llegaba a ganar la utilidad de dos jornales; estábamos en esas y escuchando la voz del Zorzal Criollo que se enaltecía bellamente entre los potreros sembrados del labrantío, música que salía de un radio Sanyo que Demetrio tenía terciado a la espalda y que le descolgaba en la cintura. Él le ponía unas pilas grandísimas por fuera, amarradas con cauchos de las flechas que se usaban para matar los pájaros migrantes en la región. Tal vez creía que duplicando las baterías el radio funcionaría con mayor potencia y precisión; entonces, llegaron los de los caballos bonitos y preguntaron por mí:
—Buenas —dijeron con tono respetuoso.
—Buenas —dijimos con tono extrañado.
—¿Quién de ustedes es el señor Olimpo Carvajal?
—Soy yo —les dije—. ¿En qué le puedo servir a sus mercedes?
—Si nos permite un momento para que nos acompañe, le traemos una razón importante.
Y se levantaron la ruana y dejaron ver unas armas grandes como escopetas. Nosotros no sabíamos de armas solamente manejábamos el fuste y la rula, no conocíamos las armas de fuego.
—No se preocupen les dije a los obreros, sigan trabajando, ya vengo, voy a acompañar a los señores.
En el camino no me decían nada, solo era el silencio el que se apoderaba de la situación, el silencio de las bocas porque los pasos se oían nítidos y hasta el riachuelo que quedaba a unos metros se escuchaba en su tenue corriente como un susurro. Cuando llegamos a un descampado me hicieron pasar el alambrado de púas y luego sin mediar palabra, uno de ellos me dio un golpe en el estómago que me hizo doblar, y el otro me remató con una patada en la cabeza (aprovechando que estaba inclinado), y caí, y me cayeron con palos. Yo no alcancé a defenderme. Además habían sacado las armas y me apuntaban y mientras me golpeaban me decían que eran conservadores y que habían llegado para quedarse y que esto era un aviso. La próxima vez no serían golpes, "la próxima vez le asestaremos un balazo en la cabeza, así es que no lo queremos ver más ¡oyó!, no lo queremos ver más por acá. Los Cachiporros son unos hijos de puta, y los vamos a matar a todos. Es mejor que se vaya viejo hijueputa y me golpeaban sin cesar". Perdí el conocimiento y cuando desperté con los labios húmedos y un hilillo de sangre que venía de mi frente y que pasaba por mis labios y me dejaba un olor agridulce en la boca, intenté levantarme, puse primero el codo y luego me puse de lado, doblé la rodilla y me levanté con gran esfuerzo. Caminé lentamente hasta mi caballo. No quería que los obreros se dieran cuenta de mi estado y se alarmaran. Caminé tambaleante y luego vi el animal y el animal sintió, se dio cuenta de que yo estaba maltrecho y se quedó quietico mientras yo me montaba. El animalito empezó a avanzar, con paso continuo y perezoso, como si estuviera desfilando. Los golpes de los cascos al pisar me hacían ir para los lados levemente. Luego salió el sol y me golpeó la cabeza aunque tenía el sombrero, sentía que se me iba la voluntad, iba agachado, mirando la crin gris del caballo, sin ánimos para dirigirlo. De cuando en cuando levantaba la vista y el sol molestaba mis ojos. Los minutos eran eternos, entonces, allá en la lejanía vi a mis hijas y a mi esposa; el caballito también las vio, me llevó hasta ellas, se detuvo al frente de mi esposa y resopló, yo ya no tenía consciencia.
CARTAS DE LOS LECTORES
LA CIUDAD DEL POETA. Hermosa la crónica del profesor Fajardo sobre Lima publicada en el número anterior. Buscaré el libro. Luisa García
* * *
POETAS VENEZOLANOS CONTEMPORÁNEOS. Una gratificante noticia, entre tanto desbarajuste... Gracias a Adalber Salas y Alejandro Sebastiani por el convite a esta reunión de voces, en Tramas cruzadas, destinos comunes y a la bella colección Los Conjurados por esa importante antología publicada en Colombia. Luis Alejandro Contreras, poeta venezolano
* * *
TURBIA SANGRE. Linda la portada del libro de la psicóloga Rocío Cabanzo, hecha por la artista Rosenell Baud. Me gustaron también sus poemas, el primero de gran fuerza: "escenario del tiempo". Los poemas breves son muy particulares y logran fijar en el lector una sensación como la de los haikus orientales. Luz María Fernández
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