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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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Multitudinaria presentación de Los Conjurados
Como es ya tradicional en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, la Gran Noche de Los Conjurados gozó de una asistencia multitudinaria, en la que 170 personas presenciaron un audiovisual con las 14 novedades editoriales y una lectura de los poetas involucrados.
Como complemento de esta actividad el lunes 12 de mayo en la Universidad Javeriana serán bautizados los poemarios de Armando Rojas Guardia (Venezuela), Joel Streicker (Estados Unidos), Rocío Cabanzo (Colombia) y la antología Poetas venezolanos contemporáneos.
Igualmente el Miércoles 14 en el Salón Oval de Posgrados de la Universidad Nacional se presentarán las novelas: Exodus de Pablo Alfonso, Fantasmas para noches largas de Martha Cecilia Rivera, Itinerarios de la sangre de Amparo Osorio y el libro de relatos Nombrar la ausencia de Mauricio Palomo Riaño. Allí los asistentes podrán escuchar fragmentos de sus textos y conversar con los autores. La entrada es libre.
Tomado de Mapa del desalojo, poemas escogidos.
Colección Los Conjurados, Común Presencia Editores
Por Armando Rojas Guardia
El mendigo del poema,
ahora que no siente ni el dolor,
hurga en la cicatriz recién abierta.
Es bella la mansedumbre de la sangre
sobre el suelo inocente. Pero el sol
evapora las manchas, las acalla.
No hay herida decible expresa el verso
del menesteroso batallar con el poema.
El líquido indoloro no es la tinta
para escribir la queja, ese gemido
de una cicatriz resquebrajada.
Uno intenta golpearse, someterse
al orden pertinaz del sufrimiento:
quizá vibre una imagen, una frase.
Pero el poema, indeciso, se distrae
con palabras hermosas, coloreadas,
que como a la sangre sobre el piso
reseca el sol de la verdad,
la exterior para siempre a la belleza,
la que no resuena nunca, la insensible.
El poeta habla sin voz y ya no puede
ni siquiera traducir su propio llanto,
se muerde la herida innecesaria
como nombrar un hueco entre dos frases,
un gélido hueco en la memoria
del cuerpo no verbal, intransitivo.
Poetas venezolanos contemporáneos
Palabras en homenaje a la antología Poetas venezolanos contemporáneos publicado por la Colección Los Conjurados.
Oficio de inventar destinos
Por Adalber Salas Hernández
Uno de los placeres más sencillos de este mundo, al alcance de cualquiera, consiste en sentarse frente a una calle concurrida para ver pasar a la gente. Situado a una distancia discreta, arropado en su anonimato, el observador puede ser testigo del tránsito de varias decenas de personas, o incluso cientos –dependiendo de la calle que escoja. Los rasgos y gestos de los demás se vuelven súbitamente su patrimonio secreto. Amasa esta riqueza impalpable con avaricia y un toque de desesperación, pues sabe que el valor de esas caras y cuerpos que mira es directamente proporcional a su fugacidad. El observador es quien ha encontrado el tesoro oculto de la desaparición.
Creo que hay algo muy básico en el placer que nos proporciona el mirar a otros. Y es que, al hacerlo, cedemos a uno de los impulsos fundamentales de lo humano: narrar. El ser humano es un animal que se cuenta historias. Cuando vemos pasar a los demás, esbozamos para cada uno un relato, aunque sea breve, que los justifique y sostenga. A veces es sólo una prenda que visten, un objeto que llevan, una palabra que les alcanzamos a escuchar: un detalle basta para desatar el cordel de la narrativa.
Elaborar –y leer– una antología de poesía tiene mucho de esto. Cada poema está allí, íngrimo, y apenas podemos inferir su tránsito, intuir alguna que otra cosa con respecto a la posición que ocupa en la poética de su autor. Esto sucede tanto en las antologías que conjugan a varios autores como la que se dedica a la obra de uno solo; quizás la diferencia estriba en que a aquellos podemos observarlos por menos tiempo, mientras que el paso de éste es más lento. En todo caso, siempre nos encontramos en el lugar del observador que ve cómo los textos se escapan de la vista, se escurren por la calle, desaparecen. Y lo único que nos queda es imaginarles un destino. Pero claro, esto es lo que hacemos con cada texto al interpretarlo. Así podríamos definir la labor del lector: es el oficio de inventar destinos.
El entramado de la tradición
Antología de Poetas venezolanos
Por Alejandro Sebastiani Verlezza
Reunir en un solo libro a un grupo de poetas es un gesto que supera el ejercicio del gusto y la querencia. Es, digamos, un acto de equilibrismo: ese gusto –siempre fruitivo, caprichoso– debe vérselas en juego. En muchos casos tiene que dar un paso atrás para ver mejor –y descubrir– nuevas regiones donde solo veía borroso. Estos rasgos pueden acentuarse más aún en el caso de la poesía venezolana contemporánea, sobre todo en sus últimas generaciones, cuyos mapas parecen más abundantes e inestables ––esto por varios factores relacionados con el oficio editorial y la lenta –casi invisible, salgo regias excepciones– circulación de la poesía en la vida nacional. Pero este grupo de voces reunidas en Tramas cruzadas, destinos comunes tienen tiempo inmersas en su propio trajinar y una trayectoria de probada valía. Pero al mismo tiempo, aquí nos encontramos con las usuales paradojas. No son tan visibles en nuestro panorama. Algunas han optado por un laborioso silencio, otras se resuelven en aparecer esporádicamente para luego replegarse, por no hablar de las que hablan fuera del país; muchas de ellas, también, han quedado en los bordes de las políticas de publicación del estado venezolano. Están, claro, las que han tenido más suerte, en términos de difusión, pero sus caminos por los anaqueles y las manos suele ser demorado. En todo caso, podría continuar escurriéndome por múltiples rendijas y subclasificaciones, que componen un fenómeno complejísimo, sin abordar lo puntual: este libro ofrece al lector un grupo de poetas que muy difícil podrá ver juntos.
La diversidad es su punto de confluencia ––en los tonos, el los ritmos, en la modulación de sus inquietudes. Adalber Salas y yo quisimos construir un volumen polifónico, coral y plural, con muchas líneas de entrada y puntos de fuga. De esta manera vamos marcando –o remarcando– las zonas de nuestra tradición que hemos descubierto en los últimos años. Es un ejercicio cartográfico, espeleológico, quizá una manera heterodoxa de asumir la investigación –con las herramientas y el ánimo del explorador y su disposición para el descubrimiento. Pero este gesto no estaría completo sin agregar que está movido por múltiples direcciones: nos hemos propuesto leer el presente de nuestra poesía, así como nuestro pasado más inmediato; leerlo es recorrerlo, repasarlo, revisarlo y ofrecer una lectura que pueda dar una dirección a los lectores –locales y vecinos. Por eso, paralelamente a Tramas cruzadas, destinos comunes, nos hemos propuesto elaborar otras compilaciones donde tendrán lugar nuestros contemporáneos. La hemos llamado Tránsitos. Entonces, entre estas metáforas del movimiento, en un trabajo que se prolonga aun en sus silencios, vamos agregando nuevas zonas al muy estimulante y rico mapa de nuestra poesía. Lentamente, nos iremos acercando a nuestras voces más fundacionales para ir ampliando cada vez más nuestra ofrenda. Porque de eso se trata: extender y expandir ese mismo capricho del gusto que a fuerza de paciencia y estudio hemos ido convirtiendo en disciplina celebratoria; sin perder la perspectiva del presente, nos hemos propuesto retroceder cada vez más en las corrientes de nuestra laberíntica tradición, con muchos puntos ciegos, aún por explorar, hasta llegar quién sabe a dónde ––quizá, alguna vez, nos topemos con un muro inmenso y demos con la fuente secreta e inagotable del mito: ¿cómo saberlo?
Universidad Nacional de Colombia
Departamento de Literatura
Invita
La poesía en la narrativa
Fantasmas para noches largas
de Martha Cecilia Rivera
Itinerarios de la sangre
de Amparo Osorio
Exodus
de Pablo Alfonso
Nombrar la ausencia,
de Mauricio Palomo
Salón Oval, Edificio de Posgrados
Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional
Miércoles 14 de mayo, 2014, 6: 30 p.m. Bogotá.
Entrada Libre.
El tiempo que nos resta de Hernando Guerra Tovar
Por Enrique Rodríguez Pérez
Ante una atmósfera aligerada, honda y móvil, una lucha poética entre vuelo y sombra se desata. La palabra perfora con imágenes el éter; entre altura y caída crece la imagen que resiste el tiempo, que nombra los últimos movimientos del aire, que no sucumbe a la devastación; sigue el trenzado del cielo y acoge al lector entre la profundidad del círculo de la ida.
Es el tono de este poemario de Hernando Guerra Tovar, quien con el cuidado de la palabra va dibujando un mundo entre el arriba y el fondo que deja sentir cierto vértigo con una expresión serena. Aquí, entre amanecer y noche crece y decrece un cosmos pleno de míticos duelos: la luz que abre el alba, el ocaso entre las puertas, las fisuras, el nacimiento.
Tres secciones componen este universo dúctil y fino: "De primera ala", "Señal de sombra" y "Devastación". Entre ellas, brota la noche y la luz como un vuelo, lo oscuro se entremezcla con el mediodía hasta presentir el término de un ciclo. He aquí el hilo que ata estas imágenes, a la vez, consistentes y frágiles.
En "De primera ala", despierta la luz y el ala se protege, el poema da paso a las combinaciones entre el viento y la luz, entonces: "El sol inicia ahora su faena. De inmediato se desata el vuelo, ya confundido con el pájaro y la brisa; el viento como una conciencia invisible replica el clima del inicio, "Se da cuenta que es pájaro". Viene la noche que restituye la lucha de la luz y la sombra como un fantasma femenino. La sucesiva transformación de viento en luz, en fuego, en llama, en cabellera, va dejando solo una fina huella que se fuga: "Delgada como filo, acierta y se aleja."
Este será el día para rememorar la niñez como el sitio del regreso, entonces, viene el recuerdo de "Dos hermanos en la tarde de la infancia". De nuevo en la noche como receptáculo del origen se detiene el tiempo, "No fluye al mar su curso", y sin embargo, da paso al otro día. Entre guerras y ruinas el tiempo abismal de la noche recompone el mundo; entre la agitación se despliegan los instantes, entre fisuras se resquebrajan y provocan el asombro. Es la oscuridad que protege la "ruina o esplendor en los matices del blanco". En esta soledad cósmica de la noche, un hombre deja una leve "Señal de sombra en el muro". En el decurso de esta nocturnidad que parece diluir lo real, el soliloquio, el pájaro, el viento, la puerta van conspirando, entre la vigilia y el sueño, para que el día vuelva bajo el reino de lo iluminado. Entonces, el poeta solo espera "Verter la noche en vasija hecha de viento", de modo que todo se disuelva en el elemento más imaginario, entre la bruma del existir y el desaparecer.
Así queda configurada la "Señal de sombra", segunda sección del poemario. Surge de inmediato una suerte de signos para poblar de sombra el espacio aligerado que ha dejado la noche:
Barro celeste, polvo de nube,
lluvia bendita, trozos de piel ajena.
Versos rumor de río.
Hombres inclinados ante el surco.
Mujeres llevando en sus cabezas vasijas de milagro.
He aquí el tiempo de la vendimia, del acto cotidiano, del grito que captura este fluir entremezclado de idas y apariciones. Como réplica del tiempo que queda, todo vuelve "En círculo como una proeza".
La agitación perfora la memoria como si el día se la llevara entre la luz para hundirla en la rueda que no se detiene; sólo queda "Un escombro sembrado en el patio de la infancia". Ya comienza el tiempo a desvencijarse, a desmoronar el viento del inicio. Hasta que esa fuerza planetaria de luna y sol, de encuentro de sombra, gesta el choque, el traqueteo luminoso. Entonces, el sol "Con una sonrisa sin dientes convoca los eclipses". Ya este es un anuncio de la venida de la destrucción, se presiente el máximo triunfo de la evanescencia, por eso:
Al fondo de la luz una calle ciega.
A la derecha un trono.
A la izquierda, entre clamores y vítores,
un ángel de alas calcinadas señala un precipicio.
Entre desfiladeros y caídas, el poeta sufre esta pérdida. En lucha con la palabra queda perturbado, encerrado en la sombra. Su palabra está ahora capturada en el tiempo "Y el viaje del poema no responde, ya no concita". El tiempo se deforma, confunde el pasado, el presente y el futuro como río que ya no es tiempo. Se ha desatado el desastre.
El lector llega junto con el poeta a la tercera sección del poema: "Devastación". Se ha anunciado el tiempo que resta para esta devastación; entre sombras y círculos llega el final que aniquila todo. La humanidad destinada a su propia destrucción niega el pájaro, el aire, en fin, toda la naturaleza. Arruina así su propio origen sagrado. Solo "Alguien, tal vez un niño, sabrá de las raíces en la arena". Solo un vigilante observa el caos, el silencio, el conjuro de estas pérdidas. Lo único que sobrevive es el tiempo de la "desmemoria", "Una soga dispuesta en cada árbol". Con ello, no queda salida, el ser humano ha conseguido su propia devastación, ha colonizado y saqueado con una ciega violencia su propio hábitat. Es tal la tragedia que su lengua se rompe y revela su angustia cuando pregunta por su destino:
¿En qué tiempo del ser del mar de la tierra el huracán
torre derruida árbol sin nido playa sin arena
esta devastación?
¿Qué tiempo queda para el dato final, para el último estertor del viento? ¿Hay aún esperanza para detener este naufragio planetario? Es el asunto de la poética de Hernando Guerra en este sutil pero profético poemario. Logra aligerar la angustia, pero el lector queda sobrecogido por la experiencia, al parecer ingenua, del poema, pero que porta un anuncio trágico. De algún modo llama a sus lectores para que, avisados de la devastación, cesen de destruir la naturaleza, lo sagrado y su propia existencia. Queda el desgarramiento del instante, el signo de la escritura capaz de nombrar el nacimiento de un tiempo que puede alertar y hasta detener esta destrucción:
Instante donde todo milagro se consuma:
danza del silencio quemando la palabra
en la hoguera del grito.
Hora incierta que desborda en tinta, signo y fuego.
Hoja de luz apagada.
Instante donde todo milagro se consuma:
El único tiempo que existe.
CARTAS DE LOS LECTORES
FERIA DEL LIBRO O DE MÚSICA. Todos los años asisto a eventos en la Feria del Libro de Bogotá y no entiendo como programan eventos de música en salones contiguos a conferencias o lecturas de textos literarios. Es un irrespeto con el público. Estaba escuchando a Díaz-Granados y en el salón de al lado retumbaba el vallenato, fue desastroso. Sugiero que hagan una feria de Música. Alejandra Silva
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SALONES FANSTASMAS EN LA FERIA. Confabulados: quería asistir a una conferencia en el Salón Álvaro Mutis y jamás lo encontré, además no figuraba en el mapa. Carlos Céspedes.
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GABO Y SU MILLÓN DE AMIGOS. De tantos conocidos que han escrito sobre su amistad con García Márquez me quedo con el retrato entrañable del profesor Fabio Jurado: ¡Gabo mezcalero y poeta! Sandra Morales Muñoz, Tokio
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