Los brazos del campo americano
La pobreza y la falta de oportunidades de trabajo, son suficientes para que una persona o una familia piense en mudarse a otro país en busca de trabajo.
El programa de los braceros, entre 1965 y 1986, se constituyó en la puerta de una nueva vida para cientos de miles de hombres que viajaban al país vecino, en busca de un trabajo con el cual puedieran darle una mejor vida a sus familias.
El apogeo de la oportunidad de llegar a los Estados Unidos como bracero, se iba apagando después de dos décadas de un acuerdo bilateral, cuando México dejó de ser tratado en forma especial y nace otra regla migratoria.
México pasa a ser tratado como todos los otros países, con cuotas de visas que tienen que manejar anualmente. A este punto, los trabajadores que estaban en los campos, pasaron a ser indocumentados y por lo tanto, se hacían susceptibles a la deportación.
Sin embargo, la necesidad de la mano de obra existía, así como las manos trabajadoras que estaban dispuestas a seguir pasando angustias y humillaciones con tal de poder llevar unos dólares, a sus familias.
Es el caso de Baltazar Baeza Gómez, quien en los sesentas, llegó a trabajar en los campos de California, luego se trasladó a Idaho y finalmente se quedó en Utah.
Era miembro de una de las cuadrillas que entraron como braceros. Después de trabajar por varios años, no le renovaron la visa de trabajador temporal, pasó a ser indocumentado, y quedaba sujeto a la deportación.
Sin embargo, en esa época, el Gobierno de los Estados Unidos les dio la oportunidad a personas como Baeza Gómez, para que sus empleadores los pidieran, los Estados Unidos les otorgaría su residencia y podían seguir trabajando en el campo para proveer a la familia.
"Fueron tiempos duros, porque cada que podía, iba a visitar la familia y luego me regresaba. Sin visa, hubiera sido imposible. Luego poco a poco fui trayendo a mi familia", comenta.
Para poder mantener su familia unida, su esposa e hijos, tan pronto como pudieron, pasaron la frontera y vivieron como indocumentados por muchos años, hasta que finalmente, él les pudo sacar sus visas de residentes.
A pesar de esta medida, el problema migratorio continuaba y los trabajadores indocumentados seguían engrosando las filas, al no tener patronos que estuvieran dispuestos a patrocinar a sus empleados.
Nace la visa H2A
Este programa se inició en 1964, especialmente para contratar en el Este de los Estados Unidos, trabajadores de las la Grandes Antillas, provenientes principalmente de Jamaica.
Posteriormente, a finales de los ochentas, el programa se amplió para incluir a los mexicanos, y en la actualidad, ellos constituyen algo más de las tres cuartas partes del programa.
Las visas se establecieron para satisfacer la escasez de la mano de obra, en la agricultura estadounidense. Es un programa unilateral. En otras palabras, el Gobierno mexicano no tiene control sobre las regulaciones, ni sobre el operativo del mismo.
Para ejecutarlo, los Estados Unidos tiene oficinas consulares en México, que atienden exclusivamente a los campesinos que van a sacar la visa temporal de trabajo del campo, la cual es expedida a solicitud de un empleador estadounidense, y por el período de tiempo que el empleador lo requiera.
Generalmente, es por los meses de siembra y cosecha que van desde los tres, hasta más o menos nueve meses.
Tanto en Estados Unidos como en México, existen oficinas especializadas, que sirven de enlace entre los trabajadores mexicanos y los empleadores.
Aunque el programa de visas H2A ha tenido varios ajustes, las injusticias de trato siguen hoy día.
Dificultades
Por más de un año, OKespañol ha sigo testigo, desde los dos lados de la frontera de las adversidades que enfrenta este grupo desprotegido de trabajadores.
Cientos de ellos comienzan su jornada, bajo condiciones inhumanas que hablan por sí solas, desde separarse de su núcleo familiar por largos períodos de tiempo, aguantar hambre, vivir en casas que no reunen ningún estándar de salubridad, trabajar largas jornadas bajo el ardiente sol, o bajas temperaturas sin un abrigo apropiado.
Cada trabajador del campo, tiene su propia historia y todas nacen bajo la mismas circunstancia: la necesidad que tienen de conseguir un trabajo mejor remunerado, sin importar las condiciones que les impongan.
El caso de José Martínez (estamos usando este nombre como seudónimo para protegerlo), quien lleva trabajando como campesino toda su vida, es casi el estereotipo de decenas de trabajadores que compartieron sus historias.
Es pleno verano, el calor se hace casi insoportable y Martínez lleva trabajando bajo el inclemente sol, por varios días.
Sus manos, toscas y fuertes, se deslizan con gran agilidad rápidamente por las ramas de los cerezos, para pizcar los frutos ya maduros y los deposita en un balde.
Comparte su historia, sin dejar de recoger las cerezas porque tiene que cumplir con la cuota del día.
Martínez nació y vivió toda su vida en Puebla, México. De niño, los alimentos escaseaban en su casa y por supuesto la ropa y las medicinas.
Vivian en una propiedad que habían heredado de sus abuelos. Escasamente terminó hasta tercero de primaria, porque desde niño le tocó ayudar a su padre a traer los alimentos para su familia.
Cuando llegó a la edad apropiada, estableció su familia y siempre tenía en mente que sus hijos iban a tener más de lo que él había tenido, y que no iban a sufrir la pobreza con la que él se había criado.
Sin embargo, el trabajo era muy escaso y lo que ganaba no le alcanzaba. Por medio de un familiar, encontró la manera de proporcionarle a su esposa y sus hijos, una estabilidad financiera.
"Uno de mis tíos me dijo que él me podía a ayudar a conseguir trabajo aquí en los Estados Unidos y pues yo enseguida me apunté" relata Martínez con una sonrisa de satisfacción.
Las gotas de sudor resbalan por su cara, pero no les hace caso y sigue pizcando cerezas y narrando su historia
Proceso complicado
Aunque las cosas parecían sencillas, no era tan fácil como se lo había imaginado. Primero, su tío le presentó el contacto para que fuera a una oficina y se presentara para ejecutar los trámites y solicitar la visa.
"Tuve que prestar dinero de mi tío, para pagar todos los gastos que se vinieron encima", dice Martínez.
"Le pagué a una persona para que me llevara a la oficina, en donde hablé con un señor y le expresé mi deseo de venirme a trabajar a los Estados Unidos".
Allí, llenaron unos formularios que acompañaron otros documentos, para llevarlos al consulado.
"En el consulado no nos atendieron inmediatamente, sino que teníamos que hacer unas filas muy largas y el calor era insoportable. Tuve que esperar otro día para ser atendido, pero finalmente lo logré".
Ya con la tarjeta visada, recibió las instrucciones a dónde tenía que dirigirse, para salir rumbo a su nuevo trabajo.
Viajó por tres días sin parar en un autobús. No tenía dinero para comprar muchas cosas, y traía un galón de agua que había comprado, antes de salir.
"Por lo menos el agua me ayudó a mantenerme vivo, si no la hubiera tenido, otra sería mi historia", continúa relatando Martínez.
Después del largo viaje, uno de sus familiares que estaba en Utah, lo recogió y lo presentaron al patrón.
Decepcion
Cuenta que esa semana se le pasó muy rápido, y que no puede olvidar la desilusión que sintió cuando recibió su primer pago.
"Aunque me llegó mucho más de lo que ganaba en México, no era lo que esperaba. Me descontaron un poco de cosas que yo no entendía", agrega Martínez.
Después con su tío averiguó, y le habían descontado por el transporte y la vivienda.
A pesar de los largos días de trabajo, de las inclemencias del tiempo, de los mosquitos picándolo y del poco dinero que recibía, Martínez se mostraba contento porque estaba ganando mucho más de lo ganaba en México, y podía enviarle dinero a su familia.
Martínez recibe su compensación, de acuerdo a lo que recoge cada día. Al hacer las cuentas de lo que recibe dividido por las horas de trabajo, está siendo remunerado mucho menos de lo que es establecido por la ley, como salario mínimo.
Irregularidades
Sin contar que es un trabajo que ningún estadounidense lo quiere hacer, que las condiciones en que trabajan son muy malas y que están sujetos a las inclemencias del clima, generalmente los trabajadores del campo reciben un pago por hora, menos de lo que exige la ley.
El programa establece que la vivienda debe ser proporcionada por el patrón, sin costo para el trabajador y que el transporte debe ser reembolsado (usinmigration.visapro.com)
A un 80% más o menos de los entrevistados, les descuentan de su cheque semanal o quincenal por la vivienda, y regularmente estas viviendas están en muy malas condiciones.
Algunos casos, no tienen un baño y no cumplen con las normas de seguridad, para prevenir catástrofes en caso de incendio o una emergencia.
Es un hecho, que las visas H2A son una solución para aquellos que quieren llegar a los Estados Unidos contratados por alguna compañía estadounidense, sin exponerse a perder la vida cruzando la frontera sin documentos apropiados, pero también, es un hecho que son muy susceptibles a la explotación, porque no existe un sistema de control de seguimiento de las normas.
Las visas H2, son una solución pasajera para los campesinos, pero es la puerta a la esclavitud moderna.
Los terratenientes
El otro lado de la moneda, es saber como ven los dueños de los cultivos, el problema de la mano de obra y los desafiós que tienen.
Curtis Rowley, quien es co-propietario de una finca en donde se cosechan manzanas y cerezas estuvo dispuesto a compartir sus frustraciones.
"He tratado de conseguir empleados locales, pero cuando vienen a la entrevista y les explico el trabajo, no vuelven", comenta Rowley.
De manera que para él poder salvar sus cultivos, tiene que contratar mano de obra extranjera.
"Los trámites son largos y costosos, se me aumenta en casi el 50% los gastos por mano de obra", agrega.
Ha contratado una firma que está localizada en California, para que le haga los trámites de visados para los empleados y no es un proceso fácil ni tampoco rápido.
En este caso, sus trabajadores gozan de un buen pago, buen trato y siempre quieren volver a trabajar con él. Otro problema que enfrenta Rowley, es la competencia en desventaja que tiene con algunos propietarios, que contratan a los campesinos que pasan la frontera sin documentos.
"Ellos pagan mucho menos que yo, y sus trabajadores están en condiciones muy malas.
Este proceso necesita una revisión, para que personas como yo, podamos operar bajo las mismas condiciones y ofrecer a los trabajadores la igualdad que ellos merecen", puntualiza .
$5,50
es el salario aproximado por hora que recibe un campesino, cuando le pagan de acuerdo al número de baldes que recoge diariamente.
CECILIA SKINNER,
801-833-2793
Coordinadora Red de Peruanos en Utah*USA*
E-mail:redperuenutah@gmail.com
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Corresponsal Red Democratica del Peru
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