"Es hora de que reinventemos el mundo y sus instituciones. ¿Por qué quedarnos atrapados a modelos gestados en tiempos y realidades tan diversas de las que vivimos? El mundo tiene que recuperar su capacidade de crear y de soñar." Lula.POR UNA EDUCACION POPULAR LIBERADORA. Foro-Red Paulo Freire-Perú
Discurso de Lula en Davos (leído por el Canciller Celso Amorin) 29.01.2010 http://www.urgente24.com/index.php?id=ver&tx_ttnews%5Btt_news%5D=136075&cHash=5d2ff24287 Mis señores y mis señoras, En primer lugar, agradezco el premio 'Estadista Global' que ustedes me están concediendo. En los últimos meses, he recibido algunos de los premios y títulos más importantes de mi vida. Con toda sinceridad, sé que no es exactamente a mi a quien están premiando - sino a Brasil y al esfuerzo del pueblo brasileño. Eso me deja aún más feliz y honrado. Recibo este premio, por lo tanto, en nombre de Brasil y del pueblo de mi país. Este premio nos alegra, pero, especialmente, nos advierte acerca de la gran responsabilidad que tenemos.
Él, aumenta mi responsabilidad como gobernante, y la responsabilidad de mi país como actor cada vez más activo y presente en el escenario mundial.
He visto, en varias publicaciones internacionales, que Brasil está de moda. Permítanme decir que se trata de una frase simpática pero inapropiada. La moda es cosa fugaz, pasajera. Y Brasil quiere ser actor permanente en el escenario del nuevo mundo. Brasil no quiere ser una novedad en un mundo viejo. La voz brasileña quiere proclamar, en voz alta y audible, que es posible construir un mundo nuevo. Brasil quiere ayudar a construir este mundo nuevo, que todos nosotros sabemos que no solamente es posible sino dramáticamente necesario, tal como quedó en claro en la reciente crisis financiera internacional - aún para aquellos que no gustan de cambios. Mis señores y mis señoras, El mirar el mundo hoy, para Brasil, es muy diferente de aquella mirada, 7 años atrás, cuando estuve por primera vez en Davos En aquella época, sentíamos que el mundo nos miraba más con dudas que con esperanza. El mundo temía por el futuro de Brasil porque no sabía el rumbo exacto que nuestro país tomaría bajo el liderazgo de un operario, sin diploma universitario, nacido políticamente en el seno de la izquierda sindical. Mi mirada del mundo, en la época, era contraria a la que el mundo tenía de Brasil. Yo creía que así como Brasil estaba cambiando, el mundo también podría cambiar. En mi discurso de 2003, yo dije, aqui en Davos, que Brasil trabajaría para reducir las disparidades económicas y sociales, profundizar la democracia política, garantizar las libertades públicas y promover, activamente, los derechos humanos. Al mismo tiempo, lucharía para acabar con su dependencia de las instituciones de crédito y buscaría una inserción más activa y soberana en la comunidad de las naciones. Mencioné, entre otras cosas, la necesidad de construir un nuevo orden económico internacional, más justo y democrático. Y comenté que la construcción de este nuevo orden no sería, apenas, un acto de generosidad sino, principalmente, una actitud de inteligencia política. Expresé, además, que la paz no sólo era un objetivo moral sino un imperativo de racionalidad. Y que no bastaba apenas con proclamar los valores del humanismo. Era necesario hacer que ellos prevalecieran, verdaderamente, en las relaciones entre los países y los pueblos. Siete años después, yo puedo mirar a los ojos de cada uno de ustedes - y, más que eso, a los ojos de mi pueblo - y decir que Brasil, aún con todas sus dificultades, hizo su parte. Hizo lo que prometió. En este período, 31 millones de brasileños entraron a la clase media y 20 millones salieron del estado de pobreza absoluta. Pagamos toda nuestra deuda externa y hoy, en lugar de ser deudores, somo acreedores del FMI. Nuestras reservas internacionales crecieron de US$ 38.000 millones a cerca de US$ 240.000 millones. Tenemos fronteras con 10 países y no nos involucramos en un solo conflicto con nuestros vecinos. Disminuimos, considerablemente, las agresiones al medio ambiente. Tenemos, y estamos consolidando, una de las matrices energéticas más limpias del mundo, y estamos caminando a convertirnos en la quinta economía mundial. Puedo decir, con humildad y realismo, que aún precisamos avanzar mucho. Pero nadie puede negar que Brasil mejoró. El hecho es que Brasil no solamente venció al desafío de crecer en lo económico e incluir socialmente, sino que probó a los escépticos que la mejor política de desarrollo es el combate a la pobreza. Históricamente, casi todos los gobernantes brasileños, gobernaron solamente para 1/3 de la población. Para ellos, el resto era un peso, un estorbo, una carga. Hablaban de arreglar la casa. Pero ¿cómo es posible arreglar un país dejando a 2/3 de su población fuera de los beneficios del progreso y de la civilización? ¿Alguna casa queda en pié si el padre y la madre relegan al abandono a sus hijos más débiles y concentran toda su atención en los hijos más fuertes y más beneficiados por la suerte? Es claro que no. Una casa así sería una casa frágil, dividida por el resentimiento y por la inseguridad, donde los hermanos se verían como enemigos y no como miembros de la misma familia. Nosotros decidimos lo contrario: que sólo había sentido en gobernar si se trataba de gobernar para todos. Y mostramos que aquello que, tradicionalmente, era considerado un estorbo, era, en verdad, fuerza, reserva, energía para crecer.
Incorporar a los más débiles y a los más necesitados a la economía y a las políticas públicas no era apenas algo moralmente correcto. Era, también, políticamente indispensable y económicamente acertado. Porque sólo arreglan la casa el padre y la madre que miran por todos, no dejan que los más fuertes abusen de los más débiles ni aceptan que los más débiles se conformen con la sumisión y con la injusticia. Una casa sólo es fuerte cuando es de todos - y en ella todos encuentran abrigo, oportunidades y esperanzas. Por eso, apostamos por la ampliación del mercado interno y el aprovechamiento de todas nuestras potencialidades. Hoy hay más Brasil para más brasileños. Con eso, fortalecemos la economía, ampliamos la calidad de vida de nuestro pueblo, reforzamos la democracia, aumentamos nuestra autoestima y amplificamos nuestra voz en el mundo. Mis señoras y mis señores, ¿Qué sucedió con el mundo en estos últimos 7 años? ¿Podemos decir que el mundo, al igual que Brasil, también mejoró? No hago esta pregunta con soberbia. Ni para provocar comparaciones ventajosas en favor de Brasil. Hago esta pregunta con humildad, como ciudadano del mundo que tiene su porción de responsabilidad en lo que sucedió - y en lo que pueda ocurrir con la humanidad y con nuestro planeta. Pregunto: ¿Podemos decir que, en los últimos siete años, el mundo caminó rumbo a la disminución de las desigualdades, de las guerras, de los conflictos, de las tragedias y de la pobreza? ¿Podemos decir que caminó, más vigorosamente, en dirección a un modelo de respeto al ser humano y al medio ambiente? ¿Podemos decir que interrumpió la marcha insensata que tantas veces parece encaminarnos hacia el abismo social, el abismo ambiental, el abismo político y el abismo moral? Puedo imaginar la respuesta sincera que sale del corazón de cada uno de ustedes, porque siento la misma perplejidad y la misma frustración con el mundo en que vivimos. Y todos nosotros, sin excepción, tenemos una porción de responsabilidad en todo eso.
En los últimos años continuamos sacudidos por guerras absurdas. Continuamos destruyendo el medio ambiente. Continuamos asistiendo, con compasión hipócrita, a la miseria y la muerte que asumieron proporciones dantescas en África. Continuamos viendo, pasivamente, aumentar los campos de refugiados por todo el mundo. Y vimos, con susto y miedo, pero sin que la lección haya sido correctamente aprendida, dónde puede llevarnos la especulación financiera. Sin, porque continúan muchos de los terribles efectos de la crisis financiera internacional, y no vemos ninguna señal concreta de que esta crisis haya servido para que repensemos el orden económico mundial, sus métodos, su pobre ética y sus procesos anacrónicos.
Pregunto: ¿Cuántas crisis serán necesarias para que cambiemos de actitud? ¿Cuántas hecatombes financieras estaremos en condiciones de soportar hasta que decidamos hacer lo que es obvio y más correcto? ¿Cuántos grados de calentamiento global, cuánto deshielo, cuánta deforestación y desequilibrios ecológicos serán necesarios para que tomemos la firme decisión de salvar el planeta? Mis señores y mis señoras, Viendo los efectos pavorosos de la tragedia de Haití, también pregunto: ¿cuántos Haitís serán necesarios para que dejemos de buscar remedios tardíos y soluciones improvisadas, al calor del remordimiento? Todos nosotros sabemos que la tragedia de Haití fue provocada por 2 tipos de terremoto: el que sacudió a Puerto Príncipe, a inicios de este mes, con la fuerza de 30 bombas atómicas; y el otro, lento y silencioso, que viene devorando sus entrañas desde hace algunos siglos.
Para este otro terremoto, el mundo cerró sus ojos y oidos. Tal como continúa con ojos y oidos cerrados frente al terremoto silencioso que destrozó comunidades enteras en África, Asia, Europa Oriental y en los países más pobres de las Américas.
¿Será necesario que el terremoto social tenga su epicentro en las grandes metrópolis europeas y norteamericanas para que podamos decidir soluciones más definitivas? Un antiguo Presidente brasileño decía, desde lo alto de su aristrocrática arrogancia, que la cuestión social era una cuestión de policía. ¿Será que eso, de forma sutil y sofisticada, es lo que dicen hasta hoy muchos países ricos, cuando persiguen, reprimen y discriminan a los inmigrantes, cuando insisten en un juego en el que tantos pierden y sólo pocos ganan? ¿Por qué no jugamos un juego en el que todos puedan ganar, aún en cantidades diversas, pero que ninguno pierda en lo esencial? ¿Qué es lo imposible en eso? ¿Por qué no caminamos en esa dirección, de forma consciente y deliberada y no empujados por crisis, por guerras y por tragedias? ¿Será que la humanidad sólo puede aprender por el camino del sufrimiento y del rugir de fuerzas descontroladas?
Otro mundo y otro camino son posibles. Basta conque lo querramos. Y precisamos hacerlo mientras hay tiempo. Mis señores y mis señoras, Me gustaría repetir que la mejor política de desarrollo es el combate a la pobreza. Esta también es una de las mejores recetas para la paz. Y aprendimos, el año pasado, que también es un poderoso escudo contra la crisis. Esta lección que aprendió Brasil es válida para cualquier parte del mundo, rica o pobre. Eso significa ampliar oportunidades, aumentar la productividad, ampliar mercado y fortalecer la economía. Eso significa mudar las mentalidades y las relaciones. Eso significa crear fábricas de empleo y de ciudadanía.
Sólo somos exitosos en nuestras tareas cuando recuperamos el papel del Estado como inductor del desarrollo y no nos dejamos aprisionar en trampas teóricas – o políticas – equivocadas sobre el verdadero papel del Estado. En los últimos 7 años, Brasil creó casi 12 millones de empleos formales. En 2009, cuando la mayoría de los países vio disminuir los puestos de trabajo, tuvimos un saldo positivo de cerca de 1 millón de nuevos empleos. Brasil fue uno de los últimos países en entrar en la crisis y uno de los primeros en salir. ¿Por qué? Porque habíamos reorganizado la economía con fundamentos sólidos, con base en el crecimiento, en la estabilidad, en la productividad, en un sistema financiero saludable, en el acceso al crédito y en la inclusión social. Y cuando los efectos de la crisis nos comenzaron a alcanzar, reforzamos, sin titubear, los fundamentos de nuestro modelo y dimos énfasis a la ampliación del crédito, a la reducción de impuestos y al estímulo del consumo.
En la crisis quedó probado, una vez más, que son los pequeños quienes están construyendo la economía de gigante en Brasil. Este, tal vez, sea el principal motivo del éxito de Brasil: creer y apoyar al pueblo, los más débiles y los pequeños. En verdad, no estamos inventando la rueda. Fue con esta fuerza motriz que Roosevelt recuperó la economía estadounidense después de la gran crisis de 1929. Y fue con ella que Brasil venció preventivamente a la más reciente crisis internacional. Pero, en los últimos 7 años, nunca actuamos en forma improvisada. La gente sabía hacia dónde quería caminar. Organizamos la economía sin bravatas y sin sustos, pero un foco muy claro: crecer con estabilidad y con inclusión.
Implantamos el mayor programa de transferencia de riqueza del mundo, la Bolsa Família, que hoy beneficia a más de 12 millones de familias. Y lanzamos, al mismo tiempo, el Programa de Aceleración del Crecimiento, el PAC, el mayor conjunto de obras simultáneas en las áreas de infraestructura y logística de la historia del país, en el cual ya fueron invertidos US$ 213.000 millones y que alcanzará, al final del año 2010, a un total de US$ 343.000 millones.
Vuelvo al punto central: estuvimos siempre atentos a las políticas macroeconómicas pero jamás nos limitamos a las grandes líneas. Tuvimos la obsesión de destrabar la máquina de la economía, siempre mirando hacia los más necesitados, aumentando el poder de compra y el acceso al crédito de la mayoría de los brasileños.
Creamos, por ejemplo, grandes programas de infraestrutura social volcados exclusivamente a los más pobres. Es el caso del programa Luz para Todos, que llevó energia eléctrica al campo, para 12 millones de personas y se mostró como un gran propulsor de bienestar y un fuerte activador de la economía. Por ejemplo: para llevar energia eléctrica a 2 millones y 200.000 residencias rurales, utilizamos 906.000 de cable, lo suficiente para dar 21 vueltas al planeta Terra. En contrapartida, esas familias, que pasaron a tener energía eléctrica en sus casas, compraron 1,5 millón de receptores de TV, 1,4 millón de heladeras y cantidades enormes de otros equipos. Las diversas líneas de microcrédito que creamos, sea para la producción, sea para el consumo, tuvieron igualmente gran efecto multiplicador. Y enseñaron a los capitalistas brasileños que no existe capitalismo sin crédito.
Para que ustedes tengan una idea, solamente con la modalidad de "crédito consignado", que tiene como garantía el contracheque de los trabajadores y jubilados, llegamos a hacer girar en la economía más de R$ 100.000 millones por mes. Las personas toman préstamos de US$ 50, US$ 80, para comprar vestimenta, material escolar, etc., y esto ayuda a activar profundamente la economía.
Mis señoras y mis señores, Los desafíos enfrentados, ahora, por el mundo, son mucho mayores que los enfrentados por Brasil. Con cambios de prioridades y reordenamientos de modelos, el gobierno brasileño está consiguiendo imponer un nuevo ritmo de desarrollo a nuestro país. El mundo, en tanto, necesita de cambios más profundos y más complejos. Y ellos serán aún más difíciles cuanto más tiempo dejemos pasar y cuanto más oportunidades desechemos. El encuentro del clima, en Copenhague, es un ejemplo de ello. Allí la humanidad perdió una gran oportunidad de avanzar, con rapidez, en defensa del medio ambiente. Por eso esperamos que lleguemos con espíritu abierto al próximo encuentro, en México, y que encontremos salidas concretas para el grave problema del calentamiento global.
La crisis financiera también mostró que es preciso un cambio profundo en el orden económico, que privilegie la producción y no la especulación. Un modelo, como todos saben, donde el sistema financiero se encuentre al servicio del sector productivo y donde haya regulaciones claras para evitar riesgos absurdos y excesivos. Pero todo eso son sintomas de una crisis más profunda, y de la necesidad de que el mundo encuentre un nuevo camino, libre de los viejos modelos y de las viejas ideologías.
Es hora de que reinventemos el mundo y sus instituciones. ¿Por qué quedarnos atrapados a modelos gestados en tiempos y realidades tan diversas de las que vivimos? El mundo tiene que recuperar su capacidade de crear y de soñar.
No podemos retardar soluciones que apuntan para una mejor gobernanza mundial, donde gobiernos y naciones trabajen en favor de toda la humanidad. Precisamos de un nuevo papel para los gobiernos. Y digo que, paradójicamente, este nuevo papel es el más antiguo de todos: la recuperación del papel de gobernar. Nosotros somos elegidos para gobernar y tenemos que gobernar. Pero tenemos que gobernar con creatividad y justicia. Y hacer eso ya, antes que sea tarde. No soy apocalíptico ni estoy anunciando el fin del mundo. Estoy lanzando un grito de optimismo. Y diciendo que, más que nunca, tenemos nuestros destinos en nuestras manos. Y toda vez que manos humanas mezclaron sueño, creatividad, amor, coraje y justicia, ellas consiguen realizar una tarea divina de construir un nuevo mundo y una nueva humanidad.
Muito obrigado. ( Muchas gracias)
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