edicion 2118 25Feb10
Fuentes y Dilemas
Puesto que el periodismo de investigación tiene como propósito averiguar la verdad de asuntos complejos, frecuentemente oscuros y hostiles a la revelación, sus métodos deben equilibrar la azarosa dialéctica de avanzar el conocimiento sin transgredir la ética.
Pese a que existe la experiencia acumulada de centenares de casos célebres o notorios a través de más de cien años de periodismo de investigación, lo cierto es que cada caso plantea, en diverso grado, problemas propios y decisiones singulares.
Muchos dilemas surgen en la relación de los periodistas con sus fuentes. No se trata de un problema que concierna solo al periodismo sino, de hecho, a toda actividad dedicada a conseguir información de otras personas. Espías, epidemiólogos, antropólogos, encuestadores, policías: cada cual desde su perspectiva trata de lograr la información relevante o necesaria de fuentes dispuestas o renuentes, creíbles o no confiables.
En el caso del periodismo, en especial el de investigación, uno de los problemas principales estriba en obtener información que la fuente no tiene ninguna obligación de dar. Usualmente el periodista no tiene otro beneficio tangible que ofrecer que la publicación del caso, la propalación de lo informado. En algunos países, sobre todo en Europa, se paga por información que tenga valor para el medio, pero en general y especialmente en periodismo investigativo, se considera que no debe pagarse por ninguna información.
Entonces, y teniendo en cuenta que muchas veces las fuentes que dan información de importancia para una investigación exigen total anonimato y protección de identidad sin fisuras, ¿cuál es el interés que suelen tener para tomar el riesgo de compartir información cuyo conocimiento dañará intereses frecuentemente poderosos y a veces dispuestos a la represalia?
Hay ocasiones en las que las fuentes deciden informar por indignación moral, por rabia o por asco ante ciertas realidades que conocen y no pueden impedir. Hacer público lo que saben resulta la única forma de intentar algún grado de justicia.
Estos casos son la minoría. Quizá suman más de lo que uno pudiera suponer, pero aún así son los menos.
La mayor parte de las fuentes informa por un interés determinado. Son pocas las que lo declaran abiertamente (aunque las hay); y de hecho un número muy alto esgrime la razón de la indignación moral, aunque sea evidente que no se trate de eso sino de intereses específicos.
Por ejemplo, si durante la mayor parte del año, las informaciones sobre la conducta (y especialmente la inconducta) de oficiales de las Fuerzas Armadas y de la PNP, son más bien trabajosas de obtener, a partir del mes de octubre y hasta fin de año, se inicia una fiebre de anónimos denigratorios, de unos jefes u oficiales contra otros, que inunda las redacciones. La razón es el proceso de ascensos, pases al retiro, nombramientos. Para ganar lo uno y evitar lo otro, todo vale, menos la pelea abierta. Desde esa fecha y hasta fines de diciembre los cuchillos salen detrás de las cortinas, vuelan los dardos emponzoñados, se asestan las calumnias más tóxicas, en la lucha sin cuartel por eliminar al competidor. Y en medio del desesperado veneno, a veces llega información importante, de real valor, que puede llevar a una investigación trascendente. Luego, a partir de enero, con los procesos institucionales concluidos, los anónimos cesan bruscamente y entran en latencia por los siguientes 10 meses.
Entonces, todo periodista aprende pronto que la mayor parte de las fuentes entrega información para servir un interés determinado; y aprende también que, por desgracia, la mejor información no proviene precisamente de los adalides de la virtud pública o privada.
Pero luego de excluir a las hermanas de la congregación de la madre Teresa del listado de fuentes promisorias, la variedad, la heterogeneidad suele ser muy grande. Y el rango va desde el típico mando medio que combina el resentimiento personal con el desengaño de expectativas e ideales o el asco ante los latrocinios de sus jefes, hasta fuentes aparentemente excelentes pero que tratan de imponer un contrato fáustico de excepcional usura, como fue el caso de Vladimiro Montesinos.
Montesinos fue fuente privilegiada de diversas publicaciones. Durante los años 80 –cuando no estaba en el poder– tuvo una relación muy cercana con las revistas Kausachum primero y Oiga después. A comienzos de los 90, convertido ya en asesor de Fujimori y temeroso de las investigaciones de CARETAS sobre su influencia, trató de ofrecerse –a través de intermediarios– como una fuente excepcionalmente valiosa. Él iba a tener acceso a la mejor información, mandó decir (lo cual era verdad), puro lomo fino. La podía suministrar a cambio de buen trato. CARETAS retrucó pidiéndole una entrevista. Montesinos respondió con su primera demanda judicial y el resto es historia.
Montesinos manipuló a las publicaciones que lo tuvieron como la súper fuente. Cuando éstas reaccionaron (tanto Kausachum como Oiga, en momentos diferentes), y lo denunciaron, ya era tarde.
Montesinos fue un caso extremo (llegó a ser en los hechos el más importante director de medios en la historia del Perú); pero en circunstancias más normales hay una tensión frecuente entre periodista y fuente por conducir y manejar la información. Y cuanto mayor sea la asimetría entre fuente y periodista, mayor será (implícita o explícitamente), la presión.
¿Qué pasa cuándo existe amistad entre la fuente y el periodista? Puedo hablar a partir de la experiencia, y no solo por el caso de los portatropas revelado por IDL-Reporteros. Cuando uno ha trabajado por muchos años en la cobertura e investigación de temas determinados, es inevitable desarrollar amistad con ciertas fuentes. Personas que, por ejemplo, proporcionaron información valiosa cuando eran capitanes todavía idealistas, a quienes se volvió a encontrar como comandantes o coroneles abrumados por el peso de sus deberes y el conocimiento de lo que pasaba dentro de su institución y a quienes se ve ahora como generales en lucha por el comando y el poder. Son fuentes valiosas, pero con una fuerte agenda propia. Esperan que los ayudes y se sienten decepcionados cuando no lo haces.
No siempre es posible decirlo con franqueza brutal, pero yo recomiendo hacerle entender cuanto antes a la fuente, que el deber y la responsabilidad del periodista es con la información y no con quien la da. Si alguien proporciona una o varias informaciones importantes buscando utilizarlo como parte de un proceso de presión o negociación, el deber del periodista es seguir y desarrollar la información hasta llegar a la revelación mayor, la conclusión lógica de los hechos. Eso colisiona frecuentemente con los intereses de la persona o grupo que dio el dato inicial para un uso limitado. Si llega a haber una disyuntiva entre la amistad y la investigación, se concluye ésta aunque se acabe con aquélla. Por eso los periodistas veteranos suelen tener más conocidos que amigos.
En un oficio tan penetrado por la corrupción lobiísta y mermelera, como sucede con el periodismo hoy, mantener claras las reglas y la práctica de la relación apropiada con las fuentes y el manejo íntegro de la información, requiere ser más explícito (aun a riesgo de rudeza), más alerta a los gestos y más exigente con los límites.
Pero a la vez, todo periodista de investigación debe saber que casi toda la buena información que consiga provendrá de otras personas. Y si no les puede ofrecer nada que no sea una investigación profunda de los datos que le aportan y la capacidad de escucharlos y comprenderlos, más vale que el periodista desarrolle la empatía de un psicoterapeuta, la perspicacia de un confesor y una trayectoria de fidelidad a su mandato, porque sin poder dar nada más tendrá siempre mucha información que pedir.
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