Wednesday, May 19, 2010

[RED DEMOCRATICA] CRONICAS.:El indio, la antropofagia y el Manifiesto Antropófago (2) Nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos”.

 

El indio, la antropofagia y el Manifiesto Antrop�fago de Oswald de Andrade

Mariano Dubin

Universidad Nacional de La Plata / Universidad Nacional de San Mart�n
marianodubin@hotmail.com


���
Localice en este documento

Resumen: El presente art�culo analiza las representaciones del indio y la antropofagia en el Manifiesto Antrop�fago de Oswald de Andrade. En tal sentido se buscar� entender lo novedoso de dichas representaciones indagando algunos discursos coloniales sobre el indio y la antropofagia; la situaci�n del indio en la cultura brasile�a y en el siglo XX y la situaci�n est�tica de la cultura brasile�a de principios del siglo XX.
Palabras clave: Manifiesto Antrop�fago - Oswald de Andrade - vanguardia - indio - antropofagia

El presente art�culo analizar� las representaciones del indio y la antropofagia que aparecen en el Manifiesto Antrop�fago (1928) de Oswald de Andrade. Asimismo se indagar� distintas representaciones del indio y la antropofagia en la cultura brasile�a, ya que se busca, por una parte, reconstruir las condiciones de producci�n cultural contempor�neas que puedan enmarcar el an�lisis sobre el Manifiesto. En tal sentido se considerar�n, tambi�n, obras del siglo XV y XVI que versan en parte sobre la antropofagia y que funcionar�an como pre-textos del Manifiesto.

Posteriormente, se abordar� en c�mo el indio y la antropofagia se convierte en el Manifiesto Antrop�fago en una propuesta para constituir una nueva identidad nacional basada en una revoluci�n doble: moral, la instauraci�n de la antropofagia, y social, la instauraci�n del Matriarcado.

I. La antropofagia en los discursos coloniales

La antropofagia de los indios americanos fue un tema recurrente en la literatura colonial. A trav�s de ella se construyo un tipo de representaci�n sobre el indio. Este topos puede ser iniciado con el mismo Col�n [1], que en sus Diarios la describe como usual entre los indios antillanos. En la �carta de Jamaica�, que data de 1503, anuncia que una de las caracter�sticas de los indios caribes es la antropofagia. Esta apreciaci�n, sin embargo, ha sido puesta en duda. Distintos autores han considerado que no hay pruebas contundentes para afirmar que los Caribes fuesen can�bales [2]. En cambio s� se poseen pruebas fehacientes de las filantr�picas maneras de comunicaci�n que implement� Col�n con los indios. En caso que el conquistador considerara que los indios merec�an un castigo ordenaba que les cortasen las narices, las manos o las orejas. Estas flagelaciones est�n enraizados con su discurso sobre los indios: hombres - en caso que alcanzasen el estadio de hombre ya que suele en sus Diarios ubicarlos al ras de la Naturaleza- que carecen de cultura, lengua, ley y religi�n.

La antropofagia fue tambi�n uno de los temas tratados en la discusi�n que confront� a mediados del siglo XVI a Juan Gin�s de Sep�lveda con Bartolom� de Las Casas. Los dos pensadores cruzaron opiniones acerca de la naturaleza del indio y, principalmente, de la legitimidad de la Corona espa�ola para conquistar y gobernar a los mismos. Sep�lveda aseguraba que la guerra hacia los indios era justa. Su idea central, basada en la lectura de la Pol�tica de Arist�teles, era que por naturaleza hab�a hombres destinados a mandar y otros a obedecer. Los indios, visiblemente, estaban destinados a obedecer. En su obra Democrates alter (1547) ejecuta cuatro razones que justifican dicha guerra. La segunda raz�n es desterrar el crimen de comer carne humana. De esta misma manera ya se hab�a expresado Francisco de Vitoria en De templanza (1538) cuando justific� la intervenci�n militar y gubernativa sobre Las Indias por la antropofagia de los originarios. Aseguraba, siendo cr�dulo �l o cr�dulo el lector, que no era para condenar la antropofagia sino para proteger a los inocentes de tales pr�cticas.

Las opiniones vertidas por Sep�lveda en otras esferas de la conducta ind�gena no eran m�s condescendientes. Citemos a su escrito �Del reino y los deberes del rey�, donde hace examen de los indios:

�� son m�s b�rbaros de lo que uno se imagina, pues carecen de todo conocimiento de las letras, desconocen el uso del dinero, van casi siempre desnudos, hasta las mujeres, y llevan fardos sobre sus espaldas y en los hombros, como animales (�) aqu� est�n las pruebas de su vida salvaje, parecida a la de los animales: sus sacrificios execrables y prodigiosos de v�ctimas humanas a los demonios; el que coman carne humana; que entierren vivas a las mujeres de los jefes con sus maridos muertos, y otros cr�menes semejantes.� (Castro-Klar�n, 1997:167)

Bartolom� de Las Casas, en cambio, postul� la imposibilidad de encontrar argumentos v�lidos a la intervenci�n sobre los originarios. No hab�a motivo alguno que justificase la imposici�n de un nuevo pr�ncipe a un pueblo que no lo avalaba. Elabora una audaz justificaci�n de los sacrificios humanos con ejemplos b�blicos [3]. En el Antiguo testamento, desarrolla, Dios ordena a Abraham a inmolar a su �nico hijo, Isaac. Tambi�n, finalmente, el mismo Jes�s hab�a sido sacrificado por el Dios padre. Acerca del canibalismo retoma el caso de unos espa�oles que impulsados por la imperante necesidad se hab�an comido el muslo y el h�gado de unos compatriotas.

En estos �ltimos tres autores el tema del indio queda supeditado a la aceptaci�n o no de la leg�tima intervenci�n de la corona espa�ola sobre los indios. Tanto Vitoria como Sep�lveda son de la opini�n resuelta de que s�. En cambio, Las Casas piensa que la relaci�n de la corona con los indios se debe dar por el consentimiento libre de estos �ltimos. As� lo desarrolla en su tratado de las doce dudas (1566.)

Abordemos ahora algunas apreciaciones que nos han quedado sobre la antropofagia en el Brasil. Piagafetta arguy� haber visto can�bales en las costas del Brasil por 1525. Pero fue la experiencia vivida, unas d�cadas ulteriores, por Hans Staden la que instaur� la representaci�n de los indios can�bales en Brasil. Staden sufri� un cautiverio entre los Tupinamba (que significa en lengua aut�ctona: guerreros t�os o parientes del Tup�.) Staden describi� la manera en que cay� en cautiverio, las costumbres de los indios y alg�n ejemplar de la fauna encontrada.

La obra de Staden se imprimi� por primera vez en alem�n, en Marburgo hacia 1557. La misma fue acompa�ada por peque�os grabados. Lo m�s llamativo tanto en lo escrito como en los grabados - digamos: lo que posibilit� su traducci�n del alem�n a varios idiomas: lat�n, portugu�s, ingl�s, franc�s, portugu�s, castellano, etc.- fueron las piezas sobre antropofagia. La misma, explica el autor, se debe a su condici�n ontol�gica: �No lo hacen por hambre, sino por grande odio y envidia�� (Staden,1946: 226). [4]

Otro de los europeos que confront� con los indios fue Am�rico Vespucio, marino italiano que casualmente nos leg� su nombre por sus escritos y cartograf�as sobre el �nuevo mundo�, que describe las bellas mujeres Tup�. La imagen can�bal es otra: ciertas figuras, particularmente desnudas mujeres, recuperan una bella forma. No obstante, se llega a considerar esta belleza a trav�s de par�metros neoclasicistas, o sea, seg�n los par�metros de bellezas fijados en la cultura grecolatina. Asimismo, el calvinista Jean de L�ry, en 1578, en su recorrido por el Brasil encuentra a los cuerpos de las mujeres Tup� ciertamente bellos como asimismo sus actitudes morales. Sus cuerpos, agrega, no despiden malos olores ya que se ba�an a diario. En cuanto a la antropofagia la entiende a trav�s de un c�digo de honor medieval [5].

Es justo detenernos en este punto: todo intento de justificaci�n o de explicaci�n de la antropofagia ind�gena se hace a trav�s de valores y normas europeos. Si el desprecio al indio se hace a trav�s de una normativa occidental, el circunstancial elogio se hace tambi�n desde esta normativa occidental [6]. Ser�a el franc�s Michel Montaigne, en su ensayo �Des cannibales�, quien llevara a cabo el m�s acabado elogio etnocentrista a los originarios americanos. As� para excusar la antropofagia recurre a los estoicos Crispo y Zen�n. Recurramos a la explicaci�n de Todorov sobre el mismo:

�El juicio de valor positivo se fundamenta en el equ�voco, en la proyecci�n sobre el otro de una imagen propia o, m�s exactamente, de un ideal del yo, encarnado, para Montaigne, en la civilizaci�n cl�sica. Lo cierto es que el otro jam�s es percibido ni conocido. Lo que Montaigne elogia, no son los �can�bales�, sino sus propios valores.� (Todorov, 1989: 63)

Todas las opiniones vertidas en estos autores precedentes durante el transcurso del siglo XV y XVI, exceptuando parte de la obra de Bartolom� de las Casas, muestran una misma ra�z ideol�gica: el etnocentrismo. Definamos, entonces, esta categor�a, recuperando una definici�n vertida por el ya citado

Todorov en Nosotros y los otros:

�� consiste en el hecho de llevar, indebidamente, a la categor�a de universales los valores de la sociedad a la que yo pertenezco.� (Todorov, 1989: 21)

Sin embargo, se debe se�alar que estas ideas no caen en el vac�o. Son, efectivamente, correlato de la conquista y el genocidio a las poblaciones originarias. El desprecio al indio (principalmente en Col�n y Sep�lveda) es consecuente con la pr�ctica militar del Imperio.

Consideramos a los textos presentados como pre-textos del Manifiesto Antrop�fago porque construyen un tipo de discurso acerca del indio y, por lo tanto, cierta constituci�n de un imaginario sobre el indio, en donde la antropofagia ocupa un papel relevante, que ser� reelaborado por el citado manifiesto. En tal sentido, entendemos, que el Manifiesto Antrop�fago no crea un nuevo imaginario sobre el indio sino que reescribe, invierte y radicaliza el arquetipo constituido por estos pre-textos.

II. El indio en la cultura brasile�a

El indio cumpli� un papel fundamental en la constituci�n de las modernas naciones latinoamericanas (Adorno, 1992: 48). Brasil, obviamente, no es excepci�n. En cuanto a la importancia demogr�fica ind�gena correspondiente a la constituci�n nacional brasile�a traemos a consideraci�n las categor�as desarrolladas por Darcy Ribeiro que cataloga al Brasil como un pueblo nuevo [7]. Lo que quiere decir que son formados:

�� por la conjunci�n y amalgama de etnias originalmente muy diferenciadas, logradas bajo condiciones de dominio colonial desp�tico impuesto por los agentes locales de sociedades m�s desarrolladas.� (Darcy Ribeiro, 1985:21)

Los pueblos nuevos se forman por la conjunci�n tripartita de europeos, negros e indios. La cultura resultante en estos pueblos no fue ya totalmente ni ind�gena, ni europea, ni africana: manteniendo rasgos originarios de las tres se conforma un sistema nuevo. En cuanto a la naci�n brasile�a la matriz cultural Tup�-guaran� fue fundamental y determinante de esta nueva cultura. En su estado primog�nito, como etnia independiente al estado nacional, ocuparon casi toda la costa atl�ntica de Sudam�rica y varias regiones interiores. Fue en sus territorios donde se instalaron originalmente espa�oles y portugueses. De all� nacieron los primeros mestizos, a quienes los indios aportaron su lengua - utilizada durante los dos primeros siglos de la conquista lusa- y las herramientas para transformar la naturaleza americana.

Para mediados del siglo XVI aparecen los primeros ingenios dedicados al comercio de palo tint�reo (pau-brasil). Se trat� de adscribir, entonces, al indio al sistema de trabajo esclavo. Sin embargo este �ltimo intento fracas�. Se desarroll� una nueva poblaci�n constituida por mestizos- mamelucos- en la costas san vicentina, bahiana, pernambucana y carioca. La matriz Tup� y europea, portuguesa, determin� a esta nueva cultura. El mameluco hered� del indio, como aclaramos, los modos de adaptaci�n a la selva tropical. As� lo entiende Ribeiro:

�� estos nuevos n�cleos humanos pudieron surgir, sobrevivir y crecer en condiciones tan dif�ciles y en un medio tan distinto del europeo, gracias a que aprendieron del indio a dominar la naturaleza tropical. Para los colonos los indios fueron sus maestros, gu�as, remeros, le�adores, artesanos, cazadores y pescadores; y por sobre todo esto, las indias constituyeron los vientres que engendrar�an una vasta prole mestiza que ser�a, en el tiempo, la gente de la tierra.� (Ribeiro,1985:205)

Esta rauda adaptaci�n al nuevo medio fue posible por el estadio productivo en que se encontraban los Tup�, que ya hab�an logrado un siglo antes de la llegada luso-hisp�nica la revoluci�n agr�cola, cosechando as� diversos alimentos. Este influjo sobre la nueva nacionalidad brasile�a se evidencia claramente en los encuentros selv�ticos, ocasionados durante el siglo XX, entre poblaciones Tup� independientes al estado nacional y colonos brasile�os. As� lo narra Ribeiro:

�En efecto, la sociedad brasile�a, sobre todo en su faz rural, conserva un evidente aspecto Tup�, reconocible en los modos de garantizar la subsistencia y en diversos aspectos de la cultura. Esa semejanza a�n hoy sorprende a cada sertanejo que se acerca a un grupo Tup�, al ver que cultivan las tierras, preparan los alimentos y los consumen del mismo modo que ellos mismos, al reconocer el gran n�mero de expresiones comunes para designar las cosas y al verificar que ambos participan de muchas concepciones de lo sobrenatural.� (Ribeiro, 1985:220)

El intento de esclavizar a los indios, como aclaramos, fracas�. El ingreso de esclavos negros devino apremiante. As� fue el caso de San Pablo. Esta cultura mixturada por varias etnias se denomin� caipira. La econom�a, en una primera instancia desarrollada hacia la miner�a, se centr� en las grandes fazendas del caf�. Las grandes fazendas fueron ocupando paulatinamente- y en constante guerra- nuevas tierras pertenecientes a los indios. Tal fue el marco general del destino de los indios latinoamericanos: la poblaci�n originaria, poseedora de envidiables riquezas, a fuerza de guerras asim�tricas y nuevas enfermedades, fue descendiendo demogr�ficamente. El descenso poblacional abrumador de los originarios brasile�os as� lo confirma.

Remarcamos, sin embargo, con cierta insistencia, que en la constituci�n de la naci�n brasile�a cumple un rol fundamental la matriz ind�gena, principalmente la Tup�-guaran�. Esta insistencia se debe a que no avalamos ninguna percepci�n del mundo originario latinoamericano como una alteridad extrema, acaso como la percibieron nuestros conquistadores o como la percibe un coleccionista, ya que parte de esa alteridad (y por lo tanto deja de ser una alteridad) es parte constitutiva del sujeto latinoamericano.

II. El indio en el siglo XX.

Desde finales del siglo XIX, al un�sono de las grandes ciudades latinoamericanas, San Pablo se moderniz� y recibi� una profusa inmigraci�n europea.

�A comienzos del siglo XX se instalan las primeras centrales hidroel�ctricas en R�o de Janeiro y en S�o Paulo, con las cuales surgir�an la iluminaci�n el�ctrica, los servicios de transporte urbano, el tel�grafo, el tel�fono, el equipo mec�nico de los puertos; servicios explotados por empresas extranjeras. (�) adem�s servicios urbanos de abastecimiento de agua y de obras de saneamiento. Se extiende adem�s la vacunaci�n obligatoria contra la viruela. A partir de 1920 se difunden el autom�vil y el cami�n.� (Ribeiro, 1985:261)

Obviamente este proceso no se desarrolla independientemente sino de una manera (neo)colonial, es decir, seg�n las necesidades de econom�as exteriores de extraer materias primas y crear mercados para ingresar sus productos manufacturados pero, principalmente, por la apropiaci�n de los recursos naturales y de las estructuras econ�micas del pa�s a trav�s de empresas ligadas a aquellas econom�as for�neas. As� ilustra Ribeiro los n�meros de la inmigraci�n brasile�a:

�Brasil recibi� de 1850 a 1925 cerca de 3 millones de inmigrantes, las dos terceras partes de las cuales se dirigieron al estado de S�o Paulo.� (Ribeiro, 1985:262)

Esta modernizaci�n paulista y por ende crecimiento demogr�fico se puede ejemplificar con una apreciaci�n de Levi-Strauss sobre San Pablo:

�En 1935, los habitantes de San Pablo se enorgullec�an de que en su ciudad se construyera, como t�rmino medio, una casa por hora.� (Levi - Strauss, 1976:82)

No obstante, Oswald de Andrade, un ciudadano de la megal�polis paulista, pudo otear desde un atelier de Par�s un Brasil primitivo. �De d�nde surg�a ese Brasil? Si por una parte surg�a de un pasado remoto, pero tambi�n at�vico, por otro lado surg�a de dos fen�menos contempor�neos: por un lado, las tribus indias que a�n no hab�an sido reducidas al control del Estado nacional y por otra, todas las marcas de la cultura nacional que inevitablemente remit�an a la cultura india.

Definir la identidad originaria en el siglo XX con todos los cambios operados en las econom�as, las culturas y las sociedades latinoamericanas es un desaf�o te�rico. Frente a las m�ltiples posibilidades hemos aceptado la definici�n de Ribeiro, que es una definici�n restringida, pero que nos posibilita a abordar el tema del indio en el Manifiesto Antrop�fago. Por lo tanto descartar�amos una definici�n de tipo racial que incluir�a a millones de brasile�os que no podr�an ser definidos as� por el resto de sus caracter�sticas ni tampoco una definici�n �culturalista� que registrara como indio a quien conserve elementos culturales de origen precolombino y nuevamente abarcar�a a millones de brasile�os que no suelen definirse a si mismo como indios. Retomamos la definici�n de Ribeiro:

�Ind�gena es, en el Brasil de hoy, esencialmente, aquella parte de la poblaci�n que presenta problemas de inadaptaci�n a la sociedad brasile�a en sus diversas variantes, motivados por la conservaci�n de costumbres, h�bitos o meras lealtades que la vinculan con una tradici�n precolombina. O a�n, m�s ampliamente: indio es todo individuo reconocido como miembro de una comunidad de origen precolombino que se identifica como �tnicamente distinta de la nacional y es considerada por la poblaci�n brasile�a con la que est� en contacto.� (Ribeiro, 1977: 85)

En el Brasil del siglo XX la poblaci�n originaria sigui� sufriendo el avasallamiento pol�tico, militar y bacteriol�gico que han sufrido todas las poblaciones originarias desde la conquista. De los ciento cinco grupos ind�genas aislados de la sociedad brasile�a hacia 1900 s�lo permanecieron treinta y tres hacia 1957. Tambi�n se redujeron los grupos que pose�an contacto intermitente de cincuenta y siete a veintisiete. En el caso de San Pablo, que es el que inmediatamente nos ata�e, la poblaci�n ind�gena sufri� duros embates del Estado brasile�o. Desaparecieron lenguas del estado como la Ot� [8] y las poblaciones ind�genas, aisladas, desaparecieron.

Los cambios operados en la econom�a paulista por la modernizaci�n afect� violentamente a los indios Kaing�ng. Su poblaci�n se redujo radicalmente entre los a�os citados de 1200 a 87. Los Kaing�ng, perteneciente al grupo J�, fueron a principios del siglo XX derrotados tanto militarmente como moralmente por el Estado brasile�o. Sus tierras ocupadas fueron loteadas y vendidas por un senador que nunca hab�a pisado las mismas. Cercados a un estrecho espacio de lo que hab�a sido su extenso territorio perdieron inevitablemente su antiguo estilo de vida. La eliminaci�n de su medio de subsistencia, la caza, fue el primer eslab�n de su pronta disminuci�n demogr�fica. Encerrados entre profusas fazendas y una de las zonas de mayor densidad demogr�fica del pa�s (pensemos que para 1928 la sola ciudad de San Pablo hab�a superado el mill�n de habitantes.) Las nuevas enfermedades los cerc� a�n m�s.

Las palabras hechas para todos, que los pueblos tallan para dejar cuenta de su experiencia, describieron el inusitado horror en su ancestral lengua. Una nueva palabra: cofuro, la tos y el carraspero inusitados, surgi� inmediatamente del contacto directo con los brasile�os y fue ocupando prevaleciente toda la lengua de los Kaing�ng . La gripe epid�mica los despobl�. Los Kaing�ng que fueron pacificados hacia 1912 eran hacia 1953 un pueblo casi desaparecido: s�lo uno de sus pobladores superaba los sesenta a�os.

Pero no solo a trav�s de antiguas poblaciones ind�genas cercenadas al Interior del Brasil pudo encontrar Oswald de Andrade al primitivo, ese que era para la vanguardia europea un ser ex�tico, remoto, digamos: de existencia inveros�mil. En la misma San Pablo se encontraban vestigios de las culturas ancestrales, inclusive, entre el cambio imparable que la ciudad era part�cipe. No obstante los indios en la ciudad eran casi nulos. Al menos as� lo relata Levi- Strauss:

�En San Pablo, los domingos pod�an dedicarse a la etnograf�a. No ciertamente entre los indios de los suburbios, sobre los cuales me hab�an prometido el oro y el moro; en los suburbios viv�an sirios o italianos, y la curiosidad etnogr�fica m�s cercana, que quedaba a unos 15 kil�metros, consist�a en una aldea primitiva cuya poblaci�n harapienta traicionaba un cercano origen germ�nico, con su cabello rubio y sus ojos azules; en efecto, alrededor de 1820 grupos de alemanes se instalaron en las regiones menos tropicales del pa�s. Aqu� (�) se perdieron y confundieron con el miserable paisanaje local�� (L�vi-Strauss, 1976: 91)

El antrop�logo franc�s, m�s claramente, encuentra distintos vestigios de la cultura india en los mercados de los barrios populares, atendidos por negros, ubicados en el centro de la ciudad paulista:

�... mesti�os, cruza de blanco y de negro, los caboclos, de blanco y de indio y los cafusos, de indio y de negro. Los productos en venta conservaban un estilo m�s puro: peneiras, tamices de harina de mandioca, de factura t�picamente india, (�) abanicos para avivar el fuego, heredados tambi�n de la tradici�n ind�gena�� (L�vi-Strauss, 1976: 94)

As� describe Antonio Candido el papel de las culturas �primitivas�, incluyendo a la afrobrasile�a, en el Brasil:

�En el Brasil las culturas primitivas se mezclan a la vida cotidiana, o son reminiscencias a�n vivas de un pasado reciente. Las terribles osad�as de un Picasso, un Brancusi, un Max Jacob, un Tristan Tzera, eran, en el fondo, m�s coherentes con nuestra herencia cultural que con la de ellos. La naturalidad con que frecuent�bamos el fetichuismo negro, los canhgas los ex-votos, la poes�a folkl�rica, nos predispon�a a aceptar y asimilar procesos art�sticos que en Europa representaban una ruptura profunda con el medio social y las tradiciones espirituales.� (Andrade, 1981:IX)

Pero regresemos al indio que remite el Manifiesto Antrop�fago �Qu� tan lejos estaban de la ciudad de San Pablo, reducidos los Kaing�ng, las tribus que manten�an su independencia del Estado nacional? Dej�mosle responder a Claude L�vi-Strauss:

�No se necesitaban m�s de veinticuatro horas de viaje para alcanzar, m�s all� de la frontera del Estado de San Pablo marcada por el r�o Paran�, la gran selva templada y h�meda (�) hasta 1930 m�s o menos hab�a permanecido pr�cticamente virgen; a excepci�n de las bandas ind�genas que a�n erraban por all� y de algunos pioneros aislados�� (L�vi-Strauss, 1976: 105)

Hemos recurrido a la sucinta descripci�n de los Kaing�ng como a la situaci�n de los indios en el Brasil para demostrar la cercan�a geogr�fica pero tambi�n cultural que pudo poseer Oswald de Andrade, como cualquiera de sus contempor�neos, frente a la alteridad india. Remarcamos el pudo ya que en este sentido el proyecto est�tico del manifiesto, como luego desarrollaremos, queda trunco: ni se logra encontrar las caracter�sticas propias de aquella alteridad, ya que se le proyectan caracter�sticas europeas, ni se intenta encontrar cu�nto de esa alteridad subsiste- podr�amos aclarar: se desarrolla- en el actual brasile�o.

IV. Revista de Antropofagia

Si en la d�cada del �10 en Europa pulularon las revistas de vanguardia, en la d�cada siguiente en Latinoam�rica, principalmente en las grandes ciudades, a ra�z de este movimiento europeo, se produjeron revistas que promovieron las nuevas corrientes est�ticas.

San Pablo fue una de las grandes urbes latinoamericanas donde se inscribieron, adem�s de las ef�meras revistas de vanguardia, todo tipo de producci�n vanguardista [9]. La producci�n cultural fue atiborrada por manifiestos, obras, pinturas, salones y grupos que adher�an a este fen�meno. En 1922, por ejemplo, se hab�a constituido la c�lebre Semana de Arte Moderno, de gran repercusi�n en todo el Brasil.

La Revista de Antropofagia surge en esta ciudad en el a�o 1928 y va a marcar un viraje, tanto ideol�gico como est�tico, con la producci�n est�tica anterior. Contrasta con las anteriores publicaciones literarias de vanguardia por su recuperaci�n de temas locales, por su indagaci�n acerca de la identidad nacional y por su sesgo marcadamente pol�tico [10]. Esta aseveraci�n se comprueba comparando la Revista de Antropofagia con otra revista paulista, Klaxon, de los a�os inmediatamente anteriores. Klaxon apareci� en el a�o 1922. Atenta a la novedad europea intent� difundir distintos �ismos� con la participaci�n de varios cronistas extranjeros. Privilegiando, por lo tanto, la importaci�n est�tica y la divulgaci�n del material extranjero. Revista que podr�amos definir por su ideario cosmopolita. Otro punto divergente con la Revista de Antropofagia que era seg�n Jorge Schwartz: �parca en material proveniente del extranjero� (Schwartz, 2002: 64)

El nuevo peso alcanzado por la tem�tica nacional -en especial la tem�tica ind�gena- en la producci�n vanguardista no era exclusivo en el tratamiento dado por la Revista de Antropofagia. Citemos a otros casos resonantes, aunque divergentes en la propuesta est�tica o ideol�gica, como el de Mario de Andrade, que publica en 1928 su c�lebre novela Macuna�ma, o el del grupo Anta, que publica, para esta �poca, su Manifiesto del verde-amarillismo.

El t�tulo de la revista consignaba la nueva concepci�n aut�ctona: la antropofagia. Oswald de Andrade tom� contacto con este concepto a trav�s de un cuadro que le regal� la pintora Tarsila do Amaral. El nombre del cuadro se bautizar�a con Abaporu, que significa antrop�fago en lengua Tup�.

La revista transcurri� en dos etapas. En la primera se publicaron diez n�meros de manera aut�noma. La segunda, en cambio, que dur� diecis�is n�meros, se public� dentro del Di�rio de S�o Paulo. En su fundaci�n participaron Oswald de Andrade, Raul Bopp y Alc�ntara Machado. Mario de Andrade, por su parte, particip�, en la primer etapa de la revista, con alg�n art�culo.

En el primer n�mero de esta revista aparece el mentado Manifiesto Antrop�fago y estampado en el medio de la p�gina un boceto de Tarsila do Amaral con la imagen del antrop�fago.

A diferencia de la tradici�n colonial luso-hisp�nica, la antropofagia emerge como un concepto positivo. Se lo intent� utilizar para recuperar una nueva voz del indio o un nuevo concepto del mismo que lo ubique, tanto en la tradici�n est�tica brasile�a como en la historia brasile�a, en un nuevo status, a trav�s de una est�tica de vanguardia. Este nuevo papel del indio era claramente perceptible en cuanto al tema de la conquista. Como rezaba una frase de la revista, los indios afirmaban al ver a los colonizadores: �L� vem a nossa comida pulando� (Schwartz 1999:25)

La frase discute la mirada (hist�rica) con la que se ha discurrido acerca del �descubrimiento� de Am�rica. En este sentido, tal lo afirma Jorge Schwart, la frase replantea la siguiente cuesti�n: �Qui�n ha descubierto a qui�n? Confirma esta tem�tica un poema publicado en la revista que versaba:

�Festejar el d�a 11 de Octubre, el �ltimo d�a
de Am�rica libre, pura, descolombizada.�

Se registraban, continuando esta tem�tica antrop�faga, ciertos relatos hist�ricos. Verbigracia, el de Hans Staden, sobreviviente de los indios Tupinambas en el siglo XVI. Oswald de Andrade, que fue el impulsor de la revista, en sus distintas estad�as europeas hab�a conocido a los movimientos art�sticos de vanguardia y su tratamiento sobre el tema can�bal Por lo tanto, tanto la antropofagia como el intento de recuperar al indio, parad�jicamente, no surgen de un contacto directo con la realidad nacional. Ley� los manifiestos futuristas, que luego fue difusor en el Brasil. Filippo Marinetti, que en 1909 hab�a publicado su Manifiesto Futurista, hab�a abordado tal tem�tica. La tem�tica can�bal tambi�n hab�a sido abordada por el pintor surrealista Francis Picabia, que edit� una revista intitulada Cannibale hacia 1920, y por el poeta Blaise Cendrars, entre otros. El caso m�s recordado ser� sin lugar a dudas el de uno los precursores de la vanguardia francesa, Alfred Jarry, en sus obras de Pap� Ub�.

No podemos dejar de mencionar el inter�s surgido por parte de la vanguardia acerca de las culturas primitivas. En ese caso son centrales las pinturas de Pablo Picasso que recuperan los tipos de m�scaras africanos. Sin embargo lo que a las vanguardias europeas les podr�a surgir ex�tico, tanto la antropofagia como las culturas primitivas, a un latinoamericano le podr�a parecer cotidiano. Expres�ndolo de otra manera dir�amos que nosotros podr�amos ser esa cultura que a los europeos les parec�a ex�tica y primitiva.

Por una parte, la antropofagia, aparentemente, era parte de la historia del Brasil y por otra, las culturas ind�genas, tribales, se manten�an, aunque d�bilmente, aparte del estado nacional. Frente a esta seguridad Oswald produjo algo muy distinto a lo hecho por la vanguardia europea. Paulo Prado describe esta anagnorisis nacional en suelo europeo:

�Oswald de Andrade, en un viaje a Par�s, desde lo alto de un atelier de la Place Clichy - ombligo del mundo- descubri�, deslumbrado, su propia tierra.� (Schwartz 2000:54)

V. El Manifiesto Antrop�fago

El Manifiesto Antrop�fago, en consonancia con la Revista de Antropofagia, va a privilegiar la reflexi�n de car�cter nacional, recuperando de manera novedosa a los sujetos nacionales, espec�ficamente al indio, en contraposici�n a la est�tica de revistas cronol�gicamente anteriores, como la ya citada Klaxon. Citemos a Jorge Schwartz:

�� la Revista de Antropofagia surge respaldada por un s�lido argumento que va a privilegiar la reflexi�n del car�cter nacional. Una vez que los �ismos� han sido debidamente deglutidos e incorporados a la tem�tica nacional, ello se torna posible.� (Schwartz, 2002:105)

No obstante Oswald de Andrade ya ven�a elaborando una nueva est�tica que ir�a moldeando su incipiente �conciencia nacional� Este proceso puede darse inicio con su manifiesto de la poes�a �Pau-Brasil� de 1924:

��su poes�a �Pau Brasil�, tal la bautizara el propio Oswald, determinado a no imitar m�s los modelos europeos. (�) decide incorporar lo extranjero a su texto, para realizar una obra de exportaci�n. De ah� la met�fora de devorar en forma antrop�faga la cultura ajena, y de ah� el connotativo t�tulo �Pau Brasil�, materia prima de exportaci�n durante la �poca de la colonia (�) el viaje al extranjero provoca en Oswald un verdadero proceso de anagn�risis de lo nacional.� (Schwartz, 2002:65)

La est�tica de vanguardia, eminentemente urbana, surgi� hist�ricamente en los grandes conglomerados urbanos; Oswald es consciente de su ubicaci�n en la producci�n de discursos: la de un artista, aclaremos: un peque�o burgu�s, en la megal�polis paulista. Por lo tanto no fuerza la impostura de la nostalgia de un mundo perdido - el natural o tribal- que no es el suyo o desde la negaci�n a los cambios surgidos por la modernizaci�n, que son inevitables, sino m�s bien el modo en que esos cambios deben timonearse y m�s precisamente qui�n debe timonearlos:

�El contacto con el Brasil Caribe. O� Villegaignon print terre. Montaigne. El hombre natural. Rousseau. De la Revoluci�n Francesa al Romanticismo, a la Revoluci�n Bolchevique, a la Revoluci�n Surrealista y al b�rbaro tecnizado de Keyserling. Caminamos.� (Andrade, 1981:68)

La l�nea hist�rica est� trazada: desde el Brasil tribal, cercenado por el colonialismo, pasando por las grandes revoluciones del mundo occidental, hasta el resurgimiento del brasil tribal, el b�rbaro, en conjunto con la t�cnica moderna: el b�rbaro tecnizado. Si planteamos lo anteriormente expuesto en un marco dial�ctico, tal lo formular� el mismo Oswald en La crisis de la filosof�a mesi�nica, dir�amos que por una parte est� la tesis, el hombre natural (personificada en el indio Tup�), por otra parte est� la ant�tesis, el hombre civilizado (personificado en los lastres pol�ticos y culturales de la Colonia pero tambi�n en la tecnolog�a moderna) y, finalmente, la s�ntesis superadora que se personifica en el b�rbaro tecnizado.

No se intenta recuperar, entonces, al indio desde una est�tica rom�ntica como la que hab�a efectuado, en el siglo XIX, Jos� de Alencar en O guaran�. De �sta manaba un indio tranquilo, pac�fico, ingresado melifluamente a la civilizaci�n [11]. Se promueve, en cambio, otro indio: el salvaje. Pero no ciertamente como un indio geogr�fico. No remite a los Tup� o los Caribes de una zona contempor�nea del Brasil. Es un indio que funciona como arquetipo de lo que puede ser la naci�n brasile�a. Es el acabado desarrollo de una identidad latente, a�n irresoluta, pero claramente identificable, que posee todo brasile�o:

�Fue que nunca tuvimos gram�ticas, ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental. Holgazanes en el mapamundi del Brasil.
(�)
�nunca admitimos el nacimiento de la l�gica entre nosotros� (Andrade, 1981:68)

El tema nacional y, precisamente, de identidad nacional que aparece en el manifiesto es tambi�n tema candente de la Revista de Antropofagia: �La brasilidad es un topos diseminado por todos los n�meros de la revista.� (Schwartz, 1999:60) Efectivamente la reflexi�n de car�cter nacional se va a cristalizar en la palabra antropofagia. La antropofagia titula la revista donde se publica el manifiesto. Antropofagia adjetiva al manifiesto. Asimismo el boceto de Amaral que acompa�a al mismo es el de un antrop�fago. �qu� nos revela esta antropofagia? Por un lado, diagnostica los distintos elementos de una cultura brasile�a ab�lica y (neo)colonial, que repite los modelos extranjeros, econ�micos y culturales, y por otro lado muestra la posibilidad -superadora- de una nueva cultura: la cultura antrop�faga[12]. As� comienza el manifiesto: �S�lo la antropofagia nos une. Socialmente. Econ�micamente. Filos�ficamente.� (Andrade, 1981:67). Analicemos ese pronombre personal en plural, �nos�, que complementa al verbo unir. No remite a los indios. Remite al brasile�o moderno. Si hist�ricamente, como hemos dado cuenta anteriormente, la violencia hacia el indio se construy� desde un discurso moral (referente a la antropofagia), Oswald invierte dicha concepci�n: la antropofagia no es s�lo positiva sino que es lo que los constituye como brasile�os. En tal sentido, se descubrir�a a la antropofagia como un proceso de identidad cultural. Para reafirmar este viraje de la identidad brasile�a aclara en el tercer p�rrafo: �Tup�, or not tup� that is the cuestion� (Andrade, 1981:67).

Esta identidad antrop�faga que promueve el manifiesto deviene de la aceptaci�n de ser Tup�. En este marco la superaci�n a la nueva identidad se logra a trav�s del parricidio cultural. Se debe comer a los padres impostores que trajo la Colonia. De esta manera la nacionalidad que dibuja el manifiesto es precolombina o, al menos, posee un origen precolombino. Asi lo expresa: �Antes de que los portugueses descubrieran Brasil, el Brasil ya hab�a descubierto la felicidad.� (Andrade,1981: 71) Completando este sentido: �Contra las historias del hombre que comienzan en el Cabo Finisterre.� (Andrade, 1981:70). En este Brasil primog�nito - anterior al Brasil moderno- ya se habr�a alcanzado un estadio superior de civilizaci�n. Un tipo de edad dorada [13]: el Matriarcado. Este sistema social, que desde categor�as marxistas podr�amos definirlo como un comunismo primitivo, se contrapone al impuesto por la Colonia, el patriarcado. Posteriormente, Oswald de Andrade en La crisis de la filosof�a mesi�nica, su tesis de grado para la Universidad de San Pablo, defin�a as� esta contradicci�n:

��todo se remite a la existencia de dos hemisferios culturales que dividir�n la historia en Matriarcado y Patriarcado. Aquel es el mundo del hombre primitivo. Este, el del civilizado. Aquel produjo una cultura antropof�gica, �ste una cultura mesi�nica.� (Andrade, 1981:177)

La antropofagia fue, aparentemente, entre los indios Tup� una ceremonia guerrera donde se inmolaba al enemigo valiente apresado en combate. Sin embargo, Oswald recupera esta idea desde la misma tradici�n occidental, desde la obra de Sigmund Freud, Totem y tab�. Freud elabora una hip�tesis que explicar�a el paso de un estado natural a otro social, es decir, el paso de la Naturaleza a la Cultura. Este paso estar�a determinado por el parricidio del padre tir�nico por sus hijos.

La cultura occidental se presenta como la necesaria v�ctima de este nuevo parricidio. El estado primario ya pose�a todo lo positivo: �Ya ten�amos el comunismo. Ya ten�amos la lengua surrealista.� (Andrade, 1981:69). La llegada de la Colonia acaba con este tiempo �ureo. Imper�, entonces, el tiempo de las prohibiciones, el tiempo del tab� [14]. Esta cultura colonizadora est� personificada en distintos personajes hist�ricos: El padre Vieira, el rey portugu�s Juan VI y su corte, Goethe, etc. El padre Vieira es utilizado como s�mbolo de la cultura colonial lusitana: quiso catequizar a los indios. Promovi�, tambi�n, la reducci�n de indios amaz�nicos en aldeas misionales. Es por eso que el manifiesto vitupera: �Contra la verdad de los pueblos misioneros� (Andrade, 1981:70). Vieira produjo una prol�fica obra: Cartas, Sermones, etc. Pero tambi�n es inculpado en el manifiesto de la situaci�n de dependencia econ�mica del pa�s, ya que produjo el primer empr�stito:

�Contra el Padre Vieira. Autor de nuestro primer pr�stamo, para ganar comisi�n (�) Vieira dej� el dinero en Portugal y nos trajo la labia.� (Andrade,1981:68)

El manifiesto expone un correlato entre la importaci�n econ�mica y la cultural. Vieira es el culpable de traer una conciencia intempestiva a las tierras brasile�as. Contra ella tambi�n ataca nuestro autor: �Contra todos los importadores de conciencia enlatada.� (Andrade, 1981:68) El ataque de Oswald es doble. Ataca tanto al nivel superestructural de la dependencia (cultura, moral, literatura, etc.) como estructural (econ�mico.) No obstante, hay que recalcar que no lo hace entendiendo a un nivel dependiendo mec�nicamente del otro. El planteo del manifiesto- en consonancia al viraje pol�tico de la vanguardia europea- no es, entonces, estrictamente literario, en caso de que pensemos lo literario como una esfera aut�noma. El manifiesto exhorta a un planteo mayor. Por un lado de reforma superestructural para una liberaci�n moral:

�Contra la realidad social, vestida y opresora, puesta en catastro por Freud- la realidad sin complejos, sin locura, sin prostituciones y sin penitenciar�as del matriarcado de Pindorama.� (Andrade, 1981:72)

En este Matriarcado, asimismo, tambi�n est� formulado un planteo pol�tico. Por una parte de independencia nacional: �Nuestra independencia a�n no fue proclamada� (Andrade, 1981:72). Por otra de revoluci�n social: �Ya ten�amos el comunismo (�) La edad de oro� (Andrade, 1981:69). �C�mo se lograr� este nuevo Brasil pregonado? �C�mo se recuperar� ese estado benefactor y c�mo se superar� la herencia colonial? A trav�s de una nueva revoluci�n, mayor que todas las revoluciones occidentales: �Queremos la revoluci�n Caribe. Mayor que la Revoluci�n francesa� (Andrade,1981:68).

Esta revoluci�n tendr�a su antecedente en la deglutaci�n por los indios del Obispo Sardinha. Oswald, atento a que toda gran revoluci�n suele marcarse por una cambio del calendario [15], tal si el nuevo tiempo de la urbe se plasmase en un nuevo tiempo del orbe, anota un nuevo calendario para el Brasil. �ste comienza con un hecho antrop�fago: la deglutaci�n del obispo. Asimismo se vuelve a nombrar a los territorios brasile�os con sus denominaciones originarias. En Col�n encontramos, en cambio, el comienzo de una tradici�n colonizadora que tambi�n se plasma en la toponimia: se ignora los nombres originarios de los lugares conquistados y se bautizan los lugares supuestamente v�rgenes con nuevos nombres. Oswald hace la operaci�n contraria: recupera la toponimia originaria, como un proceso m�s de la descolonizaci�n cultural. Ahora Brasil es Pindorama y San Pablo, Piratininga. As� est� fechado el manifiesto: �En Piriting�. A�o 374 de la degluci�n del obispo Sardinha� (Andrade, 1981:72). Este �ltimo hecho tiende a demostrar que el hombre originario, el indio antrop�fago, sobrevivi� frente al avasallamiento de la civilizaci�n. La explicaci�n de este hecho se resuelve con el humor recurrente del manifiesto: �Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue un carnaval. El indio vestido de senador del Imperio� (Andrade,1981:69).

La persistencia identitaria se vislumbra de diversos modos. Uno de ellos es el tratamiento aut�ctono de la religi�n:

�Nunca fuimos catequizados. Vivimos a trav�s de un derecho son�mbulo. Hicimos que Cristo naciera en Bah�a. O en Belem do Par�.� (Andrade,1981:70)

Si Bel�n (Jordania) fue cuna de Jesucristo poco importa. La cultura brasile�a necesita un Cristo amaz�nico y por eso nace en una ciudad de marcada influencia india como Belem de Par�. El manifiesto intentar� ubicar la cultura brasile�a en un nuevo lugar dentro de la constituci�n mundial. As� lo describe Benedito Nunes:

�Pela reabertura do manancial de rebeldia que alimentou, da revolu��o burguesa ao surrealismo, um ciclo de transforma��es do mundo, de que o movimento antropf�gico seria o �ltimo elo, inverter�amos a dire��o da historia, pondo-nos � frente da caminhada mundial que come�ou em Villegaignon para levar-nos ao matriarcado de Pindorama.� (Andrade, 1981:XXIX-XXX)

La antropofagia, pues, traer�a un nuevo sujeto social, el b�rbaro tecnizado, un nuevo orden social, el Matriarcado y un nuevo lugar de Brasil en el mundo, ya no sujeto a la sujeci�n pol�tico-cultural del (neo)colonialismo. El mundo surge desde una �ptica brasile�a: �Sin nosotros Europa ni siquiera tendr�a su pobre declaraci�n de los derechos humanos� (Andrade,1981:68). No es una negaci�n vacua de la tradici�n occidental sino su utilizaci�n de manera original y no reproductiva. Por lo tanto el manifiesto no tiene inconvenientes de utilizar tanto el ingl�s o el franc�s como el Tup�-Guaran�, o de nombrar utilizando una nomenclatura india y de recuperar mitos indios (Guarac�, v�bora-v�bora, etc.) junto a escritores centrales de la tradici�n occidental (Montaigne, Rousseau, Freud, etc.)

Por lo anterior expuesto podemos sintetizar nuestro an�lisis del manifiesto de la siguiente manera. Por un lado, se recupera cierta identidad nacional brasile�a, que estar�a fundada en el origen indio y que persistir�a f�rreamente. Esta identidad estar�a sufriendo la coerci�n de un modelo pol�tico y cultural expresado en el Patriarcado. La liberaci�n y natural desenvolvimiento de la originaria identidad se resolver�a a trav�s del Parricidio, o sea, la eliminaci�n de aquellos resortes (culturales y pol�ticos) coercitivos. La nueva instancia superadora mostrar�a al b�rbaro tecnizado: el brasile�o que ha podido resolver su identidad nacional y pol�tica, a trav�s de la restauraci�n del Matriarcado, y que utiliza la tradici�n occidental seg�n sus necesidades.

VI. Proyecci�n y limitaci�n del Manifiesto Antrop�fago

En la d�cada del �30 Oswald de Andrade relee negativamente su Manifiesto Antrop�fago. Aunque algo intempestivo marca con precisi�n cierta paradoja que se da en el texto. En el pr�logo a Serafin Pointe Grande asegura:

�La situaci�n �revolucionaria� de esta bosta mental sudamericana se presentaba as�: lo contrario del burgu�s no era el proletario �sino el bohemio!� (Andrade, 1981:75)

Estemos o no de acuerdo con las consecuencias pol�ticas que se desprenden de su postulado, podremos coincidir que en el Manifiesto Antrop�fago late esta escisi�n: un proyecto tan vasto como el que propone- una revoluci�n de �ndole moral y social- se presenta de manera ingenua en la autoridad de su yo l�rico. El manifiesto propone una revoluci�n social que reponga los valores originarios. Sin embargo, no se apela al ind�gena contempor�neo y a su experiencia (cultural y pol�tica) para la gran revoluci�n Caribe. Mucho menos se apela a otros exponentes de las clases populares (criollos, afrobrasile�os, inmigrantes, etc.) Peor a�n: la aparici�n del indio esta codificada por una construcci�n textual heredada de la Colonia. Si bien Oswald, en 1927, hab�a viajado a la selva amaz�nica y hubiera podido haber estrechado alg�n v�nculo con la poblaci�n originaria, �sta aparece totalmente enfocada desde par�metros europe�stas. Ciertamente el sujeto social al que apela el manifiesto, el indio Tup� o Caribe, est� deliberadamente omitido en su situaci�n moderna. La nueva moral propuesta proviene m�s de una lectura freudiana que del rescate de una moral popular. Asimismo no discute la bibliograf�a producida (desde la Colonia) acerca del indio, con lo cual le endilga una caracter�stica al indio, la antropofagia, que es imprecisa. Sin embargo, se podr�a arg�ir que la antropofagia debe tomarse de una manera metaf�rica. En todo caso, el indio que debe ser par�metro de la identidad nacional tiene m�s de europeo que de indio. Finalmente, esta limitaci�n se podr�a generalizar a gran parte de la experiencia vanguard�stica brasile�a. As� lo describe Alejandra Mailhe:

�Al abordar la representaci�n de los sectores populares, la vanguardia modernista reactualiza los t�picos e ideolog�as heredados, aunque invirtiendo las connotaciones miserabilistas asignadas por la tradici�n�� (Mailhe 1984:50)

Los postulados pol�ticos expuestos en el manifiesto han sido criticados desde la izquierda. Ya hemos recuperado la opini�n del Oswald �comunista�. Observemos a un contempor�neo suyo, el bahiense Jorge Amado, que a�os posteriores reflexionaba sobre el modernismo:

�Si estudi�s el modernismo, ves que es un movimiento de clase que nace en la �rbita de grandes propietarios del caf�. Formalmente, el modernismo es una transposici�n en el Brasil de los movimientos que surgieron en Europa despu�s de la primera guerra: cubismo, dada�smo, surrealismo�. Esos movimientos influyeron en los j�venes paulistas de la gran burgues�a: Oswald de Andrade, hijo de un gran hacendado, muy rico (�) El modernismo fue patrocinado por los hombres ricos de San Pablo, como Paulo Prado�� (Amado 1991:58)

Explay�ndose sobre la vinculaci�n del modernismo con los centros del poder aclara:

�Es toda la riqueza del caf� la que patrocin� el modernismo, incluso abri�ndole las p�ginas de sus diarios: el Correio Paulistano, �rgano del Partido Republicano paulista, de grandes latifundistas; el Diario de S�o Paulo, que public� la famosa Revista de Antropofagia. Todo eso sucede en los grandes diarios de la burgues�a paulista. Son personas que ten�an un desconocimiento considerable del pueblo�� (Amado 1991:59)

No tan beligerante, pero en gran parte coincidente, Mario de Andrade opinaba en una visi�n retrospectiva del movimiento

�El modernista era n�tidamente aristocr�tico. Por su car�cter de juego arriesgado, por su esp�ritu aventurero al extremo, por su internacionalismo modernista, por su nacionalismo embravecido, por su gratuidad antipopular, por su dogmatismo prepotente�� (Schwartz, 2000:64-65)

No obstante, deber�amos preguntarnos si las limitaciones est�ticas y pol�ticas de Oswald no estaban dentro de los l�mites de su �poca y de su clase. Observemos, por ejemplo, el caso del Partido Comunista Brasile�o. No era claro, a�n, dentro de su producci�n te�rica la situaci�n que deb�a cumplir el indio en la revoluci�n nacional. Sin embargo, el an�lisis de los partidos comunistas acerca de Latinoam�rica no era a�n m�s exhaustivo. As� lo demuestra la precariedad de los an�lisis expuestos sobre temas centrales (los afroamericanos, los ind�genas, las naciones, la estratificaci�n social, etc.) en la Primera Conferencia Comunista Latino Americana (Ferreira, 2004 y Vargas, 1999). El dirigente de la Internacional Comunista, Jules Humbert-Droz, asegur� en dicha conferencia que muchos de los participantes reci�n hab�an descubierto Latinoam�rica.

En tal sentido podemos finalizar que la limitaci�n del Manifiesto Antrop�fago de no poder interpelar a una identidad originaria no sobrecargada de preconceptos (a�n presa de cierto etnocentrismo de raigambre europea) es limitaci�n general de gran parte de la intelectualidad de la �poca. Por otro lado, Oswald estuvo siempre preocupado por la dependencia econ�mica y cultural de su pa�s. Esto lo llevo a sus postulados antrop�fagos y, luego, a su afiliaci�n y posterior rechazo, por anquilosada ideolog�a, al Partido Comunista Brasile�o. Elabor� distintas respuestas para superar la dependencia cultural, pol�tica y econ�mica de Latinoam�rica. Estas respuestas mantienen ciertamente su vigencia hist�rica. Como el mismo expuso en un reportaje:

�� necesitamos desvespuciar y descolombizar a Am�rica y descabralizar al Brasil (la gran fecha de los antrop�fagos: 11 de Octubre, es decir, el �ltimo d�a de Am�rica sin Col�n).� (Schwartz 2000: 90)

Notas

[1] �No hay duda que el complejo can�bal tiene su primera inscripci�n en los diarios de Col�n y la carta del Dr. Chanca.� (Castro-Klar�n, 1997:196).

[2] Distintos autores sostienen este razonamiento. Williams Arens afirma: �cannibalism is a myth generated to enslave or otherwise opress hostile others��. Por su parte, Phillip Boucher afirma: ��Europeans created the myth of the Carib as ferocious, insatiable cannibals.� (Castro-Klaren, 1997: 195).

[3] El pensamiento de Bartolom� de Las Casas evolucion� hacia lugares impensados para los m�rgenes de su tiempo. Citemos a Rolena Adorno: �Las Casas y sus colaboradores segu�an defendiendo los derechos de los se�ores aut�ctonos ante el rey y Las Casas lleg� a proponerle al monarca espa�ol el abandono de las indias.� (Adorno, 1992:63.)

[4] La detallada descripci�n antrop�faga es la siguiente: �Cuando ya est� desollado, un hombre lo toma y le corta las piernas por encima de las rodillas, y tambi�n los brazos (�) Despu�s le abren los costados, separan el espaldar de la parte delantera y lo reparten entre s�; pero las mujeres guardan los intestinos, los hierven y del caldo hacen una sopa (�) Comen los intestinos y tambi�n la carne de la cabeza, los sesos, la lengua y lo dem�s que tenga son para las criaturas.� (Staden, 1946: 239-242).

[5] La improbable antropofagia descubierta por L�ry parece m�s bien una transposici�n de cierta tradici�n occidental: �La antropofagia de Herodoto, la antropofagia de las bacantes, y la antropofagia del �wildMan� del medioevo.� (Castro-Klar�n, 1997: 202).

[6] Estar�amos exceptuando a Bartolom� de Las Casas que, tal lo define Todorov en su obra La conquista de Am�rica. El problema del otro, produjo una incipiente concepci�n �perspectivista�, intentando recuperar los valores construidos por los indios a trav�s de sus propios valores.

[7] Darcy Ribeiro, en su obra Las Am�ricas y la civilizaci�n, define tres pueblos arquet�picos de Am�rica: los pueblos testimonios, de los cuales ser�an representantes, entre otros, los mexicanos, los guatemaltecos, los bolivianos y los peruanos; los pueblos nuevos, la formaci�n m�s general seg�n el autor, que son representados, entre varios, por los pueblos brasile�os, chilenos, venezolanos y colombiano; y los pueblos transplantados que son ejemplificados por los pueblos argentinos, uruguayos y norteamericanos.

[8] En otros estados el fen�meno fue similar. Ejemplifiquemos, arbitrariamente, con dos zonas distintas: del sur del Mato Grosso desaparecieron las lenguas Ofai� y Guat� y de Bah�a las lenguas Kumba, k�n y Patax�.

[9] En Brasil se utiliza la categor�a modernista para nombrar a la vanguardia. En el presente art�culo se ha utilizado el t�rmino vanguardia. No obstante, la ocasional utilizaci�n de la categor�a modernista refiere a esta acepci�n del t�rmino.

[10]. El viraje pol�tico de parte de la vanguardia brasile�a coincide con los cambios operados en la vanguardia europea. En 1929 Andr� Bret�n publica el Segundo manifiesto surrealista donde alinea la literatura junto a la pol�tica revolucionaria.

[11] �� la Revista de Antropofagia renueva la imagen del indio, no ya con funci�n decorativa - t�pica del romanticismo brasile�o- , sino con funci�n agresiva y renovadora: la de deglutir lo europeo, para asimilar tot�micamente sus valores. El programa antropof�gico trasciende la mera especulaci�n est�tica, para lanzarse a un amplio proyecto revolucionario, que tiende, en �ltima instancia, a la transformaci�n social.� (Schwartz, 2002:104)

[12] Retomo esta idea de Benedito Nunes: �Como s�mbolo da devora�ao, a Antropofagia � a um tempo, met�fora, diagn�stica e terap�utica: met�fora org�nica (�) diagn�stico da sociedade traumatizada pela repress�o colonizadora que lhe condicionou o crescimiento, e cujo modelo ter� sido a repress�o de pr�pria antropofagia ritual pelos Jesuitas, e terap�utica, por medio dessa rea��o violenta e sistem�tica, contra os mecanismos sociais e pol�ticos, os h�bitos intelectuais, as manifesta��es liter�rias e art�sticas, que at� � primeira d�cada do s�culo XX, fizeram do trauma repressivo, de que a Catequese constituiria a causa exemplar, uma inst�ncia censora�� (Andrade, 1971:XXV-XXVI).

[13] Carlos Astrada describe la concepci�n de la edad de oro: �Tenemos una antiqu�sima concepci�n que afirma que en el comienzo existi� una �edad de oro�, un estado paradis�aco de perfecci�n. Con relaci�n a este estado inicial, todo ulterior desarrollo ser�a una continua decadencia (�) Es de hacer notar que esta concepci�n no s�lo se ofrece en la cultura m�tica, sino tambi�n en la cultura informada por el logos.�. (Astrada, 1969.4).

[14] En La crisis de la filosof�a mesi�nica Oswald caracteriza con precisi�n tanto el Matriarcado como el Patriarcado. El Matriarcado se constitu�a as�: ��la sociedad no se divid�a en clases. El Matriarcado se fundamentaba en una triple base: el hijo por derecho materno, la propiedad com�n del suelo y el estado sin clases, o sea, la ausencia de Estado.� (Andrade, 1981:68.) Mientras que el Patriarcado se describ�a as�: ��el hijo por derecho paterno, la propiedad privada del suelo y el Estado de clase.� (Andrade, 1981:180).

[15] Como aconteci� con el advenimiento al poder de Julio Cesar en la Rep�blica Romana, con la Revoluci�n Francesa y la Revoluci�n Rusa.

Bibliograf�a

Adorno, Rolena (1992): �Los debates sobre la naturaleza del indio en el siglo XVI: textos y contextos� en Revista de estudios hisp�nicos, Letras Coloniales, Universidad de Puerto Rico, Facultad de Humanidades.

Amado, Jorge (1991): Jorge Amado. Conversaciones con Alice Raillard, Buenos Aires, Emec�.

Andrade, Oswald de (1981): Obra escogida, Caracas, Biblioteca Ayacucho.

Astrada, Carlos (1969): El marxismo y las escatolog�as, Buenos Aires, Juarez Editor.

Garc�a Canclini, Nestor (1984): Ideolog�a y cultura. Buenos Aires, UBA.

Castro-Klar�n, Sara (1997): �Corpo-rizaci�n tup� y L�ry y el Manifiesto Antrop�fago� en Revista de Cr�tica Literaria Latinoamericana, a�o XXIII, n� 45. Lima-Berkeley.

Ferreyra, Silvana (2004): �El debate sobre el problema del indio en la I Conferencia Comunista Latinoamericana� en Problemas latinoamericanos en los siglos XIX y XX, Mar del Plata, Ediciones Su�rez.

Freud, Sigmund (1948). �Totem y Tab�� en Obras Completas, Tomo II. Madrid, Biblioteca Nueva.

Koning, Hans (1991). Col�n. El mito al descubierto, Buenos Aires, Ediciones de la Flor.

L�vi-Staruss, Claude (1976). Tristes tr�picos, Buenos Aires, Eudeba.

Mailhe, Alejandra (2004). �F�bulas de la transculturaci�n en Macuna�ma. Una lectura cr�tica del modernismo brasile�o�. En Rivas, Ricardo Alberto y Rodr�guez, Rodolfo Alberto. Problemas latinoamericanos en los siglos XIX y XX, Mar del Plata, Ediciones Su�rez.

��(2005). �Un viaje por los pliegues del sujeto. Del consumo a la aprehensi�n del �otro� en O turista aprendiz�. En Revista Orbis Tertius, La Plata, Ediciones al margen.

Mart�nez Sarasola, Carlos (2005): Nuestros paisanos los indios, Buenos Aires, Emec�.

Nunes, Benedicto (1971): �Introducci�n� en Oswald de Andrade. Do Pau - Brasil � Antropofagia, R�o de Janeiro, Edit�ra Civiliza�ao Brasileira.

Ribeiro, Darcy (1977): Fronteros ind�genas de la civilizaci�n, M�xico, siglo veintiuno editores.

��(1985): Las Am�ricas y la civilizaci�n, Bs. As, Centro Editor de Am�rica Latina.

Schwartz, Jorge (1999). �De lo est�tico a lo ideol�gico: Klaxon y Revista de Antropofagia�. En Sosnowski, Sa�l (editor) LA CULTURA DE UN SIGLO. Am�rica Latina en sus revistas, Bs. As, Alianza.

��(2000):Las vanguardias latinoamericanas. Textos program�ticos y cr�ticos, M�xico, Fondo de Cultura Econ�mica.

��(2002): Vanguardia y Cosmopolitismo en la D�cada del Veinte, Rosario, Beatriz Viterbo.

Staden, Hans (1946): Viajes y cautiverio entre los can�bales, Buenos Aires, Nova.

Todorov, Tzvetan (1991): La conquista de Am�rica. El problema del otro, M�xico, siglo veintiuno editores.

��(1989): Nosotros y los otros, M�xico, siglo veintiuno editores.

Taunay, Alfonso (1947): San Pablo en el siglo XVI, Buenos Aires, Biblioteca de autores brasile�os.

Vargas, Otto (1999) El Marxismo y la revoluci�n argentina, tomo II, Buenos Aires, Editorial Agora.

Mariano Dubin 2010

Esp�culo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero44/manantro.html


�Nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos�.
An�lisis de un art�culo de Juan Goytisolo

Inger Enkvist

Universidad de Lund
Suecia


���
Localice en este documento

Resumen: >El art�culo que se va a analizar a continuac�on tiene el t�tulo �Nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos� y se public� en El Pa�s en 26 de noviembre de 1990. M�s tarde fue publicado otra vez en El bosque de las letras (1995) y Ensayos escogidos (2007). Todo esto lleva a pensar que el propio autor est� contento con su art�culo, porque si no, no hubiera vuelto a publicarlo. El art�culo consiste en 1956 palabras, distribuidas en 41 oraciones y 8 p�rrafos. El art�culo ha sido elegido por varias razones: es t�pico de c�mo escribe este autor que ha recibido muchos premios y est� constantemente presente en la prensa; adem�s, necesita ser analizado para ser comprendido cabalmente.
Palabras clave:

1. Durante mi reciente visita a un Buenos Aires sumido en una profunda crisis social y econ�mica, pero con una curiosidad intelectual y af�n de saber menos epid�rmico tal vez que los de nuestra presunta �capital cultural de Europa�, los comentarios de mis interlocutores, ya en p�blico, ya en privado, se centraron frecuentemente en un tema: el de la arrogancia y ostentaci�n de riqueza de un vasto y llamativo sector de la actual sociedad espa�ola.

2. Desde la profesora que, tras preguntar por el precio de un art�culo y no poder adquirirlo con sus devaluados australes, recibi� en plena cara, como un cantazo, el calificativo de sudaca, hasta el escritor que a su llegada a Barajas fue sometido a un interrogatorio humillante y perdonavidas por el funcionario encargado de estampillarle la entrada, la lista de agravios con respecto a nuestra flamante identidad europea, modales desenfadados o agresivos y culto desmedido al dinero podr�a formar un variado y melanc�lico anecdotario.

3. El contraste entre la recepci�n cordial de los emigrantes espa�oles hace cincuenta a�os por una Argentina entonces boyante, situada en el pelot�n de los diez primeros pa�ses con mayor renta per c�pita y la dispensada hoy, cuando los papeles se han invertido y de solicitantes hemos pasado a ser solicitados, no puede ser m�s chocante.

4. La sociedad espa�ola de los noventa, advert�an con desilusi�n y tristeza, se ha transformado al menos para ellos en algo muy distinto de la que sus padres conocieron: una sociedad de nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos.

En resumen, los espa�oles son unos nuevos ricos agresivos que tratan mal a los menos afortunados. Los argentinos son presentados como m�s humildes y m�s genuinamente intelectuales.

II.

5. La mutaci�n de nuestro pa�s tocante a la consideraci�n �tico-social del dinero se remonta, como sabemos, a la d�cada de los sesenta.

6. La llegada al gobierno franquista de los tecn�cratas vinculados al Opus Dei desempe�� en el hecho un papel primordial, a todas luces hist�rico: disculpabiliz� las siempre ambiguas relaciones del catolicismo espa�ol de la Contrarreforma con el capital y permiti� lo que podr�amos denominar acumulaci�n primitiva de �ste, fundada en la filosof�a de un r�pido y desmesurado enriquecimiento; bajo este concepto cabe considerar a aquel escogido grupo de magnates de la banca e industria como aut�nticos calvinistas.

7. Dicho proceso era sin duda indispensable y fue el motor de la tard�a modernizaci�n de Espa�a.

8. La ruptura de las relaciones tradicionales o arcaicas, la adopci�n de nuevas normas de conducta, los leg�timos deseos de mayor bienestar material minaron las bases del r�gimen franquista y facilitaron su desmontaje incruento a la muerte del dictador.

9. Hoy, Espa�a, tras el necesario aprendizaje del sistema de producci�n capitalista y su invenci�n incesante de nuevas necesidades destinada a convertir al ciudadano en consumidor, ha pasado de esa fase de acumulaci�n primitiva de capital a la de una acumulaci�n �desarrollada�, propia de sus cong�neres europeos.

10. Pero, sorprendentemente, la mentalidad anterior, correspondiente a la fase primitiva - la del get rich quick de los sesenta- pervive a�n e impregna el conjunto de las relaciones sociales.

11. La madurez y desenvolvimiento de las estructuras econ�micas no se han traducido en una madurez y desenvolvimiento paralelos de los h�bitos mentales: la tendencia a un provecho inmediato y f�cil -no compensado con la existencia de una �tica social democr�tico-protestante- obstaculiza el buen funcionamiento de una econom�a adulta y contamina insidiosamente, a trav�s de los medios de informaci�n de masas, la escala de valores de la sociedad.

12. Las fortunas ingentes acumuladas en unos pocos a�os por especuladores diestros, no suscitan recelo sino envidia y admiraci�n.

13. Ganar dinero como sea y ostentarlo sin complejo -esos rasgos caracter�sticos de la acumulaci�n primitiva de los sesenta- siguen siendo los elementos fundamentales del ideal propuesto.

14. De ah� esa impresi�n de jactancia y prepotencia que el visitante de pa�ses econ�micamente deprimidos o brutalmente explotados saca de nosotros -conducta y mentalidad de nuevos ricos que nos distinguen de los dem�s pa�ses europeos m�s o menos adaptados a las exigencias de un capitalismo desarrollado y no se compaginan con la din�mica real de nuestra econom�a ni nuestra evoluci�n social.

En resumen, Espa�a se ha desarrollado econ�micamente pero no mentalmente. El autor denuncia el capitalismo pero de una manera ambigua. Asocia la Espa�a de 1990 con la de Franco y con una mentalidad norteamericana. Considera inmadura Espa�a e insiste que la visi�n de Espa�a de los forasteros es negativa.

III.

15. Junto a ello, el esp�ritu de iniciativa individual, inherente a la ascensi�n de la clase social burguesa, se confundi� en la pen�nsula, por razones finamente analizadas por Am�rico Castro, en lo que �ste denomina �separatismo de persona�: en lugar de la mesura y respeto de las opiniones ajenas necesarios al ejercicio de la libertad, nuestra falta de experiencia en el tema se manifest� casi siempre, en los cortos periodos de r�gimen democr�tico de la historia espa�ola, en el abuso generalizado de aqu�lla.

16. La feliz aclimataci�n de la democracia en Espa�a no ha eliminado con todo un h�bito s�lidamente arraigado: la convicci�n tozuda de ser titular cada cual de infinidad de derechos pero de ning�n deber.

17. Dicha creencia, que tanto sorprende a los forasteros, se manifiesta de forma lamentable en el contenido y tono de nuestra prensa.

18. El �amarillismo� m�s descarado se ha extendido en efecto en los �ltimos a�os desde las revistas tradicionalmente especializadas en �l a la mayor�a de publicaciones de informaci�n semanal y, de la magra dieta de partidos de f�tbol, corridas de toros y discursos del Caudillo en sus aniversarios e inauguraciones, hemos pasado al men� cuidadosamente ali�ado de la vidas y haza�as p�blicas y privadas de una cincuentena de famosos: lectura de sobrecogedora indigencia y embotamiento de la facultad de pensar que muestran bien claro la manipulaci�n de la libertad de opinar al servicio de una pol�tica de ventas oportunista y degradante.

En resumen, el autor considera que los espa�oles no han adquirido todav�a costumbres democr�ticas y que la prensa espa�ola es sensacionalista.

IV.

19. En una sociedad desmemoriada como la nuestra, en la que en un lapso a veces muy breve se incumplen promesas solemnes, se cambian las chaquetas y se salta del donde dije digo dije diego en menos de un pesta�eo se puede escribir lo que sale del cuelga cuelga -si se sabe escoger bien el blanco- con perfecta impunidad.

20. Nuestra actitud de nuevos libres nos diferencia de inmediato de los dem�s alumnos de la clase.

21. Cuando mis amigos argentinos apuntaban al fen�meno y sus consecuencias funestas para las v�ctimas f�ciles de esa difusa agresividad, los hechos, desgraciadamente, les dan la raz�n.

22. Si la mirada de los dem�s forma parte del conocimiento global de nosotros mismos, los espa�oles no podemos ignorar la manera en que somos vistos desde fuera por quienes comparten, no obstante, con nosotros una misma cultura y lengua.

En resumen, el autor considera que los espa�oles son superficiales y que son mal vistos por los otros.

V.

23. El ingreso de Espa�a en la Comunidad Econ�mica Europea es un acontecimiento positivo en la medida en que permite liquidar un debate que ha polarizado durante m�s de dos siglos la vida intelectual hispana: el problema de nuestra europeizaci�n.

24. Los hombres m�s l�cidos del siglo XVIII advirtieron el retraso de Espa�a con respecto a sus vecinos del Norte y sufrieron como un agravio la frasecilla, en verdad malintencionada, de L�Afrique commence aux Pyr�n�es.

25. La lucha entre los defensores de un particularismo espa�ol que nos diferenciar�a para siempre de los dem�s europeos y quienes quer�an colmar el vac�o existente entre Espa�a y Europa y negaban, por tanto, la existencia de aqu�l, desbord�, como sabemos, en el terreno pol�tico y encon� las guerras civiles del siglo XIX y la sangr�a de 1936-1939.

26. La postura de los primeros se basaba en verdad en unas tesis a la vez reaccionarias y err�neas: hablaban, como Ganivet, de una misteriosa esencia espa�ola �a prueba de milenios�, negando el hecho de que la Espa�a real fuera el resultado de una serie -eso s�, �nica- de mezclas culturales y vicisitudes hist�ricas.

En resumen, el autor se muestra ambiguo frente al ingreso de Espa�a en la UE. Considera sin embargo que el ingreso zanja la discusi�n a prop�sito de si Espa�a pertenece o no a Europa culturalmente. Rechaza la idea de un particularismo espa�ol.

VI.

27. Como consecuencia del descr�dito de las doctrinas sostenidas primero por los tradicionalistas y luego por la Falange, los espa�oles han tendido en las �ltimas d�cadas a presentar una imagen de s� mismos que exclu�a cuidadosamente cuanto no era juzgado puramente europeo: as�, en vez de reivindicar nuestra �occidentalidad matizada de elementos semitas� (Am�rico Castro), consideraban a �stos como un vergonzoso estigma si, saliendo de su casilla de vestigios muertos, probaban su actualidad y vigencia.

28. En un momento en el que nos hemos integrado econ�mica, pol�tica y culturalmente en Europa, ser�a hora de enterrar por fin la controversia y mirar a nuestro pasado sin anteojeras.

29. Una reflexi�n cr�tica sobre la historia peculiar de Espa�a nos ayudar�a, al rev�s, a percibir los elementos at�picos de nuestra cultura como una original�sima aportaci�n a la riqueza y diversidad cultural de Europa.

30. La mejor forma de ser europeos ser�a la de serlo con naturalidad, sin mimetismos ni complejos.

31. Pero, una vez m�s, las mentalidades y h�bitos creados por situaciones hist�ricas rebasadas subsisten a su desaparici�n y, en muchos dominios de la vida social y cultural, seguimos aspirando todav�a a aparecer m�s europeos que los europeos, esto es, a americanizarnos con mayor rapidez que ellos, imitando, indiscriminadamente cuanto nos viene, a menudo v�a Par�s, desde Nueva York.

32. Este influjo avasallador de la portentosa m�quina cultural estadounidense es probablemente inevitable, pero requiere un m�nimo de discernimiento si no se quiere caer sucesivamente en todas sus trampas.

33. En cuando a la dependencia cultural de Francia, resulta en verdad excusable en un periodo en el que, desaparecidas casi todas las grandes figuras del mundo literario y art�stico parisiense, aqu�lla atraviesa una calma chicha similar a la nuestra y no puede procurarnos, por tanto, aliciente ni est�mulo.

34. Los divertidos comentarios de Juan Valera a los seguidores retrasados de la �ltima moda de Par�s no han perdido del todo su actualidad y, como en otras �pocas -pero sin una raz�n objetiva que los justifique- , el espect�culo que ofrecemos a menudo al observador puede resumirse gr�ficamente con las palabras de mi admirado Vicente Llorens acerca de �la confusi�n, el tropel innovador y el persistente anacronismo de la cultura espa�ola, que vive en los tiempos modernos no s�lo en una posici�n de inseguridad, sino movi�ndose constantemente a contratiempo�.

35. Mientras la curiosidad intelectual europea por otros mundos vivifica y renueva sus fuentes de inspiraci�n, dicha actitud receptiva y abierta es percibida todav�a entre nosotros como un resabio o extravagancia y suscita de ordinario la reprobaci�n; y as�, en vez de seguir el ejemplo de Juan Ruiz, Rojas, Delicado, san Juan de la Cruz o Cervantes -esos creadores geniales del �rbol de nuestra literatura- , preferimos correr tras la �ltima moda dirty o light y empe�arnos en considerar a Tom Wolfe como un gran artista.

En resumen, el autor considera que los espa�oles se niegan a ver la cultura como la ve el autor, es decir, marcada por ciertos escritores de la Edad Media y del Renacimiento. El autor considera que los Estados Unidos y Francia no tienen nada que ofrecer a Espa�a en el campo cultural. Como contraste, destaca cierta literatura medieval y renacentista espa�ola.

VII.

36. Nuevos europeos en vez de europeos a secas somos v�ctimas sin saberlo de la inercia de unos h�bitos mentales forjados en la �poca de nuestro atraso.

37. La labor de contribuir con nuestra propia especificidad a la cultura de la casa com�n abierta con la ca�da del tel�n de acero se ve obstaculizada por la ignorancia, al menos en el �mbito literario, de lo que Espa�a puede aportar a una agrupaci�n continental cimentada en los valores del pluralismo, �smosis e intercambio.

En resumen, el autor critica la inercia mental de los espa�oles, ignorantes de la parte de la literatura espa�ola que m�s valora el autor.

VIII.

38. En corto: los comentarios de mis interlocutores de Buenos Aires revelaban, nos guste o no, el modo en que los espa�oles somos percibidos desde fuera y el hecho de que la prepotencia y af�n de lucro que reprochamos con raz�n a nuestros dirigentes son el becerro de oro de una gran parte de nuestra sociedad.

39. Resulta, pues, comprensible que un n�mero creciente de extranjeros -ya aferrados a unos valores humanos ca�dos aqu� en desuso o de vuelta a ellos tras su desenga�o de los trampantojos del capitalismo real- se sientan defraudados y ajenos a la euforia creada por tanta novedad.

40. La sociedad espa�ola actual, �resulta moralmente inc�moda y desapacible, como sosten�a un colega?

41. A pique de agravar mi s�lida reputaci�n antipatri�tica forjada ad vitam aeternam por los servicios de propaganda de Franco, concluir� esas breves reflexiones, enhebradas durante mi estancia en Buenos Aires, con la expresi�n de mi sentimiento de que las circunstancias parecen darle raz�n.

En resumen, el autor critica la importancia que, seg�n �l, dan los espa�oles al dinero y se presenta como perseguido.

An�lisis general

Frente a Europa, el autor adopta una actitud ambigua: por un lado insin�a que �l es m�s europeo que los espa�oles, provincianos ellos, pero por otro tilda a Europa de capitalista y a�ade que Francia no tiene nada que aportar culturalmente a Espa�a en los momentos en que est� escribiendo. El se presenta como capaz de juzgar en qu� fase de desarrollo est�n los espa�oles. Homogeneiza: todos los espa�oles son iguales, seg�n �l.

Menciona una y otra vez el franquismo, que es su propia justificaci�n por reclamar una posici�n diferente dentro del panorama espa�ol. Desde hace varias d�cadas, Goytisolo lleva una campa�a para hacer aceptar su versi�n de la historia y la literatura espa�olas y, en esas versiones, hay un espacio amplio para la influencia �rabe y musulmana y para la sexualidad en todas sus formas. Se notan en el art�culo las ideas de siempre del autor y de su manera t�pica de redactar. Unos ejemplos:

1. La cultura espa�ola est� marcada por la temprana influencia �rabe-musulmana.

2. La Espa�a de 1990 sigue marcada por el atraso y por el franquismo.

3. El autor se presenta como perseguido en Espa�a.

4. El autor salta entre �pocas y situaciones muy diferentes.

5. Pronuncia unas afirmaciones contundentes en diferentes campos sin ofrecer pruebas.

6. Es agresivo cuando habla de Espa�a.

El texto utiliza una serie de t�cnicas ret�ricas para establecer la autoridad del autor. Al comienzo y al final del art�culo, el autor habla de su propio viaje, de sus interlocutores y de su propia evaluaci�n, usando la primera persona. Se refiere a una informaci�n que �l ha recibido, y los lectores dif�cilmente podemos discutir las afirmaciones del autor porque no hemos estado presentes en las mismas situaciones. Una t�cnica similar es el uso de la primera persona plural que suele indicar cercan�a y conocimiento personal. Para quien s�lo echa un vistazo al texto, el art�culo puede parecer una autocr�tica que incluye al propio autor.

El autor tambi�n utiliza el conocimiento del lector de qui�n es �l. Cuando se pronuncia sobre la situaci�n cultural en Francia, sobre los autores espa�oles no suficientemente apreciados en Espa�a o la situaci�n pol�tica en Europa, el autor cuenta con que el lector sabe que �l es un escritor famoso que ha publicado ensayos sobre diferentes temas y ha vivido en el extranjero.

Otra t�cnica es que el autor utiliza un lenguaje y una sintaxis muy cultos combinados con referencias a la historia y a la literatura que podr�an intimidar a un lector dispuesto a protestar contra el contenido del art�culo. El resultado es que un lector no especializado en los mismos temas que Goytisolo puede sentirse frustrado: es atacado pero no tiene armas para defenderse.

Otro rasgo destacado que excluye a los lectores es que si las referencias no son concretas y privadas son muy abstractas y generales. En las primeras l�neas, Goytisolo afirma que los espa�oles tratan peor a los argentinos de lo que ellos trataron a los espa�oles hace medio siglo. Para contradecir eso, el lector tiene que saber c�mo tratan de verdad los espa�oles hoy a los argentinos, c�mo trataron de verdad los argentinos a los espa�oles hace medio siglo y si son comparables las situaciones. Es decir, hace falta tener unos conocimientos especializados y haber estudiado el asunto para no caer en el mismo tipo de generalizaciones que el autor. Adem�s, criticar la afirmaci�n de Goytisolo ser�a criticar a los argentinos, lo cual ser�a descort�s. Se junta a todo eso el hecho de que el lector puede reconocer ciertos elementos de verdad en algunas afirmaciones pero creer que las proporciones son exageradas. El art�culo constituye un ataque en toda regla contra los espa�oles.

Primera persona plural

Uno de los recursos ret�ricos utilizados por el autor, quiz� el principal, es la primera persona plural. Se trata de un uso poco frecuente, agresivo. En vez de se�alar una solidaridad constituye un ataque. La palabra nuestro viene 18 veces y con alguna posible excepci�n, siempre de forma negativa para los espa�oles. Ya en la primera oraci�n viene la expresi�n nuestra presunta �capital cultural de Europa� y en la segunda nuestra flamante identidad europea. Se habla a continuaci�n de nuestra falta de experiencia, nuestra sociedad desmemoriada, el problema de nuestra europeizaci�n y nuestro atraso. Se podr�a hablar de un acondicionamiento del lector: el autor crea una asociaci�n entre lo espa�ol y lo negativo, un rechazo hacia lo espa�ol similar al que parece sentir el autor desde su juventud. Los pronombres nosotros y nos se usan 14 veces y siempre en sentido negativo. Por ejemplo se habla de la conducta y mentalidad de nuevos ricos que nos distinguen.

La forma verbal de la primera persona plural se utiliza 14 veces. La primera persona se utiliza en la voz pasiva para expresar c�mo somos vistos, nosotros los espa�oles. La primera persona plural se usa tambi�n en la expresi�n como sabemos para indicar que lo que se dice es evidente. Un uso similar es cuando el autor dice podr�amos denominar que se puede leer como un �nosotros� que reemplaza un �yo�. El autor dice no podemos ignorar cuando de lo que se trata es que �l considera que los espa�oles no deben ignorar un asunto. La expresi�n el espect�culo que ofrecemos trasmite la idea de que, seg�n su opini�n, los espa�oles deber�an actuar de manera diferente. Habla de lo que reprochamos a nuestros dirigentes, cuando parece querer decir que �l piensa que los espa�oles deber�an reprochar cierta conducta a sus dirigentes. Una frase interesante es somos v�ctimas sin saberlo porque, supuestamente, los espa�oles no saben lo que les pasa pero el autor s�.

Si alguien todav�a duda de la agresividad del autor contra los espa�oles, se puede destacar que el autor da el tono ya en la segunda oraci�n utilizando unas expresiones muy fuertes como sudaca, como un cantazo, en plena cara, lo que vale decir que el autor acusa a los espa�oles de racistas y violentos. El autor utiliza dos veces la palabra agresivo refiri�ndose a los espa�oles.

Lenguaje culto, abstracto y valorativo

Las oraciones son largas y el vocabulario culto. Hace falta cierto nivel cultural para no sentirse excluido por palabras como ostentaci�n, anecdotario, calvinistas, magnate, recelo, embotamiento, lapso, agravio, vicisitudes, aliciente y lucro.

Es un texto caracterizado por sus muchos sustantivos y adjetivos. El nivel de abstracci�n es alto, a pesar de las referencias a la situaci�n personal del autor ya mencionadas. En las oraciones 9 - 14, los sustantivos son los siguientes: aprendizaje, sistema, producci�n, invenci�n, necesidades, ciudadano, consumidor, fase, acumulaci�n, capital, acumulaci�n (viene repetida la palabra), cong�neres, mentalidad, fase, conjunto, relaciones, madurez, desenvolvimiento, estructuras, madurez, desenvolvimiento, h�bitos, tendencia, provecho, existencia, �tica, funcionamiento, econom�a, fortunas, a�os, especuladores, recelo, envidia, admiraci�n, dinero, complejo, rasgos, acumulaci�n, elementos, ideal, impresi�n, jactancia, prepotencia, visitante, pa�ses, conducta, mentalidad, pa�ses, exigencias, capitalismo, din�mica, econom�a y evoluci�n. Todo esto quiere decir, que Goytisolo se dirige a un lector espa�ol culto. Adem�s, las abstracciones invitan al lector a aceptar las evaluaciones en las que se basan las abstracciones. Hace falta estar muy atento para reaccionar y preguntarse en qu� se basa el autor para fundamentar sus afirmaciones.

Es tambi�n llamativo el gran n�mero de adjetivos presentes en el texto. En un recuento de los adjetivos y de los participios pasados usados como adjetivos, se llega a unos 255. Hay oraciones con hasta 13 adjetivos y, precisamente, el autor abre el art�culo con una oraci�n que contiene los 13 adjetivos siguientes: reciente, sumido, profunda, social, econ�mica, intelectual, epid�rmico, presunta, cultural, vasto, llamativo, actual y espa�ola. Como los sustantivos, los adjetivos se caracterizan por un alto nivel de abstracci�n. De manera general, los sustantivos y los adjetivos expresan el mismo tipo de concepto y podr�an cambiar de posici�n. Esta densidad de adjetivos da un car�cter culto al lenguaje a la vez que limita la libertad del lector porque el autor a�ade una valoraci�n a lo que cuenta y se�ala as� cu�l es la interpretaci�n de lo que se dice.

El espa�ol dispone de dos maneras de colocar un adjetivo en la funci�n de determinante de un sustantivo. Adem�s de la colocaci�n normal de adjetivos como �grande� y �bueno� delante del sustantivo, se notan en el texto una acumulaci�n y unos usos rebuscados de adjetivos antepuestos: un vasto y llamativo sector, devaluados australes, aquel escogido grupo de magnates, la tard�a modernizaci�n de Espa�a, los leg�timos deseos, el necesario aprendizaje, cortos periodos, la feliz aclimataci�n, la magra dieta, con perfecta impunidad, la portentosa m�quina cultural, los divertidos comentarios y esas breves reflexiones. Las expresiones citadas no solamente tienen adjetivos antepuestos sino varias veces hasta parejas de adjetivos antepuestos. Indican una voluntad de escribir una prosa culta.

En su af�n de usar un vocabulario rico y variado, autor introduce algunas variantes personales. Los que han le�do otros textos suyos pueden adivinar que epid�rmico significa aqu� �duro�. El autor utiliza en la �ltima oraci�n la expresi�n ir a la pique, pero seg�n el DRAE la expresi�n es irse a pique en el sentido de �malograrse�.

Iron�a o sarcasmo

El autor se posiciona en el texto como alguien muy culto y, desde esta posici�n, muestra su distancia de los espa�oles, usando una serie de dispositivos ir�nicos. Uno es el uso de las comillas para referirse a nuestra presunta �capital cultural de Europa�. Es decir, que pone en cuesti�n el estatus de capital cultural tanto por la palabra presunta como por las comillas. Hace algo similar cuando habla de una acumulaci�n de capital �desarrollada�. Tambi�n utiliza las comillas de manera ir�nica para adscribirle a Ganivet una idea sobre una esencia espa�ola �a prueba de milenios�.

El autor usa tambi�n las comillas de manera convencional para citas, s�lo que no se entiende muy bien por qu� utiliza algunas citas. Cuando el autor cita a Am�rico Castro hablando de �separatismo de la persona� es poco claro a lo que se refiere. Es m�s clara la segunda cita de Am�rico Castro porque expresa una idea favorita de Goytisolo, la de la occidentalidad matizada de elementos semitas. Sin embargo, no se ve por qu� cita a Vicente Llorens, un favorito personal del autor pero no muy conocido. El contenido de la cita reitera la afirmaci�n sostenida por el autor de que los espa�oles sufren de un retraso cultural pero si el lector no conoce a Llorens, la cita no funciona como refuerzo a la argumentaci�n de Goytisolo.

Tambi�n vale la pena estudiar la utilizaci�n del autor de la cursiva. Las palabras y expresiones que vienen en cursiva en el texto son las siguientes: sudaca, nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos, get rich quick, famosos, nuevos libres, L�Afrique commence aux Pyr�n�es, dirty o light, tel�n de acero, novedad y ad vitam aeternam. Es decir que el autor usa la cursiva para destacar su cr�tica contra los espa�oles y para las expresiones en otras lenguas que, simult�neamente, sirven reforzar la idea de que el autor es culto. No se entiende bien por qu� el autor pone en cursiva la expresi�n tel�n de acero que, adem�s, tiene poco que ver con el contenido.

El mundo del autor es un mundo en blanco y negro. El autor menciona unos cuantos nombres propios y vienen marcados claramente con valor positivo o negativo. Los que tienen un valor positivo para el autor son Am�rico Castro (a quien se menciona dos veces), Juan Ruiz, Rojas, Delicado, san Juan de la Cruz, Cervantes, Valera y Vicente Llorens. Los que tienen un valor negativo son Tom Wolfe, Ganivet y Franco (llamado tambi�n el Caudillo, el dictador y presente tambi�n en el adjetivo franquista).

Lo europeo, lo franc�s y lo norteamericano

Lo europeo se menciona constantemente, 17 veces, pero de un modo ambiguo. El concepto de �europeo� viene asociado a �rico� y �libre� pero tambi�n a �maduro�. Esta ambig�edad dificulta la comprensi�n del texto porque a veces lo europeo es un valor positivo y a veces un valor negativo. El valor que adquiere la palabra es el que quiere darle el autor en cada momento. Cuando se habla de los dem�s pa�ses europeos, la palabra �europeo� significa una aceptaci�n de los dem�s pa�ses y una cr�tica contra Espa�a. Cuando la palabra �europeo� se utiliza junto con �nuevo�, el uso es directamente ir�nico, indicando que los espa�oles apenas son europeos en el sentido positivo. Fundamentalmente, la palabra se utiliza para insultar a los espa�oles.

Vale la pena comentar un poco m�s dos oraciones. Se dice primero: La mejor forma de ser europeos ser�a la de serlo con naturalidad, sin mimetismos ni complejos. Un poco m�s lejos, sin embargo, se dice: Pero, una vez m�s, las mentalidades y h�bitos creados por situaciones hist�ricas rebasadas subsisten a su desaparici�n y, en muchos dominios de la vida social y cultura, seguimos aspirando todav�a a aparecer m�s europeos que los europeos, esto es, a americanizarnos con mayor rapidez que ellos, imitando, indiscriminadamente cuanto nos viene, a menudo v�a Par�s, desde Nueva York. Por un lado, parece que se puede ser europeo con naturalidad y eso ser�a positivo pero, por otro lado, los espa�oles, criticados por no ser suficientemente europeos todav�a, son criticados por querer ir demasiado lejos y dejarse americanizar. �En qu� quedamos?

Se puede destacar tambi�n que Europa se asocia sobre todo al desarrollo econ�mico, siempre muy ambiguo para Goytisolo, y no en primer lugar a la cultura, la democracia y la libertad.

Se constata que desde hace siglos los franceses critican el atraso de Espa�a, diciendo que �L�Afrique commence aux Pyr�n�es�. El hecho de citar la frase es ambiguo. El autor da muestras de su propia cultura, une su voz a la cr�tica de los franceses a la vez que esta cr�tica le duele un poco como espa�ol. A prop�sito de la influencia cultural de Par�s, el autor tambi�n es ambiguo. Se junta a la mofa de Valera sobre los imitadores retrasados de la moda parisiense pero al mismo tiempo afirma que, cuando est� escribiendo �l mismo en 1990, Espa�a no puede aprender nada de Francia porque Francia atraviesa un momento cultural poco interesante. Sin embargo, diciendo esto, el autor insin�a que �l mismo conoce bien la situaci�n en Par�s y en otras �pocas s� suced�an cosas importantes all�.

Los Estados Unidos son presentes a trav�s de la lengua inglesa y algunas menciones, siempre negativas. En cursiva est� la expresi�n get rich quick, supuestamente un lema de los a�os sesenta, y los adjetivos dirty o light, usados como t�rminos para referirse a subg�neros de mala literatura. El escritor estadounidense Tom Wolfe es elegido como ejemplo de un mal escritor. Se culpa a la portentosa m�quina cultural estadounidense de ejercer una influencia negativa en los espa�oles y el autor recomienda cautela para no caer en las trampas que �l ha identificado.

Al contrario, como ya se ha observado, seg�n el autor los espa�oles deber�an dejarse inspirar por los autores de la Edad Media y del Renacimiento favoritos del autor y asociados a la cultura musulmana y jud�a.

Un autor omnisciente

El autor construye su texto incluyendo referencias hist�ricas tomadas de diferentes �pocas y pa�ses, mezcladas con datos de la actualidad. Habla de temas muy variados: los vestigios de la presencia semita en la Edad Media, sus autores favoritos de la Edad Media y del Renacimiento, la Contrarreforma, los esp�ritus l�cidos del siglo XVIII, las guerras civiles del siglo XIX y la guerra civil del siglo XX, el franquismo, la situaci�n en Argentina en los a�os cuarenta y cincuenta, la entrada de los tecn�cratas en el gobierno franquista en los a�os sesenta, el get rich quick, supuestamente tambi�n de los a�os sesenta, y la influencia cultural francesa y estadounidense.

El autor es escritor; no es ni historiador ni cr�tico literario pero se pronuncia sobre asuntos que pertenecen a estos dos campos. Un historiador puede de vez en cuando hacer una comparaci�n entre diferentes situaciones hist�ricas, pero los historiadores suelen ser muy cautos con las comparaciones, porque precisamente dicen que influyen tantos factores que las situaciones nunca son exactamente iguales. La manera de Goytisolo de utilizar las referencias hist�ricas es problem�tica precisamente porque las afirmaciones pueden contener algo de verdad sin ser correctas de manera global.

No s�lo se presenta como historiador y cr�tico literario. El autor tambi�n hace afirmaciones sobre la etnograf�a y antropolog�a cuando afirma saber c�mo piensan y c�mo son los espa�oles, los europeos y los argentinos. Tambi�n se atreve a hacer afirmaciones sobre la econom�a sin ser economista. Combina lo que dice sobre los cambios en la econom�na espa�ola con el m�todo ret�rico llamado �guilt by association�, presentando la realidad econ�mica espa�ola de 1990 como ligada no solo a Franco, a la Falange y al Opus Dei sino hasta a la Contrarreforma. Finalmente, tambi�n se pronuncia sobre c�mo es y c�mo deber�a ser la prensa.

Contradicciones y ambig�edades

Goytisolo afirma: La lucha entre los defensores de un particularismo espa�ol que nos diferenciar�a para siempre de los dem�s europeos y quienes quer�an colmar el vac�o existente entre Espa�a y Europa y negaban, por tanto, la existencia de que desbord�, como sabemos, en el terreno pol�tico y encon� las guerras civiles del siglo XIX y la sangr�a de 1936-1939.

Pero unas oraciones m�s adelante dice que Espa�a deber�a aportar a la cultura europea precisamente aquello en que es diferente, sus ra�ces sem�ticas. El lector puede preguntarse si el autor piensa o no que hay un particularismo espa�ol. Quiz� piensa que s� pero que el particularismo que �l ve es diferente del particularismo que quiere denunciar. En otras palabras, es ambiguo.

N�tese c�mo �libre� y �europeo� se convierte en algo negativo por la asociaci�n con �rico�, un concepto asociado con el t�rmino �capitalismo�, criticado por Goytisolo en el art�culo.

El autor no discute la diferencia entre la inmigraci�n legal e ilegal y tampoco la raz�n por la que Argentina est� sumida en una crisis. No aporta pruebas de que los argentinos sean m�s cultos o curiosos que los espa�oles. La fuente o la garant�a de las afirmaciones es el propio autor. Es decir, si el lector cree que el autor est� bien informado y responsable, el art�culo funciona ret�ricamente; si el lector nota la ausencia de pruebas o la exageraci�n, podr�a empezar a cuestionar las afirmaciones del autor.

La imagen del propio autor

La imagen que da de s� mismo el autor es de alguien de vastos conocimientos, que tiene presente toda la historia europea, la literatura, los ambientes culturales y pol�ticos en Francia y en Espa�a, la econom�a, la prensa, de alguien que viaja, que tiene amigos en otros pa�ses y que est� preparado a criticar su propia cultura. El autor conoce bien los cl�sicos literarios espa�oles y desprecia la literatura popular y las modas literarias. En cuanto a la cultura medi�tica, ve lo superficial que es. Tambi�n desprecia la jactancia de sus compatriotas menos cultos que �l.

Para entender bien lo que dice el autor, el lector tiene que saber algo de �l. Cuando habla de pluralidad, �smosis e intercambio, se suele referir al mundo musulm�n. El autor quiere que la cultura espa�ola incorpore rasgos de la cultura musulmana, pero no al rev�s (Enkvist-Sahuquillo 2001). El autor ha encontrado precisamente en Am�rico Castro y Vicente Llorens a dos escritores que piensan como �l a prop�sito de esto. El lector entiende mejor por qu� el autor se atreve a pronunciarse con la contundencia que le caracteriza sobre Francia si sabe que Goytisolo durante mucho tiempo ha vivido una parte del a�o en Par�s. Cuando el autor habla de la mirada de los otros suena como algo tomado de las teor�as culturales en boga en Francia. La observaci�n sobre la europeizaci�n de los espa�oles insin�a que Goytisolo conoce bien la historia de las ideas en Espa�a, tan bien que puede pronunciarse sobre la relaci�n entre diferentes ideas y las sucesivas guerras en la Pen�nsula. El autor cita a Ganivet, a Castro y Llorens sin indicar la fuente, como si los autores a los que �l suele citar fueran igual de conocidos por todos.

En ese texto tan abstracto, el autor establece una conexi�n con la realidad a trav�s de las referencias a las conversaciones que ha tenido en Buenos Aires. Adem�s, utiliza varias veces las expresiones real, verdadero y el hecho que: habla de la din�mica real de la econom�a y la evoluci�n social espa�olas, de posturas que se basan en verdad en unas tesis a la vez reaccionarias y err�neas, de la Espa�a real y de los trampantojos del capitalismo real y de diferentes situaciones que presenta como hechos. El autor sabe c�mo son las cosas.

Sus observaciones sobre la m�quina cultural de los EE.UU. y sobre la prensa espa�ola se�alan que el autor se ve como pertenenciente al grupo de progresistas. Su tono perentorio y moralizante podr�a hacernos pensar que �l es el primero por ejemplo en sacar la conclusi�n de que la prensa es sensacionalista. El autor habla de la �tica en dos ocasiones. El art�culo da a entender que el autor est� en un nivel �tico m�s alto que los espa�oles que son nuevos ricos, nuevos libres y nuevos europeos. El autor, libre y europeo desde hace tiempo, puede esudiarlos a ellos desde arriba.

El autor cierra el art�culo con la afirmaci�n de que para los franquistas �l resulta antipatri�tico. Si el lector tambi�n piensa que el autor es antipatri�tico se encuentra encerrado en un conjunto etiquetado como franquista. Esta es otra maniobra que coacciona la libertad del lector; el texto resulta autoritario. El autor proclama agresivos a los espa�oles, pero - �y �l mismo? Goytisolo termina el art�culo en el que ha atacado ferozmente a los espa�oles, proclam�ndose perseguido �l. Confunde a los lectores y dificulta la comprensi�n de lo que realmente dice.

El art�culo analizado parece tratar de los espa�oles y de c�mo son. �Pero si en realidad tratara del propio autor? �De lo mal que se siente frente a s� mismo, de sus ganas de destacar como progresista, de sus fobias y querencias? (Enkvist - Sahuquillo 2001). Su uso del �nosotros� indica que vive inmerso en un psicodrama, una tensi�n entre �l y el contexto en el que naci�. En este drama hay dos actores: �l y el conjunto de los otros, los espa�oles. Est� claro tambi�n que qui�n tiene el papel de �bueno� y qui�nes el de �malo�.

Bibliograf�a

Inkvist, Inger - Sahuquillo, �ngel. Los m�ltiples yos de Juan Goytisolo. Un estudio interdisciplinar. Instituto de estudios almerienses, Diputaci�n de Alm�ria, 2001.

Goytisolo, Juan. El bosque de las letras. Madrid: Alfaguara, 1995.

�� Ensayos escogidos. M�xico: Fondo de cultura econ�mica, 2007.

�� �Nuevos ricos, nuevos libres, nuevos europeos�. El Pa�s,16 de noviembre de 1990.

Inger Enkvist 2010

Esp�culo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero44/goytisol.html


__._,_.___
Recent Activity:
Red Democratica 10 years "On line" (1998-2008)!
Http://reddemocratica.blogspot.com
Boletin Diario :
Http://reddemocratica01.blogspot.com
Foro Debate :
Http://groups.yahoo.com/group/eleccion

Ahora en FACEBOOK : Red Democratica

Http://www.caretas.com.pe/2000/1631/articulos/protesta.phtml
Http://www.caretas.com.pe/2000/1612/articulos/debate.phtml

Celebrando 10 anos "On Line"..2009

Keep the candle burning

I have a dream
http://www.stanford.edu/group/King/about_king/interactiveFrame.htm

FORUM TPSIPOL: RED DEMOCRATICA (1998-1999).
Informacion : Http://tpsipol.home-page.org

Para enviar un message , enviar a: eleccion@yahoogroups.com
Para suscribirse al Forum , enviar un mensaje a : eleccion-subscribe@yahoogroups.com
Para salir del Forum, enviar un mensaje en blanco : eleccion-unsubscribe@yahoogroups.com
.

__,_._,___

No comments:

Post a Comment