Revista IDEELE
Edicion 203
Inmunidad diabética
Por Gerardo Saravia
Hace unos días, un vistoso programa dominical emitió un reportaje sobre la temible diabetes. Pasmoso. Si los televidentes ya conocían de esta enfermedad, la información confirmó la peor de sus sospechas y los dejó a puertas del laboratorio. Si el televidente, por el contrario, no conocía mucho, el guión de la aplicada reportera lo dejó sin ganas de endulzar su desayuno.
Quienes conocemos algo de periodismo y mucho de diabetes, pudimos percatarnos de que el reportaje era, cuando menos, incompleto. La pesadilla de la diabetes no se limita a la poca información sino también a los exorbitantes precios de lo que se necesita para el tratamiento. Cosa que el reportaje se cuidó muy bien de no transmitir. No fue difícil reparar que los niños diabéticos que alertaban, en su testimonio, de los peligros de la enfermedad, estaban vestidos, toditos, con un polo blanco que tenía el logo grande del laboratorio que negocia las tiras reactivas que se necesitan para el cuidado del mal. Lección: en el Perú los periodistas no tienen diabetes. El dulce no les empalaga. La mermelada nos la hacen comer con el pan nuestro de cada día.
Lo que debió hacer el programa es aquello que cualquier iniciado sabe: un letrerito que diga “publirreportaje”, o que el conductor diga que iban a propalar un documento producido por el laboratorio tal y así evitar el Roche —perdón, el roche—. ¿Qué tiene que ver esto con el tema que nos convoca? Todo.
Primicia chocherita
En el caso mencionado la paradoja era fácilmente apreciable. Y se expresa en minúscula. Lo mismo ocurre en los temas de política global, en mayúscula pero con tinta invisible. Si uno revisa con detenimiento los noticieros y los periódicos, concluye que debería inventarse el oficio de rotulador para ir imprimiendo en cada noticia a qué orden de intereses obedecen las “noticias”.
Mucho de eso se hizo transparente en las elecciones últimas, en las que una de las vedettes fueron los medios de comunicación. Nuevamente se puso en debate el papel de la prensa, sus límites y limítrofes.
En relación con las elecciones municipales y los medios de comunicación, dos ideas se están dando por sentadas y me parece que, aunque seductoras, en realidad son erróneas. Preste atención, que lo sucedido hace algunos días no es periódico de ayer, sino más bien puede ser la versión microscópica de lo que ocurrirá en el 2011:
—Se ha demostrado que los medios de comunicación no pueden imponer a un candidato. Hicieron lo posible para impedir que Susana gane y por el contrario la gente votó en contra de ellos y a favor de Susana.
—La campaña fue de demolición. Sin embargo, ella se impuso contra viento y marea, a pesar de la oposición de los grandes poderes empresariales y mediáticos.
Son hipótesis verosímiles pero inciertas. Los medios de comunicación influyen, y bastante. ¿Acaso no están para eso? Al menos en una democracia precaria como la nuestra, el comportamiento de la prensa no se agota en dar señales de sus deseos. Pero ¿cuál es el poder de la prensa? Salvo unas pequeñas excepciones, no existen grandes y poderosas empresas periodísticas. La paleta de colores de la mayoría de medios se balancea entre el rojo y el azul. Muchas deudas, muchos pleitos. Poderosos no son. Pero tienen poder, que no es lo mismo. El poder que manifiestan más parece un encargo de grupos, sectores e intereses concretos.
Uno de los fenómenos más conocidos es que en las cercanías de una campaña presidencial empiezan a salir periódicos nuevos y respecto de los antiguos se empieza a vocear a quién apoyará cada uno.
No está mal que los periódicos y canales de televisión tengan su candidato. El problema es que, así como en la descripción primera, deberían decirlo sin tapujos y, a la vez, respetar la veracidad de la información. Existen medios que se jactan de liberales y transparentes porque dicen claramente quién no es el candidato de su preferencia y realizan sin empacho campaña en su contra. No pues, eso es liberalismo bamba.
Aldo Mariátegui presumía hasta hace algunos días de haber impedido —haciendo lobby con otros periodistas— que Ollanta Humala llegue a Palacio el 2006. El director de Correo quería repetir lo mismo con Susana Villarán y, en honor a la verdad, el chico hizo todo su esfuerzo para concretarlo, pero fue ineficaz. ¿Significa esto que los medios ya no influyen como antes? No.
Lo que pasa es que las cosas no son esquemáticas. La voluntad y los intereses de los medios actúan sobre un grupo humano heterogéneo. Los votantes tampoco son movidos a control remoto. Lo que se ha hecho, de manera perversa, es no solo tomar partido (hasta ahí, algo inevitable), sino atacar de manera sistemática y con saña la candidatura de Villarán e intentar torcer la voluntad popular manipulando por un lado la información y escondiendo, por otro lado, otro tipo de información.
¿Por qué el grupo periodístico que ventiló desde el inicio el caso Cataño se olvidó de ello durante toda la etapa de confrontación Villarán-Flores? (A la semana siguiente de terminada la elección, se volvieron a acordar.) Mientras que la absurda e inverosímil coordenada Villarán- extremismo-terrorismo fue pregonada de manera abrumadora por los mismos medios.
Villarán perdió puntos sistemáticamente después del debate; tanto es así que, según indicaron algunos estudios, si la votación se realizaba cuatro horas después, Susana la perdía.
La candidata de Fuerza Social bajó abruptamente después del debate por deméritos propios, es cierto. Su presentación fue terrible. Pero en esa semana también coincidieron otras cosas que nos llevan a la desmitificación del punto dos: “Fue una campaña de demolición”.
En realidad, dicha campaña llegó tarde, pero llegó. El Comercio se sumó la última semana, aunque ya Perú.21, unos días atrás, se le había adelantado. A estas alturas tenemos la idea de que el fujimorismo y sus altoparlantes fueron la locomotora de la anticampaña Villarán. Pero no, solo parecía. No era La Razón: era Perú.21. No era Lúcar, sino Augusto Thondike. No Mónica Delta: Mariella Balbi. No era Correo. No: sí era Correo.
Estas dicotomías son la señal más preocupante a futuro. Era más sencillo hacer la línea divisoria entre el fujimontesinismo y sus medios afines versus quienes deslindaban con esa posición, sus usos y costumbres. Pero en esta campaña se despintó tal creencia. Los medios se desnudaron, y sobre todo los que están detrás de los medios. Se gestó, vaya usted a saber por qué negocios, el consenso de imponer a como dé lugar a una de las dos candidatas.
Periódico de ayer, periódico de hoy
Ocurrió lo mismo que en el 2006. ¿Por qué no lo discutimos más? ¿Fue acaso que los miedos de los medios también nos atemorizaron? Pero hace cuatro años fue peor. La campaña contra Villarán no fue totalmente demoledora, porque, como ya dijimos, los actores que la gestaron llegaron tarde y porque Susana no estuvo totalmente huérfana del apoyo mediático: Jaime Bayly, una parte de Radio Capital, Diario 16, La Primera, una parte de América Noticias, Nicolás Lúcar, son algunos de los elementos que no se sumaron a la campaña en su contra, en algunos casos, y en otros, como el de El Francotirador, la apoyaron abiertamente. ¿No es poco, no? Entonces ¿cuentan o no cuentan los medios? Eso de que los medios ya no determinan campañas, es otro cuento.
Sin este contrapeso el desempeño de Fuerza Social hubiera sido mucho más empinado de lo que ya fue, si acaso conseguía despegar del todo. Susana empieza a caer después del debate cuando se forma una alianza en la que entraron (ahí sí) desde los fujimoristas hasta los “demócratas heterodoxos”. Días antes La Razón se ocupaba de los problemas con Chile y la situación de la Fuerza Armada y despotricaba en sus columnas de la candidatura de Lourdes Flores. Días después, cuando aún se especulaba sobre la verdadera ganadora, un editorial de este diario explicaba en detalle por qué era conveniente un triunfo de Villarán.
No fue el fujimontesinismo, pues, quien estuvo desde el inicio detrás de la llamada “guerra sucia” contra la candidata de Fuerza Social. Han sido, entre otros, muchos de los que elegimos como “mal menor” hace algunos años. Otros que en determinadas coyunturas blanden la espada por el respeto a la democracia. Siempre y cuando ésta respete sus intereses. Si no lo hace, ahí está la salita del SIN para explicarnos lo que sucede cuando la historia se pone majadera. ¿Desde cuándo el cuarto poder pasó a ser el poder desde el cuarto? Del cuarto o la sala. De inmediato se nos viene a la cabeza la imagen del Doc pagando para que las líneas editoriales sean curvas empresariales. Ahí se reveló en la historia peruana una sospecha a toses: la ilusión de la libertad. Vladimiro le puso el ingrediente tecnológico. Hasta ahí nuestro reconocimiento. Lo que me niego a otorgarle es la paternidad. La suspicacia (muchas veces sabia) nos dice que Montesinos inventó la cámara pero no el pago.
Eso ha sido lo interesante de esta campaña, pero también lo desalentador. Pensar que todo lo que creíamos avanzado de pronto se desdibuja. Que la democracia, hace poquito recuperada, puede estar escrita sobre arena. Que la voluntad popular se respeta y las reglas de la democracia se defienden, mientras no afecten los intereses que gobiernan al gobierno.
¿Alguien dijo cuarto poder? ¿Alguien dijo contra-poder? Creo que lo escuché en El Especial del Humor.
¡Preparen sus cascos antilodo!
Por Jerónimo Pimentel
La deontología periodística posee dos tradiciones: la anglosajona, que invita a cada medio a asumir públicamente su preferencia política; y la clásica u “objetiva”, que sugiere disfrazar el gusto electoral en pos de una cobertura equilibrada. La ejecución de ambas tradiciones, en los últimos comicios, ha sido lamentable.
En el primer caso, porque asumir una candidatura no implica volverse un canal de propaganda y renunciar a todo lo que el periodismo debe ser, sino que es solo un esfuerzo de franqueza con el lector, a quien por respeto no se le debe engañar. Dicha asunción debería ser una respetuosa salvedad, no una entrega rendida. En mi opinión, tanto Correo como La Primera, por citar dos paradigmas, funcionaron como órganos partidarios extraoficiales (si bien el primero con más excesos que el segundo), renuncia que degrada el periodismo a la categoría de órgano de relaciones públicas no reconocido. Pero para el lector avisado esto no termina siendo un problema, ya que al final sabe a qué atenerse.
El segundo caso puede ser más grotesco aun. La pretendida objetividad funciona como toda utopía: se sabe que es inalcanzable, pero no importa; el propósito es tender a ella. Lo que vimos, en cambio, fue que varios de los grupos mediáticos más poderosos se alinearon sin disimulo con Lourdes Flores, al punto que los ciudadanos pasamos por el penoso espectáculo de una agonía a cuentagotas (o cuentavotos) que fue sazonada por una falsa expectativa que ignora la invención de la ciencia estadística hace cuatro siglos.
Lo que no creo es que la posición de los medios haya sido de demolición unilateral. A mi entender, el caso más flagrante de guerra sucia en esta contienda fue contra la candidata de Unidad Nacional, a quien se le publicó un audio privado editado maliciosamente para restarle votos, objetivo que se logró. Aquí los medios —Jaime Bayly— mostraron inmadurez, pues los manuales ordenan, para estos casos, autocensura. La razón es que un medio de comunicación no puede ser una caja de resonancia de eso que vagamente llamamos mafia, a falta de un mejor nombre para bautizar los grupos de poder que actúan al margen de la legalidad y que utilizan a diarios y TV como tontos útiles para su agenda propia.
Finalmente, el problema real es que los actos de un bando no anulan los del otro, sino todo lo contrario, por lo que al ciudadano escéptico le va quedando la sensación de que las maneras instauradas por el fujimontesinismo se mantienen como una costra o tajo en la aún endeble democracia peruana.
Este diagnóstico, por supuesto, es más triste por la naturaleza de la elección municipal. Si la polarización política ha afectado una contienda que por su naturaleza debiera ser sobre todo técnica (¿hay un recojo de basura de izquierda y otro de derecha?; ¿hay una solución al tránsito liberal y otra socialdemócrata?; ¿de qué manera la vieja cartografía política que aún nos afanamos en usar es útil en las elecciones ediles?), lo más probable es que en los comicios presidenciales por venir no asistiremos sino a una amplificación de estos vicios.
Así que a prepararse: cascos antilodo, overoles asépticos y gafas de construcción. Se escucha cada vez más cerca a los ventiladores encenderse ante montañas de basura.
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