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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo, Marcos Fabián Herrera, Maldoror. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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con el asunto "Retiro"
Los 90 años del Gaviero
Entrevista con Álvaro Mutis
"Los sueños intactos"
Por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio
En homenaje al poeta y narrador colombiano nacido el 25 de agosto de 1923, reproducimos la presente conversación publicada en algunas revistas hispanoamericanos y en el libro Grandes entrevistas de Común Presencia, que obtuviera el Premio Literaturas del Bicentenario en el año 2010.
Mutis, galardonado con el Cervantes (2001), el Premio Nacional de Poesía de Colombia (1983), el Xavier Villaurrutia (México, 1988), el Médicis Étranger (Francia, 1989), el Roger Caillois (Francia, 1993), la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio (España, 1996), el Príncipe de Asturias (España, 1997), el Reina Sofía (España, 1997) y el Premio Ciudad de Trieste (Italia, 2000), en este breve encuentro habla de la experiencia del cautiverio, del viaje como inmovilidad, y promulga su desconfianza por los artilugios de la tecnología que invaden el mundo.
Arribamos a la presentación del No. 1 de la revista Atlántica de Poesía acompañados del escritor colombiano Carlos Jiménez. Los anfitriones esperaban ansiosos a que aumentara la concurrencia para iniciar el evento que tenía por enemigo una ventisca fría, que desde hacía dos horas levantaba constantemente una bandera de hojas en las calles de Madrid, un «fantasma verde que huía con rumbo indefinido», según diría más tarde nuestro imprevisto personaje.
Al ponernos a salvo en el auditorio, todavía trémulos por la arremetida del clima, nos sorprendió la notoria presencia de Álvaro Mutis, parado y solitario, con un vestido azul de grandes solapas y una camisa de rayas rojas, contemplando en el estrado a Caballero Bonald y a José Ramón Ripoll, quienes se preparaban para iniciar la ceremonia. Con precaución nos acercamos al fiel cómplice de Maqroll pues sabíamos que se había dedicado casi por completo a la narrativa y que la temida fama comenzaba a ensañarse con él, primero atacándolo con el Premio Villaurrutia en México y luego con el Médicis Étranger en Francia.
—Es bueno encontrar colombianos aquí, fuera de las cárceles… Lo digo yo que conozco esa experiencia —dijo eufórico con su característica fraternidad, dejando un cálido aroma del vino en el aire.
Un año y medio en la prisión de Lecumberri en México había sido un drama para su vida y una suerte para su obra, pues allí la lectura tenía la calidad de un dios ineludible. Según refiere en ese escenario hostil sus barricadas interiores fueron usadas al extremo y «jamás el sueño fue un visitante indeseado».
—¿Recuerda algo benéfico de aquel periodo tan aciago?
—Apartándome del desasosiego inherente al hecho de estar separado de los amigos creo que en la cárcel el tiempo me era pródigo para la reflexión y desde entonces supe para siempre que el silencio no existe, que la noche es atravesada por rumores y voces temerarias… Que el silencio es patrimonio inviolable de esos seres venidos de otro tiempo, que algunos llaman poetas.
Ante ese recibimiento le pedimos quince minutos a solas en un rincón del gran auditorio para urdir esta conversación que persigue las señas particulares de una voz celebrada por Octavio Paz con las siguientes palabras: «Mutis es un poeta de la estirpe más rara en español, rico sin ostentación y sin despilfarro».
—Es extraño venir a conocernos en España. Últimamente he visitado poco Colombia aunque en verdad jamás he salido de Coello, el pueblecito que originó mi paisaje interior —dijo con su voz estentórea.
—Nos parece increíble que el demiurgo de Maqroll piense que el viaje es ilusorio y que nunca ha salido del Tolima —dijimos. Mutis dejó escapar su reconocida carcajada y comentó:
—No deben estar tan seguros, si Maqroll está obsedido por el viaje es porque sabe que ese acto es una de las mayores ilusiones del hombre. Y también es así como logra olvidar los vejámenes propinados por el amor, por el desafecto y por lo más soez de la condición humana…
—Durante toda su vida el viaje ha sido su ejercicio incesante…
—Más que ejercicio un reposo, pues en los aeropuertos y en los aviones estamos a merced de un tiempo enrarecido, que nada tiene que ver con el transcurrir que enfrenta el héroe de mis novelas. Mi padre fue diplomático por lo cual desde mi primera infancia me he empeñado en vulnerar fronteras. Luego, debido a mi trabajo como distribuidor cinematográfico, he podido conocer muchos países. El viajero contemporáneo es un ser desprovisto de voluntad, ese rasgo impetuoso que poseía aquel individuo que se desplazaba en caballo o camello ya no existe, pues dependemos de una estructura que nos acomoda como fardos, nos traslada en forma pasiva de un país a otro, nos convierte en objetos de una máquina impersonal, y a veces en víctimas de una estructura policiva que margina a un cúmulo de pasajeros por motivos inhumanos, como ser de una nacionalidad proscrita. Simplemente quiero decir que cuando viajo tengo mucho tiempo para leer, para reflexionar y a veces para escribir en libretas o tras las facturas de los hoteles, lo cual me ha causado más de un problema cuando debo presentarlas como soporte de mis viáticos.
—Nos divierte la idea del viaje como reposo, en su caso y dada su actividad creativa sería una especie de reposo en la luz, para decirlo con las palabras de Joubert…
—Ustedes son las únicas personas que aún leen a Joubert en el mundo, extraordinario escritor. La exclusión de la dificultad de esta sociedad que tiende a simplificar todas las cosas tiene unas consecuencias aberrantes. Una gran obra como un amor, en su origen es un tributo a nuestra incomprensión, a nuestra ineptitud. La confrontación de un triste lector con una pieza maestra del arte es difícil porque implica una suerte de violación, una entrega de todas las huestes críticas que nos acompañan para que entre un ejército ajeno a utilizar nuestra imaginación y a veces nuestras convicciones.
—Su escepticismo es reconocido, la esperanza en un tiempo mejor no matiza su obra. ¿Alguna vez se ha sentido cómodo en la época que le tocó vivir…?
—No espero nada bueno del hombre y a veces ni siquiera de la mujer. Espero que el planeta le sea restituido pronto a una especie más coherente... Mi predilección por el Siglo de las Luces es absoluta. Las buenas maneras unidas a un delicioso libertinaje me sobrecogen. La forma encontró en esos años una exquisitez inolvidable. El progreso técnico de nuestro tiempo me resulta de alto riesgo; yo nunca he podido confiar en la luz eléctrica, mucho menos en la televisión o en el teléfono. Son aparatos engañosos que merecen una interpretación similar a la de Platón en el Mito de la Caverna.
—El paisaje es el protagonista de algunas novelas latinoamericanas. La exuberancia natural crea un tipo de literatura que asombra a los europeos… Nuestras selvas forjan personajes delirantes que no pueden existir en otras latitudes…
—Los europeos o norteamericanos inventan fórmulas para poder comprendernos y lo grave es que nosotros las creemos. Con esto quiero decir que el Realismo Mágico no existe, y que es una simplificación. Para los franceses todo el arte de nuestra América Latina es igual y puede circunscribirse en esas dos gastadas palabras, y aquello es falso. En cuanto a la parte final de la pregunta puedo decir que una de las manifestaciones más poderosas de la selva es la locura. Allí no sólo la naturaleza es demencial sino que los hombres que la habitan viven una realidad desmesurada. Yo conocí ese territorio tan parecido al averno trabajando en una multinacional petrolera. Uno imagina que esa multiplicidad de especies puede ser una experiencia entretenida pero por el contrario, lo he reiterado muchas veces, es una experiencia tediosa, monótona y que linda con el horror. Por lo cual si es cierto como dice el adagio de que los árboles no dejan ver el bosque, estoy seguro de que el bosque sí deja ver los árboles, pero todos son el mismo. La humedad es amenazante y arrasa la piel y la ropa. Los extranjeros que la habitan muchas veces terminan alucinados y se convierten en una nueva especie sin identidad definida, y participan de todos los ritos como Tarzanes pintorescos. Allí nadie está a salvo de la locura.
—José Eustasio Rivera ya lo sabía… —comenzamos a decir y en ese momento escuchamos a José María Ripoll invitando a los asistentes a sentarse para iniciar el acto; entonces vimos que Mutis se alteraba, por lo cual decidimos concluir la charla—: La última pregunta, Álvaro, es sobre un tema que nos preocupa... ¿La narrativa ha usurpado el espacio que tenía la poesía en su creación o es una enfermedad momentánea?
—La escritura es para mí una necesidad y no una disciplina feroz. Desprecio la imagen del escritor que hace una carrera literaria, en eso soy un poeta. Goethe entendió la literatura como liberación, no como el calabozo cotidiano de muchos novelistas, legado que para mí es insuperable. Y en lo referente a la poesía quiero tranquilizarlos: ella nunca se mueve, tiene un pacto extraño con la eternidad pues se burla del pasado y del porvenir, y siempre está en mis aguas interiores, a la cercana distancia de mi propio corazón.
El evento inaugural de la revista había comenzado y nos vimos obligados a ultimar este diálogo deleitoso. Intentamos complementar nuestra conversación el día siguiente pero Mutis tenía una agenda insobornable. Años después, primero en Bogotá y luego en la Ciudad de México, volvimos a encontrarlo convocados para rendir tributo a su obra cada vez más cargada de reconocimientos, pero jamás pudimos concertar la soñada cita que diera fin a este diálogo inconcluso. Y mientras esto ocurre no tenemos otra alternativa que evocar su frase de despedida pronunciada aquella noche fría de Madrid, proveniente de uno de sus más hermosos poemas incluido en el libro Los trabajos perdidos:
—Agradezco tan generoso interés en mi pensamiento y en mi obra. No puedo desearles algo mejor que lo siguiente: «¡Que los acoja la muerte con todos sus sueños intactos!»
Y hoy, a pesar de tantas esperanzas arrasadas y del avance mutilador de este tiempo sombrío, sólo podemos decirle, Álvaro, que seguiremos intentándolo.
Ensayistas bogotanos
Publicamos a continuación dos breves textos de Omar Martínez incluidos en el libro Ensayistas bogotanos que recoge creaciones de los siguientes autores: Juan Gustavo Cobo, Mauricio Botero Montoya, Santiago Mutis Durán, Gabriel Arturo Castro, Federico Díaz-Granados, Oscar Torres Duque, Mauricio Contreras Hernández, Gonzalo Márquez Cristo y Santiago Espinosa.
Esta antología seleccionada y prologada por José Chalarca, estará en circulación la primera semana de septiembre.
¿PARA QUÉ ESCRIBIR?
Pregunta siempre absurda, siempre sin respuesta. Desde los primeros textos literarios hasta nuestros días podemos ver que las respuestas, las interpretaciones y los medios han sido diferentes. Se han venido acomodando a la capacidad de crítica y análisis, a la conciencia de los escritores. Hemos visto pasar todo tipo de visiones sobre el significado de la literatura. Humana, social, amorosa, la literatura ha tratado de establecer las condiciones del mundo, renovar los límites y avances de lo humano, su definición como ser y posibilidad, como imagen y sueño. Nunca se ha detenido.
De los dioses a la naturaleza, del hombre y sus sentimientos, de su conciencia y valores, la literatura ha trascendido todas las fronteras y presenta un panorama general de la humanidad. Va hacia atrás y avanza más allá de los límites de lo racional y lo científico, descubre las raíces y las envuelve en lo misterioso, descubre nuevas formas de contar, explorar y dar significado a lo existente.
Es un proceso de acumulación y permanencia, de olvido y renovación, de silencio y resignificación. Desde cualquier período histórico o país, se han gestado ideas, visiones, historias: diversidad y unidad, distancia y proximidad. Letra o idioma encadenados al ser, a su presencia y significado. Es un proceso de conocer y extraer, retorno y asimilación permanente.
Ahora, la literatura moderna se vuelca sobre sí misma, abre los espejos que rodean al ser, lo crea, desfigura, transfigura y desaparece. Va a su origen y lo multiplica, lo ve en el presente desnudo y va al futuro y lo vuelve a crear. Es diferente y único. Es el fantasma y el dios. No tiene homónimo.
Sin embargo, cada día la literatura en el mundo es menos indispensable, se avisa sobre su pronta desaparición, es suplantada por otros medios. Pero allí no radica el peligro, ya que es humana y puede desaparecer, como nosotros, cualquier día, a la hora menos previsible.
El problema radica en que su función, misión, objetivo o fin, ya sea como resultado de la inspiración, el esfuerzo, la revelación, el sueño, la frustración o el mesianismo, la ambición o la conciencia, se ve desvirtuado por su creador: la literatura ya no comunica al hombre consigo mismo. O sólo entabla el diálogo con una fracción menor del hombre.
En la acumulación de libros que nos llega, se encuentra que la multiplicidad de obras podría reducirse, categorizarse. O que no hay más que decir. O que somos objeto-sujeto con múltiples miradas. Que no nos vemos. Que somos itinerantes, locales, intraducibles. Que cada letra no tiene nombre. Que nuestro nombre explota en cada signo. Allá, sin tiempo, en otro cuerpo. Es decir, cada cual podría hacer significativa una parte en detrimento de otra o algunos podrían llamar literatura sólo a aquella que corresponda a su definición o juzgar sus méritos según su interpretación. Pero, precisamente no sabemos su resonancia real, su actualidad y pasado, su futuro.
Ficción, compromiso, evidencia, son formas de literatura. Son múltiples y su combinación no cesa. Cada obra atrae y rechaza sus propios elementos. No está sujeta al hombre. Sí a su capacidad de percepción. Pero podría no ser suficiente si vemos el defecto en la obra y no en nosotros, sus autores y responsables.
Las obras que a pesar del tiempo, de su lenguaje, de su caracterización social o histórica, siguen conmoviendo el corazón o la conciencia del hombre son bastantes. Pero el hombre ya no está en disposición de reconocerse, de abrir los espacios para verse, desde afuera o desde adentro. Son insuficientes sus espejos. Son demasiados. El hombre no quiere observarse. Está cansado. Quiere envolverse en su seguridad y su temor. ¿Será suficiente con que se le avise? No parece muy interesado. Además, son tantos, son tantas las necesidades que hay que cubrir, se imponen hábitos sociales o de convivencia que cada día nos aíslan. Los hombres son alejados de sí mismos, son sometidos por la fuerza o el despojo, anulados en su nombre. Cada vez disponen de su propio espacio, separado, individual. No se reconoce la necesidad de estructurar nuevas formas de vernos.
La literatura juega a mantener el diálogo, la posibilidad de descubrir lo otro, lo no indispensable, lo malsano. Puede que su forma esté en duda pero lo más preocupante es que represente cada vez menos al hombre mismo. Creer en la existencia del hombre, deforme, incompleto, puede ser apostar por su identificación, por acompañarlo.
Entonces, tomar al lenguaje y al hombre, a la naturaleza y la ciencia, al misterio y la realidad, tratar de re-presentarlo en y para el hombre, sigue siendo una posibilidad. ¿El hombre quiere seguir siéndolo, está dispuesto a verse? ¿Es insuficiente su conocimiento de sí mismo? ¿Puede volver a escribirse?
Escribir es posibilitar, añadir una letra al hombre. Leer puede ser su reverso. ¿Ambos actos pueden ser simultáneos?
EL ACTO CREADOR
Una obra literaria debe interrumpir el tiempo, escindir el ser, fracturar la relación sentido-palabra. Pero, además, debe re-presentar la realidad, oponerse a la imaginación y la trascendencia, vivir en la oposición a sí misma. ¿Cómo se logra, cuáles son sus componentes? ¿El creador es consciente, debe dirigir su obra o ser poseído por ella?
Ninguna obra o autor puede responder tajantemente. En cada caso, en cada esbozo, en cada fragmento que alcanzamos a ver, coexisten elementos contrarios, obras que sin algún grado de imperfección no nos llegarían, obras inconclusas que mostraban la magia que les había sido dada, estructuras que deben ser desarrolladas por otros...
En este avance y retroceso, cambio de perspectiva, análisis y separación, disección de las obras, los planteamientos que se hagan varían según la visión del visitante: crítico o lector, su capacidad, disposición, puestas en juego, y lo que se ve aparentemente en cada obra. La obra se detiene en la mirada: se vuelca sobre el ojo.
Pero el tramado invisible, bajo el que se teje la armazón de las obras, se nos aparece pocas veces, con la fuerza y capacidad expresiva, coherente, necesaria. ¿Por qué? Quizá por no desnivelarnos, ver, por no sentir, por dejar que el aspecto histórico, la memoria, se superponga al estético, imaginación, que siempre miremos de la misma manera. O tal vez porque la obra nos presenta una faceta inescrutable: no podemos oponernos a nuestra mirada, a la geometría aparente del ojo.
Pero también es cierto: no es nuestra función. No requerimos hacerlo. El creador es el otro, no el lector. Aparentemente. No definitivamente.
Algunas veces, el autor, ve de otra manera. No directa ni conscientemente, la mayoría de las veces. Puede argüir que ve o no ve, que sabe o no. Está dispuesto a ceder su mirada. En la obra, en sí misma, es posible ver. Pero se requiere ver, saber que se ve.
Todo acto creador conjuga ambos aspectos, lo visible y lo oculto, que se traslapan y suplantan continuamente. Aún sin la presencia del autor.
Es allí, donde crear tiene sentido, en su independencia absoluta. Podría ser resultado de un acontecer personal, nervioso, histórico, de una decisión ineludible, un asomo de genialidad o una reconstrucción de un sueño. No tiene límites, se presenta y desaparece, convoca y asesina. Desbarata y congela, airea y corrompe. Hiberna sin mostrar su horror al despertar y asalta repentinamente. No siempre es conducible o detectable.
Aún bajo este cariz aterrador, nos enaltece y deslumbra constantemente. Es el acto donde se conjuga la posibilidad y lo evidente. Puede trastornarnos sin percibirlo. Además, ríe en nuestras narices y nos hace olvidarnos.
Este carácter dual que posee el acto creador y que se refleja en su expresión, la obra en sí misma, no tiene límites y si sobrevive a un período, puede mostrar la faz oculta de la época anterior, sus mecanismos de defensa, su sentido histórico. También puede ser intemporal, donde los nombres, sensaciones, pensamientos, no se alteran ni mueren.
El que crea una obra puede ser un instrumento, una sombra encarnada, un heredero. Sin embargo, a pesar de su capacidad, decisión y técnica, no sabe. Siempre está expuesto a desconocer. Allí está su virtud. Podría proponerse escribir el libro único, la definición absoluta. Y lo hace. Pero cada vez sabe menos, se pierde en su escritura. Si es consciente, cesa de esbozar, de repetir. Si se guía por las señales que vislumbra, entonces se acerca, trabaja, moldea, consolida. En cada paso, afirma el vacío, la totalidad. En cada paso, retorna y no parte. Jamás se ve. Intuye su desaparición.
Los ejemplos sobre el proceso de escribir, de lo que ocurre con la mano que empuña la pluma, se suceden, se reproducen. Alguien avisa sobre el peligro, indaga en la profundidad de la escritura. Sin embargo, el tiempo también da ejemplos de seres devorados por su propia creación. Desde el infierno o el cielo en que se convirtió su creación, vemos a los autores enloquecidos. Son dioses en cautiverio o esclavos que rozan la libertad en cada obra, en cada acto que genera la creación, nuevamente, sin límites y siempre inaccesible.
El lenguaje es poder y convocación, es nacimiento de la vocal infinita, del asombro del infante, de la correspondencia entre su sed y la leche materna. Pero cada letra es el nombre del demonio, la posesión del secreto no revelable. En medio del universo, alguien construye el nombre único. Duplica, tenue o falsamente, lo Innominable.
Omar Martínez nació en Bogotá en 1963. Su obra abarca diferentes géneros (poesía, ensayo, cuento, novela). Ha participado en el desarrollo de diferentes propuestas literarias colectivas y actualmente impulsa la sala de exposiciones multitemática Laberinto Cultural. Es autor de: Cantos de Pandora (1996); Fantasmas en ayuno (1997); Opción invisible (1997); Ejercicios para una sombra (1998); Cuentos de lo inefable (2003); Textos alternos (2003); Disolución de la ola (2003); Voces en desorden (2003). Sus textos han aparecido en diversas antologías de Colombia y Latinoamérica.
Colores al viento
Galería La Escalera
La Galería La Escalera de Bogotá, por idea del maestro Ángel Loochkartt, ha invitado a diversos artistas del país a participar en la exaltación de un elemento de la naturaleza: El Viento.
Esta exposición de contenido poético, en el que los participantes han diseñado una COMETA, portadora de las ilusiones y los sueños de la infancia, estará exhibida del 22 de agosto al 12 de septiembre en la Galería La Escalera, Carrera 19 C No.86 A - 59 Bogotá. Tel. 5303933.
PARTICIPAN LOS ARTISTAS: Armando Villegas, Ángel Loochkartt, Gastón Bettelli, Germán Tessarollo, Ricardo Villegas, Patricia Ortega, Rochi Gómez, María Isabel de Lince, María Cristina Noriega, Adriana Gómez, Edgar Francisko, Ángel Almendrales, Lina Umaña, Luisa Vázquez, Clara María Patiño, Andrés Rojas, Martha Guzmán, Marlén Amaya, Segundo Huertas, Irma de Ardila, Danilo Sedano, Liliana Munévar, Lilia Miranda, Adriana Ceballos, Luis Rodríguez, Daniel Sánchez y Martha Cardona.
El ladrón
Cuento de José Luis Díaz-Granados
A José Stevenson, in memorian
Dicen que lo vieron caminar por techos, tejados y azoteas en la madrugada sin luna. Al fin entró en el penthouse del edificio que acariciaba el mar. El dueño de casa dormía plácidamente. No se dio cuenta de que el ladrón armado con una pequeña pistola que sostenía con la mano izquierda, cortó una hamaca, la envolvió con la diestra y luego robó el pantalón del durmiente, cuyos bolsillos guardaban abundantes billetes. El ladrón huyó de la habitación y descendió sin dificultad hasta el patio del convento que colindaba con el edificio. Allí desenrolló la hamaca, se quitó el sucio y remendado bluyín y se puso los pantalones del inquilino dormido. Volvió a enrollar la hamaca, tomó la pistola con la mano derecha y avanzó sigilosamente por el patio de columnas blancas. Abrió con sumo cuidado la puerta del dormitorio y corroboró que las monjas dormían el sueño de los ángeles. Volvió a cerrar la puerta y se dirigió al salón de la limpieza. Arrojó al suelo la hamaca, guardó la pistola en un bolsillo del pantalón y se sentó en el piso, totalmente cansado, en medio de un infinito montón de ropa sucia. Olió uno a uno los calzones de algodón de las religiosas. A medida que lo hacía, cerraba los ojos y hacía un gesto de alegría ascética. Dicen que poco a poco fue cayendo en un éxtasis de fascinación inenarrable, y así se fue quedando dormido en medio de tantas fragancias sorpresivas, hasta el amanecer en que fue puesto al descubierto por la inevitable realidad.
José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946). Poeta y narrador. Su poesía completa está reunida en La fiesta perpetua. Obra poética 1962-2002 (Santa Marta, Universidad. del Magdalena, Colección "Poetas del Caribe", 2003). Su novela Las puertas del infierno (1986), fue finalista del Premio "Rómulo Gallegos". Es autor de la obra teatral La muñeca nocturna (1996) y de varios libros para niños. El comandante Fidel Castro le otorgó la Medalla de la Amistad del Consejo de Estado de Cuba (2001) y el gobierno de Chile la Medalla de Honor Presidencial "Centenario Pablo Neruda" (2004). Reside en Bogotá.
CARTAS DE LOS LECTORES
ANUNCIO DEL LIBRO DE CRÓNICAS. Encontrar de nuevo en sus páginas la pluma de Iván Beltrán Castillo a quien leo desde hace mucho tiempo, es un grato placer. Su reportaje sobre el encuentro con Débora Arango me parece una maravillosa evocación con tintes de poesía. Estaré muy pendiente de la aparición de este libro que no dudo será un banquete para los amantes de la buena crónica. Juan David Arango Jiménez. Profesor de comunicación social.
* * *
COLOMBO-CENICIENTA. Este lema bien pudiera definir a nuestro país. Luego del espantoso resultado del litigio de la Haya sobre nuestro mar territorial, y ahora que Nicaragua destapó las cartas y se comprobó que mucho antes de la decisión de la corte de Europea, ya estaban licitando la explotación petrolífera sobre un mar que ni siquiera les habían adjudicado: ¡Pobre Colombo-cenicienta! donde al interior todo se derrumba y al exterior, es decir, en sus relaciones internacionales, tenemos una canciller inútil que cuenta con el apoyo a ultranza del presidente Santos. Marco Javier Múnera Puerta.
* * *
LA POLÍTICA DE DIOS. Celebro la aparición de esta nueva novela de Álvaro Pineda Botero, uno de los más destacados escritores colombianos, y célebre además por ser uno de los más estudiosos y analíticos de este tema en el país. Para el profesor Pineda mi reiterada admiración. Rubén Darío Mejía
Galería en la Red
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Celebrando 10 anos "On Line"..2009
Keep the candle burning
I have a dream
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FORUM TPSIPOL: RED DEMOCRATICA (1998-1999).
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