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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo, Marcos Fabián Herrera, Maldoror. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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Presentación Cronistas y Ensayistas Bogotanos
El Viernes 8 de Noviembre a las 6:30 p.m. en la Biblioteca Los Fundadores del Gimnasio Moderno (Cra. 9 No. 74 -99, Bogotá) se presentarán las novedades editoriales de la Colección Los Conjurados: Cronistas bogotanos y Ensayistas bogotanos, títulos ganadores del Programa Apoyos Concertados, del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES).
Entrada Libre. Copa de Vino.
En Cronistas bogotanos aparecen textos emblemáticos de periodistas de gran reconocimiento nacional como: Jorge Enrique Botero, Daniel Samper Pizano, Iván Beltrán Castillo, Antonio Morales, Javier Osuna Sarmiento, Diana María Pachón, Mónica Del Pilar Uribe Marín, Germán Hernández, Carlos Mauricio Vega, Hollman Morris, Amparo Osorio y Alfredo Molano. La presentación estará a cargo de: Olga Sanmartín.
La imagen de portada es de la autoría del artista Germán Londoño.
Aquí la magistral crónica de Jorge Enrique Botero, uno de los periodistas más lúcidos y controvertidos del país, que hace parte de la antología publicada por la Colección Los Conjurados, ya distribuida en las librerías más importantes de Colombia.
***
Sombra nada más
Por Jorge Enrique Botero
(Bogotá, 1956). Ha sido reportero desde 1977. Acumula miles de kilómetros recorriendo montañas, llanos, selvas y ríos de Colombia en busca de historias que ha publicado en medios escritos, radiales y televisivos. También ha sido profesor universitario y fue fundador y primer director de información del canal teleSUR. Entre sus galardones figuran el premio Rey de España (1995), Cemex-Nuevo periodismo (2005); mejor libro colombiano de la Fundación Libros y Letras y American Book Award (2010). Ha escrito los libros Espérame en el cielo, Capitán; Últimas noticias de la guerra; Simón Trinidad, el hombre de hierro; La vida no es fácil, papi y Hostage Nation.
Antes de ser guerrillero, Martín Sombra fue bandolero. La Violencia de los 50 lo agarró mal parado en un pueblo del sur del Tolima de cuyo nombre no puedo acordarme.
Hablé con él varias veces en los remotos parajes de la selva donde la guerrilla tuvo a decenas militares y políticos que hacían parte de su lista de canjeables. Sombra era el jefe de aquellos campamentos y –por lo tanto– respondía ante sus superiores por los prisioneros de guerra. También respondía por los tres contratistas estadounidenses que cayeron en poder de las FARC el 12 de febrero de 2003, cuando la avioneta en la que realizaban labores de espionaje cayó a tierra en el departamento del Caquetá, al sur de Colombia.
Recuerdo la primera vez que lo vi, a mediados de 1997: Sombra le asignaba las tareas del día a un grupo de veinte guerrilleros en un pequeño campamento a orillas de un maravilloso hilo de agua cristalina denominado Caño Caribe. Oficios del campo, principalmente: limpiar un terreno y adecuarlo para la siembra de maíz y yuca; cortar y transportar abundantes cargas de leña para los fogones de la rancha; preparar los alimentos o abrir huecos enormes y profundos para echar allí la basura.
–Soy como el mayordomo de una finca, me explicó cuando advirtió mi curiosidad por la escena.
Después me fui con Sombra hasta lo que podría denominarse el campamento madre de la zona, donde habría de alojarme en los siguientes días. Dejamos mis cosas en el lugar donde dormiría y me invitó a dar una vuelta por el lugar. El campamento tenía al menos 100 caletas regadas en desorden por toda el área, que era plana y estaba abrigada por la sombra perpetua de unos árboles altísimos. Además, había una larga barraca de madera, en cuyo interior se alineaban camas camarotes a lado y lado. Le pregunté si él vivía allí o en una de las caletas y Sombra soltó una carcajada (de mayordomo) tras lo cual me condujo a su propio alojamiento, una pequeña casita de madera que constaba de un solo cuarto y un balcón que servía de oficina. En la única pared del balcón colgaba un retrato de Federico Engels, pintado en rojo y negro sobre madera. Desde allí, unos metros arriba de los demás, Sombra podía divisar el entorno y se daba el lujo de pasar el día controlándolo todo sin moverse.
Me invitó a tomar asiento, se metió a su cuarto, esculcó debajo de la cama y sacó una botella de vodka polaco que trajo con dos vasos metálicos. Hizo una mueca de desilusión cuando le advertí que no podía tomar alcohol pues estaba recuperándome de un extenuante tratamiento contra el cáncer, pero igual se sirvió un trago largo que se bajó poco a poco, brindando con mi vaso vacío cada vez que se mandaba un sorbo.
Y aunque sigo sin acordarme del pueblo del sur del Tolima donde nació Martín Sombra, tengo nítidamente grabada la historia que me contó, acomodado a sus anchas en una muy bien pulida silla de palos.
Tras huir de su pueblo natal, que había sido atacado y quemado por los chulavitas, fue a dar a Ibagué convertido en un huérfano más de los miles que iba dejando la violencia. Todavía era adolescente cuando llegó a la capital del departamento del Tolima. La pequeña urbe, situada en un valle entre las cordilleras occidental y central, apenas llegaba a los 35 mil habitantes.
–Máximo tendría 12 años cuando llegué a Ibagué, rememora Sombra mientras aprovecha para hacer las cuentas de su edad: nació en el 39 o sea que ronda los 70.
Se puso a deambular en busca de cualquier trabajo y el único que consiguió fue el de cotero, cargando bultos de arroz en la galería. No le pagaban con dinero sino con dos platos de comida al día y con un lugarcito para dormir, en el rincón de una de las bodegas, entre los bultos de papa. El peso de lo que cargaba era superior a sus fuerzas, diezmadas por el hambre, y el jovencito sufría de mala manera, así que una madrugada se fue sin decirle nada a nadie y su puso a vagar sin rumbo. Caminaba por toda la ciudad, dormía en la calle y pedía limosna.
–Estaba tan flaco que yo veía la cara de lástima de la gente cuando me miraba.
Llevaba semanas sin bañarse, comiendo pan y sobras que le regalaban casi siempre señoras caritativas. El creía haberle oído a su madre que Ibagué vivía una tía y pensaba que si caminaba y caminaba, algún día la encontraría.
En esas desgracias andaba Martín Sombra cuando se le apareció la virgen. Y le llegó, como debía ser, en forma de monjita: él dormía una mañana bajo el alero de una casa cuando una mujer vestida con hábitos muy blancos lo despertó tocándolo varias veces en el hombro. Sombra la vio entre la bruma de sus ojos recién abiertos y pensó que Dios por fin se había compadecido de sus sufrimientos.
Aquella mujer providencial le pareció una reina: era joven y sus negrísimos ojos brillaban y contrastaban con el blanco de la pañoleta que le cubría la cabeza. La monja lo tomó de un brazo y sin darle tiempo de preguntar nada, lo condujo en unos minutos a la puerta enorme y maciza del convento. Entraron y lo primero que hizo la monja no fue darle comida, como él ansiaba, sino bañarlo. El jovencito quiso asearse solo, pero la monjita insistió en restregarlo con cepillo y estropajo. Cuando salió del baño, le dieron unas ropas de hombre que le quedaron grandes, pero estaban limpias. Después lo llevaron a un comedor con una mesa enorme y le dieron comida. Allí, el joven Martín vio por primera vez a otros niños que estaban bajo el abrigo del convento. Todos trabajaban en la cocina o en el huerto y tenían un alojamiento con camas y colchones y sábanas, donde le asignaron su espacio: lo ubicaron en la cama más cercana a la puerta y cuando puso su cabeza en la almohada, quedó fundido.
De repente, cuando ya todo estaba en penumbras, sintió una mano que lo jalaba. Se percató al instante de que era la misma mano que lo había conducido al convento aquella mañana milagrosa y se dejó llevar de nuevo, dócilmente. Todo estaba muy oscuro, pero recuerda que caminó por un largo corredor y luego entró a un pequeño cuarto, que era el aposento de la monjita. Ella cerró la puerta y no le dio tiempo de pronunciar palabra: le quitó los calzoncillos, que era su única prenda, y lo acostó en la cama. En segundos, su virgen providencial también se desnudó y se le subió encima hasta que el sintió que se asfixiaba, pero no por el peso de la monja sino por los besos que ella le daba en la boca. La monjita también le dio besos por allá, abajo, y después lo hizo subirse encima de su cuerpo, abrió mucho las piernas y se metió entre ellas lo que antes tenía en la boca.
Fue la primera vez que Martín estuvo con una mujer y le quedó gustando. A la monjita también, pues cada noche, religiosamente, ella iba por su muchacho y se lo llevaba al aposento. Hasta que los pillaron.
–Fue por una sapiada –recuerda Sombra.
El que sapió fue un sardino que estaba celoso pues la monjita se lo comía a él antes de la llegada de Sombra. El escándalo fue mayúsculo y la madre superiora llamó a la policía; la monjita salió con el cuento de que había sido violada.
Relata Sombra que en aquellos momentos volvió a sentir el peligro rondándolo, cerró los ojos y se imaginó en el reformatorio, preso quien sabe por cuantos años, así que pegó un brinco, saltó una tapia, cruzó una alambrada y corrió sin parar hasta el amanecer, hasta el mediodía y hasta la noche, huyendo sin rumbo fijo. Terminó su carrera en una casa de campesinos que le dieron albergue y un plato de arroz con huevo. Durmió profundamente y al otro día, cuando abrió los ojos, presenció la escena que cambiaría su vida para siempre.
Los habitantes de aquella casa eran campesinos liberales, camino a convertirse en guerrilleros. Estaban reunidos con otros labriegos y discutían sobre tácticas militares para enfrentar a los chulavitas y a la policía. El que más hablaba era un viejo que había combatido en la Guerra de los Mil Días y que sabía dónde habían sido enterrados algunos fierros. Salvo un par de muchachos que habían pasado por el servicio militar obligatorio, ninguno sabía de milicia, pero todos estaban decididos a echar pal monte.
–Desde el asesinato del doctor Gaitán la violencia había arreciado y la consigna de los godos era no dejar un solo liberal vivo, mucho menos un comunista, recuerda Sombra.
Sin saberlo, había llegado a una vereda llamada La Ocasión, donde decenas de campesinos abandonaban a sus familias para unirse a los casi 150 hombres que, bajo el mando de un tal Gerardo Loaiza, atacaban a las regiones consideradas conservadoras. Su decisión no era política, ni siquiera partidista: se enmontaban por puro instinto. La gente de Loaiza había atacado un paraje llamado Las Mirlas, considerado fortín conservador, donde salió a relucir toda la venganza acumulada durante años. El grito de guerra era "ojo por ojo", lo cual hizo de aquel ataque una demostración de la crueldad que habitaba en los campos tolimenses. El fanatismo anti conservador de aquellos hombres sedientos de revancha era tan fuerte que incluso mataban y descuartizaban a los liberales que se negaban a participar en las orgías sangrientas con las que comenzó en Colombia la década del cincuenta.
Con su pasado a cuestas, sin presente y sin destino, el jovencito recién inaugurado en las artes amatorias no lo pensó dos veces y se enroló en la columna campesina que se uniría a los Loaiza.
Entre 1948 y 1953 surgieron en el Tolima numerosos destacamentos guerrilleros, algunos netamente liberales, conectados con la Dirección Nacional de su partido, la cual enviaba periódicamente a algunos emisarios desde Bogotá con la noticia repetida de que se preparaba un "alzamiento general para derrocar al gobierno conservador"; y otros decididamente comunistas, cuyo radio de acción e influencia se concentraba en veredas de los municipios de Chaparral, Rioblanco, Ataco y Ortega. En 1950 los grupos dirigidos por los comunistas se constituyeron en Ejército Revolucionario de Liberación Nacional, tras una Conferencia realizada en un lugar conocido como Irco.
Es en esos años de sangre y llamas cuando entra en escena un joven campesino de familia liberal nacido en el municipio de Génova, departamento del Quindío, cuya puntería implacable había cobrado rápida fama en las filas insurgentes hasta granjearse el apodo de Tirofijo. Su nombre era Pedro Antonio Marín y se había unido al grupo liberal de los Loaiza. Después se pasó a las filas de los comunes, donde cambió su nombre por el de Manuel Marulanda Vélez, en homenaje a un líder obrero y comunista asesinado durante la dictadura conservadora.
"La primera base militar guerrillera contra la dictadura conservadora se formó en La Ocasión, lugar situado en la margen derecha del río Cambrín, frente a la cumbre donde poco más tarde se fundara El Davis. Esta base estaba rodeada de campesinos liberales de los más beligerantes. Los combatientes no permanecían acantonados. Cada uno podía irse para su vereda, o lugar de residencia o finca. Cuando los jefes consideraban llegado el momento para alguna acción, lo comunicaban con urgencia y reunían a la gente. Tal como lo hacían los conservadores, estos comandos quemaban casas, robaban ganado y atropellaban. Del botín recogido en acciones de guerra o en incursiones, los jefes hacían la distribución reservándose para sí la mayor cantidad y lo mejor. Las armas en un principio eran de quienes las tomara en acción, pero después los jefes las concentraban en su poder, comprándoselas a los combatientes con el producido de las acciones".
Quien así habla es Manuel Marulanda, quien fuera jefe máximo e indiscutido de la guerrilla más antigua del mundo desde su fundación en 1964 hasta su muerte, a causa de un infarto fulminante, en mayo de 2008.
"Este sistema de distribución estimuló a los comandantes de veredas y regiones con el objeto de obtener mayor provecho. Se hizo corriente el comercio de armas que iban a parar a sus manos, lo que daba, a su vez, mayor poder. En los comandos liberales que fueron surgiendo no había ninguna clase de entrenamiento. Cada uno por su cuenta hacía lo que consideraba importante. No aparecía ninguna concepción militar que conformara una estrategia. La táctica aparecía espontáneamente ante las necesidades de la lucha, al poner en práctica argucias en el combate, pero nadie se preocupaba por sistematizarlas. No se tenía la menor idea sobre logística. Cada uno, si así lo quería, tomaba más. Se malgastaban los recursos alimenticios y las provisiones. Imperaba la anarquía. Naturalmente esta situación traía fricciones entre los dirigentes y entre los mismo combatientes".
Martín Sombra era uno de ellos, aunque no lo dejaban participar ni en las acciones, ni en los botines, ni en las fiestas y mucho menos en la repartición de las armas. Así que, aburrido de hacerle mandados a los jefes y de oírle a los demás las historias de sus proezas, Sombra se interesó cada vez más en los cuentos que escuchaba sobre unas guerrillas comunistas que le propinaban duros golpes al enemigo. Y el destino se encargó, una vez más, de darle un cambio radical a su vida cuando asistió a una reunión de guerrilleros liberales y comunistas en un caserío cercano a Chaparral.
De allí en adelante, Martín Sombra seguiría tras los pasos de los comunes. La noche del día de 1997 en que lo conocí pasamos una inolvidable velada. Rasgando las pocas cuerdas que le quedaban a su destartalada guitarra, el curtido comandante guerrillero entonó coplas de su autoría en las que narraba épicos combates, tomas guerrilleras de pueblos llaneros y marchas interminables por montes y páramos tras los pasos del Mono Jojoy. Toda la luz de aquella jornada la proporcionaba una vela, cuyos rayos iluminaban tenuemente a los casi 100 guerrilleros que celebraban con emoción el recital de su jefe.
En febrero de 2008, Sombra volvió a ser sapiado, y cayó en manos del ejército en cercanías de la población boyacense de Chiquinquirá. Aquejado por una suma incontable de males físicos, en especial por una lesión en la rodilla, el veterano guerrillero había sido dado de alta por el mando insurgente unos meses atrás. Hoy purga varias condenas que suman 33 años en una cárcel de máxima seguridad y aunque la Corte Suprema de Justicia de Colombia negó la solicitud de una corte norteamericana para ser extraditado, Sombra no pierde la esperanza de conocer algún día los Estados Unidos, en cuyas cárceles, según le han contado, trabajan verdaderos ejércitos de monjas. Quien quita que se le vuelva a hacer el milagrito.
Ensayistas Bogotanos
La antología Ensayistas bogotanos contiene notables textos de los importantes escritores nacidos en la capital colombiana: Juan Gustavo Cobo Borda, Mauricio Botero Montoya, Santiago Mutis Durán, Gabriel Arturo Castro, Federico Díaz-Granados, Oscar Torres Duque, Mauricio Contreras Hernández, Santiago Espinosa, Omar Martínez Ortiz y Gonzalo Márquez Cristo. La presentación estará a cargo del prologuista y compilador del libro: José Chalarca.
La imagen de portada es de la autoría del artista Fernando Maldonado.
A continuación el agudo prólogo del libro Ensayistas bogotanos.
La vocación del ensayo
Por José Chalarca
El ensayo es la poetización del saber
Eugenio D'Ors
Para algunos tratadistas el nacimiento del ensayo puede situarse en la literatura clásica latina y la primera muestra es Cartas a Lucilio del gran Lucio Aneo Séneca. Para el caso de las literaturas en lengua romance el ensayo tuvo su primera presentación en público con la publicación de los primeros libros de ensayos del escritor Michel de Montaigne en 1580.
En lo referente a la literatura española, algunos autores ubican la aparición del género con la obra de un clásico del Siglo de Oro: Baltazar Gracián (1601-1658) pero, en rigor solo puede hablarse de ensayo como género desde las postrimerías del siglo XIX con exponentes de la talla de don Marcelino Menéndez Pelayo, Juan Valera, Eugenio D'Ors.
En la historia de la literatura colombiana hay que mencionar entre los primeros cultores del género a Rufino José Cuervo, Miguel Antonio Caro, Baldomero Sanín Cano, Rafael Gutiérrez Girardot y el gran Hernando Téllez los más próximos a nuestro ahora. A ellos hay que sumar otros escritores que escribieron ensayo al margen de sus actividades como poetas, novelistas o narradores.
Y es que el ensayo es un género difícil porque exige de quienes lo cultivan conocimiento profundo sobre la temática que deseen tratar, capacidad crítica, estilo y manejo del idioma, necesarios para transmitir la idea, el pensamiento, la emoción y, ganar para el autor la voluntad de quien lo lee.
El ensayo es un género noble que sirve con igual eficacia y eficiencia a la filosofía, la historia, la ciencia y el arte y que, no obstante la apariencia ancilar de su función, es el vehículo más apropiado para decir con economía de palabras y espacio, lo más importante y trascendente que se pueda decir de alguien o de algo.
El ensayo, si está bien logrado, tiene la virtud de ganar para el autor la voluntad de sus lectores porque llega a sus inteligencias con los argumentos y las pruebas capaces de cambiar una posición, de aclarar situaciones, de orientar la óptica para percibir en su condición real el personaje, el hecho o la obra que el autor quiere mostrar.
Este libro recoge una muestra depurada de lo que el ensayo, escrito por autores nacidos en la capital, es hoy en nuestra literatura. Los creadores seleccionados incursionan con sus personales estilos en la obra de artistas y sucesos coyunturales de la contemporaneidad.
Juan Gustavo Cobo Borda, quien hace gala de su experiencia literaria, nos pasea por la vida y la pintura de Alejandro Obregón; Mauricio Botero Montoya con un estilo cálido y emotivo, por el sentimentalismo cordial que alimentan los tangos y los boleros; Santiago Mutis Durán critica el concepto de arte «interdisciplinario»; Gabriel Arturo Castro nos devela los entresijos de un cuento del inefable Jorge Luis Borges; Federico Díaz-Granados nos facilita el degustar la poesía citadina y barrial de Mario Rivero; Oscar Torres Duque, quiere mostrarnos las aproximaciones que pueden darse en la creación novelística de Jorge Isaacs y Manuel Puig; Mauricio Contreras Hernández nos lleva en emocionado discurso a desentrañar la esencialidad del quehacer poético y su para qué; Santiago Espinosa con un estilo transparente nos muestra con acierto la personalidad controversial y la poesía dura y dolida de María Mercedes Carranza; Omar Martínez Ortiz con estilo inteligente y certero apunta a revelar los recónditos secretos que entraña el ejercicio poético, y Gonzalo Márquez Cristo nos muestra con agudeza desde su óptica apocalíptica los agujeros negros, más negros por la soledad que por la ausencia de luz a los que nos conduce, en marchas forzadas, la cultura cibernética y su ilusoria perversidad, que acabará por anular y destruir nuestra inteligencia natural.
A pesar de que casi todos los textos de esta antología fueron escritos en la forma tradicional que se emplea para el género, es importante denunciar un formato académico emergente, confeccionado en algún momento por la APA (American Psicological Asociation) para presentar los trabajos de investigación científica y que en forma inconsecuente se quieren aplicar a un género de naturaleza tan especial como lo es el ensayo. Ese sistema para registrar las citas, importado de otro contexto, que se ha generalizado para referenciar los textos y sus autores atravesados aquí y allá a lo largo del escrito, lo único que hace es fastidiar al lector, desenfocar su atención y tornar pesada e ininteligible una composición cuya gran virtud debe ser la gracilidad en el estilo, la transparencia y la intelección directa sin zancadillas a la inteligencia ni reductores de velocidad al pensamiento.
El ensayo tiene ahora pocos autores porque es un género que demanda lectores exigentes, cultos y hambrientos de más saber que busquen temas que los hagan pensar y poner en cuestión su ser, su entorno social, sus necesidades y falencias y esos lectores no abundan en nuestros tiempos y los pocos que se dan se pierden entre las legiones que solo buscan los géneros ligeros que no penetren ni conmuevan un milímetro más adentro de la epidermis.
La mujer con su voz negra
Visibles ademanes
Eugenia Sánchez Nieto
Colección Un Libro por Centavos
Universidad Externado de Colombia
Por Evelio Rosero
He decidido titular este breve comentario con uno de los versos que aparecen en el libro Visibles Ademanes, de Eugenia Sánchez Nieto, Yuyín –para sus amigos–, un verso contenido justamente en el primero de los poemas, titulado Verde: La mujer con su voz negra. Así como después de la lectura de una obra en prosa, sea cuento o novela, es común recordar un pasaje, un capítulo, con más intensidad que otros, es natural que ocurra lo mismo con la poesía, y que la aparición de un verso determinado, o dos, o tres, nos estremezcan con más prontitud, nos convoquen de un especial modo. Ahora recojo, por ejemplo, al azar, de manera aislada o indistinta, estos versos o preguntas contenidos en la obra que presento y que no dejaron de merodear en mi recuerdo, una vez terminada su lectura:
"¿En qué momento la vida dejó de ser tuya?
"¿Quién soy yo en la penumbra?
"¿Cuál es la palabra cierta?
"¿Dónde está el silencio que nombra la mejor palabra?
"Escucho una voz/ Alguien me llama, ¿es mi propia voz/ o una voz perdida que busca la alegría del encuentro?"
Es como si allí radique, para nosotros, el escalofrío esencial de esta poesía, que, aunado a la generalidad del poema, de su historia, de su argumento, porque también cada poema lleva aquí, implícita, su historia, su argumento –y no importa si más difuso o abstruso, pero siempre latente-, nos convierte en cómplices o habitantes de cada poema, de la sutil desolación que ellos convocan. Se trata de un mundo íntimo –pero que nos corresponde a todos-, pletórico de imágenes e ideas sutilmente hilvanadas.
En Visibles Ademanes, luego de su viaje de ideas y sensaciones alrededor de una misma ciudad, nos queda el sedimento de una poesía habitada de espejos, pero con la gran ruptura: que cada espejo es único en cada poema, que son espejos distintos, indagaciones desde distintos tópicos –mediante el mismo objeto abismal, el espejo, alrededor de una realidad sombría. La creadora nos habla de los "seres que miran desde un espejo", pero también ella, por supuesto, está detrás, ella, en la penumbra, a veces, y a veces muy patente, inesperada, igual que alguien empezándose a asomar entre nubes oscuras -las mismas que pueden habitar en un espejo-, que de pronto se nos muestra por completo, diáfano, precisamente como en otro espejo, nítido, sin nubes y sin noche, a la luz de los ojos.
Es esta alternancia, la imagen –en frecuentes ocasiones casi enumerada-, en contrapunto con la historia contada de los poemas, con su anécdota, lo que más me atrajo de la obra que hoy nos reúne. Porque, ¿qué guardamos al final de la lectura de un poema, de un libro de poemas? ¿Qué nos pertenece? ¿Qué nos modifica, para bien o para mal? ¿Qué nos hace sentir vivos o más vivos a través de la poesía, aunque para sentirnos vivos tengamos que pensar en la muerte que ella nos entrega, y ofuscarnos con la violencia y su desolación? Son muchas las maneras de abordar la poesía, o de dejarnos abordar por ella, a veces sin que lo notemos, a veces muy a nuestro pesar. Leyendo los poemas reunidos, esta selección personal que la autora realiza como la conclusión de años de indagación íntima, me he puesto a recordar al poeta alemán Heinrich Von Kleist, (1777-1811), poeta, dramaturgo y novelista, justamente en su Carta de un poeta a otro, dice "También cuando lees otras obras poéticas muy distintas de las mías me doy cuenta de que (por decirlo con un refrán) estás en la aldea y no ves las casas"...
En Visibles Ademanes estamos en la aldea, pero vemos ineludiblemente las casas, y no solamente nos asomamos: entramos en ellas. Aunque en este caso la aldea es una ciudad, la ciudad que tocó en suerte a su autora y nos tocó en suerte a nosotros, desde que nacimos, con todo su caos y su amor, sus ladrones y asesinos, su silencio y su grito, aire y ladrillo, e incluso la avidez –el ansia desmesurada por otra ciudad: "Una ciudad anhelada, desprovista de miedo". Pero si esperamos un hallazgo de artilugios verbales, de vanas altisonancias y fórmulas que nos encandilen, sería mejor que cerráramos el libro y nos fuéramos al cine –al cine de la común poesía colombiana, que da la cáscara al sediento, más nunca su fruto.
Hay, en Visibles Ademanes una suerte de conversación íntima, frugal pero descarnada, entre autor y lector, pero una charla de pronto brutal e inesperada, la que puede ocurrir entre dos desconocidos a los que une la casualidad de una misma esquina, un bar, un bus, su experiencia transitoria, su advertencia. Así ocurre, por ejemplo, en el poema titulado:
Puede suceder
Cuidado no te alejes demasiado
En el sueño cualquier cosa puede suceder
Verás tu cuerpo suspendido con una expresión
de terror en los ojos
Una sordomuda en una pista de baile expresando
Su gracia y soltura de movimientos
Ninfas que acechan y te llaman produciendo extraños sonidos
Una mujer de rostro apacible que te amamanta
Un ángel lascivo en abstinencia dedicado a ritos dolorosos
Un sobreviviente de ojos hermosos guiando
un trasatlántico en alta mar
Un general frente a un espejo masturbando su miedo
Niños implacables cobrando
Por fin al mundo su indecencia.
Cuidado no te alejes demasiado
Cualquier cosa puede suceder.
Acaso, en el trasfondo, las cosas que pueden suceder en el sueño, no solo suceden en el sueño sino en la realidad, nuestra realidad, a partir de la vivencia del poema, o en la misma entera realidad, porque allí suceden, o van a suceder, o acaban de suceder, las cosas de los sueños. Es el milagro de la poesía, para bien o para mal:
"No sé
si es imaginación o realidad
ese cuerpo ensangrentado sobre la hierba,
y el verde pasto sigue tan verde como siempre".
Encontramos en Visibles Ademanes la monstruosa realidad retransformada, aunque la esperacen los abrazos del amante, la danza a solas, "el sueño y sus mil puertas abiertas", o "el viento, ese loco enamorado que me desnudará", o "nuestra enamorada más fiel, la poesía". Una realidad atroz, sutilmente entretejida alrededor de cada poema. "¿A dónde van las palabras? se pregunta en algún recodo del libro, y se responde: Al estremecimiento que provoca la muerte". Las cosas, los sucesos, todo lo que de una u otra forma avisa de la condición humana en un país arrasado, se mencionan aquí por su nombre, como tiene que ser, porque no se puede eludir: "El odio, el fanatismo, las furias se abrazan a jóvenes cuerpos, la ceremonia de la guerra, el olor a plomo redime a los bárbaros"… pues: "sigue detenido el tiempo del miedo y del odio". Es la aldea o la ciudad, es el país, si se quiere, resumido "en calles infinitas que recorren los barrios de La Macarena, La Soledad, Teusaquillo… donde "el viento murmura una canción al oído de los tristes". Después de este viaje por las palabras se tiene la certeza de haber salido de casa, a medianoche, a padecer el desasosiego y la incertidumbre en las mil y una posibilidades de las esquinas bogotanas.
Siempre, en cada poema, asoma esta certeza, y a causa de esta certeza, algo tan bello como temible se conforma, al final, un grande y único espejo, nuestro país, en donde todos damos constancia de nuestros rostros, nuestra palabra, o nuestra indiferencia. Aquí está la palabra que asume dicha realidad, la devuelve, la hace crecer dentro de quien lee como una gran inconformidad, pero siempre a través de esa dulce reflexión de la poesía, más un susurro que un grito, pero por eso mismo más desgarrador. Así es posible afirmar que Visibles ademanes ha nacido del estremecimiento, y que su autora, la poeta Eugenia Sánchez Nieto, al crear poesía, sencillamente ha empuñado su corazón, asiendo sus pensamientos, y, con ambas manos, sin más aliño, como deseaba el poeta Kleist, los acaba de depositar en nuestras manos.
CARTAS DE LOS LECTORES
ARMANDO ROJAS GUARDIA: Insuperable reflexión del gran poeta venezolano en el pasado número de Con-Fabulación, alusiva a la difícil opción de vivir poéticamente, orientación que no tiene nada que ver con eso que llaman poesía y que se escribe en un papel mojado por la lluvia. Vivir poéticamente es algo que debería buscarse sin límites, pues de lo contrario la vida no tendría sentido, ni para el político, ni para el obrero, ni para el artista, ni para el ama de casa. Vivir poéticamente debería ser el proyecto de nuestra especie. Amanda Dueñas, poeta venezolana
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CELEBRACION DÍA DE MUERTOS. Recomiendo se evite ponerle "ALTAR" a su ofrenda. La palabra es un anglicismo que se coló en el habla de Televisa, hará unos 15-20 años... El diccionario define "altar" como una construcción realizada al interior de un edificio, usualmente un templo religioso, de naturaleza permanente. Una "ofrenda" por su parte, es una instalación ritual de carácter temporal, usualmente cíclico. Sucede que cuando los EUA empezaron a reconocer la conmemoración que año tras año realizaban las comunidades mexicanas en su suelo, describieron sus ofrendas como "altares", pues es una palabra mucho más usada que la de "offerings". Lo irónico es que fue gracias al reconocimiento norteamericano del rito mexicano que la clase media mexicana (tan norteamericanizada y descastada) dejó de avergonzarse por esta costumbre tan "india". Como es su sana costumbre, este sector decidió adoptar el anglicismo "altar" y popularizó la palabra a través de los medios. (Hasta hoy día, jamás se verá alguien que viva en zonas urbanas de privilegio colocar una ofrenda de muertos en la sala de su propio hogar! Su devoción es de dientes pa'fuera...) Saludos desde Brasil. Felipe Ehrenberg, Brasil
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300 NÚMEROS DE CON-FABULACIÓN. Siempre bien recordados y admirados Gonzalo, Amparo, Iván (y todo ese formidable equipo): Un ¡viva! fervoroso, por los 300 números, de este lector/ poeta que se siente muy cerca de ustedes y se reitera, una vez más, a las órdenes para lo que sea. El abrazo gigante de Jorge Ariel Madrazo, poeta argentino
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VIVIR POÉTICAMENTE. Excelente texto el que publicaron del poeta venezolano Armando Rojas Guardia. Vivir poéticamente, es una gran lección que la humanidad entera debería aprender y practicar toda la vida. Gracias de nuevo por su publicación. Camilo Alberto Conti Casanueva.
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LA NOCHE DE LA MUERTE pareció tan corta y plena como debe ser la eternidad. Estuve muy feliz y complacido de participar en el grácil aquelarre. Los matices de su actividad, bellamente lunática, mejoran la vida, inventan colores al incierto horizonte y, sin duda, los convierte en unos clásicos prematuros. Las 90 personas que asistimos disfrutamos el embrujo. Iván Beltrán
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LA PELONA. Maravilloso encuentro con la muerte y la poesía. Felicitaciones a Común Presencia y al Festival de Literatura de Bogotá que unieron esfuerzos para celebrar el Día de los Muertos, acto realizado en Café Libro el pasado 31 de octubre. Majestuosa la lectura de varios poetas que con sus palabras rindieron homenaje a la mítica Parca. Bello el Altar de los Muertos, elaborado por la artista Esperanza Vallejo donde se le ofreció un sentido homenaje al Rey José Alfredo Jiménez y al escritor Álvaro Mutis, recientemente fallecido; acompañado de las tradicionales calaquitas de azúcar y su pan de muertos. Gracias Mictecacihuatl, Dama del Inframundo. Sergio Trujillo Béjar. Pintor y documentalista.
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