Monday, March 3, 2014

[RED DEMOCRATICA] No. 316, El Color del Egeo

 


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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo, Marcos Fabián Herrera, Maldoror. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).

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con el asunto “Retiro”

 

La poesía en tiempos aciagos

 

Por Mauricio Contreras Hernández

 

 

Reproducimos el siguiente texto de Mauricio Contreras Hernández, perteneciente al libro Ensayistas bogotanos, que incluye a los siguientes autores: Juan Gustavo Cobo Borda, Mauricio Botero Montoya, Santiago Mutis Durán, Gabriel Arturo Castro, Federico Díaz-Granados, Oscar Torres Duque, entre otros. El prólogo fue escritor por José Chalarca.

 

Una de las constantes que ha acompañado a la poesía en su larga travesía histórica, y que quizás forma parte de su esencia, es la pregunta por su función en la sociedad, por su «utilidad». Pregunta que, unas veces, le es formulada desde fuera y que en ocasiones surge de su propio quehacer.

Ya en Grecia fue asaz sospechosa para el logos instaurador de la República ideal. Sin embargo, fue ese mismo logos el que auscultó las inasibles relaciones entre poiesis y ethos.

Luego, es Hölderlin quien de nuevo invoca este ¿para qué? de la poesía en tiempos aciagos, otorgándole al poeta la función de heraldo de la nueva divinidad, de portador de la antorcha que ha de iluminar una nueva ceremonia sagrada: la poesía como celebración del pan y del vino, comunión que ha de restablecer los vínculos entre el hombre abandonado en el mundo y sus dioses.

De esta chispa surge como un nuevo fuego la pregunta –quizás grito– romántica. Indagación en esa oscuridad esencial del espíritu, en esas regiones no accesibles a la razón que se revela como luz demasiado débil en la búsqueda del absoluto. Para el programa romántico es evidente la necesidad de borrar los límites entre poesía y vida. Se trata de hacer más sociable a la poesía y de hacer más poética a la vida y a la sociedad. También se le pide a la poesía que establezca un diálogo con su presente, con su tiempo más cercano. Schlegel nos dice que:

Pertenece también a la esencia de la poesía estallar en sagrada cólera y manifestar toda su fuerza en la materia que le es más ajena: el vulgar presente.

Así, la poesía asumida como fuerza posible de crear realidad y como voz emancipatoria hace presencia en nuestro paisaje americano necesitado de historia, de ser creado por el lenguaje. Mas aquí no es elaborada como pregunta. Aquí ejerce funciones fundacionales, constitutivas y celebratorias. Ella provee y contiene, al mismo tiempo, lo que nombra: los mitos, los héroes y la realidad que pretende crear.

Pero vuelta sobre sí misma ejerce la seducción del deslumbramiento y se convierte en mero reflejo, juego de artificio que pretende exaltar lo propio desde lo ajeno. Sin pausa entre el júbilo de la victoria y el sufrimiento de las derrotas. Sin una elaboración de su presente histórico se convierte en retórica: constituciones, himnos, gramáticas. En América el gesto se robó al acto, sentencia lúcidamente Lugones.

Decorados y parafernalias donde lo escrito se privilegia a sí mismo escamoteando lo que pretende nombrar. Sin tiempo para examinar el afán de decir lo nuevo. Hemos entrado en el vértigo global sin definir nuestro propio ritmo, nuestro propio tiempo. Tiempo para conjugar el tiempo desde nuestras manifestaciones históricas y culturales. Tiempo para que la catástrofe se transforme en conocimiento y la experiencia en destino, nos advierte Carlos Fuentes.

Tiempo para elaborar la pregunta por los inasibles nexos entre poiesis y ethos.

Y de nuevo resuena la pregunta. De nuevo la poesía asaz sospechosa para el filósofo que ahora clama por el ¿para qué? de la poesía después de Auschwitz. Una vez más la poesía impugnada por la catástrofe, por la insensatez de un logos que no encuentra respuestas en su ejercicio autoritario. La poesía, argumentada como inutilidad esencial, debe ahora dar respuestas sobre la utilidad de esa inutilidad. ¿Paradoja de su propia esencia?

Sólo que ahora musita un balbuceo, un cambio de aliento. De nuevo la poesía como necesidad de redención para una comunidad sin comunión. La necesidad de dar voz a esa anónima alma colectiva, de ser voz de las víctimas de la atrocidad, de reunir un lenguaje disperso.

Cómo no escuchar a Paul Celan desde lo no-dicho que permanece en lo dicho:

Accesible, próxima y no perdida permaneció, en medio de todas las pérdidas, sólo una cosa: la poesía.

Sí, la poesía no se perdió a pesar de todo. Pero tuvo que pasar entonces a través de la propia falta de respuestas, a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero. Pasó a través y no tuvo palabras para lo sucedido. Pasó a través y pudo volver a la luz del día, –enriquecida– por todo ello (...)

Y luego vendría la ideología, no con preguntas sino con exigencias de adhesión y vocería. Fidelidad al nuevo catecismo de la realidad social como única posibilidad para hombres y mujeres. Exaltación de la dictadura de la historia. Toda evasión será una traición y como tal será castigada. De nuevo la expulsión de la República.

Sin embargo hay quien vigila atento y nos conforta desde las estepas del destierro, es Joseph Brodsky vislumbrando que: (...) toda tendencia reductora proviene del mismo temor al infinito, y, al ceder ante el deseo del infinito, la poesía vence con frecuencia los credos.

Ahora bien, en nuestra condición actual de país que origina y sufre el drama del éxodo permanente de millones de personas, ocasionando con ello una gran fractura en los incipientes intentos por elaborar una tradición, por construir una nación, ¿cómo renovar esos vínculos entre poiesis y ethos.

¿Cómo te llamas? ¿Quiénes son nuestros padres? ¿Quién habla por nosotros? ¿Hacia dónde vagamos? ¿Cuáles son nuestras palabras? ¿Dónde están nuestras manos? Preguntas y perplejidades, pero «el poeta se encuentra ligado, a pesar de él, al acontecer histórico. Y nada le es extraño en el drama de su tiempo» (Saint-John Perse).

Esa voz de millones de hombres, niñas, mujeres y niños que ayer, hoy y siempre están partiendo, dejando abandonado su terruño, su mata de ñame, su puño de arroz, rompiendo sus más esenciales vínculos de pertenencia; esa voz ahogada, anónima, esos rostros inexistentes de tanto verlos, de tanto solazarnos en su tragedia. Personas sin más nombre que el indigno vocablo que los señala como portadores de la peste: desplazados.

Nombre anónimo que recorre nuestra historia, historia de errancia, de coloniaje, de extrañamiento. Sin voz ni memoria.

En esta búsqueda escuchamos a quienes se han preguntado por lo mismo. La literatura, nos dice Calvino, es necesaria a la política cuando da voz a lo que carece de ella, o da nombre a lo que aún es anónimo.

También Juan Goytisolo nos advierte que es deber de los escritores recordar lo suprimido por esa institución del estado llamada amnesia, impedir el memoricidio.

Quizás si intentamos dar voz a ese silencio que murmura incesante, a esos pasos sin rastro que transcurren inadvertidos. Quizás si intentamos restaurar el nombre individual de esa «multitud errante», si escribimos para restablecer el diálogo con nuestro propio tiempo, para crear realidad y tradición. Quizás si inauguramos el tiempo para que nuestra catástrofe se transforme en destino de búsqueda colectiva; podamos decir que estamos restituyendo los vínculos entre poiesis y ethos.

Sólo así podremos decir con José Martí:

La poesía es durable cuando es obra de todos. Tan autores son de ella los que la comprenden como los que la hacen. Para sacudir todos los corazones con las vibraciones del propio corazón es preciso tener los gérmenes e inspiración de la humanidad. Para andar entre las multitudes de cuyos sufrimientos y alegrías quiere hacerse intérprete el poeta, ha de oír todos los suspiros, presenciar todas las agonías, sentir todos los goces e inspirarse en las pasiones comunes a todos.


Mauricio Contreras nació en Bogotá en 1960. Autor de los libros de poemas Geografías, En la raíz del grito, De la incesante partida, Devastación y memoria (Antología). Su libro La herida intacta, obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Ciudad de Bogotá 2005». Como traductor ha publicado los libros La poesía está muerta, juro que no fui yo, del poeta portugués Jose Paulo Paes; Dos poetas en lengua inglesa, versiones de los poetas Owen Sheers y Vikram Seth y Dos mujeres y una lengua, versiones de las poetas Menna Elfyn de Gales y Tishana Doshi de la India. También ha escrito y publicado en diversos medios de Colombia y el exterior numerosos ensayos. Además se desempeña como investigador en pedagogía, campo en el que ha publicado varios libros. Ha recorrido el país realizando talleres con docentes y estudiantes.



El color del Egeo

 

Por Armando Romero

 

 

Aquí una muestra poética de El color del Egeo, de la autoría del escritor y catedrático caleño radicado desde hace varios años en los Estados Unidos.

 

 

RUGE Y RONCA EL VIENTO

Ruge y ronca el viento contra los barcos.

Recio se escurre entre las cuerdas.

Silba por las montañas.

Azota las telas.

Se revuelca en las olas.

En la terraza de la taberna,

ella levanta las manos

y se untan de estrellas sus dedos.

Motivos de luz son sus cabellos.

Ojos son esos del Egeo.

Las islas al fondo,

oscuras,

son testigos de lo inmenso.

 

 

NO ES LA OLA

 

No es la ola que perdió

su camino entre las islas,

no es el ave que se detiene

en un rayo negro,

las que abren mis ojos.

Son estas diosas

que hoy temprano el día

se posan en la playa

y de piedra dejan el viento.

Todo color del mar

en sus cuerpos.

 

TODOS QUISIÉRAMOS IR

Todos quisiéramos ir en ese barco

que va a Karkinagri.

Si hoy lo lleva un mar tranquilo

mañana no importa que sea tormenta.

El rostro de una mujer,

pájaro de miel,

se posa contra la borda.

Haciendo juego en el presente

un marinero desenreda las cuerdas

al ir del tiempo.

Espejo

la vieja sal en la cubierta,

la estela de espuma y gaviotas.

Nadie dijo que tenía que moverse de allí

ese barco que va a Karkinagri.

Nadie me lo va a quitar hoy

de los ojos y la memoria.

Así será, eterno, ese barco

que nos lleva a Karkinagri,

vida y silencio.

 

(Cali, Colombia 1944). Perteneció al grupo inicial del Nadaísmo en Cali. Master y doctor en literatura latinoamericana de la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos. Traductor e investigador, ha sido distinguido con el título de Charles Phelps Taft Professor de la Universidad de Cincinnati, donde es profesor de literatura latinoamericana. Autor de los poemarios: Los móviles del sueño (1976); El poeta de vidrio (1976); Del aire a la mano (1983); Las combinaciones debidas (1989) y A rienda suelta (Buenos Aires, 1991), Hagion Oros- El Monte santo (2001) y Cuatro Líneas (2002), A vista del tiempo (2005), Del sol la noche (2006) Es autor de los libros de ensayos: Las palabras están en situación (1985); El Nadaísmo o la búsqueda de una vanguardia (1988); Gente de pluma (Madrid,1989). Una gravedad alegre –Antología de poesía latinoamericana al siglo XXI - (Valladolid, 2007). Además de los libros de cuentos: El demonio y su mano (1975); La casa de los vespertilios (1982); La esquina del movimiento (1992) y La rueda de Chicago (2004). Este libro ganó el Premio a la mejor novela de aventura (Latino Book Festival, New York, 2005). En el 2008 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Atenas, Grecia.

 

 

Extravíos de Gabriel Arturo Castro

 

 

el encantamiento de la interioridad

 

Por William Marín Osorio

 

A propósito del libro Extravíos. Comentarios bibliográficos de ida y vuelta de Gabriel Arturo Castro

 

Gabriel Arturo Castro es un poeta que también escribe ensayos y reseñas sobre diferentes temas de la Cultura.  Este libro que hoy se publica bajo el sello Klepsidra editores, es la culminación de un proceso de escritura que empezó hace más de veinte años.

Gabriel Arturo Castro actualmente es escritor y catedrático de la Universidad del Tolima, oficios que desempeña con fervor y del que se hace consciente en las permanentes reflexiones que nos llegan desde sus comentarios críticos en diferentes medios impresos y virtuales del país.  Desempeña una destacada labor como colaborador habitual en el Boletín Bibliográfico del Banco de la República y en revistas virtuales como Con-fabulación, La Pipa de Magritte, Periódico de poesía, entre otros importantes medios culturales del país.

Desfilan por las páginas de este libro crítico y simbólico que hoy presentamos, las figuras emblemáticas de Baldomero Sanín Cano,  Paul Auster, Fideligno Niño, Edgar Morin, Xavier Zubiri, Nina S. De Friedemann,  Roman Jackobson,  Rafael Gutiérrez Girardot, Luis Alfonso Ramírez Peña, Alfonso Cárdenas Páez, Paul Eluard, Stéphane Mallarmé,  Guillaume Apollinaire, Vincent Van Gogh, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, César Vallejo, José Lezama lima, Aurelio Arturo, Horacio Benavides, Felisberto Hernández, Juan Manuel Roca, Fernando Denis, Walter Benjamin, al lado de otras voces como Óscar Saldarriaga Vélez, Henry Luque Muñoz, Antonio Silvera,  Jim Morrison, Nana Rodríguez Romero, Gonzalo Márquez Cristo, Julián Malatesta, Julio Paredes, William Ospina, Fernando Romero Loaiza, Elias Castro Blanco, entre muchas más; una lista de innumerables nombres que han hecho un valioso aporte a la cultura desde diversas perspectivas. Por este motivo, el texto de Gabriel Arturo Castro tiene un carácter polifónico que invita a la meditación sobre los innumerables y complejos mundos productos de la literatura universal, demostrando con ello una gran sensibilidad frente a sus propuestas estéticas, como un profundo conocimiento de sus tesis y contradicciones más ocultas.  Encontramos a un autor reflexivo que demuestra en la exposición de sus ideas los momentos de lucidez de sus invitados,  así como sus equívocos y desaciertos conceptuales.  De ahí entonces que estos textos  no constituyan sólo relaciones de autores y de obras, sino que tienen la virtud de ser un examen de sus argumentaciones a la luz de teorías siempre vigentes en el ámbito del Arte y de las Ciencias Humanas.    

 

 

La arqueología del saber como nihilismo lingüístico

 

 

Por Juan Carlos Arboleda*

 

El ensayo del autor Michel Foucault La arqueología del saber, como desarrollo y explicitación del ensayo Las palabras y las cosas, es, guardadas proporciones, temáticas y estilos, el Ecce Homo de Nietzsche: son libros que se escribieron para explicarse los autores a sí mismos, produciendo el efecto contrario: más confusión y más turbación. Miremos, en el caso específico que estamos tratando de Focault, por qué.

En la conclusión de su tremendo ensayo La arqueología del saber, Foucault mismo nos dice…

“Me he obligado a avanzar porque ahí estaba lo esencial: liberar la historia del pensamiento y su sujeción trascendental. Se trataba de analizar esa historia en una discontinuidad que ninguna teleología reduciría de antemano; localizarla en una dispersión que ningún horizonte previo podría cerrar; dejarla desplegarse en un anonimato al que ninguna constitución trascendental impondría la forma del sujeto; abrirla a una temporalidad que no prometiese la vuelta de ninguna aurora. Se trataba de despojarla de todo narcisismo trascendental; era preciso liberarla de ese círculo del origen perdido y recobrado en que estaba encerrada…”

Tremenda expresividad poética adquiere Foucault al destituir una filosofía de la historia (presa de teleología) para, como Nietzsche, filósofo del martillo, hacer una anti-filosofía-de-la-historia, que libere al devenir de prejuicios, tales como, teleología, continuidad, origen trascendente, teología, fin trascendente y sujeto trascendental, entre otros.

La historia es discontinua y no tiene un fin providencial.

Ahora bien, surgen los siguientes interrogantes:

¿Cómo así que lo esencial es descubrir nuestra in-esencialidad original o final? ¿Esto no sería nihilismo positivista lingüístico? ¿Para qué una libertad sin fin alguno? ¿Para qué buscar significaciones si en últimas nada significa? ¿El único significado es que nada tiene significado? Y de todas formas ¿entonces el único enunciado significativo sería el que expresara “nada tiene significado”, haciéndolo, paradójicamente, como el único enunciado significativo? ¿Lo anterior no es más limitante y más reducidor que la propia metafísica?

Los “derechos de una historia continua” (con fin y sentido), de una “teleología”, de una “teología”, de un “origen fundamental”, de un “fin trascendente”, de un “sujeto constituyente”, un “sujeto esencial autor de obras y de historia”, de un “logos final” del tiempo, es claro que, han sido destituidos.

Foucault agudiza la crisis de la metafísica iniciada desde Kant y finiquitada por Nietzsche. Su “arqueología”, que es un perfeccionamiento del método genealógico nietzscheano, critica a la “temática del origen (su pureza esencial); esa promesa del retorno”; al pensamiento antropológico que reduce su diversidad al “ser del hombre”; así como a todas las “ideologías humanistas” en las que interviene el “estatuto del sujeto”, esto es, a la metafísica de la subjetividad (soliphismo cartesiano del coquito).

Si las “epistemes” (¿ciencia, filosofía, historia?) son un discurso sobre los discursos, éstas operan en un “desparramiento que no responde a unos ejes absolutos de referencia; se trata de operar  un descentramiento que no privilegia a ningún centro”.

Si la metafísica es centrípeta, la arqueología es centrífuga.

De una metafísica de la identidad, del “sujeto libre soberano” (del cual Foucault sonríe sardónicamente), pasamos a una ciencia (denominación provisional porque no sabemos qué es) de la alteridad, las discontinuidades, los desvíos. Y esto es hablar de una ciencia que le da al azar un máximo estatuto.

Si la filosofía es memoria, recuerdo y retorno (Platón), las “epistemes” (concepto técnico contenido en la Arqueología del Saber) no son filosofía. ¿Pero entonces qué son dichas disciplinas del espíritu atravesadas de rigor, método, objeto y cuerpo conceptual, si no son ni filosofía, ni ciencia ni historia? ¿Será una semiótica y una lingüística extrema que ha destruido la ontología y ni siquiera nos deja el “ser del lenguaje”?

¿Y si nunca existió un “sujeto psicológico” ni un “sujeto fundamental ontológico”, ¿sobre qué libertad y qué identidad se apoyó Foucault para decir esto? Tal vez, por eso, porque Foucault se niega, con terquedad escéptica, a ver una identidad psicológica o una identidad ontológico-histórica, es que él mismo no quiera bautizar sus epistemes, a su arqueología del saber; total, los sustantivos son las primeras trampas de esa “identidad civil” que tanto ha atormentado a Foucault, y en donde no se quiere dejar encasillar.

Total, esa destitución del “sujeto esencial fundamental”, del “sujeto de la autonomía de la voluntad”, le esté quitando el derecho a los “creadores” de sentirse creadores y por supuesto, autores de sus obras.

¿Frente a la soberanía del logos, la libertad, la creatividad, la genialidad? Un conjunto de reglas anónimas, unos “territorios y dominios enunciativos”, unas “formaciones discursivas”. ¿En términos de Nietzsche? Destino y sólo destino.

¿Las palabras con las cuales le intentamos fijar un sello de eternidad a nuestra identidad (nombre que nunca elegimos al momento de nacer, pero que, aparece como el sustantivo padre de todas nuestras obras) son, para Foucault, “inmortalidades sin sustancia”, cuando en realidad “las palabras son viento, un cuchicheo exterior, un rumor de alas que cuesta trabajo escuchar en medio de la seriedad de la historia”.

Su nihilismo no podría ser mayor: nuestro combate con el tiempo está perdido de antemano porque ese cerebro que pensó y esa mano que dejó signos escritos, decaerán a la irremediable nada. Pero, precisamente, ¿no es por los signos, la ilusión del espíritu, que la vida nos retiene en sí misma salvándonos del nihilismo? ¿La función de la verdad, acaso, no ha sido, precisamente, salvarnos del nihilismo de la historia? ¿No han sido las palabras, el hilo de Ariadna que nos sacará del laberinto y nos salvará del Minotauro?

Porque para enunciar y denunciar nuestra no-libertad, necesitamos un mínimo de libertad; para ver que no somos los “autores” de una obra (significante de una “episteme”, de unas “reglas de formación específicas”), necesitamos de un mínimo de creatividad.

Resulta irónico que, Michel Foucault, encargado de la cátedra de la historia de los sistemas de pensamiento, terminase creando una “ciencia” que destruiría la trascendencia de éstos, así como la trascendencia de cualquier tipo de discurso, salvo, claro está, el discurso de la arqueología del saber, de las epistemes, o el discurso de la intrascendencia del discurso.

 

*Músico y escritor colombiano

 

 

CARTAS DE LOS LECTORES

 

 

QUE LA TIERRA TE SEA LEVE. Hermosa y poética la crónica de Amparo Osorio sobre los epitafios. Compiló varios muy profundos, otros bastante divertidos. Excelente antología de las últimas palabras de esos artistas, que quedan grabadas en mármol. Luis Alberto Pachón, Cali

 

* * *

LA PROHIBICIÓN DE LAS SEMILLAS. Oportuno y necesario el artículo de la semana pasada sobre la eliminación de las semillas nativas en nuestro país. Se hace difícil creer que este perverso sistema haya prohibido la siembra de nuestras semillas y que estén cobrando multa a los campesinos colombianos que las utilizan. Debemos proteger nuestro ecosistema y hay que empezar por la protección de nuestras simientes que están adaptadas y mejoradas por la labor secular de nuestros antepasados, quienes, según la costumbre, fueron eligiendo sistemáticamente las mejores de cada cosecha para sembrar la siguiente. Aurelio Sánchez, agrónomo Universidad Nacional

* * *

AMPARO OSORIO. Felicito a la autora de ese estupendo ensayo sobre los epitafios, sobre la poesía que se le ha dedicado en piedra a la muerte. El del Cardenal Richelieu me divirtió mucho, el de Rilke me pareció insuperable. Muchas gracias. Fernando Contreras

 

* * *

 

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