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"Premio a Mejor Medio Virtual 2011"
DIRECTOR: GONZALO MÁRQUEZ CRISTO. EDITORES: AMPARO OSORIO, IVÁN BELTRÁN CASTILLO. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo Fajardo, Mauricio Contreras. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Maldoror, Fabio Martínez, José Chalarca, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Chócolo, Olga Sanmartín, Freddy González, Gustavo Tatis Guerra, Sergio Trujillo Béjar, Argemiro Menco Mendoza, Guillermo Bustamante Zamudio, Hernando Guerra Tovar, Gabriel Arturo Castro, Profesor Martínez Guerrero. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Hermes Vargas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Nájar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).
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Con-Fabulación con el asunto "retiro"
Del "Conejazo" Legislativo y también Ejecutivo
Por Juan Carlos Arboleda*
Recuerdo que los españoles calificaban a los enredos como el "follón", lo cual nos trae la imagen de la clásica "violada" o "fornicada en vaca loca". Traduciéndolo al criollo auténtico, aquí, le decimos el "verguero" o "mierdero". Pues bien, eso es más o menos, lo que estamos viviendo por cuenta de la "nueva reforma a la justicia" que traía (¿o trae?), eso no se sabe aún, el veneno de la impunidad sobre los ex-funcionarios, la mayor parte de ellos, uribistas investigados.
La "bufonada" no puede ser más risible: el ejecutivo, esto es, el presidente con su ministro de justicia, alegan "inocencia por ignorancia" o el ya clásico, "todo fue a mis espaldas". Deberían leer más tragedias: Edipo no pudo alegar ignorancia para salvarse de la fatalidad. Pero estamos en Colombia y aquí, eso de la responsabilidad no funciona. Las rasgaduras de vestidos y melodramas patéticos con gesticulaciones de "sorpresa", "indignación" y "reclamo", entre otros, no convencen a nadie. El dolo y la mala fe mancomunada son evidentes. Es más, la susodicha reforma era la "legalización" de dicho contubernio.
Lo único claro, hasta ahora, son las siguientes cosas:
Lo primero, que en efecto, como ya se había escrito sobre el tema en un número anterior de Con-Fabulación, el infierno de leyes es tal que no existe la más mínima seguridad jurídica de saber a qué atenerse, de saber qué es lo válido y lo inválido, lo legítimo y lo ilegítimo, para decidir en Derecho. El limbo jurídico ha dado para las opiniones de "expertos" y "tratadistas" más contrapuestas y contradictorias, en donde la hermenéutica o los textos legales, dan para todo.
Reitero, se puso en evidencia la total inseguridad jurídica de nuestro sistema legal. Y eso trae, como consecuencia visible, la inseguridad social.
Lo segundo: pagamos una fortuna de salarios por tener una manada de irresponsables e ignorantes. Aquí nadie sabe nada a pesar de que les pagan salarios de "expertos". Claro, de pronto es mejor salir como "bruto" que como "delincuente", al fin y al cabo, es la "moral" del "sagrado corazón".
Y lo tercero: es evidente que el presidente Santos no es ningún "santo" y constituye un continuismo del neo-liberalismo. Existe todo un plan de contra-reforma a la Constitución del 91 a efectos que derogar el Estado Social de Derecho. Y eso que, todavía, falta la arremetida en contra de las Pensiones, me imagino, también, de "rango constitucional"; ojo, esa también de iniciativa del gobierno.
Yo creo que el movimiento ciudadano debe ir más a fondo y pedir la revocatoria del mandato con muerte política, de todos los congresistas que votaron a favor del proyecto. Esperemos que la enunciada "soberanía popular" del artículo 3º de nuestra Constitución Política, vaya más allá de ser un texto vacío y se haga sentir como lo que enuncia, la de ser la máxima potestad política y la de ser el "sujeto-consciente" de un estado republicano.
*Cantautor y abogado colombiano
CUENTO CUENTO CUENTO CUENTO CUENTO
El Espectador
Por Fabio Martínez
A don Guillermo Cano, In memoriam
Nos conocimos en el Magazín Dominical de El Espectador. Exactamente, en las páginas finales de este semanario cultural donde el director acostumbraba a publicar a los jóvenes escritores que comenzaban a descollar en el cerrado mundillo de las letras hispanoamericanas. Las primeras páginas, como era costumbre, estaban dedicadas a los escritores consagrados y a alguno que otro lagarto literario que era amigo del director o de los dueños del periódico. La portada, por supuesto, era exclusividad de un pavo real que en ese momento estaba de paso por Bogotá y había acabado de ganar el Premio 'Cervantes' o el 'Rómulo Gallegos'.
El placer más grato que teníamos los lectores era abrir cada domingo las páginas del suplemento y sentir el olor a tinta fresca que brotaban de sus hojas; el fuerte olor a tinta tipográfica que se confundía con la textura suave y delicada del papel.
Si por una decisión terca del director descubríamos, de pronto, un artículo nuestro, así fuera publicado en las últimas páginas, el placer era tan grande, que nos pasábamos todo el domingo en pijama releyendo el Magazín.
Fue, justamente, en aquellos años que lo conocí. Al principio, como un lector que se acerca desprevenidamente a un texto, comencé a leerlo sin hacerme demasiadas ilusiones. Debo decir que en ese momento de la lectura, el hombre era todavía un ser anónimo que carecía de cuerpo, y si se quiere, de espíritu. Pero a medida que fui penetrando entre sus líneas, el hombre fue cobrando una dimensión inusitada, tenía un cuerpo, poseía una voz y una presencia arrasadora innegable, que cada domingo me obligaba a buscarlo afanosamente en las últimas páginas de la revista dominical.
Como el joven escritor no hacía parte del Santo Oficio de las Letras hispanoamericanas, debo confesar que en más de una ocasión lo colgaron en el periódico, dejándolo en el silencio más absurdo.
Debo advertir que cuando hablo de hombre es sólo una veleidad machista de mi parte, pues a pesar de que sus textos venían firmados con un nombre masculino, en sus escritos, que eran rigurosos en su forma y precisos en su contenido, no era fácil identificar el sexo del autor. Con él se producía algo parecido al caso de George Sand, la escritora francesa que firmaba con un apelativo masculino para ser publicada y así burlarse de la censura de la época. La escritora de marras se llamaba en realidad, Aurore Dupin, la baronesa Dudevant, autora de El pantano del diablo.
Cuando te acercabas a los pliegues del texto, no importaba quien estaba detrás de esas formas y de esas líneas. No tenía sentido preguntarse si allí se refugiaba un hombre, una mujer o un ambidextro. Lo cierto es que apenas el voceador de periódicos llegaba a la puerta de tu casa con El Espectador y te lo entregaba a cambio de unas monedas, tú, enseguida, buscabas con ansiedad las últimas páginas del Magazín.
Así fue surgiendo una amistad cómplice y profunda entre tú y él; o entre tú y ella (para que le hagamos justicia a las mujeres). Fue creándose una hermandad incondicional con ese hombre o esa mujer invisibles que cada cierto tiempo, cuando al director le daba la gana publicarlo, aparecía en cuerpo y alma, así fuera en las páginas rezagadas del suplemento.
En alguna ocasión, con el ánimo voyerista de querer saber más sobre él o sobre ella, escribí una carta a la Sección del lector, sugiriéndole que por qué razón no hacía que metieran sus excelentes artículos en las primeras páginas, a lo que él me contestó que no era necesario porque él, algún día, iba a desaparecer.
Hasta que una mañana los bárbaros le pusieron una bomba a El Espectador dejando en ruinas el viejo edificio de la avenida 68.
Cuando vi las primeras imágenes por la televisión, lo primero que pensé fue en mi viejo amigo que había conocido en el Magazín. En el camarada cómplice que cada domingo -cuando no lo colgaba el director- me mostraba los pliegues de sus formas alimentándome mi espíritu. Mi gran amigo o amiga, que conversaba conmigo cada domingo en casa, al calor de un café. Lo busqué entre las imágenes siniestras que pasaban sin cesar por la televisión, y en medio de los escombros, felizmente, no lo hallé.
El carro bomba con ciento treinta y cinco kilos de dinamita fue un golpe bajo al país y a la libertad de expresión.
Pasaron varios años y no volví a tener noticias de mi amigo.
Hasta anoche que aburrido de estar sentado frente a la pantalla de la televisión, abrí la otra pantalla, la de mi laptop, y me encontré de nuevo con aquella sonrisa fresca y burlona que había perdido hacía algún tiempo. Allí estaba mi amigo invitándome al placer sublime de la lectura, al delicioso juego intelectual que produce la memoria.
Era extraño, y hasta cierto punto, demencial: el hombre o la mujer que había conocido en el Magazín Dominical de El Espectador hacía algunos años, ahora estaba allí, pero no era real, ya no olía a tinta fresca ni tenía la suave y delicada textura del papel.
El cuento "El Espectador" del escritor y catedrático colombiano Fabio Martínez fue tomado del libro titulado: El escritor y la bailarina. Colección El Solar. Publicado por la Escuela de Estudios literarios. Universidad del Valle, 2012.
Entrevista con Guido Tamayo
Guido Tamayo
Una conversación entre el poeta Antonio Correa Losada y Guido Tamayo, autor del Inquilino, obra ganadora del Premio de Novela Breve de la Universidad Javeriana de Bogotá, publicada por Mondadori en 2011.
La novela contemporánea parece estar destinada a fundar, a reconocer, a identificar ciudades. Y El Inquilino no es la excepción. Aparece allí una Barcelona íntima y transitada, a ratos fantasmal mirada desde el ángulo especial de quien la vive como el que pasa un puente aferrado a una soga.
No es la Barcelona del sol y el esplendor, donde todos "ríen y son felices así, sin más. Sin motivos distintos al sol, la playa, el sexo y el alcohol". Uno de sus habitantes, Manuel, parece estar incapacitado para soportar cualquier verano, pues, "su mente, tan atenta al delirio, tropieza con el calor de la misma manera que lo haría una figura de cera". ¿Podemos hablar, entonces, de la transformación que sufren por ejemplo esos seres andinos que se van a Europa en busca de una quimera que puede llamarse indistintamente triunfo, dinero, donde "miles de mujeres y hombres follan mientras él está solo. O lloran para adentro"?
G.T: El periplo de la novela va de la vida a la muerte. Manuel es un hombre agonizante que morirá en Barcelona, solo y sin éxito literario. No obstante, para mí, también es un triunfador, un ser que ha logrado hacerse literatura así el mundo no se percate de ello. Afuera de su habitación pasa el mundo ignorándolo, pero quizá eso no importe.
La novela habla de calles donde se encuentran "cuatro putas, seis gatos, dos borrachos, y cuatro turistas despistados". Una Barcelona que ya no existe o del ritual alquímico con la absenta, el licor que para el bebedor se convierte en un acto de magia: "Colocar el tenedor sobre la parte superior del vaso como un puente que une sus orillas. Sobre él el cubito de azúcar y un chorrito de agua que pausadamente lo va diluyendo y que al caer sobre el resto del líquido pinta de verde brillante lo que antes era apenas blanco".
Lo único sólido que aparece en la cotidianidad del personaje es la puerta de madera del apartamento, ese espacio cuya principal característica es la estrechez. Al lado un fantasma que aparece y desaparece: la mujer que está seca para el amor. Todo lo demás es frío, humo, una pipeta de gas y otra de oxígeno. Manuel, se pregunta si valdría la pena vivir todas esas limitaciones por algo que se ha convertido en un acto descarnado. Me llama la atención que en ese mundo desolado subyace una heroicidad frustrada, pero heroicidad al fin, o mejor un espíritu de abnegación que le devuelve a esa vida de renunciación un rasgo de dignidad. ¿Crees, entonces, que escribir pueda salvar al individuo?
G.T: No hay salvación posible, apenas una épica íntima, muda. Manuel muere aferrado a su escritura y eso me parece un gesto de gran dignidad. No tiene afectos, dinero ni prestigio, sólo páginas que llena de forma compulsiva hasta el respiro final.
En los días que oscilan entre el insomnio y la pesadilla, para Manuel, la literatura es un bálsamo que atenúa su abatimiento y lee a Rubén Darío, en especial, esos versos repetidos en la adolescencia: "Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser, y no saber nada y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror…" Como alguien que desuella una cebolla su vida se va agotando. ¿Es el tránsito de un escritor en su derrota, o exactamente la metáfora de los jóvenes de una generación que buscaron ser escritores fuera de su país?
G.T: El gesto ingenuo de viajar a París o Barcelona para ser escritores proviene del mito moderno del Boom. Nada más lleno de confusiones y malentendidos. Muchos latinoamericanos fueron desde los 70, y creo que aún lo hacen algunos despistados, a sumarse a esa nómina fantasiosa. La realidad era que Barcelona estaba copada con los autores del Boom y no quería saber de nadie más venido de ultramar. Debieron pasar más de tres décadas para que sus editoriales volvieran a prestarnos atención.
Opino que después de leer la novela, el lector sale fortalecido o por lo menos con la misma sensación de energía con que Manuel termina el acto de bañarse:
"Penetra en la ducha consciente de que el agua estará más fría aún que el aire. No tiene gas en este remoto invierno de los años ochenta. En efecto, el agua brota yerta en un chorro que por lo demás no es fuerte y hace así más invivible su contacto. El golpe del agua corta su respiración, pone en pausa su organismo como si le ofreciera desde ahora las ventajas de la congelación. Es decir, una cierta inmortalidad. Piensa que si se mantiene bajo el chorro no morirá de frío sino que a partir de cierto momento entrará en un paréntesis en donde mantendrá su organismo en vilo, sin envejecer, sin obrar, sin sufrir. Es apenas un segundo en el cual se siente póstumo, sobreviviente a sí mismo, como lo desea hasta el más humilde los escritores.
Más que salir, huye del baño. Tirita inmisericordemente. Se viste veloz intentando cubrir todos sus poros. Siente por fin esa avalancha de salud que prodiga el baño frío, esa fortaleza sobre las miserias del mundo".
G.T: Gracias por ese comentario, creo que Manuel aparte de escribir, necesitaba de muchos baños fríos para enfrentar al mundo. Ese fragmento señala de igual manera las carencias en las que vivía y escribía. Nada le era propicio y sin embargo se obstinaba en mantenerse en acción, es decir, fabulando.
"El Inquilino" en su breve extensión de ciento diez páginas, tiene en su estructura un ordenamiento ágil y funcional. Dividida en ocho fragmentos, llamados en la novela capítulos, intercalados con los apartes de un diario, junto a los retratos hablados de espacios y personajes. Pero, desde la perspectiva abierta del lector, se presenta en dos grandes partes. La primera, con un lenguaje escueto de quien esboza a grandes trazos un paisaje. Y la otra, adensada por un tono directo y reflexivo que deja al final un rastro lírico y adolorido, donde con talento literario la "atmósfera de lo insustancial" envuelve a los personajes y al lector, en una sensación donde todo parece esperar el derrumbe.
Recuerdo la formidable descripción final de "Los suicidas del hotel Cisneros". Esa especie de coda de la novela donde la decisión pactada entre dos contertulios, marca lo inesperado como la solución ante la exaltación en que han caído y concluye en una escena irónica y surrealista, junto a sentimientos desbordados y a situaciones precarias, que trazan o parecen trazar, la vocación y la tenacidad cuyo destino de vida es la escritura. ¿Cuál fue el proceso con el que armó la novela para alcanzar ese estado de desarraigo y caída, esa persistencia en la derrota que arrastra a Manuel (el personaje principal) junto al personaje asociado e indivisible de Encarna?
G.T: Cuando me enteré de la muerte de la persona que inspira el personaje de Manuel en la novela sentí que le debía un homenaje a ese ser que yo había visto vivir en el delirio literario. La idea de su olvido, tan real e implacable, también me estremeció. Fui recordando escenas vividas con él, y dentro de ese ritmo de desahogo memorístico, también inventé otras que intentaba que se acoplaran. Era una persona venida del recuerdo y otra, imaginaría, que pedía integrarse a la anterior. La vida, la vida de Manuel de manera especial es fragmentaria. Mi recuerdo lo es, de tal manera que fui narrando pasajes independientes que al ser unidos por la lectura dieran como resultado la construcción de un universo, pequeño, cerrado, discreto, pero inmensamente sincero. Espero haberlo logrado.
CARTAS DE LOS LECTORES
REALISMO SUCIO COLOMBIANO. Soy un seguidor fiel de Con-Fabulación y ahora que se fue Bradbury, que en Marte descanse, creo que tal como ustedes lo han publicado en su periódico, quedamos en manos del tonto Realismo Sucio Colombiano. Ya estamos aburridos de la predecible y provocadora literatura Bukowskiana, aún más, estamos hartos de las historias truculentas y ligeras, pues para eso tenemos la televisión. Luis Armando Gutiérrez, teatrero
* * *
FESTIVAL DE MEDELLÍN. Viajé de Cali a la ciudad de la Eterna Primavera para escuchar autores de cuarenta países. Maravilloso el Festival Internacional de Medellín. Buenos poetas, excelente la organización y multitudinaria la asistencia, tal como siempre. Y eso sin contar a las mujeres más bellas del mundo. Ahora que el Festival de Teatro de Bogotá agoniza es el único evento de trascendencia mundial que le queda a Colombia, cuidémoslo. Luis Alberto Sierra.
* * *
ENTREVISTA A ESPARZA. Los felicito por abrir a los artistas colombianos una ventana necesaria, mientras la idiotez de los medios tradicionales ha unido la cultura con la farándula. Brindo por la entrevista a Eduardo Esparza, el gran artista vallecaucano, que lamentablemente hace años no expone en Cali, mi ciudad. Ligia Muñoz
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BELLA Y PERVERSA EXPOSICIÓN. Recorrí la muestra en homenaje a Obras maestras del Erotismo en la Galería Alonso Arte. Es espléndida, perversa e inolvidable. Quedó grabada como un hierro candente en mi memoria. Espero que hagan otra antes del fin del mundo. Francisco Soto, profesor de arte
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