Wednesday, April 11, 2012

[RED DEMOCRATICA] Coments.: El populismo y la crisis./Hablan de amor y de paz pero cultivan el odio...

 

El populismo y la crisis

abril 11, 2012
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Ya es hora de despertar del sueño asistencialista.
Visité Perú hace poco por invitación de Mario Vargas Llosa. Su Fundación Internacional para la Libertad organizaba una gran conferencia sobre América Latina y su futuro. El populismo fue, naturalmente, uno de sus temas centrales.
Mi ponencia sobre el populismo del Estado del Bienestar sorprendió a un público que pensaba que la desdicha del populismo era una exclusividad latinoamericana. Acostumbrados al populismo payaso y subdesarrollado de los caudillos iberoamericanos, a las estridencias chabacanas de un Perón o un Chávez, con su personalismo autoritario y errático, no habían imaginado que podía existir otro populismo, un populismo de país desarrollado, más impersonal y menos aparatoso pero, en el fondo, igualmente destructivo. Menos aún podían imaginar que justamente ese populismo serio estaba en la raíz de la actual crisis europea.
Esencialmente, el populismo consiste en crear una ilusión de progreso y bienestar sobre la base de un uso irresponsable e insostenible del poder y los recursos públicos. Eso fue lo que hizo, por ejemplo, Perón en Argentina, gastándose las grandes reservas de divisas que había acumulado el país durante la II Guerra Mundial y derrochando su riqueza agraria. Eso es lo que ha hecho Chávez en Venezuela, gracias a los petrodólares. En suma, pan y circo, como en los viejos tiempos.
Las ilusiones así creadas duran lo que duran los extraordinarios recursos que las hacen posibles; luego vienen las crisis, y los caudillos recurren al autoritarismo y la represión para conservar el poder. Queda entonces el puro circo, cada vez más chillón y brutal.
Pero, ya digo, hay otra manera de fabricar la ilusión populista. Desde hace ya algunas décadas, diversos países de Europa Occidental vienen desarrollando un Estado, llamado "del Bienestar" o "Benefactor", que promete a la gente un presente y un futuro de bienestar y seguridad y genera una sociedad de los derechos, que siempre van a más, que siempre son más generosos, y que permiten a la ciudadanía trabajar menos, jubilarse antes y hacer San Lunes cada dos semanas; en suma, ser felices y comer perdices todos los días.
Los ciudadanos se creyeron el cuento. Se dejaron alegremente embaucar, como si el Estado o los políticos de turno tuviesen, tal como los caudillos iberoamericanos, una varita mágica que les permitiese convertir en realidad tanto derecho a vivir mejor con menos esfuerzo.
Los efectos de estos números de prestidigitación política han sido notables. La competitividad europea viene experimentando un largo deterioro, y el crecimiento de sus economías es cada vez más mediocre; el continente padece de euroesclerosis, expresión que ya se empleó hace varias décadas. Cuando otros se lanzaban a ganar terreno en un mercado cada vez más globalizado a base de grandes esfuerzos y apostando por la creatividad, la vieja Europa se refugió en sus grandes Estados, supuestos garantes de unos derechos y unos niveles de vida crecientes.
La inflación de los derechos, precisamente, está en la base de la crisis fiscal que padecemos. Los Estados prometieron, cuando había recursos –y más aún cuando éstos crecían–, derechos de protección social y derivados que sólo podían pagarse en situaciones de bonanza económica, no en tiempos como los que vivimos desde hace ya cuatro años. Prometieron ilusiones, como los caudillos del otro lado del Atlántico. El cheque de bienestar girado por el Estado Benefactor y que supuestamente nos iba a proteger contra la adversidad no tenía fondos. No estaba hecho para presentarlo en momentos de verdadera necesidad, cuando muchos caen en el paro y la indefensión. Por eso se han disparado el déficit y la deuda. Y los todopoderosos Estados han tenido que salir a mendigar a los mercados, para que les financien su irresponsabilidad… Y así estamos.
El populismo del Estado del Bienestar ha tenido un efecto aún más dañino que la crisis fiscal. Su supuesta capacidad milagrosa de multiplicar los derechos dio pábulo a una concepción falsa del progreso y el bienestar como algo conquistado de una vez y para siempre. Se olvidó que el progreso es como montar en bicicleta: si se deja de pedalear, se termina en el suelo. Así se formaron al menos dos generaciones de europeos. En escuelas que en vez de formarlos para el esfuerzo y la responsabilidad los ha formado para reclamar derechos e inculcado la fatal creencia de que el Estado Benefactor se haría cargo de todo.
Los hijos de este engaño populista están hoy indignados. Y se sientan en nuestras plazas a exigir sus derechos, supuestamente incautados por los malignos mercados o por esa bruja moderna llamada Angela Merkel. Da pena ver el cacao mental que tienen estos jóvenes, en cuyas escuelas se juega más que se estudia, en las que brillan por su ausencia el esfuerzo y la responsabilidad.
Esta crisis moral es la rémora más importante y dañina de la ilusión populista de los Estados "del Bienestar", la que más nos costará superar. Hemos de esforzarnos más, estudiar más, innovar más, responsabilizarnos más. En suma, hemos de tomar pleno control de nuestras vidas y nuestro destino.
Llegados a este punto, conviene recordar la famosa respuesta dada por Kant a la pregunta "¿qué es la Ilustración?":
Es la salida del hombre de su minoría de edad (…) La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro.
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Hablan de amor y de paz pero cultivan el odio

abril 11, 2012
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Es necesario expresarlo con honestidad y franqueza. La Presidente siempre tiene un discurso en el que las palabras usualmente transitan la presunción de amor y de paz. Pero ni el tono, ni las expresiones que se auto asigna de poseedora de la verdad, acompañan la verdad del mensaje. Menos aún sus primeras espadas.
Encubre en la ominosidad del pasado militar un rechazo obvio que se transmite a las nuevas generaciones como si estas fuesen culpables por sola pertenencia y debieran pagar los errores de algunos o muchos antiguos militares. Lo mismo sucede con las Policías. Y estas estructuras sienten que jamás podrán liberarse de fantasmas que no son los propios. Tan no pueden liberarse que algunos comienzan a sentir que es mejor pagar por un odio justificado que seguir pagando por un odio injustificado. Una locura. Especialmente porque no tiene ninguna lógica racional que la guíe. Solo se explica en la ausencia de un calor que las cobije sin insultarlos por futuros pecados no cometidos.
Similar mensaje se le transmite a la casi totalidad del espectro político, judicial, empresario y sindical. La unidad y el consenso se declaman, pero solo es posible si se construye desde la aceptación inequívoca del poder constituido. Auto referenciales de lo "nacional y popular", todo el que no comulgue a tiempo completo con el mandato vertical, será denostado en una suerte de camisa de fuerza que en el frente diga antinacional y en la espalda, antipopular.
Hablar del "modelo" se ha transformado en una suerte de acto ecléctico de fe religiosa sobre el cual es un imposible el cuestionamiento sin esperar una pléyade de agresiones pero que; en algún momento de la construcción semántica, se dirá que se reivindica la libertad de pensamiento. En los legítimos constructores de pensamientos alternativos, les suena a… "somos tan buenos que te perdonamos aunque estés dispuesto a vivir en el error de ser un cipayo, corporativo, representante de los medios concentrados y vendepatria". Gracias por la libertad, se podría contestar con ironía.
Hasta las ganas de comprender lo datos positivos se esfuman en esta suerte de exigencia fundamentalista por el todo uniforme.
Se pasa de abrazo maternal al rechazo visceral en un instante. La relación es como si tuviese que transcurrir entre una madre todopoderosa y un lactante dependiente. Cualquier discurrir que no contemple esta naturaleza en la relación, deviene, primero, en abstinencia de amor y luego, en manifestación de desprecio.
No sin parte de razón se expresa… "nunca hubo más libertad de expresión que ahora". Y se expresa tantas veces y tan seguido que comienza a sonar más a graciosa concesión monárquica que a un legítimo derecho constitucional propio.
Se alienta, y es positivo, la participación de los sectores jóvenes que reencontraron en la política un legítimo camino de incorporación a un sistema que hasta hace unos años hacía agua y expulsaba. Pero al mismo tiempo se sesga a esa misma juventud como si su carácter participativo tuviese que tener un solo color de pertenencia. Se recuperan banderas de una generación con místicas propias y al mismo tiempo se las absolutiza como si el tiempo y los errores no hubiesen formado parte del todo integrador.
Las intolerancias juveniles de aquel pasado y el uso y abuso al que fueron políticamente sometidas, devinieron en violencia política y social primero y, luego, en los años más oscuros que transito la república y la democracia, asesinando o marcando a fuego a toda una generación.
El relativismo absoluto de la generación que siguió, devino en una suerte de cinismo militante sin causas que valieran la pena ser luchadas. Un ultra individualismo que desmovilizó el aire fresco que siempre se puede aportar desde algunos sectores más comprometidos.
Ahora; una suerte de nuevas intolerancias comienza a devenir en nuevos absolutos, privando a muchos otros el legítimo derecho a expresarse diferente sin por eso ser estigmatizado. La violencia, aún no se ha expresado en toda su expresión, pero claramente ser percibe que transita innecesariamente un camino similar aunque no idéntico.
En el resumen de estas observaciones hay un sustrato de odios militantes por parte de quienes han hecho de la verdad propia un absoluto excluyente. Y consideran que las verdades de los otros deben ser toleradas más que consideradas y puestas en enriquecedoras discusiones de crecimiento. Solo dejando flotar un poco la imaginación es lógico suponer que en la privacidad de sus altares ideológicos, solo piensan que son los únicos que poseen la verdad revelada por un liderazgo que dejó un gran vacío cuando se fue dejando inconcluso el proceso formativo de sus seguidores.
Un pensador y filósofo como Descartes decía… "No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente." Podríamos completar este concepto en el objetivo principal de esta Editorial con un concepto de quien, a mi parecer, fue el revolucionario más integro de los últimos años, Mahatma Gandhi, él dijo… "La violencia es el miedo a los ideales de los demás."
No importa cuán exitoso o no pueda ser un ciclo económico o cuanto se pueda presumir sobre el compromiso social y político o no, con los más desposeídos. Pero si no entienden estos dos conceptos fusionados de Descartes y de Gandhi, nuestra democracia retrocederá estúpida e innecesariamente porque nadie debería presumir que todos los que no piensan como uno viven en el error o la traición.
 
 
 

Subsidios y opinión pública

abril 11, 2012
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Bajo este título, el periódico "El Estadista" publicó en su número 53, en la página 13, la columna de Carlos Fara que adjuntamos a continuación.
El anuncio que hizo el gobierno en noviembre pasado sobre la quita de los subsidios al transporte, la energía y los servicios públicos es en sí misma una medida novedosa teniendo en cuenta la defensa que el oficialismo venía realizando sobre este aspecto del modelo económico. Al mismo tiempo que lo comunicó en noviembre pasado, despertó interrogantes sobre el impacto que eso iba a tener en la opinión pública, sobre todo en la zona metropolitana, donde la medida más impacto tendrá. Este es el tipo de caso en donde la percepción popular se va modificando a medida que se van sucediendo los hechos. El nivel de acuerdo con la quita era del 55% en diciembre, cuando la presidenta asumió, y ahora en marzo -después del discurso de apertura de las sesiones en el Congreso-dicho indicador descendió al 47%. Vale aclarar que este último dato se relevó a pocos días del accidente ferroviario de Once donde fallecieron 51 personas. Dicho suceso seguramente generó interrogantes en los usuarios sobre un eventual incremento de las tarifas, y claramente retrasó el cronograma de quita que tenía planificado el gobierno.
El mayor nivel de acuerdo es en la Capital, los mayores de 60 años, los sectores socioeconómicos medio y alto, los varones y los votantes de Duhalde y Binner (en ese orden). Es decir que el apoyo está siendo mayor en segmentos no proclives a la presidenta (GBA, clase baja, sector bajo). Del total entrevistado en Capital y GBA, sólo el 12% aseguró haber recibido las facturas con la quita del subsidio. La recepción fue más alta en la Capital, el nivel alto, y los votantes de Carrió, Binner y Duhalde, lo cual es coincidente con el área sociogeográfica en donde el gobierno iba a comenzar la quita.
Es curioso que el apoyo o el rechazo a la quita no depende de haber recibido o no la factura con el incremento. De ese 12%, se divide aproximadamente en mitades quienes dicen que van a abonar la factura con subsidio o sin el mismo. En ese universo, los que están en desacuerdo con la quita tienen una propensión mayor a abonar los servicios con subsidio, que lo que no. Pero aun así las diferencias porcentuales no son enormes: 48% de los que están en desacuerdo van a pagar con subsidios, vs. 42% de los que están de acuerdo con la quita.
Siguiendo en ese universo del 12% que han recibido la factura con la quita, el 57% piensa que la tarifa sin subsidio es "alta, pero se puede pagar", el 22% lo evalúa como "imposible de pagar", y el 21% lo considera "accesible". Es decir que el 78% no ve un problema con el incremento. Lo que todos estos datos muestran es que el impacto en la opinión no necesariamente está relacionado con una experiencia concreta. Cuando esto sucede es porque la afectación subjetiva -temor o tranquilidad- o simbólica es más importante que cualquier otra cosa. Este fenómeno está relacionado con un hallazgo cada vez más frecuente en los últimos 20 años: cierta disociación entre la afectación subjetiva y objetiva. Es bastante corriente encontrar situaciones en las cuales una parte de la población es objetivamente beneficiada por una política pública, pero sin embargo la rechaza. Tanto el gobierno de Menem como los de los Kirchner creyeron favorecer a la clase media porteña -por ejemplo, el primero con la convertibilidad y el segundo con los subsidios a los servicios públicos- y sin embargo, rara vez contaron con su apoyo electoral.
Moraleja: por este tipo de fenómenos se vuelve tan importante una evaluación sistemática de la opinión pública, al menos sobre issues centrales. No para tomar o no decisiones políticas, sino para saber que 1) no siempre el impacto (positivo o negativo) es el esperado, y 2) no siempre el impacto más favorable se da en el segmento esperable, como sucede en este caso. Una imagen distorsionada de la realidad habitualmente lleva al desarrollo de estrategias erróneas.
 
 
 
 
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