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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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con el asunto "Retiro"
Itinerarios de la sangre: Nostalgia
Publicamos el capítulo "Nostalgia" perteneciente a la novela Itinerarios de la sangre donde con una escritura de gran fuerza poética su autora plasma momentos definitivos de la aciaga historia de los años setenta. El reconocido narrador y crítico Álvaro Pineda Botero realizó el siguiente comentario para la contraportada de esta necesaria obra, distante de los superficiales y desgastados tópicos que tiranizan la nueva narrativa colombiana:
"Itinerarios de la sangre se lee con emoción poética y dramatismo sostenido. El lenguaje está lleno de perlas y metáforas deslumbrantes: monólogo de los relojes en la ardua travesía del tiempo, más allá de la cima de la tristeza, un eco de invisibles plañideras, misteriosa y callada en la profundidad de las tormentas, la noche paseándose bajo un viento tranquilo, vivir era quemarse en los ácidos del tiempo, muda tristeza de la sonrisa, veneno de la miel; para mencionar algunas. Mientras la acción descansa y la tensión disminuye, el discurso se regodea en esos pozos poéticos de incomparable belleza".
(Evocaciones de Aralia)
Por Amparo Osorio
Y aquí estás, Aralia, frente a esas horas espectrales en que el recuerdo asiste tras una cortina de niebla, midiendo la nostalgia de un pájaro y su sombra, de un pájaro y su vuelo, de un pájaro y su mortal melancolía. Lacerada por el verde perdido, por el cemento que avanza, por el ladrillo que se expande y devora tu pasado. Quemada como un quemón de tierra por las lunas hundidas, hundida como una piedra agónica. Agónica como la última brizna de hierba que sobrevive a la sequía. Te preguntas qué fue de Nalu, de Olmo, del Nómada, del Alquimista, qué fue de los rostros que ahora son apenas una fotografía triste. Piensas qué será de otros rostros. Si traerán su cántaro de llanto. Qué será de estas cartas apolilladas por el tiempo. Aquí, una vez más sobre tu círculo, sobre tu afuera, sobre tu polvo indescifrable. Como una delirante pesadilla lees ese pasado ingenuo. Te detienes sobre una línea. La tinta lila ha perdido perfiles de la inocente letra:
Esta tarde, en el último árbol de cerezos.
No dice más. Sobre el rostro de nadie que te mira, sobre la voz de nadie, eco que dicta vacíos desde otro precipicio de los años, sabes que era la cita de la vida. La primera, la única, la más importante con la presencia de Nalu. Tal vez la llegada de un poema de otoño, o la hechura de un barco, o sólo la caída de la lluvia.
Arrancas la hoja con un dolor antiguo como si algo de ti se hundiera para siempre. Y una vez más evocas las máscaras del olvido, las inciertas, las ilusorias, las fugaces por ya desdibujadas máscaras de la incertidumbre, en una vigilia de errantes galerías como si fueras su último reflejo. Te curvas sobre la curvatura de tu alma. Todo el ayer es utopía con su carga de sueños, incluso con su fardo de dolores. Miente el ayer y miente la eternidad, Aralia.
Vas a empezar ya a no ser, como todas las cosas de la vida. Lo piensas. Casi que lo decides. Los rostros te vigilan. Se te nublan los años ante las fotos que te espían.
Tú allí con tu vestidito de encaje y de estrellas. Tu hermana a la derecha con su boina blanca. Luego tu madre bajo un sombrero de tisú que amabas y al final la abuela, la que ahora escruta en tu mirada como si ya no fuera vacío acumulado.
—¿Aralia, duermes?
—No madre, estoy tratando de pintar la noche.
—Ven, vamos a tomar unos rayitos de sol.
—Ya voy, estoy en una contemplación.
—¿Pintando qué?
—Un barco madre, un barco que cruzará el estanque.
—¿Oración, qué oración?
—Déjame que contemple ese lívido y hermoso pinochito de madera que me oye y no cierra los ojos nunca. Luego vamos... Luego los juegos. El sol será después.
—¿Pero lloras, Aralia?
—No abuela, es el viento.
—¿Cómo? —dilo más duro que no oigo.
—El poema madre... el poema me asusta.
—¿Podrá cerrar tus ojos la postrera…?
—Sí, madre
—Sombra que me llevare el blanco día…
—No lo digas lluvia. No lo digas...
—¿Por la tumba, Aralia?
—Por tu muerte abuela, por la sensación de que te entierren viva.
—Polvo serás, más polvo enamorado...
—¿Qué dijiste?
—Dije que llueve mucho, que el agua se desgrana sobre el zinc, que la oigo bajar por las canales, que oscurece. Oscurece demasiado rápido...
—¿Qué?
—Nada hermanita, nada. Quiero pensar que entre Pierrot y Quevedo se interponen las galaxias.
—¿Y cae mucha agua?
—Sí, sí, son los dedos de la lluvia...
—Pues corre un poquito la cama.
—Bien, mañana nos acurrucaremos. Pondré barquitos en el estanque. Canjearé mi naranja por algunos...
—Y Nalu… ¿vendrá?
—¿Quién?
—¿No dices que te visita?
—¡Nunca dije eso!
—¡Sí, te oí hablarle, Aralia! Déjame moverte la cama. Esa gotera te hará dar fiebre. ¡Si ya no lo hizo!
—¿Qué dices?
—Que te duermas Aralia.
—¡No, no quiero! ¡Nunca cierres los ojos en la madrugada porque pueden venir los muertos! Duérmete bien temprano o no duermas. Cuenta estrellas. Cuenta una a una las gotas de lluvia que ruedan en los tejados. Así, siempre así hasta que amanezca.
—¿Aún no cierras los ojos?
—Ya madre. Ya... deja que el viento pase.
—¿Y tenía fiebre?
—Un poco, pero se ha quedado dormida.
Tratas de no pensar. Sólo que en el estanque había pececitos. Sólo que Nalu no llegó con los barcos y no tuviste una naranja para el canje. Y abril te golpea en la melancolía con sus cerezos en flor.
Acercas el olvido. Lo que va quedando de él. No recuerdas si el sombrero era azul con hebritas de plata o era negro con hebritas doradas. Si la boina era blanca y era de tu hermana, y si la heredaste algún día para los cines de domingo.
No recuerdas si el estanque existía o si en lugar de una pozeta de agua había un surtidor hermoso en la mitad del patio que bañaba de noche a las estrellas...
Tal vez en la memoria de casa de la abuela se encuentren las respuestas...
—¿Madre?
—Sí, Aralia...
—¿La noche tiene miedo de las mariposas negras?
—¡Mañana te canto las alegras!
—¿Y las mariposas?
—También Aralia, también te mostraré las rosas.
—Bueno abuela. Mañana... Sí, mañana.
Pero la lluvia persistía inclemente como un aullido. Como una flor herida golpeando la ventana. Y en la oscuridad, en la quemante oscuridad tus ojos veían el destello del relámpago, la espantada cara del árbol deshojado. Tus ojos veían, allá, siempre allá la temible mariposa temblante.
—¿Y aleteaba?
—Sí madre, contra la ventana. Aún está allí. Negra, más negra que la noche. ¡Yo la sentí mirarme!
—Trae el rosario y ven… Tal vez tu abuela... Reza Aralia, reza conmigo: almas santas, almas puras, almas benditas...
Y rezaste mientras pulsabas su dolor contra la noche. Rezaste por ellas. Rezaste por ti. Por tu miedo a la palidez de la abuela. Por la orfandad de tu madre y curvándote contra su pecho cerraste los ojos para no pensar en la rigidez de los muertos. Rezabas, solamente rezabas. Afuera llovía todo el llanto por sus ojos. Tú viste la tierra llorar desconsolada y apretabas el duelo para no pensar, para no asustarte, para intentar no sentir... Repetías: almas benditas, almas puras, almas santas... Implorando mentalmente: No vengas. No vengas abuela. Y si vienes a despedirte, no toques mis pies ni respires a mi oído. Así, toda la noche, toda la larga noche de lluvia como una letanía, hasta que el alba trajo la noticia...
Amparo Osorio. Poeta, narradora y ensayista. Ha publicado los libros: Huracanes de sueños (1983); Gota ebria (1987); Territorio de máscaras (1990); La casa leída (Antología de autores universales, 1996); Migración de la ceniza (1998); Omar Rayo, geometría iluminada (Entrevista, coautora, 2001); Antología esencial (2001); Memoria absuelta (2004); Estación profética (Antología personal, 2010); Oscura música (Antología, 2013) y la novela Itinerarios de la sangre (2014).
Es Editora de la revista Común Presencia y codirectora de la colección Internacional de literatura Los Conjurados. Varios de sus poemas han sido traducidos al inglés, árabe, francés, italiano, portugués, húngaro, alemán, rumano, ruso y sueco. Obtuvo la primera Mención del concurso Plural de México (1989), la beca nacional de poesía del Ministerio de Cultura (1994) y el «Premio Literaturas del Bicentenario» (2010), con el libro Grandes entrevistas de Común Presencia, del que es coautora.
InExClusiones
Estuario Galería
11 artistas
Curador: Enerdo Martínez (Ph. en Artes)
Inauguración: Jueves 16 de Octubre, 7 pm
Trans 24 # 60 A-15
El profeta en su casa
Jotamario Arbeláez en 1964, al pie de su casa en el barrio Obrero.
Por Jotamario Arbeláez
(Prólogo a la tercera edición de El profeta en su casa a publicarse en Cuba, en la Colección Sur)
La poesía es una apuesta contra el tiempo que la resiste.
La historia que escriben tinta en sangre los vencedores
pasa tan pronto como caen, pero queda la poesía.
Quién se va a enfrascar ahora en las 13 fases del plan quinquenal soviético.
Pero ahí están, a la orden del día, los vibrantes poemas de Vladimir Maiacovski,
que cantaba por parejo a la revolución y a su amada, complaciente y castigadora:
"He blasfemado. / Grité que Dios no existe / y, en respuesta, él extrajo del fondo del infierno / una mujer que haría temblar las montañas / y me ha ordenado: "Amala".
Media una diferencia entre el poeta que se levanta y el que se apresta a acostarse.
Se comienza cantando con discordantes acordes. Se prosigue templando el tono y buscando nuevas motivaciones a la tonada.
Cincuenta años han corrido desde que empecé a pretenderme heredero de los goliardos con este libro, apadrinado por el profeta que vino a reclutarme para marchar contra la ignominia.
Recién se alzaba el nadaísmo en tierras negadas a la vanguardia.
Una pandilla de poetas de las provincias, jóvenes a morir y con pinta de proletarios excéntricos,
declaraba cesante la dependencia nacional del corazón de Jesús, del gobierno y de la academia.
Cuba le daba en la cabeza a Goliat, y esa hazaña encendía en nosotros la esperanza en el hombre nuevo.
Usa se tuvo que llevar el burdel de Miami para Miami. Y en la isla,
no sólo se gestó y se trató de exportar la revolución, sino que desde la Casa de las Américas
se estimuló la irrupción de esa camada literaria que deslumbró al mundo llamada Boom.
No faltaría el insidioso liberalizante que tratara de torpedear esos amoríos. Menos mal que resistió Gabo, y hasta Cortázar.
Se dice que en nuestro caso fue más el ruido que las nueces y que la furia.
El mundo, y ni siquiera el país que nos habitaba, se iba a dejar cambiar así como así por la cháchara apocalíptica de unos mozalbetes chisgarabises,
así nos etiquetáramos como arcángeles vengadores.
Se hizo el tránsito de la expectativa al incumplimiento.
Nuestro profeta nos atizaba para el reclamo, haciéndonos sentir mensajeros de lo absoluto.
Unos modestos ególatras en nada comparables a Maiacovski,
quien con poemas de vanguardia remolcó el tren de la revolución bolchevique, y de esa revolución lo que queda son sus poemas.
"Somos geniales, locos y peligrosos", así acuño Gonzalo Arango la frase que iba a franquearnos las puertas del futuro,
y lo que hizo fue abrirnos las de las cárceles por delitos de poca monta, como fumar marihuana en los parques y hacer el amor en los cementerios,
y apenas si alguna vez por conspiradores.
Posábamos de antisociales mientras llegaba el socialismo.
Pero ni los comunistas criollos nos dejaban pasar, ni para hablar en el sindicato ni para viajar a Cuba, con excepción del pintor Alcántara y del poeta monje Elmo Valencia,
pues veían consternados que cada vez que insultábamos ferozmente y en la cara a la burguesía,
ésta nos invitaba a unos whiskies y nos publicaba el ludibrio.
Nuestros versos al principio eran inconexos e incomprensibles, para contribuir a la confusión general, dadaísmos y borborigmos.
Tanto que el poeta sacerdote Ernesto Cardenal, desde su monasterio de vocaciones tardías en La Ceja, Antioquia, me notificó que debía continuar con el aliento del poema El profeta en su casa,
y que a todo lo demás, abstraccionismos y tonterías, podía pegarle fuego.
De poemas absurdos devinimos en poemas sociales despolitizados. Poesía urbana, conversacional, periodística si se quiere.
No hicimos la revolución con nuestros poemas pero revolucionamos la poesía. Después de nuestros cantos nadie en nuestro país volvió a cantar como se cantaba.
Y de lo que se trataba era precisamente de eso.
"Sólo por la poesía hace el hombre de esta tierra su morada", nos sopló a tiempo Hölderlin y a ello nos aplicamos.
Con poemas y con el gesto poético que mantiene vigentes hasta a los que están en la tumba.
"Mi poesía es mi vida ─planteó Dariolemos─. Lo demás son papelitos".
Con seguridad que ya no escribimos como empezamos, porque si el mundo no cambió mucho, mucho si cambiamos nosotros.
Sin perder con el pelo ni un pelo del humor y la irreverencia.
"¿Hasta dónde llegaremos?", se preguntaba el profeta en su primer manifiesto. Y se respondía:
"El fin no importa desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es también el cumplimiento de un Destino."
Y, pasado más de medio siglo de la irrupción nadaísta y del triunfo de la revolución que convirtió a la isla en territorio libre del cosmos,
llegamos a Cuba con nuestros primeros poemas, para ser publicados en la Colección Sur que dirige el poeta Alex Pausides,
mientras que un nadaísta confeso, Humberto De la Calle Lombana, sorteando toda clase de zancadillas y torpedos del guerrerismo,
maneja con toda habilidad y destreza la mesa de paz en La Habana, a fin de poner fin a la guerra con la guerrilla.
Era lo único que no estaba previsto: que Colombia le terminara debiendo la paz a un nadaísta. Y, desde luego, al país del caimán barbudo.
Polémica por obra de Samuel Montealege
El artista venezolano Víctor Lucena escribe sobre la obra del maestro Colombiano Samuel Montealegre (residente en Italia desde hace medio siglo) y denuncia un probable plagio sobre su obra.
"Desde hace años un venezolano expone, publica y vende como propias, copias de las obras del Maestro Samuel Montealegre, con fechas falsas y declaraciones sobre su vida, respaldándose en un currículum vitae que en realidad corresponde al Maestro Montealegre. Una reciente exposición en Caracas de estas obras falsas, que al parecer irán a Nueva York, hace obligatorio el texto que a continuación envío a Don Samuel Montealegre desmontando la impostura".
Obra de Samuel Montealegre, bastidor y lienzo han sido cortados a la derecha (a una tercera parte de lo largo) y volteados delante / atrás; la mitad de los dos tercios de la izquierda, delante, han sido pintados con blanco de titanio aplicado horizontalmente con pincel, 1977-78. 50 x 70 cm. Caracas, colección Museo de Arte Contemporáneo. Donación Fundación Hans Neumann, Caracas.
Copia de la obra de Samuel Montealegre expuesta en Caracas como si fuera del venezolano P. Tagliafico
Por Víctor Lucena
"En defensa a la verdad y como acto de respeto a mi memoria y a la de mis amigos, presento esta denuncia. Todavía adolescente, llegué a Roma en el año 1966, proveniente de Caracas mi ciudad natal donde estudié Arte puro en la Escuela Cristóbal Rojas. En Roma, más allá de cumplir con los compromisos de formación académica Universitaria, comienza la etapa de mi vida artística profesional.
Ya en Roma, establecí una confraternidad con colegas y amigos, empezamos a identificarnos en lo que pensábamos y queríamos proponer, en un debate avanzado de confrontación de ideas, en los ámbitos originales de las galerías de vanguardia y de los espacios públicos alternativos donde se mostraban las obras y las propuestas consideradas como arte contemporáneo en ese momento. Y así iniciamos con el maestro Montealegre nuestra relación de trabajo y de confrontación.
Presento aquí unas consideraciones al tener conocimiento de un impostor a nuestros tiempos y quehaceres, que ha usurpado su obra, apropiándose de lo que no le pertenece y no le corresponde.
Hago defensa de la legítima obra de Samuel Montealegre, intelectual, amigo, colega artista y profesor intachable por su labor y por sus ideas avanzadas, que ha venido trabajando desde los años 60, con análisis y estudio del quehacer contemporáneo y con empeño y discreción de manera consecuente. Sus propuestas las ha confrontado y verificado en circunstancias y tiempos oportunos en Galerías alternativas del arte contemporáneo, en Centros Culturales, en Universidades y en Museos en Italia, Francia, Países de Centro-Europa, así como en Venezuela y Colombia desde años anteriores.
Solicito vivamente, a los lectores de este texto, no dejarse engañar y confundir por P. Tagliafico quién pretende secuestrar el entero pensamiento que le es propio a Don Samuel Montealegre.
Dejo a Ustedes con su sana actitud el hecho de difundir cuanto expongo con éstas imágenes sobre la usurpación de un importante trabajo creativo".
En Lucca, cuidad Toscana de Italia, a los 16 días del mes de Julio de 2014.
CARTAS DE LOS LECTORES
NATIVA. Leí con profunda emoción la crónica de Jorge Torres Medina sobre el proyecto Nativa en las inmediaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta. Su poética descripción nos conmueve y nos obliga a volver sobre esas regiones mágicas de esta Colombia a veces desconocidas por muchos. ¡Gracias por ese texto! Helena Montoy, Ambientalista
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NUESTRO PAÍS. Me ha resultado muy grato que Con-fabulación siga abriendo esos espacios para el conocimiento y la cultura, como representación de esa otra Colombia tan marginal y desconocida. La crónica del profesor Torrres Medina sobre la creación de la Escuela de la Naturaleza liderada por la Fundación Nativa en la troncal del Caribe entre Santa Marta y Rioacha, es un proyecto aplaudible que nos hace sentir orgullosos de aquellos compatriotas que desde el exterior aúnan sus esfuerzos por aportar a nuestros territorios más sagrados. Ernesto Marín Plazas. Antropólogo
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DESDE SAN PETERSBURGO. Divertida, "lúdica" como dicen ahora, y en verdad un documento periodístico y poético de gran vuelo la crónica de Márquez Cristo sobre Rusia. Yo quien vivo aquí, desde hace diez años cuando abandoné mi España, gocé ese artículo de comienzo a fin, que me reconcilió con el periodismo cada vez más frío y sin gracia que estimulan los periódicos. Luisa María Vásquez, Rusia
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