Friday, March 15, 2013

[RED DEMOCRATICA] "Una Orden de Malta en crisis enseña sus dientes a la Santa Sede"

 

"Una Orden de Malta en crisis enseña sus dientes a la Santa Sede"
por Rémy de Chateaufort
(Traducido del francés)
 
 
 
Su Santidad el Papa Benedicto XVI recibió en audiencia privada
al Gran Maestre de la Orden de Malta el 23 de junio de 2006.
 
La Iglesia definió con claridad la posición de la Orden de Malta a raíz del llamado Asunto Canali. El Papa Pío XII tenía la preocupación de que la Orden olvidara su espíritu religioso y esperaba una ocasión para reformarla. La denuncia presentada contra la Orden en 1949 por su ex Canciller, el  Barón Thun Hohestein, fue la oportunidad que esperaba el Papa. La admisión de la denuncia por la Congregación de Religiosos abrió la vía para la intervención de la Iglesia. La Orden intentó resistir por todos los medios al proceso iniciado por el Vaticano que duraría algo más de una década. Su oposición llegó a tal extremo que el Santo Padre tuvo que recurrir a la amenaza de excomulgar al Gran Maestre Chigi. A consecuencia del susto, ese mismo día el Gran Maestre falleció de un ataque cardiaco. Vacante la sede magistral, el Papa no permitió el nombramiento de un nuevo Maestre hasta que la situación quedó aclarada. El Santo Padre anuló la bula "Pastoralium nobis" de 10 de junio de 1779, pilar fundamental de la soberanía de la Orden pues establecía la exención jurisdiccional y la dependencia directa del Papa. Mediante Quirógrafo de 10 de diciembre de 1951, Pío XII nombró una Comisión Cardenalicia con el fin de que se estudiara la situación de la Orden, la definiera y dictara sentencia con carácter definitivo e inapelable. La Orden intentó recusar a varios miembros del Tribunal, pero al no conseguirlo, anunció su retirada del proceso en diciembre de 1952.
La Comisión Cardenalicia estaba integrada por los Cardenales Tisserant, Micara, Pizzardo, Masella y Canali. El día el 24 de enero de 1953, dictó la esperada sentencia. En ella se reconocía que la soberanía de la Orden "consiste en el disfrute de algunas prerrogativas inherentes a su condición de sujeto de derecho internacional", pero en cuanto a su naturaleza religiosa, afirmó que la Orden "es una religión y más precisamente una Orden religiosa aprobada por la Santa Sede" y que, por ello, "depende de la Santa Sede", así como todos sus miembros. Los superiores de la Orden protestaron reiteradamente ante el Vaticano, sosteniendo que solo los profesos dependían de la Santa Sede, pero sus escritos no obtuvieron respuesta alguna y nada pudieron hacer frente al carácter definitivo de la Sentencia Cardenalicia.
Una vez terminado este asunto, las relaciones entre la Orden y el Vaticano fueron distantes aunque correctas. Desde entonces, la Orden ha intentado por todos los medios obviar y ocultar la citada Sentencia. En 1961, el Papa Juan XXIII promulgó la nueva Carta Constitucional y en 1966, el nuevo Código. A partir de ese momento comenzó un periodo de paz entre la Santa Sede y Orden, a pesar de que ésta seguía ignorando la Sentencia Cardenalicia de 1953. En 1988 murió el Gran Maestre Mojana, un experimentado abogado milanés, que supo dirigir la institución con acierto. Ese mismo año fue elegido para sucederle un caballero ingles, Frà Andrew Ninian Bertie, hijo de un capitán del ejercito británico y de una pariente lejana de la reina de Inglaterra, que se había dedicado al ejercicio de la docencia como profesor de lenguas en un colegio benedictino.
A partir de entonces, la Orden activó la política de secularización frente a la Iglesia. En 1998 se llevó a cabo una reforma de la Carta y del Código cuyo principal objetivo fue hacer desaparecer la mayoría de las menciones a la Santa Sede que había en la anterior redacción. La Orden comenzó una desaforada carrera por establecer relaciones diplomáticas con los Estados más insignificantes del planeta, en un intento de afianzar su pretendida soberanía, y con ello su independencia de la Iglesia. Así empezó la descomposición. La secularización afectó a la esencia religiosa de la Orden. La caridad con el necesitado, fin fundacional y práctica obligada para sus miembros, degeneró en filantropía, impropia de una institución católica. La filantropía llevó a la desmotivación de sus miembros que, en su gran mayoría, se apartaron de la Orden. Las obras humanitarias disminuyeron de forma radical en algunas Asociaciones. Las personalidades que habían ocupado los cargos del Gran Magisterio, y que eran garantía de honorabilidad, desparecieron para ser sustituidos por personas mediocres y ambiciosas. La autoridad del Gran Magisterio se degradó y las Asociaciones Nacionales comenzaron a funcionar con total independencia. De la necesaria unidad institucional se pasó a una organización fragmentada, carente de directrices de clase alguna.
Todo este proceso de descomposición ha conducido a la Orden por el camino del escándalo. El ingreso en la Orden ha degenerado en admisiones fraudulentas. Se ha llegado a la venta de honores y de cargos diplomáticos. En algunas Asociaciones comenzaron a alzarse voces contra esta penosa situación. El Gran Magisterio, carente de autoridad moral, se empeñó en utilizar la fuerza contra las personas que defendían los principios y el carisma de la Orden. Asqueada por esta degradación, la nobleza europea se apartó de la institución. El poder fue ocupado por advenedizos que se sirven de ella y la utilizan para sus fines personales. Los recién llegados introdujeron cambios ilegales en los requisitos nobiliarios de ingreso para equipararse a las viejas familias. Los requisitos religiosos de ingreso dejaron de aplicarse y las exigencias religiosas a sus miembros desaparecieron. Desmotivada la inmensa mayoría de los caballeros y damas, dejó de asistir a las escasas actividades religiosas, y las obligaciones humanitarias de sus miembros fueron suplidas por el voluntariado externo.
En un primer momento, la Santa Sede no fue consciente de las maniobras secularizadoras de la Orden. Sin embargo, la situación se hacía difícil de ocultar. Las protestas de los caballeros arreciaban y la Santa Sede cayó en la cuenta de que algo grave estaba sucediendo. La Iglesia comenzó a actuar con una visita del Cardenal Sodano, Secretario de Estado, al Gran Maestre en marzo de 2004. En aquella visita, que los noticieros de la Orden calificaron de cortesía, se produjo la primera llamada de atención. El Cardenal Sodano advirtió al Maestre Bertie de la preocupación de la Santa Sede por la situación de la Orden. Con posterioridad, se sucedieron otras visitas de la Curia Romana con fines parecidos, pero la Orden se negaba a aceptar la situación y se limitaba a nombrar bailíos a los Cardenales que la visitaban.
El 23 de junio de este año 2006, sucedió algo imprevisto. Como era habitual en la víspera de la festividad de San Juan, Patrón de la Orden, el Gran Maestre y el Soberano Consejo, vestidos con sus arcaicos uniformes rojos, se dirigieron a la audiencia papal. Antes de entrar en la Biblioteca Apostólica, un gentilhombre del Papa advirtió a la corte maltesa que el Santo Padre recibiría solamente al Gran Maestre. Sudorosos y molestos en sus rancios uniformes, los miembros del Soberano Consejo tuvieron que esperar en la antesala el fin de la audiencia. Lo que ocurrió entre el Papa y el Maestre no se hizo público, pero era fácil adivinar que el Santo Padre pronunció más palabras que las habituales de cortesía. El rostro del Gran Maestre, en la foto oficial junto a Benedicto XVI, era sin duda el espejo de sus sentimientos. Posó con una seriedad extrema, contraído e incómodo.
La audiencia papal provocó una inmediata reacción del Gran Magisterio. Una reacción de desafío y advertencia al Papa Benedicto XVI. El comunicado oficial, difundido por la web de la Orden, fue contundente como cualquiera puede comprobar. En este comunicado se dijo que la audiencia se había celebrado entre "dos Jefes de Estado". La provocación no pudo ser más evidente. Se quiso equiparar al Gran Maestre con el Santo Padre, de igual a igual para marcar la independencia de la Orden. Esta mención al carácter de Jefe de Estado del Gran Maestre es una  falsedad en toda regla. El Santo Padre es un Jefe de Estado, mientras que el Gran Maestre no lo es. Se limita a ser el superior de una organización religiosa, calificada de sujeto de derecho internacional "sui generis" sin categoría de Estado. No tiene esa condición porque no reúne dos de los tres requisitos mínimos exigidos: población y territorio. Tampoco reúne la indispensable condición de independencia con sus tres requisitos inherentes: exclusividad, autonomía y plenitud. Desde la pérdida de la isla de Malta, los Grandes Maestres dejaron de ser Jefes de Estado para convertirse en superiores de una institución católica. Sus títulos son de pura cortesía. Los honores y tratamiento de Cardenal se deben a la Iglesia. El de Príncipe se debe al imperio austriaco, hoy desaparecido. El Gran Maestre no es Príncipe de Malta. Es Príncipe del Sacro Romano Imperio. Este tratamiento no obedece más que a una mera cortesía histórica que carece de sustento legal. Su título más auténtico es el de "Humilde Guardián de los Pobres de Jesucristo", pero esta preciosa denominación, que es real y no honorífica, ha quedado reducida hoy a mero formulismo histórico.
Esta conducta de la Orden por independizarse de la Santa Sede, la ha llevado a su desprestigio. Separada de la Iglesia, no sería más que una pomposa ONG que ocuparía un lugar rezagado entre las grandes instituciones humanitarias. Los organismos internacionales y los de la Unión Europea no tienen en cuenta a la Orden de Malta en sus programas humanitarios. Sus representantes oficiales vagan por esos organismos como almas en pena. La Orden ha perdido su carisma, se ha apartado de su misión histórica y ha dejado de ser un camino de perfección cristiana para sus miembros. Perdida su ejemplaridad y su carisma, la Orden se aferra a su soberanía y a su vetusto ceremonial. Si el Santo Padre no lo remedia, la Orden de Malta se convertirá en una trasnochada opereta llena de vanidosos y sujeta a la manipulación de poderosas fuerzas ajenas. En los pasillos de las Asociaciones se susurra con miedo el nombre de las misteriosas fuerzas que ya controlan la Orden. Una es evidente. El poder gay ha aumentado notablemente entre los caballeros. Asociaciones como la Española o la Francesa están ya dominadas por ese poder que transforma los rojos colores de la Orden en un rosa desvaído. La otra fuerza  es más indetectable, pero su presencia se hace evidente por la intensa corriente secularizadora que domina en la Orden. Nos referimos a la masonería. ¡Que Dios salve a los Caballeros de Malta!
 
París, 26 de junio de 2006.

 

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