Monday, June 16, 2014

[RED DEMOCRATICA] No. 331 - El Odio Detenido

 


¡100.000 lectores semanales!

 

 

DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).

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con el asunto "Retiro"

 

 

El odio detenido

 

El hecho de ver a Uribe ayer, después de la derrota de su marioneta, irradiando su odio e instando a la población a levantarse contra la "pedagogía del miedo", como si este mismo personaje no fuese uno de los más reconocidos tutores del horror de nuestra historia, corrobora la afortunada decisión de los ocho millones de individuos que apostaron por la opción de la paz en las más recientes elecciones.

Con-Fabulación, que ha sido víctima de los pertinaces asedios de la ultraderecha durante las últimas semanas, agradece la solidaridad de los numerosos lectores que enviaron sus mensajes contra ese aciago "matoneo" del que fuimos objeto, eventos del que ya tiene noticia Human Rights Watch y la Sociedad Interamericana de Prensa, y espera que pronto salga en el horizonte el arcoíris que ultime el diluvio de sangre, de una guerra que se han encargado en prolongar –como siempre– todos los sectores que se lucran de ella.

 

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

 

Tristes armas

si no son las palabras.

Tristes, tristes.

 

(Miguel Hernández)

 

 

Confabuladores clásicos

Lo que debo al fútbol

 

 

Por Albert Camus

 

Para celebrar la poesía en el fútbol, donde como en todos los territorios es bastante escasa, aunque a veces es más reconocible en el rectángulo verde que en el poema, publicamos un divertido y agudo texto de uno de los más grandes escritores del siglo XX, el argelino Albert Camus, autor de El hombre rebelde, La peste y El extranjero; consagrado con el Premio Nobel de Literatura en 1957, siendo el más joven escritor en obtener el galardón de la Academia Sueca.

 

Sí, lo jugué varios años en la Universidad de Argel. Me parece que fue ayer. Pero cuando, en 1940, volví a calzarme los zapatos, me di cuenta de que no había sido ayer. Antes de terminar el primer tiempo, tenía la lengua como uno de esos perros con los que la gente se cruza a las dos de la tarde en Tizi-Ouzou. Fue, entonces, hace bastante tiempo, en 1928 para adelante, supongo. Hice mi debut con el club deportivo Montpensier. Sólo Dios sabe por qué, dado que yo vivía en Belcourt y el equipo de Belcourt -Mustapha era el Gallia.

Pero tenía un amigo, un tipo velludo, que nadaba en el puerto conmigo y jugaba waterpolo para Montpensier. Así es como a veces la vida de una persona queda determinada. Montpensier jugaba a menudo en los jardines de Manoeuvre, aparentemente por ninguna razón especial. El césped tenía en su haber más porrazos que la canilla de un centro forward visitante del estadio de Alenda, Orán. Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha.

Pero al cabo de un año de porrazos y Montpensier en el "Lycée" me hicieron sentir avergonzado de mí mismo: un "universitario" debe jugar con la Universidad de Argel, RUA. En ese periodo, el tipo velludo ya había salido de mi vida. No nos habíamos peleado, sólo que ahora él prefería irse a nadar a Padovani donde el agua no era tan "pura". Ni tampoco, para ser sincero, eran "puros" sus motivos. Personalmente, encontré que su motivo era "adorable", aunque ella bailaba muy mal, lo que me parecía insoportable en una mujer. ¿Es el hombre, o no es, quien debe pisarle los dedos de los pies? El tipo velludo y yo prometimos volver a vernos. Pero los años fueron pasando. Mucho después comencé a frecuentar el restaurante de Padovani (por motivos "puros") pero el tipo velludo se había casado con su paralítica, quien seguramente le prohibía bañarse, como suele ocurrir.

¿Pero qué es lo que estaba diciendo? Ah sí, el RUA. Estaba encantado, lo importante para mí era jugar. Me devoraba la impaciencia del domingo al jueves, día de práctica, y del jueves al domingo, día del partido. Así fue como me uní a los universitarios. Y allí estaba yo, arquero del equipo juvenil. Sí, todo parecía muy fácil. Pero no sabía que se acababa de establecer un vínculo de años, que abarcaría cada estadio de la provincia, y que nunca tendría fin.

No sabía entonces que veinte años después, en las calles de París la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé, me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible. Y ya que estoy confesando mis secretos, debo admitir que en París, por ejemplo, voy a ver los partidos del Racing Club, al que convertí en mi favorito sólo porque usan las mismas camisas que el RUA, azul con rayas blancas. También debo decir que Racing tiene algunas de las mismas excentricidades que el RUA. Juega "científicamente", pierde partidos que debería ganar. Parece que esto ahora ha cambiado (eso es lo que me escriben de Argel), cambiado -pero no mucho-. Después de todo, era por eso que quería tanto a mi equipo, no solo por la alegría de la victoria cuando estaba combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota.

Como zaguero está el "Grandote" -quiero decir Raymond Couard. Le dábamos bastante trabajo, si mal no recuerdo. Jugábamos duro. Los estudiantes, los nenes de papá, no escatiman nada. Pobres de nosotros -en todo sentido- ¡muchos nos burlábamos de la dureza de nuestros propios pies! No teníamos más remedio que admitirlo. Y teníamos que jugar "deportivamente", porque ésa era la dorada regla del RUA, y "firmes", porque, cuando todo está dicho y hecho, un hombre es un hombre. ¡Difícil compromiso! Eso no puede haber cambiado, estoy seguro.

El equipo más difícil era el Olympic Hussein Dey. El estadio quedaba detrás del cementerio. Ellos nos hicieron notar, sin piedad, que podíamos tener acceso directo. En cuanto a mí, ¡pobre golero!, vinieron por mi cadáver. Sin Roger ¡lo que hubiera sufrido! Estaba Boufarik, ese centro forward grande y gordo se excusaba con un: "Lo siento nenito" y una sonrisa franciscana.

No voy a seguir. Ya me excedí de mis límites. Y entonces, me pongo reblandecido. Hasta en "Sandía" veo bondad. Además, seamos sinceros, bien que esto era lo que habían enseñado. Y a esta altura, no quiero seguir bromeando. Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol, lo que aprendí con el RUA no puede morir. Preservémoslo. Preservemos esta gran y digna imagen de nuestra juventud. También estará vigilándolos a ustedes.

 

 

La novela Exodus

 

 

Por Pablo Alfonso

 

A continuación un fragmento de la novela Exodus de Pablo Alfonso, publicada por la Colección Los Conjurados, cuyo tema es la violencia desatada tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, en Colombia.

 

1952, Elvia

 

El dolor que lo trituraba era el dolor de dejar su tierra; miraba uno a uno los árboles que habían nacido para resguardar la villa

 

Mientras mi madre y yo le limpiábamos las heridas a mi padre. Poníamos el rojo vinagre en las peladuras moradas que se le habían formado después de la golpiza. Eran peladuras con sombras extrañas en los ojos pequeños. Tenía las mejillas hinchadas, los pómulos huesudos como los pómulos de los muertos, la cara era una masa informe, él en una semiinconsciencia apenas se quejaba, sacaba unos ayes desde lo más profundo de su dolor, desde lo profundo del rencor, desde las tripas, desde el cansancio, desde los tiempos en que se desataría una confusa forma de imponer las ideas, una forma de mandar y de estar en el poder. El pantalón claro de mi padre estaba manchado de sangre color ocre, Mercedes mientras tanto preparaba un caldo de papa con costilla de res, ponía los discos del fogón en la estufa y hurgaba con una varilla el rescoldo que quedaba de las maderas de carbón utilizadas, carbones que poco a poco se convertían en cenizas grises un poco blancuzcas. Aunque ella era una niña (joven) ya tenía práctica en esos menesteres, las cenizas muertas se elevaban en la medida en que mi hermana hurgaba lo profundo de la estufa, se le impregnaba en el pelo y lo volvía ceniciento también.

Mi padre se sentó en el rellano de la casa, después de comer a medias (no podía masticar bien) y en la medida en que masticaba los alimentos simples el dolor físico lo trituraba a él hasta lo profundo de su alma, hasta su desconsuelo y su resquemor que habían surgido de los intersticios de sus vísceras; tenía la mirada perdida en el infinito y sus manos protegidas dentro de la ruana, el dolor que lo trituraba era el dolor de dejar su tierra; miraba uno a uno los árboles que habían nacido para resguardar la villa, que habían parido por sí mismos para vigilar la tierra, para abundar de verdes y extasiar el paisaje; "a donde vayamos el cielo ya no será el mismo cielo", me dijo con voz suave y nostálgica. Su rudeza se había convertido en tristeza, y mientras comía nos dijo que de pronto teníamos que partir, que teníamos que irnos de aquí, dejarlo todo.

Desde que el viejo se conoce ha estado en esta tierra. Aquí forjó su mundo y aquí descubrió la vida, este era su territorio, su entorno y el de todos nosotros, bueno al fin y al cabo nosotras, Mercedes, Anita, y yo así como los muchachos, Luis y Alcides, nos podemos aventurar a nuevos horizontes, cambiar de cielo, y será fácil, eso dice mi tío: "Al joven todo le parece simple y explorable, porque el viejo ya sabe qué es qué y quién es quién", pero mi viejo y mi vieja ¿qué será de ellos? y de los perritos que siempre nos han acompañado, ¿cómo podrán vivir en un lugar distinto?, extrañarán su territorio y se morirán ¿para dónde iremos? ¿A qué lugar vamos a parar? A un lugar en donde no haya violencia. ¿Y dónde está ese lugar?, ¿dónde está ese paraíso? En todos lados en donde el hombre está hay salvajismo dice la profesora Martha, el hombre se ha dejado poseer por las pasiones y los deseos, el hombre desde todos los tiempos ha sido iracundo, lujurioso, avaricioso, glotón, perezoso, envidioso y soberbió, aunque hay personas buenas siempre ha existido la maldad en el mundo.

Para huirle a la violencia deberíamos huir de nosotros mismos. En la escuela me han enseñado a reflexionar y me gusta pensar en lo que es y en lo que puede ser, en lo que pasa y en lo que pasará. Aquí en el campo cuando se descansa de las labores y de las tareas del colegio, se puede quedar extasiado mirando el horizonte y mirando el cielo y mirando los ríos de aguas cristalinas y pensar. Hay que ser reflexivos. Mi padre no reflexiona mucho porque tiene actitudes muy primarias, muy salvajes, pero aun así ya está pensando en lo duro que será para él dejar los prados y los valles, y sobretodo el silencio, "donde voy a encontrar este sagrado silencio", dice, y ahí sí reflexiona; tal vez me apresuré al comentar que mi padre no lo hace, porque creo que todos los seres humanos reflexionamos, mi padre reflexiona y luego se recoge en sí mismo. Todos estamos como si estuviésemos en un funeral, como si estuviéramos perdiendo algo que es parte de nuestra propia vida, como un vacío que llega hasta la profundidad de nuestro ser.

Cuando nació Enriquito todos estábamos felices; el niño aunque llegó al mundo bajito de peso, era muy largo de extremidades y muy enfermito. A los pocos días cuando ya empezó a vislumbrarse su apariencia dejó ver unos hermosos y grandes ojos azules y cabello rubio, y además era sonriente, solo de ver la vida era sonriente. Mi madre al principio estaba muy demacrada. En el momento en que salió la partera de la casa y nos dijo que había nacido el niño yo entré y lo miré, estaba muy pero muy pequeñito y hacía unos gestos con la lengua (como que se la sacaba) y hacía redondos los labiecitos como si fuera a silbar y tenía los ojos cerrados; lo miramos mucho tiempo mis hermanas, mis hermanos y yo, y no podía comprender cómo es que de una personita tan pequeñita e insignificante el ser humano se convierte luego un hombre hecho y derecho, grande e inconforme con la vida, grande el hombre y grande el sufrimiento; "todos venimos a sufrir", dice mi padre en sus etapas reflexivas; mi madre se veía pálida y con el cabello pegajoso como si lo tuviera entre la melcocha, y también tenía las manos supremamente pálidas. Cuando estábamos mirando a nuestro nuevo hermano entró mi padre y lo miró casi por encima de nosotros y luego salió sin pronunciar palabra, ¿qué le pasaría por la cabeza, qué pensaría en estos momentos tan importantes? Creo que los padres no piensan sino en sus cosas, como por ejemplo en tomar licor los sábados y los viernes y en jugar con los amigos, en trabajar, en la tierra, siempre piensan en la tierra, creo yo, y al ver a mi padre mirar sin un ápice de ternura a nuestro nuevo hermano me dio temor, temor y soledad; su figura ahí al frente alta y con sus ojos claros como los del niño y con su cara a medio afeitar y su masticada de chicote interminable, y su seriedad y su silencio, ese era mi padre. Y mi madre lo miraba con temor sin decirle una palabra. Mis padres se comunicaban siempre con el silencio. Ni siquiera un gesto se hacían, mi padre se metió inmediatamente en el labrantío, sucumbió entre la yesca seca que rodeaba los matojos, y penetró en su profundidad como la profundidad del desconcierto que nos dejaba cuando ocurrían estos eventos de gran importancia para la familia. Aparentemente estaba muy ocupado, agachado con una mística acendrada, una dedicación que no perturbaba ni el viento que golpeaba su sombrero de ala ancha haciéndolo doblar, ni el sol que llegaba pleno, convirtiendo todo lo que alumbraba en un amarillo reposado y estático. A veces lo veía desde la ventana pequeña de mi cuarto en medio de una lluvia pertinaz que parecía que le derritiera la piel como cuando las velas goteaban cera por su exterior dejando grumos transparentes y amorfos, pero allí continuaba invariable hasta que terminaba su labor; cuando concluía su ritual se levantaba, tomaba sus herramientas compuestas por un azadón, una hoz y un gancho con la punta doblada y afilada, apta para quitar las malezas, las raíces advenedizas que se metían a entorpecer el desarrollo de las matas benévolas que sembraba con mucha dedicación, y caminaba serio, sereno, alto, erguido, lento, mientras mi madre consentía con dulzura y amor al bebé que no se inmutaba.

 

 

CARTAS DE LOS LECTORES

 

PARA SALVAR EL TAPIR. Confabulados, gracias por enseñarnos la preocupante situación de ese animal sagrado: el Tapir. Apoyamos los esfuerzos de la Fundación Nativa y deseamos suerte en sus importantes esfuerzos. Juan Carlos Sánchez, veterinario

 

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CUANDO TIEMBLA EL AIRE (Homenaje a un país y sus poetas). Se lanzan a la lucha. Sus únicas armas son: Su amor, su lucidez, su poesía. Del otro lado las fuerzas son distintas: Son las mismas que a través de siglos han tejido la "Historia Universal de la Infamia." Nunca se sabe si ya llegó el gran momento, el Momento Inevitable: Cuando la transparencia del cielo cae como una lluvia azul e ilumina la frente y el corazón de la mayoría de los ciudadanos... Colombia es un país hermoso, y los colombianos llevan tantos tesoros en el alma... Como todo país en la Tierra, Colombia es un poema en marcha y, claro, cada colombiano es parte responsable de ese poema. Luis Rafael Gálvez, Los Ángeles

 

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GOYES. Me gustó el texto de Julio César Goyes sobre la novela de Rosero: La carroza de Bolívar, que vindica la cultura popular. Pienso que es importante la perspectiva de un escritor con verdadera formación y que además conoce las costumbres nariñenses para hablar de esta obra que enervó a los bolivarianos. Bertha Carolina Rincón.

 

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LOS INTELECTUALES Y LA DERECHA. Me sorprendió como a tantos intelectuales colombianos el viraje a la ultraderecha de William Ospina, así como la posición anti bolivariana de Evelio Rosero y sus críticas encarnizadas a la izquierda, es decir su manifiesto derechismo. Si uno le creyera a esta ficción que acaba de ganar el Premio Nacional de Novela (La carroza), los pastusos continuarían siendo monárquicos y anti libertarios, lo que es una falsedad. No es necesario afirmar que el Libertador cometió errores y fue autoritario, pero es una de las figuras más importantes de nuestra historia, y como si fuera poco, un visionario, que cada vez se hace más necesario en nuestra América Latina. No comparto la sistemática posición de Rosero quien cree que es necesario producir permanentemente pequeños escándalos para promocionarse. Ahora la emprendió contra el Vaticano en su libro sobre Juan Pablo I, como si estas investigaciones no las hubiesen hecho mejor en Italia. Se ve que su gran referente es el Código Da Vinci en lugar de ser En busca del tiempo perdido. Beatriz Eugenia Alarcón, estudiante de Literatura

 

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