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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIAL: Fabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).
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con el asunto "Retiro"
Inéditos de Raúl Henao
Del reconocido poeta Raúl Henao, nacido en Cali y afincado en Antioquia, autor de una decena de libros, publicamos tres textos inéditos donde como siempre fulgura su aliento surrealista y el poder de su escritura cromática.
EL SECRETO
Me ha sido revelado en un palpitar del corazón o la brevedad de un parpadeo el secreto que rige el mundo y permite cambiar el reinado tiránico del Rey de Hojalata en una nueva Edad Dorada, libre del temor al hambre y la guerra, la vejez o la muerte. Pero cuando quiero comunicarlo a mis contemporáneos, comprendo que la esencia del secreto es permanecer indescifrado y que aun si intento compartirlo con ellos, resulta ajeno a sus sentidos indiferentes a cuanto no les dictamina el oscuro poder del tiempo, cuyo reloj de arena pongo al revés, al llegar la noche el año que termina.
***
LA MONJA
"Pon la mesa en la que se sienta el amor"
Remy de Gourmont.
Se arruma alrededor el hojarascal de las horas pasadas cuando el año nuevo comienza a dibujarse en la neblina matutina, apoyando su nariz agripada en las vitrinas callejeras. No bien conseguimos reunir las flores en el altar de una misa de difuntos por el tiempo vivido y ya nos visita de nuevo el recuerdo molesto de la felicidad perdida en los correvediles de algún encuentro suburbano… y sólo porque se interpuso a su paso el regusto por las estampas de santos y las tarjetas de visita chapadas a la antigua. Ahora en lo desasosegado e incierto de los amores crepusculares y tardíos, es la soledad, que el hábito viste de monja, la que nos acompaña sentada a la mesa del refectorio que, al fondo del conventillo, enciende nuevamente su chimenea ojerosa a la hora de la cena.
***
EL MAR VOLUPTUOSO
El horizonte se prolonga en la distancia canicular y polvorienta
de la bahía, que a vuelo de pájaro semeja el costillar
de una res muerta.
Es el país de la tórtola y el murciélago donde el día y la noche
se confunden en las habitaciones desnudas de los hoteles
o en los charcos de lluvia que las tardes dejan a su paso en la playa.
El mar recupera luego esa gargantilla de perlas abandonada
a lo largo de la costa como un cuello nacarado de mujer
al que, poco a poco, cubre la marea de sus besos.
Raúl Henao: Poeta y ensayista colombiano, nacido en Cali, 1944. Ha vivido en EE.UU. Venezuela y México. Escribe, básicamente, en periódicos y revistas que a través del mundo moderno mantienen vigente el legado poético y libertario del movimiento surrealista.
Entre sus libros publicados figuran: La parte del león (Monte Avila Editores, Caracas, 1978) Sol negro (Medellín, 1985) El partido del diablo /Poesía & Crítica (Medellín, 1989) El virrey de los espejos y otras prosas poéticas (Medellín, 1996). La vida a la carta / Life a la carte (Antología Bilingüe- Medellín.1998). La doble estrella: El surrealismo en iberoamérica (Ensayos, editorial Endymión. Medellín, 2008). Haikus Selectos / Selected Haikus (Ediciones Montaña de Silencio. Medellín, 2010) Poemas de Amor-Rosa ( Montréal, Canadá, 2012). La verdad en el vino (Ediciones Caro y Cuervo, Bogotá. 2012). Una alberca en la luna (Medellín, 2014). Su obra poética ha sido traducida parcialmente al inglés, francés, portugués, alemán y holandés.
Los visibles de Eduardo Esparza
Esparza o la danza de las desapariciones
Por Carlos Fajardo Fajardo
"Mi pintura cada vez se aproxima más a lo que soy, a lo que siento, a mi manera de actuar. Obedece a mi estructura mental". Me imagino a Eduardo Esparza pronunciando estas sinceras palabras frente al estallido de sus colores y ante las bocanadas de fuego que se proyectan en toda su obra, hecha de materia viva, de esencia terrígena y levedad de ave. Me lo imagino bailando ante la gran tela, lleno de sí, pleno de mundo, diciendo con su estruendo: "mi pintura forma parte de mi actitud lúdica, mis animales, peces, gallos, aves, gatos, perros. Las formas eróticas vistas, a través de las frutas, de las semillas", y de pronto lanzando una ráfaga de color como un trompo universal, movimiento etéreo y tangible, con profundidad y altura.
Así es la cartografía mágica, insinuante y poética de Eduardo Esparza. En ella podemos sentir las hechizantes vibraciones de su entorno, la permanente ondulación de lo real. Pintura nómada, rítmica, pulsional, que invita salir a los caminos, estar en constante conmoción y ser cómplices de esta danza cromática, devorándonos-devorándose.
Esparza teje y desteje el magnífico y trágico ir y venir de un espacio-tiempo matérico y metafísico. Sus juegos de color van hilando en la tela aquellas esferas, círculos, triángulos, aristas, puntas que nos inventan otras lógicas, otras maneras de ver, ser y actuar, desafiando la racionalidad utensiliar e instrumental, rígida y reglamentaria. De ahí sus rupturas, su poesía. Lo ha dicho el mismo artista: "todas estas formas, texturas y colores dentro de una estructura, van hilando un tejido en forma vertical y horizontal que le da un sentido a lo espiritual y terrenal. La dinámica de este tejido no es más que mi forma de jugar al trompo".
"El tiempo es un niño que juega con los dados. El reino es de un niño" escribió Heráclito, y como tal esta obra nos lanza a ser cómplices con lo lúdico estético pero también a comprometernos con lo lúcido histórico, con la realidad sonora y trágica de esta parte del mundo. Se entiende entonces la urgencia de Esparza por crear su expresiva y contundente serie Los Visibles, como síntesis del drama de un país, de una generación desaparecida bajo el miedo y el temor, la impotencia y los fracasos.
Perteneciente a una generación nacida entre las décadas del cincuenta y del sesenta, Esparza ha hecho suya la idea de ser contestatario, contracultural y de ir a contracorriente. Una generación hija de la violencia que vivió en un país construido con torturas y cadáveres, mientras muchachos y muchachas contorsionaban sus cinturas al ritmo de los Beatles, Carlos Santana, Led Zeppelín, los Rolling Stones, y que rumbeaban con la salsa de Riche Ray, Bobby Cruz, Hector Lavoe y La Fania; que cantaban las baladas del Club del Clan con Oscar Golden, Harold, Ádamo, Leonardo Fabio, Piero, Charles Aznavour, y que con Joan Manuel Serrat y la música protesta de Joan Báez, Víctor Jara, Ana y Jaime, Soledad Bravo, Mercedes Sosa, Pablus Gallinazus, Violeta Parra, hicieron la revolución en las tablas. Músicas que fueron las primeras escuelas en sus corazones, primeros pupitres sentimentales donde posaron las alas de la imaginación.
Paralelo a esta necesaria provisión de amor, en aquellos años la historia rugía. Tiempos de compromisos políticos, de conflagraciones poderosas. La década del sesenta fue propicia para el desahogo de una generación hija de la violencia. Escándalo y aullido. La de los sesenta fue la década de la imaginación, pero también la que hizo conciencia de sus limitaciones. Década de jóvenes hambrientos por dejar un rastro, una huella en medio del fuego y las cenizas de una realidad sobresaltada: la revolución cubana, la rebelión de Martin Luther King, la época de los Kennedy, Johnson, Nixon y su inhumana guerra de Vietnam, la década de la protesta con paz y amor de los Hippies, de Cassius Clay; la figura de Mao Tsé Tung en los libros rojos; la liberación sexual y la pérdida de miedo al embarazo; la época del Festival de Woodstock, la de " la imaginación al poder" y "prohibido prohibir" en aquel mayo luminoso francés; la de la matanza de estudiantes en Tlatelolco en México D.F., cuando tomados de los brazos cantaban y gritaban el 2 de Octubre de 1968; la década de la invasión con tanques rusos a una Praga primaveral y la de un Santo Domingo ocupada por Marines gringos; la década del Che Guevara, estrella y boina, patria o muerte, junto a Camilo Torres Restrepo utópico y mártir; los tiempos en que rugían Marquetalia, el Guayabero, Ríochiquito cuando las universidades colombianas eran colmadas de consignas, discursos y proclamas libertarias. Es también la década en la cual surgen los primeros cines clubes y donde se fundan grupos de teatros disidentes y contestatarios: el Teatro Libre, el Teatro La Candelaria, El Teatro La Mama, el Teatro Popular de Bogotá, el Teatro Experimental de Cali (El TEC).
No es extraño entonces que Los Visibles sinteticen toda esta historia que el cínico olvido ha desterrado de nuestros ojos. Descubrir lo cubierto, volver presencia lo que por décadas ha sido condenado al silencio, a la ausencia; tocar sin temor las llamas de la crueldad, del horror y el despotismo histórico. Todo drama se vuelve en esta serie apremio, compromiso. Esparza hila el manto de la tragedia, el luto de un dolor comunitario. De allí el permanente uso cromático de blancos y negros que se difuminan en ágiles figuras y que, como en un teatro de sombras, aparecen y desaparecen. Ellas luchan por definir un cuerpo, un ser indescifrable. Esas figuras son todos los rostros de un país, de un continente, moviéndose tras el velo negro que el artista rasga, penetra con intensidad terrígena. Es la danza macabra hecha gracia, ritmo, poesía. Su pintura sintetiza una paradójica sentencia: la desgracia de esta realidad terrible es la fuente de su gracia hecha imagen.
Entre el pesado y grávido luto de las figuras y las ingrávidas formas de los cuerpos fluctúa la serie Los Visibles. Un cierto asomo de baile se observa entre los resquicios. Pero es la noche de un carnaval nada dichoso. Extraños ritos profanos y sacros se unen a este imaginario necrofílico de una sociedad donde al desaparecido se le desaparece dos veces: por los verdugos del deseo y por el olvido del Estado y de sus conciudadanos. Esparza ha desafiado dichos olvidos. Nos obliga a mirar de nuevo el abismo, el deterioro, nuestra más secreta indiferencia. Invitados a participar en este baile de imágenes con sus trajes de luto, escuchamos el milenario silencio, los desterrados pasos, gritos, llantos y amores en medio de un país en ruinas […]
Enlace del video sobre la exposición "Los Visibles" realizada en el
Centro Memoria Paz Reconciliación de Bogotá: Los Visibles
La supersticiosa ética del pseudolector
Por Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz*
Leer es una artesanía ejecutada con palabras, un extraño conjuro en el que, por lo menos, dos espíritus se comunican, así nunca se hayan conocido de manera física. Un manto tejido con los finísimos hilos de las palabras, entre dos potencias convocadas: el escritor, que sonsaca de su interior mensajes cifrados, remanentes de su psiquismo creador, y los pone en circulación: savia, magma, sangre, óvulo, esperma, sístole y diástole, de algo vivo, vibrante, hondamente significativo. Del otro lado, el lector: alerta, vigía, puros ojos, como atarrayas a la caza de un botín pleno de insinuaciones y sentidos.
Por eso leer se vuelve una tarea delicada, paciente, crítica y generosa, a la vez, porque de alguna forma, hay una intromisión permitida, pactada de antemano entre dos protagonistas.
No quiero referirme a la antropofagia lectora que circula en los medios, desde las burdas frases que salpican el internet, los juicios descalificadores y prejuiciosos que se sueltan al garete. Tampoco amerita un mínimo comentario el opúsculo venenoso que destila hiel y envidia cuando se trata de descalificar obras y autores sin previo examen. A esto ayudan los lectores de solapa, esos personajes que entran en la acción de gracias emitida por Borges: (gracias) por el lenguaje que puede simular sabiduría.
En un país de excesos e intolerancias, se sueltan palabras como flechas envenenadas; también se escribe por encargo: francotiradores que asustadizos de cuanto se mueve, se atrincheran en el anonimato y recogen, como carroñeros, toda la escoria que los espíritus mediocres van abandonando en los caminos.
Lector de solapa que repite fórmulas, que reduce la literatura a un club de malas conciencias, porque es más fácil garrapatear diatribas que tomarse el trabajo de leer los textos completos y hacer glosas, revisar elementos de estilo, de ritmo, de imagen; examinar el tejido verbal, sus fibras íntimas, en suma, sopesar el lenguaje, materia prima y esencial del arte poética, su eficacia fonética, semántica y pragmática.
En la supersticiosa ética del pseudolector no existen temas, ni tratamiento de los mismos, tampoco motivos, intertextos, mensajes cifrados, insinuaciones e intuiciones, sólo vaguedades, a lo sumo, opiniones sueltas, impresionísticas y sesgadas. Seguramente descalifique a Whitman y a Borges por enumerativos, a Rubén Darío por musical y exotista, a Gonzalo Rojas, por escribir poquito y a Neruda, por escribir muchito, otra vez a Borges por erudito y ladrón de versos (Cfr. El Amenazado y El Eclesiastés, cap. 12, 3 a 5), a Huidobro por romántico al principio y hermético al final (Altazor), a Teillier, por lárico, a Arturo, por lo mismo, a Quessep por anacrónico, a Mutis por reiterativo en la desesperanza, a la Carranza por prosaica, a Eduardo, su padre, por edulcorado, a Paz, por su abanico multiforme, a Lezama por ilegible, a Lêdo Ivo y Eliseo Diego, por provincianos, a Cortázar por cosmopolita, a García Márquez por macondiano, a Rulfo por comaleño, a Onetti, por nihilista y desesperanzado, en fin…Qué fácil el intento fallido de destrozar una obra con un adjetivo irresponsable, fruto de una pseudolectura, descuidada, perezosa, mezquina, cuando no, quisquillosa.
Se sabe de un pseudocrítico español, que siempre posó de arbitrario, y se refería a libros que nunca había leído, y de otro, acaso el mismo, que decía sin sonrojarse: estoy a punto de decir que Fulano es el gran poeta de su generación. Majadero, le contestó Sutano, dígalo o cállelo, pero no amague con deleznables reticencias.
Leer es un trabajo, nos señaló Estanislao Zuleta, no un fútil pasatiempo, y para ilustrarlo utilizó la proverbial metáfora del camello, el león y el niño: trabajo, fuerza e inocencia, tríada sobre la que debe reposar un oficio tan noble como la escritura y su connatural actividad, la lectura.
Ahora bien, evocando a Julio Cortázar, en su concepción muy personal sobre la estética del receptor, encontramos: lector alondra, el que no pasa de decir, bonito, categoría superficial, válida para un florero o un gato de porcelana, lector hembra -con el perdón de las feministas- para el que se arredra, escurre el bulto y deja las obras a medio empezar. Lector macho –con el perdón de los varones- todo lo contrario, el que se arriesga, el que cabalga, lanza en ristre, por las praderas del texto, no para hacerle decir sandeces o encuestar categorías gramaticales o recurrencias léxicas. Lector cómplice, cercano al que llamaron los semiólogos el archi-lector, valga decir, el que se compromete con el universo de significados y sentidos, el que aguza ojos e intelecto para horadar la cáscara y saborear el fruto, el que no cuenta el canto, más bien canta el cuento y bucea en el mar de los signos, los símbolos y sus múltiples ramificaciones. Conocí a un extravagante pseudolector, oficiante de una extraña manía: cazaba escritor con palabras, como si fueran su propiedad privada; así, si un tigre, Borges, si un espejo, Borges, si un camello, Valencia, si una sombra, Silva, si un zopilote, Rulfo, si un conejo, Cortázar, si un tren, Arreola, si un burro, Vallejo, si un búho, De Greiff. Con esa forma tan singular y arbitraria de acercarse a los textos, conceptos como originalidad, intertextualidad, escritura de palimpsesto, influencias, tratamiento, quedaban a la deriva. (En los procesos de selección y combinación, las palabras forman sus propios universos semánticos). Sálvese quien pueda de entrar en esa cofradía, en esa forma velada de la censura, esgrimiendo una chata erudición, una mirada parcial.
¿Dónde se ubica, desocupado lector, empadronador lector, contabilista lector? ¿No sabe, no responde? Ya lo advirtió el poeta Eugenio Montale: la oralidad es un género literario desde antes de la escritura. Su envés, la lectura, merece un sitio preferente.
* Jorge Eliécer Ordóñez. Poeta y ensayista colombiano, nacido en Cali (1951). Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos: Ciudad Menguante, Vuelta de Campana, Brújula Insomne, Farallones, La Casa Amarilla, Exiliados del Arca, Manuscrito de Sísifo (V Premio Nacional de Poesía, UIS, 2013), Cuerpos sobre campos de trigo (XV Premio Nacional de Poesía, Eduardo Cote Lamus, 2014), así como ensayos de literatura en revistas especializadas. Su libro, La Fábula Poética en Giovanni Quessep, obtuvo el Premio Jorge Isaacs, Colección de Autores Vallecaucanos, en Crítica Literaria, (1998). En la actualidad es codirector y editor de la revista virtual Rosa Blindada.
Cuento
Alcides de Alcmena
Por Sergio Gama*
Don Alcides iba a Chigüe una semana al mes y se hospedaba en el hotel Alcmena, que alguna vez fue de su familia. Llegaba el domingo en la tarde y se devolvía a Bogotá el domingo siguiente en la mañana, con una resaca muy grande. Él iba y venía por el único camino que llevaba al pueblo, un camino muy empinado y sin pavimentar. Apenas llegaba, dejaba sus cosas en el Alcmena y salía a la tienda de al lado. Apenas estaba por llegar, los de la tienda alistaban una canasta de cervezas vacías en la entrada, donde Don Alcides siempre se sentaba. Apenas empezaba el domingo, las personas del Alcmena, de la tienda y sus amigos alistaban la chicha y la comida para las tardes y las noches de esa semana.
Durante los primeros años se sentaba y hablaba de lo que había en Bogotá o de lo que había conocido en sus viajes a la costa o en sus trabajos por todo el país. Luego, desde que encontró ese libro al que le faltaban la portada y el comienzo, se sentaba y cada tarde les leía un capítulo, para después hablar de lo leído e imaginar aquellas páginas que hacían falta. Las personas no se ponen de acuerdo sobre lo que hacía durante la mañana, cuando no leía ni estaba sentado en la canasta.
Algunos dicen que le gustaba caminar por los cultivos y ver las plantas; otros, que hacía reuniones clandestinas con los de su partido que vivían en el pueblo y en las veredas cercanas; y otros, que tenía una mujer e hijos de los que ni su esposa ni su familia en Bogotá tenían conocimiento.
El libro contaba historias de gigantes, de enanos, de demonios, de un señor llamado Carlo Magno y de Europa. Por una razón que nadie se logra explicar, siempre alguien hablaba de los dinosaurios, de cómo nos parecemos a los monos o de las mentiras de los curas con eso de que Dios creó al hombre en siete días y luego descansó. Muchos reían, tomaban chicha, escuchaban la lectura, comían y hablaban; los que sabían leer, leían una página. Hubo quienes aprendieron a leer con ese libro; y casi todos les pusieron a sus hijos por nombre los de personajes o lugares del libro, incluso palabras que no conocían, como 'antiparras'.
Todos hicieron que sus niños se aprendieran de memoria alguna oración en que aparecía su nombre, aunque dijera algo tan banal como '…y en medio de la tarde las antiparras del chofer se llenaron de…'. Y hubo algunos que terminaron por saludarse recitando de memoria aquella frase en particular, como si esa frase fuese ellos mismos.
Cuando Don Alcides dejó de ir, porque su partido había perdido el control de la región y los del otro lo buscaban para matarlo, les dio el libro, y la gente tomó las páginas y se las repartieron. Cada uno tomó una página en que apareciera su nombre y la enmarcó en su casa, como si fuera su retrato.
Meses después, pintaron en la fachada de su casa, con su mano y letra, lo que decía la página; algunos no sabían escribir, pero conocían tan bien las palabras que, sin saber lo que decían, podían reproducirlas con una ortografía envidiable. Al final, en las fachadas se podía leer la historia, el libro completo, salvo la portada y las tres primeras páginas. Era ese libro que leía Don Alcides el que recibía a todo el que llegaba a una casa del pueblo.
Desde hace algunos años la gente dice que Don Alcides regresó a Chigüe, décadas después de su muerte. Pero sin tener cultivos para recorrer, ni partidarios para organizar ni familiares para abrazar, se la pasa leyendo las fachadas de las casas durante las últimas horas de la noche de los domingos. También dicen que finalmente encontró las páginas que hacían falta y a veces lo ven sentado afuera de la tienda o recorriendo el Alcmena, esperando a que lleguen a escucharlo y él pueda contarles lo que ellas decían.
*Sergio Gama. Filósofo de la Universidad de Los Andes. Cursó la Maestría en Literatura de la Universidad de Los Andes y la Especialización en Escritura Narrativa de la Universidad Central. Editor y Subdirector de la Fundación Fahrenheit 451. 1er Premio en el Concurso Mundial de Cuento y Poesía Pacifista 2009. Finalista del Concurso Internacional de Microtextos "Garzón Céspedes" (2008) y Mención de Honor del Concurso de Microrrelato Esperando a Godot (2008). Desde 2009 dicta talleres de creación narrativa. El anterior cuento pertenece a su libro: Enciclopedia no ilustrada de viajes y viajeros, recientemente publicado.
CARTAS DE LOS LECTORES
CASIMIRO DE BRITO. Hermoso poema erótico del portugués Casimiro de Brito. Ojalá lo volvamos a tener en Colombia. Un poeta de esa talla hace falta por estos lares. Federico Galindo Reina.
* * *
DESDE MÉXICO. Muchas gracias, como siempre, por el envío de Con-fabulación. Vale la pena comentar que la hermosa canción atribuida a Roger Waters en esta oportuna traducción es We shall overcome, que se canta desde hace mucho tiempo. Hay, por ejemplo, una emotiva versión de Joan Baez de hace unos cuarenta o más años. Saludos afectuosos. Eduardo Langagne, poeta, México.
Respuesta: Efectivamente apreciado poeta, es una canción de gospel atribuida al Reverendo Charles Tindley que cuenta con numerosas versiones.
* * *
JAIME CABRERA. Divertido y muy picante el relato de Jaime Cabrera publicado en el anterior número de Con-Fabulación. Me gustó también la imagen de la portada de la tentadora Miss Blues. Roberto Giraldo.
* * *
MUHSIN AL-RAMLI. Desde hace cinco años sigo la excelente producción literaria de Muhsin Al-Ramli aquí en Madrid y creo que es una de las voces más brillantes y conectadas con Occidente de ese país que a todos nos duele: Irak. Buscaré en la casa del Libro su novela Adiós primos. Fernando Uscátegui, España.
Colección Los Conjurados
El Libro de la Tierra – Antología Mayor
Aquí los textos y los autores incluidos:
Rig Veda, La Biblia, Gilgamesh, Hesíodo, Ovidio, Popol Vuh, Kogui, Guaraní, Tuareg, Cofán, Rimbaud, Frazer, Matta, Anaximandro, Heráclito, Pármenides, Demócrito, Platón, Aristóteles, Aristarco, Eratóstenes, Schopenhauer, Nietzsche, Rousseau, Heródoto, Plinio El Joven, Marco Polo, Colón, Alvar Núñez, Pigafetta, Humboldt, Bolívar, Esopo, Luciano, Swift, Wilde, Lagerlöf, Kafka, Saint-Exupéry, García Márquez, Da Vinci, Copérnico, Bruno, Galilei, Kepler, Huygens, Newton, Darwin, Marx, Engels, Boltzmann, Freud, Perse, Chuang Tsu, Li Po, Tu Fu, Li Shang Yin, Wang Wei, Nezahualcóyotl, Whitman, Baudelaire, Rilke, Ramos Sucre, Rabearivelo, Gamoneda, Buonarroti, Basho, Defoe, Hölderlin, Cacique Seattle, Gauguin, Van Gogh, Machado, Barrett, Trakl, Rivera, Lovecraft, García Lorca, Hernández, Libro Egipcio De Los Muertos, Homero, Virgilio, Alighieri, Paracelso, Nostradamus, Verne, Juan De Patmos, Schwob, Schiller...
La imagen de portada fue realizada por el artista italo-colombiano Gastone Bettelli.
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