Monday, August 25, 2014

[RED DEMOCRATICA] No. 341 - Búsqueda Insaciable

 



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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Maldoror, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).

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con el asunto "Retiro"

 

Eduardo Gómez

Su búsqueda insaciable

 

El escritor Eduardo Gómez

 

 

Por Gonzalo Márquez Cristo

 

Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.

Arthur Rimbaud

 

La ciudad, esa bestia tormentosa y rutilante, es develada por la voz poética de Eduardo Gómez (Miraflores, 1932): singular lumbre verbal, donde lo urbano es investido de una poderosa metafísica.

La noche y sus rapaces dominios, las luces agónicas de sus calles ondulantes, los parques poseídos por la niebla del deseo donde los animales secretos intercambian sus gritos, se opone en esta escritura desceñida y tantas veces testimonial, al martilleo del día en las fábricas, al reino de las máquinas que despliegan sus alas plateadas y que imponen al hombre común una cotidianidad regida por la inclemencia de sus oficios y por la atroz esperanza.

Así, los usos subyugantes del día, la esclavitud que habita en lo solar y la degradación de un fatigoso tiempo segmentado en horas, desafían la libertad de la noche, y nutren ese "Todo", como el poeta define a la muerte.

Desde Restauración de la palabra, el primer libro de Eduardo Gómez, publicado en 1969, verdadero acontecimiento poético en pugna con la escritura establecida en este territorio –que privilegia por costumbre las formas ligeras y los escándalos intrascendentes–, sus textos citadinos se desprenden del simple coloquio y ahondan en consideraciones filosóficas. Las injusticias son refutadas allí por una escritura abierta poseedora de temperatura reflexiva.

En la aurora misma de su voz ya el poeta se enfrenta a la posible traición de la palabra, al imprevisible designio de ese elusivo insecto que recorre el desierto blanco de la hoja, y entonces escuchamos su cuestionamiento:

"¿Para qué escribir pequeños versos / cuando el mundo es tan vasto / y el estruendo de las ciudades ahoga la música?"

En 1975 apareció El continente de los muertos, donde este hacedor prosigue su escudriño en las entrañas tortuosas de las urbes y en la usual erosión de los desprotegidos, donde las calles se mecen sobre mares hirvientes y donde se hace probable enunciar, además de nuestro mundo amenazado y de las hordas de mendigos que maculan la metrópoli, alguna revelación amorosa:

"Los besos que no resisten la prueba de las jornadas sencillas son falsos", hasta terminar afirmando, fiel a la hondura que lo asiste en su recurrente celebración de lo cotidiano, que no es posible "hornear el pan con maestría / sin tener el pulso firme y la limpia mirada del guerrero".

En Movimientos sinfónicos, publicado en 1980, donde Gómez utiliza un verso de arquitectura más estricta, prosigue su itinerario pensante, su indagación existencial al avanzar alumbrado con la linterna herida de la palabra, como lo demuestra esta acre sentencia: "Poseemos demasiados recuerdos y pocas esperanzas"; o la siguiente visión desoladora: "Nuestra paz necesita demasiadas tumbas".

En El viajero innumerable, datado en 1985, donde su acento pareciera en ocasiones virar a la serenidad, hallamos este sorprendente verso originario de su también obstinada indagación intimista: "Contigo surge un tiempo de claridad ardiente", y En historia baladesca del 89, tocado por las lunas del Romanticismo Alemán, lo escuchamos confesar con vigor: "Desde hace años duermo con mi muerte".

Posteriormente en Las claves secretas (editado en 1998), vemos las latencias del deseo vulnerado y las dentelladas de la vida manifiesta: "Porque la contradicción extrema fue mi sino / me tocó contemplar de lejos lo que amaba / y padecer por dentro lo que odiaba".

En Faro de luna y sol (de 2002), es notoria su aún persistente indagación en los tumultuosos asentamientos humanos como lo ratifica esta frase testimonial: "Entro a la ciudad como a un laberinto / lo atravieso en taxi por entre calles sórdidas / que se abren descubriendo sus voraces entrañas"; y en su último poemario titulado La noche casi aurora (2012), Gómez exclama con sorprendente sosiego: "Vivo ardiendo despacio los días y las noches que me quedan", para arribar a la siguiente revelación: "Lo que viví me habita como un sueño / y se integra a cada instante a lo que estoy sintiendo. Así vivo de muertes y me integro al Todo…"

Testigo de la generación del Medio Siglo que trasformaría al país, visitante de las tertulias del Café La Paz –lugar que como tantos ya hace parte de nuestra amnesia urbanística y cultural–, y en compañía de Gerardo Molina, Luis Carlos Pérez, Estanislao Zuleta, y otros intelectuales que comenzaban a asumir el materialismo histórico, el nihilismo y el psicoanálisis, Eduardo Gómez fue dejando sus interiorizadas vivencias en esa herida que llaman literatura.

Con la muerte de Gaitán supimos colectivamente en Colombia que de los sueños mutilados florecen las pesadillas… Y fue durante la determinante década siguiente, la del cincuenta –casi excluida de la ficción colombiana y minimizada injustamente por los teóricos– cuando a su llegada a Bogotá, Eduardo Gómez (proveniente de Miraflores, su pueblo natal), y mientras estudiaba Derecho, comienza a participar en manifestaciones políticas de vanguardia, hasta llegar a ser cofundador de la Federación de Estudiantes de Colombia (FEC), de considerable incidencia en el derrocamiento del dictador Rojas Pinilla.

No obstante, ya habiendo culminado acá este breve vuelo sobre su expresión poética, fundamento de su obra y adherencia definitiva de su corpus existencial, es necesario añadir que un valioso complemento reflexivo ha cultivado sus ideas durante estas seis décadas de labor intelectual: Ensayos de crítica interpretativa (2006), donde el autor se sumerge en la obra de tres de sus amados oráculos: Thomas Mann, Marcel Proust y Franz Kafka, sobre quienes ha dictado varias de sus lúcidas cátedras universitarias.

El libro anterior, además de Memorias críticas de un estudiante de humanidades (2011) y del opúsculo Reflexiones y esbozos (1991), donde celebra su formación dramatúrgica que lo llevó entre 1959 y 1965, mientras vivía en Alemania, a ser asistente de dirección del Berliner Ensamble, el mítico teatro fundado por el padre del distanciamiento: Bertolt Brecht, conforman lo más visible de su obra ensayística.

Durante esa fecunda década, como es sabido, la lectura de Nietzsche, Freud y Marx, se hizo obligatoria en los círculos intelectuales del país. También, como nadie ignora, las utopías inventaban el horizonte y preparaban un nuevo terror. Eduardo Gómez, agudo vigía de ese país que por momentos parecía despertar de su larga pesadilla, dispuso entonces un exilio voluntario en Alemania (RDA), al gestionar una beca del Movimiento Mundial por la Paz, mientras a su alrededor una decapitación de ideales, y en su adentro, el irreductible deseo que no ocultaba su jerarquía de divinidad, le fue imponiendo un desprendimiento de paisajes, a la vez que constituía el tejido de sensaciones y sentimientos, expresado en su reciente novela La búsqueda insaciable.

Y aunque sólo cinco décadas después, la alquimia de la literatura le concedió el regreso a ese tiempo forjador –al lugar de su germinación existencial–, logró entregarnos, por el milagro que habita en la escritura, una obra de planos alternos donde su protagonista es autor de otros relatos insertos en el libro, y donde la ficción deriva en otra ficción como un artilugio de espejos paralelos, que por ecuación lógica bien podría ser la realidad.

Gómez nos ofrenda entonces una obra perteneciente a la estirpe de las novelas de formación, donde los signos del cuerpo, los combates interiores, los accidentes del afecto y la telúrica de la historia, van modelando a sus personajes, para lograr el fecundo espécimen literario que los germanos llaman Bildungs roman.

Entonces se consuma allí el retorno esencial de toda escritura, su sed de fuentes, su acción de gracias al origen, porque al leer La búsqueda insaciable, al seguir por los meandros de una memoria insomne empeñada en reconstruir un tiempo colectivo y las inevitables vicisitudes individuales que el autor delega a sus creaturas invisibles surgidas de su voz, sólo nos queda afirmar con el gran poeta Friedrich Hölderlin, que: "Difícilmente abandona su lugar lo que mora cerca del origen".

 

Enlace a la novela La búsqueda insaciable de Eduardo Gómez, distribuida en las más importantes librerías de Colombia.

 

 

La urdimbre de Gabriel Arturo Castro

 

 

Secreto hilar de una poética

 

Por Lucía Estrada*

 

Bajo el sugestivo título de La urdimbre, el hilo oculto, el poeta colombiano Gabriel Arturo Castro nos presenta aquí una magnífica selección de textos pertenecientes a tres de sus más recientes libros publicados: Tras los versos de Job, Pequeño mito del bosque y Día antes del tiempo. Esta selección (Antología Doble Fondo IX, Biblioteca Libanense de Cultura) conforma en sí misma, por su unidad temática, el tono y la rigurosa disposición formal, uno de los libros más bellos que un lector pueda encontrarse hoy por hoy dentro del abigarrado y disímil paisaje lírico de nuestro país. La calidad de una voz poética como la de Gabriel Arturo, su depurado registro, la modulación a la vez contenida como sutil y misteriosa reflejada en estos poemas, señalan en verdad una singularidad, una vertiente original (de origen), una poética de ascendencia mayor.

Como lo deja entrever en la intención de su título, para el poeta el tiempo comienza a aclararle una perspectiva, una mirada sin duda más amplia y serena respecto a lo que ha sido esa exploración incesante, a veces tan incierta como plena y gozosa, de la belleza, de la verdad de las cosas, entrevista desde la experiencia interior, el sueño, la imaginación y la propia sensibilidad abierta al misterio del instante, al mundo como fluir de imágenes, sensaciones y revelaciones. De esta experiencia intensa y solitaria el poeta nos enseña, nos deja ver el hilo que relaciona, que une y va fijando el tejido, este texto vivo en el que un lector imbuido, igualmente prendido al hilo mágico de las palabras, comienza también a entretejer lo invisible en él mismo.

En la gran tradición de la poesía visionaria de occidente y por supuesto, del oriente, desde Lao Tsé hasta Blake y Yeats, cruzando a vuelo de halcón el gran bestiario que desde Ovidio hasta Dulce María Loynas y Borges ha recreado la poesía, soslayando la presencia mítica del animal y los seres de la naturaleza que a través de las edades y las más diversas literaturas acompañan el trasiego del hombre, el símbolo del animal, su sombra, su imagen, su presencia, constituye uno de los más fuertes y definitivos motivos de creación estética y aun espiritual. Los poemas de Gabriel Arturo están habitados, poblados por estas presencias a veces extrañamente alegóricas, inquietantes, feéricas junto a las cuales, la propia presencia del hombre y la mujer se abrazan y confunden en tanto la misma naturaleza retoma su carácter sagrado y protagónico, restableciendo la antigua unidad de los seres.

Están los pájaros, los árboles, las piedras, la luna, el lobo, la araña, la tierra, los ríos, las serpientes, la aurora, el bosque, el cielo, la noche, el espejo, la lluvia, la sangre, el miedo, el fuego reunidos en la primera parte (la más bella para mí) de estos poemas, no como simples y anodinas referencias neorrománticas, sino como manifestaciones de profunda raigambre poética, de asombro y revelación. Y es la voz de la poesía la que los nombra y los desoculta para nosotros, involucrándonos desde lo hondo, remontándonos al despuntar de toda memoria.

En la segunda parte del libro, la palabra "Resistir" replantea, vuelve a emplazar la presencia de lo humano como especie, como historia pero también como convención y donde la palabra no es más unitiva que los elementos primordiales que nos conforman. Y son otra vez los gestos, la materialidad de la vida el único espacio y vínculo, las señales que nos reconocen y reconocemos.

No obstante, también es el canto de la resistencia, y el de la protesta—el poeta, un Job humillado por las potencias cuya humildad se erige a la postre como otra suerte de rebelión–,  lo que permitirá al humano sobrevivir al tiempo, a la vicisitud existencial desde la individualidad,  como miembro de la tribu, para dar cuenta y asumir el derrotero de su destino. Destino que es noción de una pérdida ancestral, memoria de una culpa original.

El poeta es aquel que ve y hace ver no sólo el presente sino el pasado y el futuro imbricados en la imagen y la condensación expresiva y connotativa que alcanzan sus palabras. Gabriel Arturo Castro, poseído por la visión, atravesado como un espejo vivo por reflejos de edades y espacios cuya procedencia no podría identificar racionalmente para nosotros, logra interesarnos y llevarnos a respirar de esos ámbitos valiéndose del recurso más expedito y probado: la palabra iluminada que dice y recuenta un tiempo que es todos los tiempos.

Porque además, tal como concluye este libro en su tercera y última estancia, La urdimbre, el hilo oculto, es el tiempo nuestro, el del poeta, el de la infancia y el de la cotidianidad atravesada de angustia y desconcierto.

Esa vuelta a casa, al origen al cabo de las grandes migraciones del lenguaje, el sueño y la experiencia, es lo que mueve acaso la mano del poeta, de todo poeta verdadero, a tejer y destejer el entramado de su memoria bajo la luz y la gracia definitiva de una palabra recobrada en su madurez, plena de emoción viva, e incluso de amor, todo el amor que la muerte no ha podido destruir.

Queda en el lector de esta hermosa obra la inhabitual conciencia de una cercanía, una proximidad real con lo leído, y la sensación de tener entre los labios y entre los dedos también el hilo de esos versos, ese hilván con el que podemos continuar tejiendo o destejiendo nuestra propia memoria, nuestro propio texto.

*Poeta y ensayista colombiana

 

 

Julieta León

 

 

(Caracas, 1949). Licenciada en Filosofía y en Letras, por la Universidad Central de Venezuela. Participó en talleres dictados por Elí Galindo, Eleazar León y Rafael Cadenas. Este último fue tutor de su tesis de grado. Su trabajo poético Tomo la calle, en la Escuela de Letras de la UCV, obtuvo mención Sobresaliente. Entre sus obras figuran: Eterna sed, Arena del desierto, Cartas echadas, La primavera es impaciente y otros haikús, Extraños frutos, Enrique VIII, Fuga sobre la muerte.

En julio de 2005, ganó la XVI edición de la Bienal literaria José Antonio Ramos Sucre con MALL. Ha publicado también: Las aguas borran los senderos (La Espada Rota, 1999), Arena del desierto y Eterna sed (ambas en Editorial Tregua, 1999 y 2005 respectivamente), Regreso a Manicuare y Aguas de Santa Fe (2011, ediciones al cuidado de la autora) y Siete noches, siete poemas (en colaboración con Coromoto Renaud y Ramonetta Gregori, Fondo Editorial ICUM, 2012). Los poemas que integran la presente selección forman parte de un libro en proceso.

 

 

El mar, en torno a "Ulises que desprecia a Polifemo"

 

Un mar oscuro

descifra los gritos de Polifemo

 

en su juventud

contempló el rostro de Venus

el de Cleopatra a orillas de su palacio

 

y envió sus mareas a cubrir su desnudez

cuando ella se sumergía en sus aguas

 

este mar          este mismo mar

otea las tinieblas al inicio del mundo

 

las inmensas trirremes que surcan sus lomos

los hermosos drakkar cargados de mercancías

el imponente Wasa con sus sesenta y nueve metros de largo

sus cincuenta cañones     

 

el barco de guerra más poderoso

 

se dejó arengar por las naves fenicias

por las naos españolas  que pulieron sus aceros en sangre

 

ahora está tenso       aguarda

 

recuerda que en Egipto ordenó a sus hijos

salvar a Moisés de entre las aguas

 

cada vez más atento

escucha rugir a la bestia arrodillada en la orilla

 

Ulises ha alcanzado la popa

sus compañeros comienzan a mover los remos

 

Poseidón hace el amor con Anfitrite

cuando escucha  el clamor del hijo

 

la esposa ha sentido la sangre en el pecho

 

molesto el dios  

por el incordio que lo saca de su esparcimiento

complace la petición del ciego

 

el mar debe cobrar la imprudencia de Ulises

el salitre mermará su fuerza

su virilidad

 

haber dormido con tantas mujeres

y no poder escanciar el amor

de la suya propia

 

no poder libar en su cuerpo

el descanso     la necesaria  paz

 

en vano    él y sus marinos hacen ofrendas al ofendido mar

 

en vano su mujer y su hijo se cortan los cabellos

y los entregan a las aguas

 

 

MAR

 

tú que hablas la lengua del guijarro

y la de las piedras

 

que presenciaste el rapto de Helena

y viste al Caballo de Troya entrando a la ciudad

 

tú   que observaste a Aquiles inflamado de rabia

cuando se retiraba ofendido a su tienda

 

que llevaste a Ulises de lugar en lugar mas nunca a Ítaca

que no lo ahogaste  (habrías podido)

aunque ése era el designio de Poseidón

 

tú    que no enloqueciste de amor

cuando cubrías de cardúmenes de espumas

el cuerpo perfectísimo de Venus

 

que no te ateriste de miedo cuando miraste a Medusa

a Escila   a Caribdis

 

tú   Mar

que has sido generoso con tantos

y justamente terrible con otros

 

tú  en quien confluyen todas las aguas

del cielo       el infierno        la tierra

 

tú que decides y recoges tempestades

 

dime

dónde ocultas el cadáver de Ofelia

 

 

 

CARTAS DE LOS LECTORES

 

LA SOCIEDAD DE LOS POETAS MUERTOS. Lamentable el fallecimiento del excelente actor Robin Wiliams a sus 63 años. Pienso que nos quedó debiendo algunas películas aunque con La sociedad de los poetas muertos ya era suficiente. Recuerdo a ese profesor ultrasensible que interpretó intentado trasformar la mirada convencional de sus estudiantes. Film grande, de sublime poesía y vigor. Bertha Carolina Rincón

* * *

ESPARZA. Contundente el video de Eduardo Esparza sobre su exposición en el Centro de Memoria. Sin duda es una lucha contra el olvido y sus artimañas siniestras. Felipe Díaz

* * *

RAÚL HENAO. Leí los poemas de Raúl Henao con gran deleite. Este personaje agudo y crítico de nuestra realidad es un poeta de interesantes ecos y de una palabra provocadora. Admiro ese lirismo que en varios de sus poemas inventa una atmósfera erótica. Manuel Garzón

 

 

 

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