Tuesday, June 29, 2010

[RED DEMOCRATICA] OP.: El Cardenal Cipriani y la CVR

 

El Cardenal Cipriani y la CVR
por Alberto Valencia Cárdenas*

La última homilía del cardenal Cipriani sobre las conclusiones de la Comisión de la Verdad ha causado tanto malestar en la feligresía ayacuchana que varias instituciones de ese departamento han comenzado a recolectar firmas para solicitar a la santa sede el traslado del Primado de la Iglesia Peruana. Como se sabe, el cardenal Cipriani ha desmentido a la Comisión de la Verdad diciendo “la iglesia ayacuchana sí estuvo a la altura de las circunstancias” en los días aciagos de la guerra contra Sendero. Y eso no es cierto. No debe confundirse a la Iglesia con el arzobispado. Es verdad que la iglesia ayacuchana mantuvo una posición egregia pero monseñor Cipriani fue el representante personal de Fujimori en Ayacucho.

Me duele decirlo, pero muchos feligreses creen que el cardenal Cipriani no es un buen pastor. Es personalista y ambicioso. Más parece un político con ansias de poder o un militar al que le fascina mandar. Es por eso que se convirtió en el complemento perfecto que necesitaba Fujimori. Y por eso Cipriani trabajó tan fervorosamente por la reelección de su amigo fugitivo. Yo no quisiera ofender a la autoridad eclesiástica, mis apreciaciones pretenden ser objetivas. Creo que Cipriani no es el cardenal que necesita el Perú. Y voy a llamar la atención de las autoridades religiosas sobre los siguientes puntos:

1.-La Iglesia no debe inmiscuirse en política porque la política es una ciencia controversial y conflictiva. Después de la desaparición de monseñor Vargas Alzamora el Perú esperaba el nombramiento de un pastor afable, comprensivo, cariñoso. Pero no fue así. Monseñor Cipriani es la antípoda del buen pastor. Es autoritario y tempestuoso. Se enfurece o llora con una rapidez asombrosa. Le falta ecuanimidad. Le cuesta perdonar. Y ésta es la virtud fundamental de un vicario de Cristo.

2.-Algunos analistas sostienen que la culpa de lo que está ocurriendo la tiene el Opus Dei. Yo creo que no. Monseñor Cipriani es como es a pesar del Opus Dei.

3.-Los ayacuchanos conocemos a monseñor Cipriani mejor que nadie. Fue durante diez años el amo absoluto de la iglesia huamanguina. Por eso no tenemos miedo de decir que está acostumbrado a convertir al púlpito en tribuna política. Aquí, en Lima, ya lo ha hecho. En el mismo día de Santa Rosa del año pasado, el cardenal convirtió la catedral en una trinchera política en la que dijo a grito herido: “Basta. Yo no tolero que se me ataque porque quien me ataca, ataca a la Iglesia” (todos lo recordamos). Por respeto o por temor, nadie se atrevió a contestarle inmediatamente pero, unos días después y casi al socaire, el apacible y corajudo obispo de Chimbote Luis Bambarén aclaró el asunto diciendo: “Una cosa es monseñor Cipriani y otra cosa es la Iglesia. Mucha gente dice que entre el arzobispo de Lima y yo hay dificultades. No es así, sólo somos personalidades diferentes. Él se queja porque mucha gente lo critica sin conocerlo. A mí me ocurre lo contrario. Mucha gente me aplaude sin conocerme”. Estas frases, entresacadas de varias publicaciones, demuestran que la Iglesia peruana felizmente está sana y está fuerte porque tiene buenas raíces. Y tiene todavía buenos pastores.

4.-Voy a referirme, ahora, a la parte más grave de la actuación de monseñor Cipriani. A los diez años de su labor en Ayacucho. Aquellos a los que se refiere la Comisión de la Verdad. Cuando monseñor Cipriani llegó a Ayacucho, ese departamento se debatía en la más grave conmoción política de la historia contemporánea: la guerra contra Sendero. Con mucha habilidad y con el apoyo de Fujimori, Cipriani se hizo dueño del departamento. Son testigos de esta afirmación todos los jefes de las reparticiones públicas de Huamanga. Durante diez años no se nombró a nadie en Ayacucho que no tuviera el visto bueno del arzobispo. Todos los presidentes del CTAR fueron digitados por él. Los congresistas, los alcaldes y los regidores de la época fueron escogidos por él. Monseñor Cipriani gozaba del favor palaciego, entraba cuando quería al palacio de Pizarro. Y era, lógicamente, recibido con bombos y platillos en los cuarteles. A su turno Cipriani correspondía bendiciendo las armas cada vez que Fujimori visitaba Ayacucho. Era tanta la confianza entre ambos que Fujimori le pidió al arzobispo que colaborara en la recuperación de la embajada del Japón. Y él aceptó (actuación que volvió a sembrar serias dudas sobre la conducta personal del cardenal y que, en el futuro, será objeto de nuevas investigaciones).

El pueblo ayacuchano estaba enterado de que monseñor Cipriani se reunía y discutía todas las semanas con el jefe político militar las tácticas de la guerra en el departamento. Cipriani conocía hasta en sus últimos detalles todo lo que estaba sucediendo. Conocía de las desapariciones, de las torturas, de las matanzas y de las fosas comunes. Yo sé que la Comisión de la Verdad ha llegado a estas mismas conclusiones pero, hasta ahora, no ha dicho ni dirá una palabra al respecto quizá porque el presidente de la CVR es el rector de la Pontificia Universidad Católica. Pensar que monseñor Cipriani desconocía las matanzas de Ayacucho es como pensar que Fujimori desconociese los latrocinios de Montesinos. Pero aclaremos. Yo no estoy diciendo que el ex arzobispo de Ayacucho haya propiciado la política de tierra arrasada. Estoy afirmando que monseñor Cipriani no podía desconocer las matanzas de Accomarca, Chusqui, Rinconada, Sachabamba, San José de Secce, Lucanamarca y de decenas de pueblos más. El ha escuchado durante diez años, todos los días, a millares de mujeres campesinas clamando por sus seres queridos desaparecidos o muertos. Ellas lloraban infructuosamente en las puertas insensibles del arzobispado. El pueblo ayacuchano las ha visto. Y el pueblo ayacuchano no olvida.

Cómo olvidar, por ejemplo, que en la puerta del arzobispado Cipriani colgó un infamante letrero que decía: “Aquí no se atienden reclamos de Derechos Humanos”. Y más abajo otro letrero pequeño que agregaba: “No se otorgan recomendaciones de trabajo”.

5.-Por otro lado, es sabido que monseñor Cipriani persiguió, en Ayacucho, con singular dureza a los padres de la Compañía de Jesús (en Lima ha pretendido hacer lo mismo). Cuando Cipriani llegó a Ayacucho habían 26 padres jesuitas, cuando se fue sólo quedaban dos. Pero el actual cardenal no sólo emuló a Carlos III expulsando a la Compañía de Jesús sino que desafió también al pueblo huamanguino desterrando al más querido de sus pastores: al padre Salvador Cavero, capellán de Santo Domingo. El padre Cavero era uno de los más distinguidos oradores sagrados. Predicaba en quechua y castellano, como el Lunarejo, y congregaba, en sus misas dominicales, a centenares de fieles que venían desde pueblos lejanos solamente a escucharlo. Cavero era, además, un excelente escritor. Es autor de las Tradiciones ayacuchanas. Pero Cipriani odiaba a Cavero. Desde que llegó a Ayacucho, el arzobispo lo miró con recelo porque el padre Cavero tenía un gran defecto: era enemigo de la dictadura.

6.-Magno Sosa, el periodista ayacuchano que con mayor energía se ha enfrentado al cardenal Cipriani, dice no comprender cuáles han sido las razones que ha tenido el Vaticano -la cancillería más sabia y más antigua del mundo- para nombrar a Cipriani.
Y agrega: creo que en este nombramiento ha tenido mucho que ver Fujimori.

7.-El lunes 5 de febrero del año 2002 el canal 8 de televisión hizo una encuesta pública sobre el flamante nombramiento de monseñor Cipriani como cardenal y el 72% de los consultados se declaró en desacuerdo.

8.-El domingo 4 de marzo el flamante cardenal ofició su primera misa. Aquella vez ocurrió algo inusitado en la vida política y religiosa del Perú: un grupo de jóvenes, después de lavar la bandera del Vaticano, protestó, en la calle, contra el recién nombrado. Cipriani respondió enfurecido, desde el púlpito: “Si no respetan a la Iglesia y a su representante, fuera de ella”.

El doctor Juan Delgado, presidente del instituto IDEA de Ayacucho, comentó el incidente de la siguiente manera:

-Un auténtico pastor hubiera respondido de manera diferente. No se hubiera enfrentado a quienes lo criticaban. Los hubiese llamado. Hubiese conversado con ellos. Los hubiese perdonado. Y seguramente los hubiese ganado. Pero monseñor Cipriani es lamentablemente autoritario. Su carácter le está haciendo mucho daño a la Iglesia.

(*) Dos veces diputado aprista por Ayacucho.

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