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DIRECTOR: IVÁN BELTRÁN CASTILLO. EDITORES: AMPARO OSORIO, GONZALO MÁRQUEZ CRISTO. COMITÉ EDITORIAL: Mauricio Contreras, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Fabio Jurado Valencia, Olga Sanmartín. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Maldoror, Chócolo, Fabio Martínez, Freddy González, Gustavo Tatis Guerra, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Germán Villamizar, Argemiro Menco Mendoza, Carlos Fajardo, Guillermo Bustamante Zamudio, Hernando Guerra Tovar, Profesor Martínez Guerrero. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Hermes Vargas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Nájar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).
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Con-Fabulación con el asunto “retiro”
Sin nombres, sin rostros ni rastros
Por Jorge Eliécer pardo
Publicamos un relato sobre nuestra aciaga realidad colombiana de autoría del cuentista, novelista y editor tolimense Jorge Eliécer Pardo, enviado exclusivamente para Con-Fabulación.
A las amorosas mujeres colombianas
Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto. A todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas. Por eso, a diario esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, esposos o hijos. Cuando bajan sin cabeza también los adoptamos y les damos ojos azules o esmeralda, cafés o negros, boca grande y cabellos carmelitas. Cuando vienen sin brazos ni piernas, se las damos fuertes y ágiles para que nos ayuden a cultivar y a pescar. Todos tenemos a nuestros nn en el cementerio, les ofrecemos oraciones y flores silvestres para que nos ayuden a seguir vivos porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nuestros jóvenes y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos los tomen como sus difuntos, en reemplazo de sus familiares. Miles de descuartizados van por el río y los pescadores los arrastran a la playa para recomponerlos. Nunca damos sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas capoteras y cáñamo, con puntadas pequeñas para que no las noten los que quieren volver a matarlos si los encuentran de nuevo. Sabemos que los cuerpos buscan sus trozos y que tarde o temprano, en esta vida o la otra, volverán a juntarse y, cuando estén completos, los asesinos tendrán que responder por la víctima. Si la justicia humana no castiga a los verdugos, la otra sí los pondrá en el banquillo de los que jamás volverán a enfrentarse a los ojos suplicantes de los ultimados.
Esta noche hemos salido a las playas a esperar a que bajen otros. Nos han dicho que son los masacrados hace varias semanas, los que sacaron a la plaza principal y aserraron a la vista de todos. Quiero que venga un hombre trabajador y bueno como los pescadores y agricultores de por allá arriba y que yo pueda hacerle los honores que no le dieron cuando lo fusilaron. Mis hermanas tirarán las atarrayas y los chiles para no dejarlos pasar, uno no sabe si el que le toca es el sacrificado que con su muerte acabará la guerra. Aquí todas creemos que nuestros difuntos prestados son los últimos de la guerra, pero en los rezos nos damos cuenta de que es una ilusión. Cuando traen ojos se los cerramos porque es triste verles esa mirada de terror, como si en sus pupilas vidriosas estuvieran reflejados los asesinos. Nos dan miedo esos hombres armados que quedan en el fondo de los ojos de los muertos, parecen dispuestos a matarnos también. Muchos párpados ya no se dejan cerrar y, dicen en el puerto, que es para que no olvidemos a los sanguinarios. Los enterramos así, con el sello del dolor y la impunidad mirando ahora la oscuridad de las bóvedas.
Algunos están comidos por los peces y los ojos desaparecidos no dan señales del color de sus miradas. A muchos de los que nos regala el río y no tienen cara, nosotras les ponemos las de nuestros familiares desaparecidos o perdidos en los asfaltos de las ciudades. Pegamos las fotografías en los vidrios de los ataúdes para despedirlos con caricias en las mejillas. Fotos de cuando eran niños, con sus caras inocentes. Las novias hacen promesas, las esposas les cuentan sus dolores y necesidades y las madres les prometen reunirse pronto donde seguramente Dios los tiene descansando de tanta sangre. Las solteras les piden que les traigan salud, dinero y amor. Y cuando las palomas anidan en las tumbas es el anuncio de que deben emigrar para otra parte de Colombia o para Venezuela, España o los Estados Unidos.
Los primeros meses poníamos en sus lápidas las tristes letras de nn y debajo un número para que todos supieran que era un muerto con dueño, o mejor un desparecido reencontrado. Cuando nadie viene por ellos y las autoridades también los dejan a la buena de Dios, los dueños de los cadáveres los rebautizan con los nombres de sus muertos queridos. Es como un nacimiento al revés: parido entre el agua del río y lavado después en la arena. Les llevamos flores, les encendemos veladoras y les regalamos rosarios completos y unos cuantos responsos. Todas sabemos que en cada rescatado hay un santo.
Los lunes nos reunimos en un rezo colectivo porque ya todas tenemos muertos y sabemos que están muy solos y que todavía sienten la angustia de haber sido degollados, descuartizados o ejecutados con desmayo en la humillación. El dolor produce una mueca que nos hace respetar más al sacrificado. A los aterrorizados les tenemos más amor y consideración porque uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilindros bomba.
Cuando oímos los llantos colectivos de las viudas errantes buscando a sus muertos, en peregrinación por las riveras, como nuevos fantasmas detrás de sus maridos, les damos los rasgos corporales y les entregamos los cadáveres recuperados. Lloramos con devoción y esa misma noche se los llevan envueltos en costales de fique, en sábanas viejas, en barbacoas o en los cajones simples que nosotras hemos alistado para los difuntos santificados. Romerías con linternas apuntando el infinito con estrellas como pidiendo orientación al cielo para no perderse en los manglares, tras la huella invisible del río. Lloran como nosotras la rabia de la impotencia. Cuando no encuentran al que buscan nos dejan su foto arrugada porque ya no importa tanto la justicia de los hombres sino la cristiana sepultura de los despojos.
Nos hemos contentado con recibir y adoptar pedazos porque tener uno entero es tan difícil como el regreso de nuestros muchachos reclutados para la muerte. Ellos no volverán, mucho menos las noticias porque la guerra se los come o los ahoga. Cuando no se los traga la manigua, los matan las enfermedades de la montaña o el hambre.
Nos han dicho que no somos los únicos en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los miserables de la guerra. Los viejos nos han dicho que siempre los ríos grandes y pequeños albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima.
Al reemplazar el nn en la lápida por el nombre de nuestro esposo o hijo, la energía que viene del cemento es como la que sentimos cuando nos abrazábamos antes de la desaparición. Lo sabemos porque al golpear la pared y empezar las conversaciones secretas, después de las palabras, aquí estamos, no estás solo, nos llega un vientecito tibio como el calor de los cuerpos de nuestros seres inmolados. Los santos asesinados son los mismos en todo el mundo, en todas las guerras y nosotras lo sabemos sin decírnoslo. A algunas de nuestras vecinas les han dicho que se vayan del puerto, que busquen en las ciudades un mejor porvenir para los niños y muchas se han ido sin regreso posible. Entonces regalan o encargan a su muerto, a su Alfredo o Ricardo, a su Alfonso o Benjamín, para que los guíe y cuide en los largos y miedosos tiempos del errabundaje. Así el puerto se ha quedado con muy pocos niños y las adolescentes desaparecen antes de que los padres las saquen de las zonas de candela. Por eso creemos que nuestros muertos, los descendientes sacrificados que nos da el río, reemplazarán a tantas familias que mendigan por Colombia. Mi esposo seguramente ha sido redimido por otra madre desconsolada, más abajo de aquí, porque hemos sabido que lo arrojaron desnudo y dividido, lo acusaban de enlace de los grupos armados. Tendrá otras manos y otra cabeza, pero no dejará de ser el hombre que amaré por siempre, así me lo hayan arrebatado untado con mis lágrimas. Se me ha acabado el agua de mis ojos pero no la rabia. El perdón, el olvido y la reparación, han sido para mí una ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado. Nadie. Ni siquiera el río que nos devuelve las migajas, nos da la comida para vivir y nos entrega los muertos para no perder la esperanza.
Nuestro cementerio no es de desconocidos como pretendieron hacernos creer. Nosotras no pedimos a nuestros muertos números de suerte ni pedazos de tierra para una parcela, pedimos paz para los niños que aún no entran en la guerra a pesar de que a muchos de nuestros sobrinos los han quemado o arrojado al agua. Los niños no llegan a las playas, no son pescados por manos bondadosas. Dicen que a ellos los rescata un ángel cuando los asesinan. El río los purifica.
Después de tantas noches de cielo hechizado, de tanto llanto contenido, mi hija ha quedado viuda. Por eso está conmigo esta noche en la orilla, rezando para que baje un hombre por quien llorar junto a nosotras. Más arriba hay chorros de linternas. Sabemos que cada uno tiene los muertos que el río buenamente le entrega. No importa que seamos un pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podido salir del puerto. A nuestras criaturas inocentes las hemos dejado dormidas para salir a pescar a los huérfanos de todo. Mañana nos preguntarán cómo nos fue y nosotras les diremos que hay una tumba nueva y un nuevo familiar a quien recordar.
Bajan canoas y lanchas. No sabemos si estamos dentro de un sueño o nosotras flotamos despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos hagan el bien de la cristiana sepultura.
*Jorge Eliécer Pardo nació en Líbano, Tolima, en 1950. Es autor de tres novelas: El jardín de las Weismann (traducida al francés por Jacques Gilard), Irene (traducida al inglés), Seis hombres una mujer. También ha publicado cinco libros de cuentos: Transeúntes del siglo XX, Amores digitales, Las pequeñas batallas, Una vez el mar (cuento ilustrado), La octava puerta. Y un libro de poemas: Entre calles y aromas.
Dos inéditos de Carlos Castillo Quintero
Carlos Castillo Quintero (Miraflores Boyacá, 1966). Ha publicado los libros de cuento Los inmortales (2000) y Carroñera y otras ficciones perversas (2007); las antologías El placer de la brevedad / Seis escritores de minificción y un dinosaurio sentado (2005), y Pisadas en la niebla / Nuevos cuentistas boyacenses (2010); los poemarios Piel de recuerdo (1990), Burdelianas (1994), Rosa fragmentada (1995), Sin el azul del día (Premio CEAB, 2008), y Ab imo pectore (2010). Actualmente dirige el Taller de Cuento “Ciudad de Bogotá”. Los siguientes poemas pertenecen al libro inédito Y sigue brillando la Luna.
(Fragmentos del Diario de Walter Gripp)
DÍA TRES
En la entrada se presentía el primer escalón.
Comencé a descender y mis ojos se acostumbraron a la penumbra. Comprobé que la escalera parecía una escultura sin sentido, el producto inenarrable de una mente enferma.
Seguí bajando por aquella pesadilla. Escher en su tumba encendió un zippo, y sonrió.
Al final, como era de suponer, no había nada, apenas un negro profundo.
Me acurruqué y me puse a llorar. No como un niño, sino como un hombre que ve el horizonte ahogado en sus ojos.
Estuve así durante horas…
Cuando levanté el rostro noté que no era yo quien lloraba.
Ahí, al otro extremo de la sombra, estaba ella: bonita y triste, apenas cumplida su mayoría de edad ―acurrucada― llorando como una niña y con el horizonte sitiándole los ojos.
Me miró. La miré. Y juntos miramos hacia arriba, buscando la escalera: no estaba, o no la vimos, o, quizá, Maurits Cornelis Escher la estaba usando en ese momento.
Entonces, lloré de verdad.
DÍA DIECISIETE
Ahora que las madres copulan con los fantasmas de sus amorosos despojos.
(Colmena de condenados que asedian los extramuros de la ciudad)
Ahora que huyen ―mudas― con la negada embriaguez de un crimen del que no fueron capaces.
En este instante en el que los sapos adoran a Harry Houdini, con la seguridad de que estarán aquí mañana.
Ahora que es un nuevo día sobre la tierra para que aquellas desesperadas cautiven a los marinos.
En esta hora ciega, anudada con pañuelos negros.
Cuando ya no queda ni la perspectiva de un combate, y el deseo es apenas un muñeco de cuerda, va mi canción fallida:
Dime, ¿qué poema te gustaría escuchar hoy?
Recuerda que los Hathaway «…noche a noche, sin falta, sin ningún motivo, salen de su casa y miran el cielo».
Confabulador clásico - Para contribuir a la confusión general
Se llama poesía todo aquello que cierra la puerta
a los imbéciles
Por Aldo Pellegrini
Forjador de las revistas Ciclo, Letra y Línea, y A partir de cero, Pellegrini fue uno de los fundadores del surrealismo en América Latina y uno de los más provocadores intelectuales del siglo pasado. Su importante obra poética fue reunida en un volumen bajo el título La valija de fuego (Editorial Argonauta en 2001). En 1967 organizó en el Instituto Di Tella la gran muestra Surrealismo en la Argentina. Con-Fabulación rinde tributo a este poeta, ensayista y crítico de arte (1903-1973), publicando uno de sus textos más referenciados, que hace parte de su obra maestra Para contribuir a la confusión general.
La poesía tiene una puerta herméticamente cerrada para los imbéciles, abierta de par en par para los inocentes. No es una puerta cerrada con llave o con cerrojo, pero su estructura es tal que, por más esfuerzos que hagan los imbéciles, no pueden abrirla, mientras cede a la sola presencia de los inocentes. Nada hay más opuesto a la imbecilidad que la inocencia. La característica del imbécil es su aspiración sistemática de cierto orden de poder. El inocente, en cambio, se niega a ejercer el poder porque los tiene todos.
Por supuesto, es el pueblo el poseedor potencial de la suprema actitud poética: la inocencia. Y en el pueblo, aquellos que sienten la coerción del poder como un dolor. El inocente, conscientemente o no, se mueve en un mundo de valores (el amor, en primer término), el imbécil se mueve en un mundo en el cual el único valor está dado por el ejercicio del poder.
Los imbéciles buscan el poder en cualquier forma de autoridad: el dinero en primer término, y toda la estructura del estado, desde el poder de los gobernantes hasta el microscópico, pero corrosivo y siniestro poder de los burócratas, desde el poder de la iglesia hasta el poder del periodismo, desde el poder de los banqueros hasta el poder que dan las leyes. Toda esa suma de poder está organizada contra la poesía.
Como la poesía significa libertad, significa afirmación del hombre auténtico, del hombre que intenta realizarse, indudablemente tiene cierto prestigio ante los imbéciles. Es ese mundo falsificado y artificial que ellos construyen, los imbéciles necesitan artículos de lujo: cortinados, bibelots, joyería, y algo así como la poesía. En esa poesía que ellos usan, la palabra y la imagen se convierten en elementos decorativos, y de ese modo se destruye su poder de incandescencia. Así se crea la llamada "poesía oficial", poesía de lentejuelas, poesía que suena a hueco.
La poesía no es más que esa violenta necesidad de afirmar su ser que impulsa al hombre. Se opone a la voluntad de no ser que guía a las multitudes domesticadas, y se opone a la voluntad de ser en los otros que se manifiesta en quienes ejercen el poder.
Los imbéciles viven en un mundo artificial y falso: basados en el poder que se puede ejercer sobre otros, niegan la rotunda realidad de lo humano, a la que sustituyen por esquemas huecos. El mundo del poder es un mundo vacío de sentido, fuera de la realidad. El poeta busca en la palabra no un modo de expresarse sino un modo de participar en la realidad misma. Recurre a la palabra, pero busca en ella su valor originario, la magia del momento de la creación del verbo, momento en que no era un signo, sino parte de la realidad misma. El poeta mediante el verbo no expresa la realidad sino participa de ella misma.
La puerta de la poesía no tiene llave ni cerrojo: se defiende por su calidad de incandescencia. Sólo los inocentes, que tiene el hábito del fuego purificador, que tienen dedos ardientes, pueden abrir esa puerta y por ella penetran en la realidad.
La poesía pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles.
CARTAS DE LOS LECTORES
TODA SUBRAYABLE. La novela de Gonzalo Márquez Cristo ostenta dos de los valores que hacen grandes, no solo las obras de ese género, sino cualquier expresión literaria. Porque Ritual de títeres se gana al lector desde el primer párrafo y entraña una propuesta distinta al cauce tradicional de la novelística. La acción está eclipsada para poder relatar la aventura esencial del pensamiento en una sucesión incesante de reflexiones, que no permite espacio entre sus numerosas profundidades y la hacen toda subrayable. José Chalarca, ensayista y narrador colombiano
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BURGOS CANTOR. Muy importante la labor de Con-Fabulación: la de darnos en primera mano a los 75.000 lectores entrevistas de los más destacados escritores hispanoamericanos. Leímos a un Roberto Burgos aquilatado. ¡Adelante! Felipe García.
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SIMONE Y SARTRE. Fue un homenaje a la libertad y al amor la carta enviada por “Castor” a su amante Jean Paul, el gran filósofo existencialista. Con-Fabulación se fajó al publicar ese documento del amor moderno, “modernísimo”, de esos precursores de las parejas swingers o parejas open, en el mundo. La correspondencia de estos dos colosos pinta ser muy ardiente. Además me parece necesaria para esta sociedad mojigata. Adriana Martínez Pinzón.
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OTRA PARA ARIADNA. Me sumo al profesor de la “Nacho”, F. Álvarez, para festejar la novela Ritual de títeres de Gonzalo Márquez; gesta amorosa y política de un momento crucial de nuestro país desangrado. Encuentro fascinante la relación amorosa de aquellos tres sujetos (Jano, Orfeo y Mirtilo), con la bella protagonista Ariadna. Y mi pregunta es la misma, ¿esta mujer existe? ¿Qué nombre tiene en la realidad? También admiro el cuadro de Fernando Maldonado, donde el artista interpreta a la lúcida y erótica protagonista, con deliciosa maestría. Daniel Cruz, estudiante Universidad Nacional.
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Grandes entrevistas de Común Presencia
Premio Literaturas del Bicentenario 2011
Reportajes realizados por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio con: E.M. Cioran, Octavio Paz, Roberto Juarroz, Jean Baudrillard, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, António Ramos Rosa, Eugenio Montejo, Juan Goytisolo, Olga Orozco, Jorge Luis Borges, Lawrence Durrell, Roger Munier, Carlos Fuentes, Casimiro de Brito, Mario Vargas Llosa, Bernard Noël, Fernando del Paso, Alfredo Silva Estrada, Álvaro Mutis, Franco Volpi, Hans Magnus Enzensberger, Ernesto Sabato, Antonio Gamoneda y José Saramago.
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Celebrando 10 anos "On Line"..2009
Keep the candle burning
I have a dream
http://www.stanford.edu/group/King/about_king/interactiveFrame.htm
FORUM TPSIPOL: RED DEMOCRATICA (1998-1999).
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