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DIRECTOR: IVÁN BELTRÁN CASTILLO. EDITORES: AMPARO OSORIO, GONZALO MÁRQUEZ CRISTO. COMITÉ EDITORIAL: Mauricio Contreras, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Fabio Jurado Valencia, Olga Sanmartín. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Maldoror, Chócolo, Fabio Martínez, Freddy González, Gustavo Tatis Guerra, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Germán Villamizar, Argemiro Menco Mendoza, Carlos Fajardo, Guillermo Bustamante Zamudio, Hernando Guerra Tovar, Profesor Martínez Guerrero. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Hermes Vargas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Nájar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).
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Con-Fabulación con el asunto "retiro"
Un poco de glotonería literaria
Por José Luis Díaz-Granados*
Es rara la narración escrita por Ernest Hemingway en la que no mencione, a veces con lujo de detalles, las comidas ingeridas por sus personajes. Así, el narrador recrea continuamente la sensualidad de cada manjar ---sin hablar de las bebidas, que pertenecen a otro paseo---, como si un ángel danzara en el horizonte de los sueños.
Por ejemplo, en "Los asesinos", uno de ellos pide "un filete de puerco asado con salsa de manzanas y puré de papas". El camarero les ofrece "jamón con huevos, tocino, hígado o bistec", en tanto que el compañero ordena: "Sírvame croquetas de pollo con guisantes y salsa de crema y puré de papas".
En sus memorias tituladas París era una fiesta, Hemingway parece vivir siempre "muerto de hambre", pero apenas puede invita a Tatie, su esposa, a consumir "unos pescados gordos, de pulpa suave, que comíamos con espinas y todo", o unas "rabanitos, un buen foie de veau de papas, ensalada y torta de manzanas". Pero en general, dice el genial escritor, "nosotros comíamos bien y barato, y bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor y nos amábamos". Y como lo más importante era escribir, la pobreza no importaba mucho, pues a pesar de que a veces debían abstenerse de comer ciertos alimentos apetecibles, fue toda una época memorable "cuando éramos tan pobres y tan felices".
El poeta norteamericano Langston Hughes, uno de los que mejor ha recreado la entraña profunda de los negros de su país, nos cuenta de sus comienzos en París, en que cansado y muerto de frío, se sentía en el paraíso cuando tomaba un pocillo de café con leche acompañado de un "croissant". Y al día siguiente aseguraba para la cena un pan tostado con queso y una botella de vino. ¿Para qué más? Cuando recibió los primeros honorarios por sus versos, se desquitó. Entonces comía espaguetti con salsa de mariscos o de tomate, con queso "de cualquiera de las diversas formas en que los preparan los italianos".
Pero quizás los tragaldabas más famosos de la literatura aparecen en Gargantúa y Pantagruel, de Rebeláis. De ahí las expresiones "cena rebelesiana" o "comida pantagruélica". En cambio, las hambres más voraces deben ser las experimentadas por el propio lector cuando se asoma a obras como Hambre del noruego Knut Hamsum y Trópico de cáncer de Henry Miller. Sin embargo, estos autores se sacian en las páginas centrales cuando describen suculentos platos de diversas aves fritas, papas con cebollas, salmones ahumados y postres de grosellas.
En nuestra América, los poetas han confesado en innumerables versos su glotonería crónica, a la cual le han otorgado categoría estética. Nicolás Guillén, al regalarle un exquisito jamón al bardo andaluz Rafael Alberti, lo hace acompañándolo de un soneto, que comienza diciendo:
Este chancho en jamón, casi ternera,
anca descomunal, a verte vino
y a darte su romántico tocino
gloria de frigorífico y salmuera.
Quiera Dios, quiera Dios, quiera Dios, quiera
Dios, Rafael, que no nos falte el vino,
pues para lubricar el intestino,
cuando hay jamón el vino es de primera...".
A lo cual Alberti respondió regocijado:
Hay vino, Nicolás, y por si fuera
poco para esta nalga de porcino,
con un champaña que del cielo vino
hay los huevos que el chancho no tuviera...".
En 1965, dos latinoamericanos golosos y hambreados, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, acordaron en Budapest escribir un libro sobre comidas y bebidas. Después de saborear la rica culinaria húngara con "apetito in fraganti" por tabernas, bares, hosterías, cafés y viñedos cerca del Danubio, publicaron un libro hermoso y delicioso titulado Comiendo en Hungría. Asturias lo firmó con una cuchara. Neruda con un tenedor bidente, con lo cual los lectores nos adentramos a catar los vinos sangrantes y fluidos de los zíngaros y a mecatear en prosa y en verso la carne a la Krudy, en honor al novelista Gyula Krudy, el famoso "goulash", las croquetas de cervatillo y los pescados hacinados. No hay que olvidar que en sus Odas elementales, Neruda había exaltado en bellas metáforas el sabor del pan, el tomate, la cebolla, las papas fritas y el caldillo de congrio, para luego llegar a la conclusión de que con tantos siglos de hambrunas americanas, él se comería toda la tierra y se bebería todo el mar.
El nicaragüense Carlos Martínez Rivas prefería ingerir alcohol sin probar bocado y en el único poema donde habla de comidas es para negarlas; en tanto que en una melancólica novela colombiana titulada Las puertas del infierno, de José Luis Díaz-Granados, aparece que "la receta de José Kristián es deliciosa y sencilla: hervir los gusanos cinco minutos para purgarlos. Luego arrojarlos en aceite caliente. Quedan crujjientes como las papas fritas".
Imposible olvidar que Juan Lorenzo de Astorga en su Poema de Alexandre, clásico castellano del siglo XIII, cuenta que Alejandro Magno pintaba en su tienda los meses del año, y de diciembre decía que los soldados "mataban los puercos por la mañana y almorzaban los fégados (hígados) por amatar la gana". Y Cervantes, a través de los labios sapientes de Don Quijote advierte que "el trabajo y el peso de las armas no se pueden llevar sin el gobierno de las tripas".
Pero el revés de la medalla lo encontramos en un olvidado poeta chileno, José Antonio Soffia, quien no escribió sobre gastronomía, pero sí la vivió (o mejor, la murió), pues falleció repentinamente a orillas del río Magdalena, mientras hacía el amor con una sensual morena a quien apetecía desde hacía varios meses. Minutos antes de efectuar el erótico ritual, había terminado de consumir un opíparo sancocho de gallo viejo, con papas, auyamas, arracachas, yuca, plátano, ñame, alcaparras, cebolla, tomate y salsa picante. Vivió pues, instantes de sumo placer en todos (y con todos) los sentidos.
Lo importante de todo esto ---y la crónica es apenas el aperitivo---, es que como lectores saboreemos las viandas de todos los libros y al finalizar de paladear las más apetitosas, las guardemos para siempre en la memoria gustativa.
*José Luis Díaz-Granados (Santa Marta, 1946), poeta, novelista y periodista cultural. Su novela Las puertas del infierno (1985), fue finalista del Premio Rómulo Gallegos. Su poesía se halla reunida en un volumen titulado La fiesta perpetua. Obra poética, 1962-2002 (2003).
Festival Internacional de Poesía de Medellín
en el Gimnasio Moderno de Bogotá
Homenaje al espíritu del origen
5,6 Y 7 de JULIO de 2011
ENTRADA LIBRE
MARTES 5 DE JULIO
7:00 p.m.
Rigoberto Paredes (Honduras)
Kirmen Uribe (España)
Ataol Behramoglu (Turquía).
Luz Mary Giraldo (Colombia)
MIÉRCOLES 6 DE JULIO
7:00 p.m.
Elena Medel (España)
Min Htin Ko Ko Gyi (Myanmar)
Nikola Madzirov (Macedonia)
Jotamario Arbeláez (Colombia)
JUEVES 7 DE JULIO
7:00 p.m.
Sigurbjörg Thrastardóttir (Islandia)
Julio Mitjans (Cuba)
Raquel Lanseros (España)
Miguel Méndez Camacho (Colombia)
Presentaciones a cargo de:
Federico Díaz-Granados
Confabulador clásico
Paolo Uccello: Pintor
Por Marcel Schwob
De uno de los maestros del género del cuento, poseedor de una prosa cromática deslumbrante, y quien marcara una incisiva influencia en Borges —como él mismo lo reconoció al escribir Historia universal de la infamia—, Con-Fabulación publica esta semana la siguiente pieza maestra, para rendir homenaje a su universo creativo.
Nacido en Chaville en 1867 y fallecido en París en 1905, este narrador y ensayista francés, es autor de una decena de libros —varios de ellos traducidos al español—, entre los que sobresalen: Doble corazón, El rey de la máscara de oro, El libro de Monelle, La puerta de los sueños, La lámpara de Psiquis… "Paolo Ucccello: pintor", pertenece a su libro Vidas imaginarias.
Su verdadero nombre era Paolo di Dono; pero los florentinos lo llamaron Uccelli, es decir, Pablo Pájaros, debido a la gran cantidad de figuras de pájaros y animales pintados que llenaban su casa; porque era muy pobre para alimentar animales o para conseguir aquellos que no conocía. Hasta se dice que en Padua pintó un fresco de los cuatro elementos en el cual dio como atributo del aire, la imagen del camaleón.
Pero no había visto nunca ninguno, de modo que representó un camello panzón que tiene la trompa muy abierta. (Ahora bien; el camaleón, explica Vasari, es parecido a un pequeño lagarto seco, y el camello, en cambio, es un gran animal descoyuntado). Claro, a Uccello no le importaba nada la realidad de las cosas, sino su multiplicidad y lo infinito de las líneas; de modo que pintó campos azules y ciudades rojas y caballeros vestidos con armaduras negras en caballos de ébano que tienen llamas en la boca y lanzas dirigidas como rayos de luz hacia todos los puntos del cielo. Y acostumbraba dibujar mazocchi, que son círculos de madera cubiertos por un paño que se colocan en la cabeza, de manera que los pliegues de la tela que cuelga enmarquen todo el rostro. Uccello los pintó puntiagudos, otros cuadrados, otros con facetas con forma de pirámides y de conos, según todas las apariencias de la perspectiva, y tanto más cuanto que encontraba un mundo de combinaciones en los repliegues del mazocchio. Y el escultor Donatello le decía:
-¡Ah, Paolo, desdeñas la sustancia por la sombra!
Pero el Pájaro continuaba su obra paciente y agrupaba los círculos y dividía los ángulos, y examinaba a todas las criaturas bajo todos sus aspectos, e iba a pedir la interpretación de los problemas de Euclides a su amigo el matemático Giovanni Manetti; luego se encerraba y cubría sus pergaminos y sus tablas con puntos y curvas. Se consagró perpetuamente al estudio de la arquitectura, en lo cual se hizo ayudar por Filippo Brunelleschi; pero no lo hacía con la intención de construir. Se limitaba a observar la dirección de las líneas, desde los cimientos hasta las cornisas, y la convergencia de las rectas en sus intersecciones, y cómo las bóvedas cerraban en sus claves, y la reducción en abanico de las vigas de techo que parecía unirse en la extremidad de las largas salas. Representaba también todos los animales y sus movimientos y los gestos de los hombres con el propósito de reducirlos a líneas simples.
Después, a semejanza del alquimista que se inclinaba sobre las mezclas de metales y órganos y que escudriñaba su fusión en el hornillo en busca de oro, Uccello volcaba todas las formas en el crisol de las formas. Las reunía, las combinaba y las fundía, con el propósito de obtener su transmutación en la forma simple de la cual dependen todas las otras. Fue por esto que Paolo Uccello vivió como un alquimista en el fondo de su pequeña casa. Creyó que podría convertir todas las líneas en un solo aspecto ideal. Quiso concebir el universo creado tal como se reflejaba en el ojo de Dios, que ve surgir todas las figuras de un centro complejo. Alrededor de él vivían Ghiberti, della Robbia, Brunelleschi, Donatello, cada uno de ellos orgulloso y dueño de su arte, burlándose del pobre Uccello y de su locura por la perspectiva, apiadándose de su casa llena de arañas, vacía de provisiones. Pero Uccello estaba más orgulloso todavía. Con cada nueva combinación de líneas esperaba haber descubierto el modo de crear. La imitación no era la finalidad que se había fijado, sino el poder de desarrollar soberanamente todas las cosas, y la extraña serie de capuchas con pliegues le parecía más reveladora que las magníficas figuras de mármol del gran Donatello.
Así vivía el Pájaro y su cabeza pensativa estaba envuelta en su capa; y no se fijaba en lo que comía ni en lo que bebía y se parecía por entero a un ermitaño. Y sucedió que en un prado, junto a un círculo de viejas piedras hundidas entre la hierba, vio un día a una muchacha que reía, con la cabeza ceñida por una guirnalda. Llevaba un largo vestido delicado, sostenido en la cintura por una cinta descolorida, y sus movimientos eran elásticos como los tallos que doblaba. Su nombre era Selvaggia y le sonrió a Uccello. Él notó la inflexión de su sonrisa. Y cuando ella lo miró, vio todas las pequeñas líneas de sus pestañas y los círculos de sus pupilas y la curva de sus párpados y los entrelazamientos sutiles de sus cabellos y en su mente hizo adoptar a la guirnalda que ceñía su frente una multitud de posiciones. Pero Selvaggia no supo nada de eso, porque tenía solamente trece años. Ella tomó a Uccello de la mano y lo amó. Era la hija de un tintorero de Florencia y su madre había muerto. Otra mujer había ido a la casa y había pegado a Selvaggia. Uccello la llevó a la suya.
Selvaggia permanecía en cuclillas todo el día frente a la muralla en la cual Uccello trazaba las formas universales. Jamás comprendió por qué prefería contemplar líneas derechas y líneas arqueadas a mirar la tierna figura que se tendía hacia él. A la noche, cuando Brunelleschi o Manetti iban a estudiar con Uccello, ella se dormía, después de medianoche, al pie de las rectas entrecruzadas, en el círculo de sombra que se extendía bajo la lámpara. A la mañana, se despertaba antes que Uccello y se alegraba porque estaba rodeada por pájaros pintados y animales de color. Uccello dibujó sus labios y sus ojos y sus cabellos y sus manos y fijó todas las actitudes de su cuerpo; pero no hizo su retrato, como hacían los otros pintores que amaban a una mujer. Porque el Pájaro no conocía la alegría de limitarse a un individuo; no permanecía nunca en un mismo lugar; quería planear, en su vuelo, por encima de todos los lugares. Y las formas de las actitudes de Selvaggia fueron arrojadas al crisol de las formas, con todos los movimientos de los animales y las líneas de las plantas y de las piedras y los rayos de la luz y las ondulaciones de los vapores terrestres y de las olas del mar. Y sin acordarse de Selvaggia, Uccello parecía permanecer eternamente inclinado sobre el crisol de las formas.
A todo esto no había nada que comer en la casa de Uccello. Selvaggia no se atrevía a decírselo a Donatello ni a los otros. Calló y murió. Uccello representó la rigidez de su cuerpo y la unión de sus pequeñas manos flacas y la línea de sus pobres ojos cerrados. No supo que estaba muerta, así como no había sabido si estaba viva. Pero arrojó sus nuevas formas entre todas aquellas que había reunido.
El Pájaro se hizo viejo y nadie comprendía más sus cuadros. No se veía en ellos sino una confusión de curvas. Ya no se reconocía ni la tierra, ni las plantas, ni los animales, ni los hombres. Hacía largos años que trabajaba en su obra suprema, que ocultaba a todos los OJOS. Debía abarcar todas sus búsquedas y ser, en su concepción, la imagen de ellas. Era Santo Tomás incrédulo, palpando la llaga de Cristo. Uccello terminó su cuadro a los ochenta años. Llamó a Donatello y lo descubrió piadosamente ante él. Y Donatello exclamó:
-¡Oh, Paolo, cubre tu cuadro!
El Pájaro interrogó al gran escultor, pero éste no quiso decir nada más. De modo que Uccello supo que había consumado el milagro. Pero Donatello no había visto sino una madeja de líneas.
Y algunos años más tarde se encontró a Paolo Uccello muerto de agotamiento en su camastro. Su rostro estaba radiante de arrugas. Sus ojos estaban fijos en el misterio revelado. Tenía en su mano, estrictamente cerrada, un pequeño redondel de pergamino lleno de entrelazamientos que iban del centro a la circunferencia y que volvían de la circunferencia al centro.
Poemas a una ciudad, un insecto y una mujer
Eduardo Bechara Navratilova presentará su nuevo poemario
Jueves 7 de julio de 2011
Librería Prólogo, Calle 96 No. 11a - 46, Bogotá, Colombia
Hora: 6:00 p.m.
La presentación estará a cargo de Sebastián Pineda Buitrago.
CARTAS DE LOS LECTORES
MUCHAS GRACIAS CONFABULADORES. Siempre me refrescan el espíritu y me renuevan la fe. A veces me llevan a revisitar la piel y sus recuerdos y sueños entre brumas con su canto erótico. Otras, me llevan a la rabia solidaria como la que más, con esta tarde en que desee estar en el puerto y tomar del generoso río uno de nuestros muertos y llevarlo a casa, tomar unos aguardientes y charlar toda una noche, hasta que llegue la mañana y nos despidamos con un abrazo y cada quien se vaya a su propia muerte. Carlos Henry
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ALDO PELLEGRINI. Maravilloso el ensayo del escritor argentino donde se postula que poesía es aquello que cierra la puerta a los imbéciles. Confabulados, agradezco ese texto extraordinario que estudiaré con mis alumnos. Amanda Silva.
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JORGE ELIÉCER PARDO. De un solo sorbo, como copa de trago pa'hombres, me bebí el nuevo cuento de Jorge Eliécer capturado desde su magistral frase inicial. Luego, paralelos inevitables me hicieron pensar en Esteban el ahogado más hermoso del mundo, y el deseo de que nuestro muerto fuera el último muerto me hizo recitar las pocas líneas del inolvidable Morir último y me hizo pensar que de pronto esos relatos, como Bomba de tiempo o algunos otros, pertenecen no a sus autores sino a la memoria colectiva de los hijos de la guerra que somos nosotros los sobrevivientes. Mientras tanto la cadencia de esa voz que es la de nuestra gente y su imaginativa nostalgia resignada me dejó preparado para el giro sorprendente del final. Jorge Eliécer ha escrito de amor, de la soledad y de la vida existencial de la ciudad; pero surge con una voz propia de una fuerza superior, beligerante, inconforme y contestataria, cuando el tema es su verdadero tema: la convivencia con nuestra historia de horror y de sangre. Darío Ortiz Robledo, pintor colombiano
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"SIN NOMBRES, SIN ROSTROS NI RASTROS" es un relato literario estremecedor. La voz femenina que espera a los muertos en la orilla del río, es la voz del duelo que llevamos por dentro. Jorge Eliécer Pardo se inició en los años setenta con una bella novela titulada: El jardín de las Weismann. De esa época a la fecha, ¿cuántos muertos han bajado por el río? Fabio Martínez, Escritor
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DOLORASAMENTE hermoso el cuento de Jorge Eliecer. País de mierda. Carlos A. Villegas
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Grandes entrevistas de Común Presencia
Premio Literaturas del Bicentenario 2011
Reportajes realizados por Gonzalo Márquez Cristo y Amparo Osorio con: E.M. Cioran, Octavio Paz, Roberto Juarroz, Jean Baudrillard, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, António Ramos Rosa, Eugenio Montejo, Juan Goytisolo, Olga Orozco, Jorge Luis Borges, Lawrence Durrell, Roger Munier, Carlos Fuentes, Casimiro de Brito, Mario Vargas Llosa, Bernard Noël, Fernando del Paso, Alfredo Silva Estrada, Álvaro Mutis, Franco Volpi, Hans Magnus Enzensberger, Ernesto Sabato, Antonio Gamoneda y José Saramago.
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Celebrando 10 anos "On Line"..2009
Keep the candle burning
I have a dream
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FORUM TPSIPOL: RED DEMOCRATICA (1998-1999).
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