Friday, February 26, 2010

[RED DEMOCRATICA] OP.: !Viva Zapata!

 

Diario La Primera, Lima-Peru

!Viva Zapata!
por César Hildebrandt, La Primera

No sé qué dirán ahora los idólatras de los Castro, los incondicionales de la satrapía habanera, los tuertos de la mirada crítica, los que afirman, con razón, que Pinochet fue un criminal y, sin razón, que Fidel es un patriarca revolucionario.

Este modesto columnista sí dirá que la muerte del albañil y gasfitero Orlando Zapata Tamayo, muerte causada por una huelga de hambre de 85 días, es una vergüenza más para el estalinismo con palmeras que se instaló en Cuba a partir de los años 70.

Orlando Zapata Tamayo, de 42 años y miembro de la organización disidente Alternativa republicana –que plantea, entre otras cosas, la difusión del democratizante Proyecto Varela-, ha sido enterrado ayer a las 7 y 30 de la mañana en Banes, provincia de Holguín, a unos 800 kilómetros al este de La Habana.

Hasta allí llegó la policía castrista con el cadáver de Zapata, un afrocubano que mantuvo su promesa de morir por la causa de la libertad desde que lo detuvieron, en el 2002 y en pleno Parque Central, haciendo un ayuno público en contra del régimen.

No es que Zapata se haya suicidado, como dicen ahora los súbditos del castrismo. Zapata exigía ser tratado como un ser humano y denunció, más de una vez, las palizas de las que fue víctima por parte de los esbirros de la cárcel de Holguín.

Ha muerto convertido en puro hueso y pellejo después de una huelga de hambre que sólo al final, cuando ya era demasiado tarde, mereció atención médica en el hospital habanero Hermanos Almeijeiras. “Estuvo en los mejores hospitales, se hizo lo que se pudo”, llegó a decir Raúl Castro.

Este hombre valiente y martirizado sacó de quicio a los Castro –al fantasma que oficia de presidente y al caudillo tenaz que gobierna de verdad en las sombras- exigiendo dos cosas: 1) una cocina donde pudiera prepararse los alimentos –lo que lo eximiría de comer la bazofia que se reparte entre los acusados de delitos políticos-; y 2) la aceptación oficial de que se trataba –como de veras se trataba- de “un preso político”.

La cocina podían haberla negociado. Lo que el ministerio del Interior jamás habría aceptado negociar era la naturaleza de su detención. Hoy, la canalla estalinista dice que Zapata también quería “un teléfono celular” (como si no supiéramos que en Cuba tener un celular es algo casi imposible aun para los que no están encarcelados).

No, Zapata no quería un celular. Lo que exigió fue lo mismo que plantearon, en su tiempo, el comandante camagüeyano Hubert Matos y el guerrillero Eloy Gutiérrez Menoyo, compañeros de la revolución antes de que ésta fuera secuestrada por los comunistas prosiberianos: ser tratados como lo que eran: disidentes en prisión, opositores activos que pagaban con la cárcel el mero hecho de discrepar.

Amnistía Internacional, que tanto ha hecho por denunciar a las dictaduras latinoamericanas de derecha, consideraba a Zapata Tamayo como “prisionero de conciencia”, algo que irritaba hasta la histeria a la Cuba de los Castro.

Pero Zapata era, sin duda, un prisionero de conciencia desde que, en el 2003 y en el marco de una represión brutal, fue por segunda vez detenido y condenado a tres años de prisión por oponerse abiertamente a la dictadura (la acusación formal implicó tres cargos: desacato, desorden público, desobediencia a la autoridad).

Lo que sucedió después pinta de cuerpo entero la barbarie castrista. Rebelde y harto, dispuesto a todos los desafíos, Zapata se fue ganando, desde diversas cárceles, nuevas y más severas condenas, las que llegaron a sumar 25 años y 6 meses de prisión.

De la cárcel de máxima seguridad de Guanajay, en La Habana, fue trasladado a uno de los más severos penales del régimen: la prisión de Taco Taco, en Pinar del Río. Fue allí donde empezó una de sus jornadas “irlandesas” de abstinencia alimentaria (es curioso que la cruel señora Thatcher se jactara, con la misma cara dura del castrismo, de jamás ceder “ante el chantaje”).

Tras la última de esas condenas, basadas en un Código Penal ideado por policías de la seguridad del Estado, Zapata empezó la que sería su última temeridad. “Estaba desesperado, dispuesto a todo”, ha dicho uno de sus familiares. En plena huelga de hambre, debilitado al extremo, fue golpeado por la policía de la prisión, tal como lo denunció a comienzos de enero del 2010, desde la televisión madrileña, el famoso desafecto Oswaldo Payá.

Banes, el pueblito donde nació y donde ha sido enterrado, ha estado tomado por la policía política de Castro desde hace 48 horas. Ha habido unas 30 detenciones previas, según ha denunciado el presidente de la Comisión de derechos humanos y Reconciliación Nacional Elizardo Sánchez, y los corresponsales extranjeros fueron advertidos por el gobierno de que “mejor desistieran de viajar a Banes”, tal como apunta el representante del diario “El País” en la isla, Mauricio Vicent.

Tan grande ha sido el miedo del régimen cubano a la difusión de esta noticia que ni la agencia “Prensa latina” ni el matutino oficial “Granma” han escrito una línea sobre la existencia, peripecia y muerte de Orlando Zapata. “Ni siquiera se han atrevido a calumniarlo, como hacen normalmente cuando de un contrarrevolucionario se trata”, se lee en una crónica despachada desde La Habana.

Zapata ha muerto mientras en la isla se paseaba y firmaba acuerdos el presidente brasileño Luis Ignacio Lula da Silva.

Lula ha alcanzado a lamentar la muerte de Zapata. Raúl Castro, que estaba a su costado, ha llegado a lo más hondo de su propia miseria moral y ha afirmado lo siguiente:

“Lamentablemente, en esta confrontación que tenemos con Estados Unidos hemos perdido a miles de cubanos. El día que los Estados Unidos decidan convivir en paz con nosotros se van a acabar todos esos problemas...”

Antes de dejar el cuerpo de su hijo en el cementerio de La Güira, la señora Reina Luisa Tamayo Danger ha llegado a decir, fuera de sí y arriesgando futuras represalias:

“No le admito a Raúl Castro mensajes para esta madre porque ellos asesinaron premeditadamente a Orlando Zapata Tamayo...Mi hijo lleva impregnado en su cuerpo los golpes, las torturas, las tonfas y lo negro de la golpiza efectuada en Holguín... Esta madre dice: Raúl, Fidel: no me digan nada. Quisiera hablar de frente con ellos para decirles: cínicos, descarados, me mataron a mi hijo...”

La Cuba de Batista era un casino sórdido financiado por los Estados Unidos.

La Cuba de los Castro ya no es el lagarto verde con ojos de piedra y agua de Nicolás Guillén: es una gran prisión.

La Cuba de Martí era una Cuba libre.

Me quedo con la Cuba de Martí. Seguiré luchando por ella.

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