El día de la 'Nakba' y del engaño |
Escrito por Ben Dror Yemini | |
miércoles, 18 de mayo de 2011 a las 18:52 | |
Por Ben Dor Yemini (*) El mito de los refugiados palestinos es el mayor éxito de la historia moderna; un éxito que es una absoluta impostura. Fueron ellos los que declararon la guerra. Y no existe eso que llaman "derecho al retorno". Los palestinos ostentan el título de refugiados desde hace más de seis décadas. Se las han ingeniado para crear su propia narrativa histórica peculiar. Este mito se ha ido inflando como una burbuja, por lo que se hace necesario explotar dicha burbuja y presentar los hechos fehacientes: la población palestina era escasa antes de la primera aliá (ola de inmigración judía sionista), cientos de miles de judíos fueron expulsados también de los países árabes y en ningún lugar del mundo hay precedente alguno sobre el derecho de retorno. Muchos de los árabes que huyeron se vieron obligados a hacerlo bajo la presión de sus dirigentes. La Nakba, la historia de los refugiados palestinos, es el mayor éxito de la historia moderna. Un éxito que es una absoluta impostura. Ningún otro grupo de "refugiados" del mundo disfruta de una cobertura mediática global tan amplia. No hay semana en que no haya una conferencia, otra conferencia, en que se trate la triste situación de los palestinos. No hay campus occidental que no dedique innumerables eventos, conferencias, publicaciones, cada año, o cada mes, para recordar a los refugiados palestinos. Se han convertido en la víctima por antonomasia. Desde que los árabes, y entre ellos los palestinos, declararon una guerra de aniquilación contra Israel, el mundo ha sufrido un millón de calamidades, injusticias, separaciones, movimientos de población, actos de genocidio y masacres así como guerras, pero la Nakba de los palestinos ocupa un lugar privilegiado. Un habitante de otra galaxia que visitara el planeta Tierra podría pensar que esta es la mayor injusticia del universo desde la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, hay que reventar esta mentira. Hay que presentar los hechos tal y como son. Hay que develar el engaño. Los judíos llegaron a la Tierra de Israel, que formaba parte del Imperio Otomano, en sucesivas olas de poca envergadura, incluso antes de la primera aliá. Cabría preguntarse: ¿expulsaron realmente a millones de árabes? Nadie discute que en aquellos años no había "palestinos", ni "Palestina", y tampoco existía una "identidad palestina". Y sobre todo, no existía una frontera real entre los árabes de Siria, Egipto o Jordania. Había un movimiento constante de personas. En los años en que Muhamad Ali y su hijo conquistaron estas tierras, desde 1831 hasta 1840, enviaron a muchos árabes de Egipto a Gaza, a Jaffa y a otras ciudades. Los judíos que llegaron también en aquellos años a Jaffa dieron lugar al desarrollo de la ciudad. Existe una polémica entre los historiadores sobre el número de árabes que habitaban en esos años en Palestina, que agrupaba de hecho, varios distritos sujetos a Damasco o Beirut, formando parte del Imperio Otomano. La prueba más importante de la situación antes de la primera aliá es un testimonio que ha caído en el olvido, quizá no por casualidad. Se trata de una delegación de investigadores británicos (The Palestine Exploration Fund), que recorrió la parte occidental de Israel entre 1871 y 1878 y publicó un mapa exacto y auténtico de la población, según el cual el número total de habitantes era de aproximadamente 100.000 personas. Otra cuestión también controvertida reside en la envergadura de la inmigración árabe a Israel a raíz del sionismo. Winston Churchill dijo en 1939: "A pesar de no ser perseguidos, los árabes fluyeron masivamente hacia esas tierras y se multiplicaron de tal manera que la población árabe creció más de lo que habrían podido sumar todos los judíos del mundo a la población judía". Durante los años que duró el mandato británico había aquí dos poblaciones: la judía y la árabe. El territorio del mandato original, en virtud de la Declaración Balfour, incluía la ribera oriental del Jordán. La zona, como se ha señalado, estaba escasísimamente poblada. El establecimiento de un hogar para el pueblo judío no representaba injusticia alguna, porque no había aquí un Estado ni había aquí un pueblo. Este era el verdadero fundamento de la Declaración Balfour. Al mismo tiempo que la ONU se pronunciaba sobre la propuesta de partición, los Estados árabes declararon una guerra de aniquilación contra Israel. El resultado es conocido por todos. La declaración de la guerra implicó que cientos de miles de árabes se vieran obligados a marchar a los países vecinos. Muchos de ellos huyeron. Muchos testificaron que se vieron obligados a salir bajo la presión de los dirigentes. Hubo también quienes fueron expulsados en el fragor de las batallas y la guerra. Unas 600.000 personas se convirtieron en refugiados. La experiencia vital por la que pasaron los árabes se convirtió en la Nakba, cuya historia se fue inflando con los años. Se convirtieron en los únicos expulsados de todos los países y conflictos. Y no hay mayor mentira que esta. En primer lugar, porque al mismo tiempo sucedía también la Nakba judía: con el mismo telón de fondo, el mismo enfrentamiento, más judíos de países árabes, más de 800.000, fueron desposeídos y expulsados. Ellos no declararon una guerra de aniquilación contra los países de los que procedían. En segundo lugar, y lo que es más importante, más de 50 millones de personas han pasado por la experiencia de los movimientos de población como consecuencia de conflictos nacionalistas o al crearse nuevos Estados-nación. No hay ninguna diferencia entre los árabes de Palestina y los demás refugiados, incluidos los judíos. Solo en la década posterior a la Segunda Guerra Mundial, y solo en Europa, fueron más de 20 millones las personas que pasaron por la experiencia de un movimiento de población. Esto ha sucedido también posteriormente, durante el conflicto entre griegos y turcos en Chipre, entre Armenia y Azerbaiyán, entre los países que se crearon como consecuencia del desmembramiento de Yugoslavia, y en muchas otras zonas de conflicto en el mundo. Ahora, son solo los palestinos, los únicos entre todos esos grupos, los que ostentan el título de refugiados desde hace más de seis décadas. Ellos han conseguido crear su propia narrativa histórica peculiar. Este mito crece progresivamente incluso con la ayuda de UNRWA, un órgano dedicado exclusivamente a tratar la cuestión de los refugiados palestinos, por separado del resto de los refugiados del mundo. La tragedia es que si los palestinos hubiesen recibido el mismo trato que los otros refugiados por parte de la comunidad internacional, su situación hoy por hoy sería mucho mejor. En muchos de los debates en los que he participado, he preguntado a mis colegas, defensores de la narrativa palestina, ¿desde cuándo los expulsados que han declarado la guerra, y la han perdido, pueden beneficiarse del "derecho de retorno"? ¿Hay algún grupo de las decenas de grupos, alguna de las decenas de millones de personas que han pasado por la experiencia de la expulsión durante el siglo pasado, que se haya beneficiado del "derecho de retorno" causando con ello la destrucción política de un Estado-nación? Hasta hoy no he recibido respuesta. Porque ese derecho no existe. La referencia más seria sobre la cuestión del derecho de retorno la encontramos en el Acuerdo de Chipre, a instancias del anterior secretario general Kofi Annan. El acuerdo no reconoce el derecho de retorno, a pesar de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos reconoció los derechos de los peticionarios griegos de la parte turca al retorno y a la devolución de sus bienes. Es decir, no todo precedente legal se puede convertir en una realidad política o de Estado. El acuerdo recibió el beneplácito de la comunidad internacional en general y de la Unión Europea en particular. No es casualidad que los palestinos no mencionen el precedente de Chipre. La razón reside en que el derecho de retorno fue limitado en ese caso, de manera que la mayoría turca se mantuviera siempre en un mínimo del 80 por ciento. Es importante recordar también la Resolución 194 de la ONU, en la que se basan los palestinos. La resolución establece las siguientes condiciones: reconocimiento del Estado judío, que deben producirse las condiciones apropiadas y que los que solicitan regresar deben aceptar vivir en paz con sus vecinos. No hace falta recordar que los palestinos insisten en no reconocer al Estado judío, cosa que deja claro que las condiciones apropiadas no se cumplen. Una de las alegaciones palestinas es que para resolver el conflicto hay que reconocer la Nakba palestina, y sobre todo la responsabilidad de Israel con respecto al problema de los refugiados. Todo lo contrario: la exageración del mito de la Nakba es lo que retrasa una solución al conflicto. Los palestinos están ocupados en magnificar el problema, inflarlo, exigiendo algo que no tiene precedentes internacionales. Fueron ellos los que se opusieron a la partición. Fueron ellos los que incitaron a la aniquilación. Fueron ellos los que declararon la guerra. Mientras sigan con el mito de la Nakba, haciendo caso omiso de los hechos fundamentales, no hacen sino eternizar su propio sufrimiento. Y a pesar de todo esto, los palestinos merecen respeto, libertad y también independencia. Pero al lado de Israel. No en lugar de Israel. Y no a través de la Nakba que no es más que un fraude político y un fraude histórico. Carta a los refugiados En todo lo relacionado con las relaciones públicas les va bien. Durante dos décadas, bajo el dominio de Egipto y Jordania el mundo no sabía nada de la "Nakba". En Jordania estaba prohibido conmemorarla. En Egipto se olvidaron de ella. En la última década el cuadro cambió. La "Nakba" se convirtió en punta de lanza de la campaña de demonización del Estado de Israel. Y es entonces que nos preguntan a nosotros los israelíes: ¿Cómo es que ustedes no logran expresar empatía hacia el pueblo palestino cuando conmemora su desgracia? Pregunta excelente. Si los acontecimientos de la "Nakba" hubiesen sido la conmemoración de una tragedia, habría habido lugar para la empatía. Pero sucede que esa no es la historia, porque para todos los participantes de los recientes sucesos, desde las fronteras de Líbano y Siria hasta los manifestantes dentro de Yafo hay una meta común: la destrucción del Estado de Israel. La desgracia de los árabes del Mandato Británico de Palestina ocurrió porque ese complot fracasó. Fauzi Kauji, el mufti Hadj Amin el-Husseini y Azam Pashá, secretario general de la Liga Árabe – tres entre muchos – estaban unidos y de acuerdo en una cosa: la exterminación del apenas creado Estado de Israel. Los dos primeros, Kauji y el mufti, se identificaron totalmente con la ideología nazi. Ambos estuvieron de visita en Berlin y ambos fueron adherentes de Hitler. La Alemania nazi fue derrotada, pero ellos continuaron desarrollando la idea del exterminio de los judíos. Víctimas de un liderazgo demente Y ahora nos piden a nosotros que los acompañemos en su sentimiento. Pobrecitos, el sueño del exterminio no se realizó, y a nosotros nos piden que derramemos una lágrima. Para conmemorar la destrucción de Alemania nazi y la desgracia de los millones de personas desplazadas, llevadas por la fuerza a su territorio, no se llevó a cabo ningún festival de lamentaciones. Las celebraciones del mundo libre y democrático fueron para señalar la victoria sobre la Alemania nazi. No hubo ningún festival para señalar la "Nakba" que infligieron las fuerzas aliadas a Alemania. No todos los árabes del Mandato Británico de Palestina se identificaron con Kauji y el mufti. Pero los árabes del Mandato Británico de Palestina tuvieron vivencias de destrucción y destierro similares a las de millones de alemanes. Ambos son víctimas de liderazgos dementes que adoptaron ideologías racistas y nazis. Tanto los unos como los otros pensaron que los judíos no tenían derecho a vivir, no como individuos ni como pueblo. Los unos y los otros pagaron un precio terrible. Pero hay una diferencia enorme. En Europa solamente algunos locos en las márgenes de la sociedad, los neonazis, señalan la derrota nazi como un día de duelo. No así en el mundo árabe. La derrota, llamada "Nakba", se ha convirtido en una fuerza unificadora y motivadora. No para extraer conclusiones. No para decir "nos equivocamos". No para expresar pesar por el exterminio. No para abrir una página nueva de reconciliación y paz. No. La "Nakba" es el denominador común de aquellos que desean continuar exactamente en el punto en que fracasaron Kauji y el mufti. A veces lo llaman el "derecho al retorno", porque siempre encontrarán idiotas útiles del campamento de los que hablan de derechos. Pero parece que lo que ocurrió anteayer delata claramente a la mano organizadora: los partidarios de Assad, Jaled Maashal, Ahmadinejad y Nasrala, unidos para dar cumplimiento a su viejo sueño. No vuelvan al intento de convertirse en refugiados El Estado de Israel está totalmente compuesto de refugiados. Todo israelí debe sentirse identificado con aquellos que se han convertidos en refugiados, también si son refugiados por culpa de sus propios líderes. Pero hay una diferencia abismal entre la identificación con el sufrimiento de los refugiados y una campaña basada totalmente en la destrucción del Estado de Israel. En toda la campaña que gira en torno al "becerro de la Nakba" no hubo una sola expresión que contuviera una gota de arrepentimiento por su obstinación, ni un solo milímetro de autocrítica, ni condena alguna de los líderes que incitaron al exterminio de los judíos. Nada. Simplemente nada. Y tienen la insolencia de exigir a los israelíes identificarse con su sufrimiento. A pesar del delirio que tuvimos ocasión de presenciar anteayer en las manifestaciones de Yafo y en las fronteras con el Líbano y Siria, hay que aclararles a los palestinos que si lo que desean verdaderamente es la paz, encontrarán en Israel muchas contrapartes. Si lo que desean es el establecimiento de un país junto a Israel, y no en lugar de Israel – habrá de qué hablar. Pero si lo que anhelan es la ilusión del "derecho al retorno", encontrarán entre nosotros solamente un puñado de delirantes que los apoyen. La mayoría absoluta de los israelíes, de izquierda y de derecha, se erguirán como una muralla fortificada para rechazar esta loca campaña. Una vez lo habeis intentado y os habeis convertido en refugiados. Por ustedes mismos y por nosotros, no lo intenteis nuevamente. (*) El autor es periodista, israelí. Columnista y colaborador de diversos medios europeos en temas de análisis de política internacional y del Medio Oriente. |
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Claudio E. Gershanik
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