Saturday, February 1, 2014

[RED DEMOCRATICA] La Tercera, Santiago-Alvaro Vargas Llosa-Autocrítica... y penitencia cívica [2 Attachments]


Autocrítica... y penitencia cívica

Carta desde Washington

A SUSANA

Ofrecí que si acertaba (en el pronóstico sobre el diferendo marítimo en La Haya) haría una reflexión constructiva, y que si me equivocaba, la honradez intelectual exigía una autocrítica implacable. Este texto es el cumplimiento de mi promesa. Me interesa y enseña mucho más aquello en lo que no acerté que aquello en lo que tuve razón.

por Alvaro Vargas Llosa

HACE MAS de un año, hice un pronóstico sobre el diferendo marítimo que enfrentaba al Perú y Chile en La Haya. Con respecto al pedido principal, una línea equidistante a partir del Punto Concordia, dije que "las posibilidades de que el Perú obtenga el triunfo son mínimas" y que para los jueces "será extraordinariamente difícil concluir que no se acordó nunca una frontera marítima". Con respecto al triángulo exterior, afirmé que las posibilidades eran "algo mayores, pero no muy grandes"; añadí luego que "como los jueces no son máquinas sino seres humanos, siempre cabe la posibilidad de que quieran evitarle al Perú un revés sin contemplaciones y nos den esta zona buscando argumentos jurídicos para ello".

Este ejercicio intelectual me valió un linchamiento. Las consecuencias fueron múltiples. Una de ellas -botón de muestra- vino por cortesía del ex Presidente Alan García, miembro del directorio de la cadena de librerías Crisol, la dominante en el país, cuyo segundo socio es un ex ministro (y actual empleador) suyo. Mi libro Y tú, ¿dónde pones tu dinero? fue vetado. Cuando pedí al socio principal que me lo confirmara explicándole que como defensor de los derechos de propiedad respetaría esa decisión, dijo que resolvería el asunto. Nunca lo hizo. ¿Mi respuesta? Vuelvo aquí a defender el derecho de García a ser candidato, en contra de los intentos del oficialismo por inhabilitarlo. Al adversario se lo derrota en buena lid o no se lo derrota nunca.

Mis contradictores me atribuyeron una rica gama de motivaciones: afanes conspirativos contra el entonces canciller, profundos complejos de familia, intereses financieros vinculados a la energía. Un ex congresista pidió mi fusilamiento. No sonó extravagante.

Un puñado de diplomáticos me hizo llegar, en cambio, notas de respaldo o de simpatía, valorando muchos aspectos de mi texto. El ex embajador Carlos Alzamora, algo así como el patriarca de la tribu diplomática peruana, tuvo para conmigo palabras nobilísimas. En el periodismo, la voz solitaria y suicida de Pedro Salinas rasgó el velo de la unanimidad. En las calles, muchos me insultaron, algunos escupieron al suelo. Los comprendí: ninguno de ellos sabía qué había dicho, sólo que, en esas semanas patrióticas, para sentirse bien había que hacerme sentir mal.

Por mi parte, ofrecí que si acertaba haría una reflexión constructiva, y que si me equivocaba, la honradez intelectual exigía una autocrítica implacable. Este texto es el cumplimiento de mi promesa. Me interesa y enseña mucho más aquello en lo que no acerté que aquello en lo que tuve razón.

Despacho con cierta rapidez aquello en que acerté. En efecto, como afirmé, la documentación de los años 50 indicaba que el Perú había aceptado una frontera basada en el paralelo de latitud y los papeles de 1968/69 confirmaban que ella se iniciaba en el punto donde el paralelo que atraviesa el Hito 1 hace intersección con la bajamar. El fallo dice que en el documento de 1954 los firmantes "reconocen" que existe "una frontera marítima" en el marco de "un convenio internacional vinculante". Añade que hay "pruebas fehacientes" de que la frontera convenida "sigue el paralelo que pasa por el Hito 1".

Entre los documentos a los que me referí, sugerí que el memorándum del embajador Bákula de 1986 no respaldaba la tesis oficial de que no existió nunca una frontera. La corte ha opinado lo mismo. Añado ahora que en su libro El dominio marítimo del Perú Bákula critica la referencia a los paralelos en el Decreto Supremo de 1947 (antecedente de los convenios de los años 50) por ser ese criterio "perjudicial a la separación equidistante entre las zonas marítimas contiguas". Incluso el temprano defensor de la tesis peruana, el vicealmirante velasquista Guillermo Faura, había reconocido en El mar peruano y sus límites que había dos posturas distintas en el Perú sobre la delimitación.

Por si eso no bastara para mostrar que no hay nada excepcional en mi postura, me cobijo bajo la autoridad del más grande experto en Derecho Internacional que ha producido el Perú: Alberto Ulloa Sotomayor. Fue quien presidió la delegación peruana que dio a luz a la Declaración de Santiago de 1952. He releído el volumen titulado "Chile" que forma parte del libro póstumo Para la historia internacional y diplomática del Perú. En sus referencias al "Sistema del Pacífico Sur" y al "gran esfuerzo de soberanía" de Perú, Chile y Ecuador, no hay una línea reclamando fijar una frontera marítima con Chile. No es difícil colegir que la daba por existente.

Las votaciones sobre el hecho de que existía una frontera basada en el paralelo del Hito 1 fueron aplastantes en La Haya: 15-1. Incluso el juez designado por el gobierno peruano votó en esto contra el Perú.

Hasta aquí los aciertos. Ahora, lo que importa. Mi más grande error fue no entender, en las largas horas de lectura de la jurisprudencia del tribunal, la dimensión diplomática y política en su forma de abordar la juridicidad de sus casos. No sólo se trata, al fin y al cabo, del tribunal de Naciones Unidas: también de una concentración de mentes sofisticadas que no pierden de vista valores como la paz (así se llama su palacio) y la armonía entre los países. Quiere decir que para ellos la razón jurídica procurará no lesionar la razón moral o histórica excesivamente en la medida en que la documentación permita el ejercicio de una imaginación compensatoria y actuar con sentido de equidad. ¿Por qué lo hacen así? Porque tienen una visión abarcadora y generosa que yo no supe, chato y mezquino de mí, reconocerles. Los supuse encarcelados en la razón jurídica entendida con prescindencia del sentido de los equilibrios de la diplomacia, el otro nombre de la amistad entre los pueblos.

Aunque escribí que no son máquinas y que cabía la posibilidad de que quisieran evitarle al Perú un revés sin contemplaciones, no tuve la perspicacia para ver que esa era una certeza, pues la falta de ciertos detalles en los documentos abría la posibilidad de darle al Perú una victoria parcial sin perjudicar a Chile prácticamente en nada. Yo había estimado que el tribunal pasaría por alto la falta de detalles porque se conformaría con el espíritu de los textos y las minutas de las reuniones para llenar los vacíos. Fue al revés. Esos vacíos permitieron un acto de arbitrariedad que fue también una genialidad jurídica: determinar que la frontera del paralelo acordada llegaba hasta las 80 millas, lo bastante lejos como para dejar en manos de Chile la inmensa mayoría de la riqueza hidrobiológica existente (los peces que estaban más allá han emigrado) y lo bastante cerca como para otorgarle al Perú un área con muchos kilómetros cuadrados y una alegría compensatoria.

El criterio que emplearon no hubiera podido anticiparlo en todos los años de mi vida: la capacidad extractiva que existía en los años 50 y que no iba entonces, según la corte, más allá de las 60 millas. ¿Por qué, entonces, no iniciaron la línea equidistante a partir de las 60 millas? ¿Y por qué no a partir de las 130? Precisamente porque allí había un margen para maniobrar en favor de la equidad. Hubieran podido preferir otro criterio y decidir que la frontera existente se extendía 200 millas, usando, por ejemplo, la intervención del delegado peruano ante la I Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar que el propio fallo cita: él sostuvo, citando a un experto, que en el invierno los límites biológicos llegaban hasta las 250 millas. O hubieran podido hacer el quiebre a partir de las 110 millas basándose en que, como dice el fallo refiriéndose a la forma inclinada de la costa peruana, una embarcación que partiera de Ilo en dirección al sudoeste en los tiempos en que sólo había capacidad para pescar dentro de unas 60 millas alcanzaría el paralelo en un punto situado a 110 millas de su inicio. Pero eso hubiera sido inequitativo. De allí las creativas e inteligentes 80 millas.

A la luz de esta mágica fórmula, fue un error mío presumir un vínculo para todos los efectos entre los documentos del 47, el 52 y el 54, creyendo que era obvio que si el documento del 54 confirmaba una frontera marítima, ella debía abarcar 200 millas, dado que los dos antecedentes, el de 1947 y el de 1952, están enteramente concebidos en función de dicha extensión. La corte halló vacíos suficientes para decidir que el vínculo entre los documentos era inequívoco en lo que respecta a la naturaleza, pero no la extensión, de la frontera. Sólo disminuyendo el peso de los papeles del 47 y el 52 era posible decidir que la frontera acordada abarcaba 80 millas en lugar de 200.

¿Hemos tenido suerte los peruanos? Sí, a juzgar por la estrecha votación sobre las 80 millas. Esto se aprobó por 10 votos contra seis. Con que sólo dos votos de la mayoría hubieran ido en dirección contraria, el Perú se habría quedado sin nada: el empate se habría dirimido con el voto del presidente de la corte, que también en esto fue contrario al Perú.

Es una suerte que ambos países debemos celebrar. No sólo por lo reparadora que es para la autoestima peruana, sino también porque Chile ha ganado un vecino satisfecho.

Ahora será posible, tal vez, el sueño de Alberto Ulloa Sotomayor, para quien era "obvio que al Perú le han faltado grandes designios en su política internacional". Ese numen animó mi texto hace un año. El Perú ha cerrado toda una etapa republicana que, gracias a la visión y el tesón de nuestros diplomáticos, incluyendo al embajador Wagner y su equipo, logró darnos los límites de la república; ahora toca a una nueva generación diplomática, con mentalidad moderna, desbordar esos límites. No quiero cerrar este párrafo sin rendir homenaje al embajador del Perú en Santiago, Carlos Pareja, cuya gestión ha sido, me consta de cerca, excelsa.

Hacer el futuro exige tener muy presentes a quienes vinieron antes. Por ejemplo, valorando el heroísmo civil además del militar. Todos los peruanos saben del martirio de Miguel Grau en Punta Angamos. ¿Cuántos saben que defendió el orden constitucional cuando los hermanos y coroneles Gutiérrez pretendieron dar un golpe y que denunció que "las leyes han sido ensartadas en la bayoneta del soldado"? La democracia no hubiera sido exótica en nuestra república si quienes inflaron el pecho hablando de Grau hubieran honrado también su magisterio civil.

Me queda un asunto pendiente. Es de justicia cerrar esta autocrítica con una penitencia cívica. Durante un año, me abstendré de participar en la discusión pública en el Perú, desde dentro o desde fuera. Haré una suspensión de ese derecho y deber que tanto valoro. Una prolongada cura de silencio en lo relativo a mi país se me antoja proporcional al adjetivo "implacable".

Consulté con un puñado de personas si creían que esto era necesario. Me dijeron que no. Reservo sus argumentos, salvo uno: siendo de los pocos, entre quienes hicieron campaña activa por Humala, que le recuerdan al gobierno su compromiso cada vez que pretende apartarse, es contraproducente que te pongas un esparadrapo en la boca. Lo entiendo, pero ningún argumento pesa más que la obligación de cumplir mi promesa tal y como yo la entiendo.

Algún día el Perú hará suya la frase de David Hume, el filósofo escocés: "Cuán libre es una nación depende de cuán limitado es el concepto de traición a la patria".

Fuente: http://diario.latercera.com/2014/02/01/01/contenido/reportajes/25-156970-9-autocritica-y-penitencia-civica.shtml


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