La Republica 26Sep2010
El Ángel de Chungui
Miguel García Seminario fue tal vez el militar más querido por los ayacuchanos en el tiempo de la violencia política. En vez de ordenar asesinatos, torturas y violaciones, rescató a cientos de pobladores cautivos en manos de Sendero Luminoso. Apodado “Mayor Ayacuchano”, su actuación fue reconocida por la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Ahora que el gobierno ha derogado el decreto legislativo 1097, que favorecía la impunidad castrense, conviene recordar a quien exhibió humanismo en medio del horror.
Por Ghiovani Hinojosa
Su uniforme militar lo componían un polo percudido y unos jeans marca Lee. En vez de boina marcial, usaba un sombrero campesino. En vez de botas de jebe, ojotas todoterreno. Y la mochila castrense la había reemplazado por una mantita andina que colgaba en su pecho. Chacchaba coca e intentaba dirigirse a la gente en quechua. Mientras otros jefes del Ejército se apodaban “Capitán Pantera”, “Teniente Robocob” o “Mayor Samurái”, él se autodenominó “Mayor Ayacuchano”. Quería confundirse con los pobladores, ser uno más de ellos. “Para que vean que éramos iguales, seres humanos, solo que estábamos en distintas circunstancias”, dice Miguel García Seminario, por cierto, nacido en Piura. Siendo mayor del Ejército Peruano, García fue jefe de la base militar del distrito de Chungui, en la provincia de La Mar (Ayacucho), entre setiembre de 1987 y febrero de 1988. En ese tiempo, le imprimió a la lucha contrasubversiva un carácter humanitario. Ordenó a sus soldados no golpear a los detenidos y salió a los montes en busca de los campesinos cautivos en manos de Sendero. Lo revelan los testimonios que recogió la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) en la zona. Pero ¿cómo un militar costeño logró que cientos de senderistas dejaran sus armas sin perseguirlos a balazos? ¿Por qué cuando se enteraron de que el “Mayor Ayacuchano” abandonaría el lugar las mujeres y niños de Chungui lo siguieron, llorosos, hasta el helicóptero? García, como se verá, tiene algo celestial.
¡A buscar a los cautivos!
“Sin novedad, Ayacuchano”. La frase ya empezaba a desesperar al entonces mayor recién llegado a las alturas de Chungui. Sus subalternos volvían al cuartel sin noticia alguna sobre los senderistas. La estrategia de ‘rastrillaje’, que consistía en dividirse en pequeños grupos y recorrer caminos conocidos en busca de subversivos, fracasaba. “Ustedes dicen ‘sin novedad’, yo voy a ir a ver lo que pasa’”, reaccionó entonces Miguel García. Y se fue a caminar, vestido de campesino y acompañado de 15 soldados, por las rutas más inhóspitas de Oreja de Perro, como es conocida la zona sur del distrito. En la comunidad de Chapi algunos de sus hombres le confesaron que solo llegaban hasta la entrada porque la hoz y el martillo inscritos en el suelo los intimidaban. El “Mayor Ayacuchano” los obligó a vencer sus temores y descubrieron un pueblo fantasma: las casas estaban vacías y las chacras, descuidadas. Sendero Luminoso había llevado a todos al monte, en un proceso de desplazamiento forzado conocido como las “retiradas”.
Una noche, la patrulla divisó a un vigilante senderista apodado “Camarada Milesio”. Ni bien el muchacho vio a los militares, trató de escapar. “Le dije: ‘mira, hijo, yo soy el Ayacuchano, vengo en plan de pacificación, vengo en nombre de Dios, te voy a decir una cosa hermosa: si tú te quieres ir, anda, escápate, así de simple, vete; pero si confías en mí, vas a venir conmigo, vas a ser diferente. Así que piénsalo. Yo te voy a dejar acá, si quieres te vas, no me interesa”, es el sorprendente relato de García Seminario. Tras un largo silencio, Milesio murmuró: “Ayacuchano, voy contigo”. Y juntos llegaron al puesto de comando de Belén, donde el senderista, aún sorprendido por la benevolencia de su captor, le confesó: “Yo tengo más familia, mi esposa, en el monte”. Así, salieron a buscarlos a ellos y a otros atrapados en los campamentos de Sendero. “¡Estoy acá con el Ayacuchano!”, gritaba por doquier el muchacho. “¡Hay paz, estoy viviendo esto!”. “Yo soy el Ayacuchano, los voy a llevar a su pueblo. Sigan durmiendo, van a ser bien cuidados, no se preocupen”, agregaba el mayor.
El historiador Renzo Sulca, miembro del Equipo Peruano de Antropología Forense, recalca que Miguel García Seminario, a diferencia de la mayoría de jefes militares, advertía los matices de la militancia senderista, es decir diferenciaba a los mandos subversivos de la masa cautiva. “Cuando llegaba al monte veía gente pobre, demacrada, entristecida. ‘Ellos no pueden ser senderistas’, comentaba”. El mismo García lo recuerda: “Decía: ‘vengo a rescatarlos, no a capturarlos, porque ustedes no son personas malas, no son delincuentes, yo sé que Sendero les ha hecho daño’. Y a los míos les decía que no maten a nadie, que traten bien a la gente”. De este modo, poco a poco, consiguió recuperar a más de 500 campesinos reclutados bajo amenaza de muerte por Sendero, y repoblar con ellos zonas como Chapi. De hecho, a este poblado lo rebautizó como Belén Chapi en diciembre de 1987. Una escenificación teatral del nacimiento de Jesús al aire libre coronó el nuevo nombre de la comunidad.
Los testimonios recogidos por la CVR en Chungui y archivados por la Defensoría del Pueblo prueban que Miguel García Seminario actuó como un militar pacífico y compasivo. Así, un ex soldado del Ejército cuenta: “Este ‘Mayor Ayacuchano’ no permitía que se le golpee a los detenidos; él reúne a la gente de los montes y hace el repoblamiento de Chapi” (testimonio 202678). Otro declarante, un comunero de Oronqoy que fue obligado a enrolarse en las filas de Sendero, relata su rescate del monte: “Al mando del Ejército estaba un mayor con el apodo ‘Ayacuchano’. Luego de capturarnos, nos trató bien y nos dijo que no tengamos miedo porque él no nos iba a matar. Y nos conduce a la base de Chapi. Allí estuvimos un año trabajando para mantener a nuestras familias” (testimonio 202247). Y un poblador que fue gobernador en 1965 enfatiza: “Los anteriores militares nos maltrataron mucho, recién con el ‘Ayacuchano’ logramos algo de pacificación” (testimonio 202660). Y es que basta con recordar algunas crueldades cometidas en Chungui para ver que García Sarmiento fue un paréntesis en medio del horror.
La crueldad de Samurái
Cuánto duele el siguiente testimonio: “Cuando mi madre se escapaba lo agarraron, después de acorralarlo lo amarraron, luego a mi madre sola de cada lado la llevaron a mi choza. En ahí, a patadas lo han agarrado y mi madre gritando estaba agarrando su mano (…). Luego empezaron a violar a mi mamá, uno en uno violaron los militares. Cuando terminaron ellos empezaron los ronderos a violar, y el resto está mirando cuidadosamente. Cuando hizo esas cosas, mi mamá gritaba demasiado estrujando sus manos; después de violar han traído sus dedos, le habían cortado”. Este relato pertenece a una pobladora de la comunidad de Huallhua (Oreja de Perro) y está registrado en el archivo de la CVR con el código SR2-40-01/07. Es una muestra del nivel de barbarie al que llegó la actuación de las fuerzas armadas en este rincón de la serranía peruana. La CVR ha certificado que allí los miembros del Ejército no solo replicaron algunas prácticas senderistas –asesinaron a supuestos terroristas delante de todo el pueblo–, sino también cometieron torturas, violaciones sexuales, robos de propiedades y otros abusos.
El más sanguinario de todos fue el “Capitán Samurái”, quien estuvo a cargo de Chungui en 1985. Que hablen los testimonios de la CVR: “Este capitán, junto a otros militares, solía perseguir a la gente del pueblo para matarlos con el pretexto de que alimentaban a los senderistas” (202301); “ese mayor era un asesino, a tanta gente ha matado” (202690); “el mayor Samorae mataba a todos sin distinción: jóvenes, niños, ancianos y mujeres. A las mujeres jóvenes y viudas los llevaba al cuartel para violarlas” (202663). Incluso, un testimonio es particularmente comprometedor: “Samorae obligó a la población para que voten por Alan García Pérez para la presidencia de la República (en abril de 1985) porque era su amigo personal y compañero de estudios” (202660).
Un siervo de Dios
“El soldado se forma para matar, para ganar batallas, pero cuando obra con el corazón es diferente. Al militar le falta vida espiritual”, sentencia este piurano de pupilas diáfanas. Miguel García Seminario lo sabe de primera mano: estuvo cuatro años en el seminario cuando era adolescente, y ahora, 23 años después de la violencia que vio en Chungui, asiste fervorosamente a la iglesia evangélica “Cristo viene”, en Jesús María. “Nadie me ha reconocido, solo Dios”, medita en voz alta. “En realidad, él fue quien hizo todas esa cosas maravillosas en Ayacucho”. “Mayor Ayacuchano”: sea usted un instrumento divino o un hombre con nervios de acero, merece un sitial en la mente de todos los peruanos. Basta con habernos demostrado que el humanismo puede sobrevivir en medio del horror.
Nadie lo reconoce
El “Mayor Ayacuchano” cuenta que el Ejército nunca lo ha reconocido públicamente ni lo ha convocado para exponer su exitosa experiencia de combate en las escuelas militares. Al contrario, lo ha tratado con incomprensible negligencia: en enero del 2003, le dieron de baja junto a otros 27 comandantes de su promoción con el argumento de “renovación de cuadros”. “En realidad era para dejar a un solo oficial en carrera y favorecerlo con el ascenso”, asegura. Él, que ocupaba el puesto 4 en la tabla de mérito, tenía programado su ascenso a coronel para enero del 2004. Luego de ganarle un largo juicio al Ministerio de Defensa, logró ser reintegrado al cuerpo castrense en enero del 2008. Pero tras reclamarle su ascenso al entonces ministro Ántero Flores-Aráoz, nuevamente fue dado de baja. Hoy ha conseguido por la vía judicial que le reconozcan sus pagos por tiempo de servicio y ha entablado otro juicio por el asunto de su ascenso. “Ya el Señor me ha dicho en sueños que voy a ascender”. ¿Qué tiene que decir a todo esto, ministro Jaime Thorne?
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