Tuesday, August 23, 2011

[RED DEMOCRATICA] 194, El ruido del trueno

 




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Descripción: ConfabulaCabezoteActual

 

DIRECTOR: GONZALO MÁRQUEZ CRISTO. EDITORES: AMPARO OSORIO, IVÁN BELTRÁN CASTILLO. COMITÉ EDITORIAL: Mauricio Contreras, Rafael Ortega Lleras, Marcos Fabián Herrera, Fabio Jurado Valencia, Olga Sanmartín. CONFABULADORES: Óscar Collazos, Jotamario Arbeláez, Maldoror, Chócolo, Fabio Martínez, Freddy González, Gustavo Tatis Guerra, José Chalarca, Sergio Trujillo Béjar, Germán Villamizar, Argemiro Menco Mendoza, Carlos Fajardo, Guillermo Bustamante Zamudio, Hernando Guerra Tovar, Profesor Martínez Guerrero. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Hermes Vargas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Nájar, Eduardo García Aguilar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros (Costa Rica).

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Con-Fabulación con el asunto "retiro"

 

EL RUIDO DEL TRUENO

Para celebrar el cumpleaños de Bradbury, uno de los pocos autores de una generación posterior que mereciera los elogios de Borges, a tal punto que en el prólogo de Crónicas marcianas el escritor argentino eligiera la "Tercera expedición a Marte" como el momento más terrorífico de toda la literatura, Con-Fabulación publica el siguiente ensayo en homenaje a su palabra visionaria y poética.

  

Por Amparo Osorio*

Descripción: Amparo+OsorioVendedor de periódicos en su juventud y autodidacta confeso, el 22 de agosto de 1920, nace en Waukegan (Illinois) uno de los más brillantes intelectuales norteamericanos de todas las épocas: Ray Douglas Bradbury, cuya prolífica obra inscrita en el género de la ciencia ficción ha recorrido los extremos del mundo convirtiéndose en forjadora de nuevas generaciones de escritores.

Su extensa bibliografía y los innumerables premios recibidos, son apenas un justo reconocimiento a la labor de quien nos deleitara con títulos como Crónicas Marcianas (1950), El hombre ilustrado (1951), Las doradas manzanas del Sol (1953), El país de octubre (1955), El vino del estío (1957), Remedio para melancólicos (1960), Fantasmas de lo nuevo (1969), El árbol de las brujas (1972), y El ruido del trueno (1990), por citar sólo algunas de sus obras.

Es sin embargo la magistral Fahrenheith 451 publicada en 1953 y que fuera exquisitamente llevada al celuloide en 1966 bajo la dirección de Francois Truffaut, y protagonizada por Julie Christie y Oscar Werner, el título que le diera uno de los mayores reconocimientos, por cuanto en ella se revive la trágica historia de la quema de libros por parte de algunos gobiernos de turno en su afán de coartar las libertades intelectuales.

Pero no es sólo Bradbury un escritor de ciencia ficción como se lo reconoce muchas veces, puesto que esa ilusión vertiginosa de sus obras, esa cadencia rítmica, esa factura poética, que nos espanta por su realidad y cuya forma de tiempo devela que terminaremos vencidos por los universos astronómicos, es algo que sobrepasa a la ficción para inscribirse en la literatura fantástica y se convierte en ocasiones en texto filosófico enfrentándonos desesperadamente a un devenir que sólo puede tener cabida en el romanticismo de su espíritu.

Ya en "El ruido del trueno", llevado al cine por la Warner Bros (2005), el escritor da cuenta manifiesta de su preocupación por el destino de la humanidad, que en un viaje al pasado debe remediar el error de haber pisado una mariposa, hecho que conmocionó el estado natural del mundo.

A la manera inversa de Coleridge, referido por Borges: Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?, el Bradbury futurista nos advierte de manera más trágica que sin el necesario regreso al pasado preservándolo intacto, es imposible asegurar en el fluir absoluto del río del tiempo, la evolución de la especie.

Deliberadamente su obra de inagotable lectura está llena de simbolismos que nos remiten a los estadios puros de la creación reveladora. Expediciones que van y vienen de Marte dan cuenta de los paraísos perdidos y de la urgencia de colonizar otros planetas. En Crónicas marcianas el desarraigo nos asalta. La cuarta expedición se convierte en una pasión abrumadora. Spender el protagonista, se enamora de «la ciudad dormida y muerta que se despliega ante sus ojos» y en la que pronto aparecerán fantasmas ancestrales «galopando el fondo del vacío del mar en un antiguo corcel de imposible progenie, de increíble descendencia».

Evoca a Lord Byron imaginando que uno de sus poemas pudo haber sido inspirado por esa ciudad y lo imagina como el último sobreviviente de esa raza marciana, mientras recita en voz alta:

Por lo tanto nunca más pasearemos hasta las altas horas de la noche, aunque el corazón siga enamorado y aunque siga brillando la luna…

Una semana de reconocimiento basta para la elección definitiva. Si ya destruimos nuestra tierra ¿cómo aceptar la entrada de la nefasta comunidad terrícola a un nuevo planeta? ¿Cómo permitir la colonización de esas ciudades con sus lunas mellizas, sus lagos de cristal, sus atardeceres de soles incendiados y la impecable nostalgia del pasado, latente en el espíritu dormido de sus milenarios objetos?

El protagonista se subleva pasándose al otro bando. Un final inesperado nos aguarda. Pero un final donde el yo enajenado de Spender resuelve su destino en aras de preservar la magia de ese planeta verde de profundas revelaciones poéticas.

No deja Bradbury de sorprendernos con esta y todas sus obras, en las que teje línea tras línea un círculo infinito que asciende y desciende por los innumerables estadios de la condición humana, abordando siempre una vigilia de inalterable conciencia, una resistencia secreta que lo ubica también como uno de los más destacados humanistas, puesto que sus personajes pertenecen casi siempre a una inmensa gama de seres marginales o hacen parte de los submundos de una sociedad abrumadora y excluyente.

"Bordado", publicado dentro de Las doradas manzanas del sol es otra de las conmovedoras piezas de su metafísica instantánea y en la que asistimos a un extraño experimento entre atmósferas de suspenso que nos dejan estupefactos. Allí, contrario al uso que teje y desteje Penélope esperando el retorno de Odiseo, las tres bordadoras de esta historia tejen el mundo con sus seres, sus ciudades y casas, su naturaleza, sus animales y objetos, y en un instante de máxima tensión comienzan a destejerlo contra las adversas manecillas de un reloj, que en su cuenta regresiva terminará destruyendo el universo:

Advirtió un fuego, que se movía lentamente casi, y se apoderaba de una casa bordada y le sacaba las tejas, y arrancaba una a una las hojas de un arbolito verde, y vio que el sol mismo se deshacía en la tela. Luego el fuego pasó a la punta de la aguja que relampagueaba aún; observó el fuego que le corría por los dedos, los brazos, el cuerpo, y le deshacía el hilado del ser, tan esmeradamente que ella podía apreciar toda su demoníaca belleza. Nunca supo qué le hacía el fuego a las otras mujeres o el mobiliario o el olmo del patio. Pues ahora ¡sí, ahora! le arrancaba el bordado blanco de la carne, el hilado rosa de las mejillas, y al fin le entraba en el corazón, una rosa blanda y roja cosida con fuego, y le quemaba los frescos, bordados y delicados pétalos, uno a uno…

Tal vez el futuro o su gemela la esperanza, estén a punto de extinguirse en este inmenso globo terráqueo, y apenas la tremenda percepción de la genialidad bradburiana nos lo dicta a cuentagotas desde el profundo contraste de la fantasmagoría poética de sus obras.

Quizá el Asteroide 9766, descubierto por el programa Spacewarh el 24 de febrero de 1992, y que lleva su apellido en honor a este indiscutible visionario, sea el responsable de dar la bienvenida a los nuevos cibernautas en sus próximas gravitaciones por los insondables universos del cosmos.

*Poeta, narradora y ensayista colombiana

 

Presentación de Días

Carlos Vásquez

Descripción: Días - Carlos Vásquez

El último poemario de Carlos Vásquez será presentado el 26 de agosto en el programa Viernes de Poesía de la Universidad Nacional en Bogotá. El evento se realizará en el Salón Oval de Postgrados a las 6 pm. Entrada Libre.

A continuación el prólogo de este libro publicado por la Colección Los Conjurados, que ya se encuentra disponible en las más importantes librerías del país.

Por Jorge Caraballo Cordovez

En un apunte de 1970, Elias Canetti sugirió que la verdadera religión de los poetas es aquella que ayude a conseguir las múltiples y muy variadas formas de inmortalidad en esta vida. Sin promesas de otros tiempos, rechazando cualquier manifestación de la muerte, el escritor se siente responsable por custodiar y potenciar la existencia. Esa convicción llevó a Canetti, entre otras cosas, a recordar el valor de los mitos y de las metamorfosis humanas. Carlos Vásquez, por su parte, igualmente consagrado a esa religión, se dedicó en este libro a escribir una experiencia del tiempo que se aparta de la sombra: cada instante es tan vasto, cada sensación tan rica, que se concentra en lo presente, viaja a la orilla del tiempo y trata de que su voz nazca allí donde todo es nuevo y nada sabe. Escribe los días para que algo de su vida quede grabado. En cada página hay una atmósfera, un paisaje que se recorre, una luz que muestra, la sensación inesperada detrás de una montaña, el hombre que es y que deja de ser mientras se dice: en cada página le da forma de palabras a lo cotidiano.

Y aunque en ellos ocurre lo simple, no debe ser fácil escribirlos: los días se consumen con el cambio de las cosas. Son rápidos como destellos de sol sobre una corriente de agua. Nada perdura, el mundo es tan breve como la luz que lo toca. Somos lugares que alumbra un día mientras se transforman. Y a pesar de la velocidad con que todo aparece y se ausenta, en los poemas que componen Días se lee una manera de estar en la naturaleza y una actitud frente al tiempo marcadas por la serenidad, el respeto por lo pasajero, y una transparencia que anula la muerte. Uno de los rasgos más bellos de este libro es su aplomo, su delicadeza en la mirada y las palabras, la calma de su voz aún sintiendo la vertiginosa transformación de todo.

***

En ninguna de las obras anteriores de Carlos Vásquez hay una presencia tan nítida de los paisajes, que aparecen aquí como espacios donde se encuentran el poeta, sus voces, y el mundo. Los días que observa son lugares en movimiento, estancias en fuga, y están hechos de aquello que revelan. Él es lo que ellos disponen. Por eso al escribirlos se escribe, y le basta con nombrar lo que siente.

El risco, el solar, los bosques, las charcas, los senderos, el corredor, el arenal, los prados, la colina, la gruta, las quebradas, los vientos, el jardín, la acequia, las fuentes, los peñascos, las orillas, la floresta, las comarcas, el breñal: la particularidad de esos lugares resuena en su cuerpo y llama a las palabras afines. Si se siente desolado, seco, fuerte o impenetrable, dirá las palabras que se parecen a la piedra. Si siente que fluye, que se filtra, que golpea y no se deshace, que sigue un cauce, dirá palabras de agua. Cuando se mueve rápido, cuando su mirada es ágil y fresca y envuelve las cosas, dirá palabras que le recuerden al viento. Palabras verdes cuando sienta que se afirma y crece en la tierra y que se debe al sol; palabras que flotan cuando observa el vacío, el ala, la bruma temprana. El cuerpo es preciso al decirse. Es verdadero. Lo difícil es saberse escuchar y darle palabra a esa voz muda que va en la sangre.

En Días, el poeta recorre en soledad esos lugares íntimos, desconocidos, puros, vírgenes, alejados del afán humano y su inconformidad. En ellos él es una pequeñez que los habita y que los anda en silencio para no perturbarlos. Allí no tiene poder alguno. Está desprovisto de defensas: es frágil, vulnerable, pero al mismo tiempo calmo y confiado.

***

Mientras viaja por esas comarcas, el poeta escucha una voz. No es la suya. Es una voz extraña, no tiene cuerpo, habla siempre en segunda persona, lo interpela y parece conocerlo mejor de lo que se conoce él mismo. Esa voz, que se oye en muchos poemas de Días, sabe todo de él y le habla con tranquilidad y prudencia y dulzura. En ocasiones le cuenta algo que ya sucedió (caías dentro, y ni siquiera sentías pudiera tenerte), o le describe un momento (van pasando y crees que vienen a reposar ante ti), o incluso se atreve a decir lo que ocurrirá (querrías, si por ventura alguna luz dispusiera).

Quien la escucha atiende perplejo: uno no puede saber lo que no siente o no ha sentido. ¿Cómo lo sabe esa voz? ¿De dónde viene? ¿Qué enseña? En el poema "Rumor", la voz del poeta se refiere a ella. Deja saber cómo la percibe. Es como si se hubiera despertado de pronto, tratando de explicarse de quién es y qué dice. Y me toca y vuela sobre mí: voz como una nube. Alguien discreto viene con ella, alguien que resulta ser forastero: extraño crecido en lugares que ya él pasó, que ha recorrido también su camino, pero no es de aquí, es decir, no es de hoy: es un forastero como él mismo lo será al siguiente paso.

Los días se hunden en las huellas, y mientras contemplamos lo que descubre el camino, madura en oscuridad y silencio la voz que dejamos en lo pasado. Esa voz, la voz de los días, es la que escucha el poeta en este libro: esa que ausentó el tiempo y que ahora vuelve, se abraza al tiempo, y acompaña la mirada.

Voz que muestra. A sus palabras acuden las sensaciones. Voz profunda y sobria, como si se hubiera preparado mucho tiempo antes de que pudiera escucharla. Va diciendo al tiempo que el poeta siente. Él camina junto a ella en silencio que no es obediencia, sino respeto y fe. En Días el poeta es como un niño al que le enseñan el mundo. No hay en él gestos de incredulidad o recelo. Atiende con dulzura esa voz. Se siente pequeño, querido y cuidado. Y entonces, cuando es su turno de hablar, advierte que algo creció cuando escuchaba, y pronuncia palabras discretas y precisas aunque sin ocultar sus dudas. Palabras humildes ante la voz segura que ya no es de uno.

Encuentro hermosa esa conversación entre dos voces: la que ha aprendido y crecido en el vientre de la noche (que es lo que queda tras los pasos); y la que quiere decir el día que la rodea. Ésta se posa en las cosas, no las explica, describe, vacila, se pregunta; aquella es robusta, sabia, y en ocasiones se ofrece como camino. La voz joven, la del Vásquez que no sabe nada porque desconoce este día, escucha y le responde a la otra con un tono que agradece sutilmente: sin palabras se ama a la poesía.

***

Dice la primera voz: Senderos al sol se abren y no te dejarán para no repetir ni desear otro tiempo distinto a éste. Senderos que te recuerdan tu única condición: pasajero. Puede que más allá des con otros lugares, pero no permanecerás nunca en el mismo, no te detendrás, no te asentarás, podrás sentirlo todo pero no en el mismo punto, cada día desaparece tras tus pasos y tendrás que buscar otros. Tu mirada va como el aire que el río empuja. Al final será la espuma que humedece la arena y desaparece en la orilla.

***

Para no agotar esta vida hay que cambiar al ritmo del mundo. El cuerpo lo hace, pero uno, esa construcción de reglas y palabras, preferiría permanecer idéntico. Hay miedo y orgullo en esa actitud. La resistencia a la transformación es un principio de poder: mirarlo todo desde la distancia, ser ajeno a lo común, permanecer aislado para no correr riesgos, escudriñar agazapado para entender, conocer, y luego dominar: la altivez humana que respira en el lenguaje.

La eternidad es el corazón de los dioses. Al ser inmutables tienen control sobre aquello que cambia. El hombre ha asociado la inmortalidad a la eternidad divina, y aspira a ella para tener poder absoluto sobre su entorno. Quiere ser siempre el mismo. Petrificarse para que nada lo afecte. Además, desea impedir el cambio de las cosas para apropiárselas y ordenarlas como le plazca: para eso las nombra y supone en ellas una esencia que, según él, deben respetar. La ambición de poder lo arruina. Siente desdén por la sucesión de sus días. Muere en vida queriendo ser eterno. La inmortalidad que enseña Días, esa a la que también se refiere Canetti, es todo lo contrario: sabiéndose efímero, el humano se transforma a cada instante, se abre en silencio al mundo y al tiempo, deja palabras que lo reviven al pronunciarlas: solo morirá definitivamente cuando todo lo que ha sido deje de ser. Quiere serlo todo, no tenerlo todo. La escritura es un logro cuando guarda lo que el humano le confía. Si es auténtica, puede ser una extensión del cuerpo. Carlos Vásquez quiso escribir los días para salvar del ardor en el tiempo una parte suya.

La poesía no puede ser lugar para el poder. En ella el hombre reconoce su debilidad y depone sus vicios para sentir el mundo. La voz del poeta en sus días siempre tiene un matiz de tristeza, de aceptación del fracaso: dice con aquello que ha hecho tanto daño, las palabras, pero a la vez las trabaja y limpia, las purifica en su carne humilde, y hace recordar que pueden ser mansas y bondadosas y que a ellas debemos también nuestra riqueza.

En Piedras, uno de los poemas de este libro, Carlos Vásquez expresa esa renuncia al poder, la vanidad y el lucro. Reflexiona a partir de la sensación de una piedra bajo el pie, y evoca a aquellos con los que las relaciona: los egoístas, los ambiciosos, los asesinos, los muertos. Para nada quisieras verte envuelto. Siente una piedra y no quiere que suceda más que eso. No quiere aprovecharse de ella, arriesgar su vida por su inmutabilidad. Pero tampoco puede ignorar la realidad de los otros, no es cautivo de sus sensaciones. En las palabras lleva la memoria de los hombres, y las cosas las tocan y las agitan y él escucha. Memorias que las piedras perforan. Y advierte que en la soledad de su viaje está rodeado por aquello que los hombres han confiado en las palabras. Siente compasión por tantos hermanos, y quiere acompañar sus penas y dolores, su muerte y su fracaso, devolviéndole el silencio y la pureza a las formas que tienen para no morir.

***

Vencer las barreras con las que nos separamos del mundo. Abrir las puertas que interrumpen el contacto. No hay relación, no hay un acuerdo entre nosotros y la realidad. Somos ella, y estamos en función de ella y nuestra voluntad no es sino vana rebeldía. Abrirse a los días en silencio. Mirar y sentir que nos miramos, que no hay exterioridad: no hay nada afuera porque somos afuera. Dependemos de todo lo que existe. Ninguna vanidad resulta de ser, porque la vanidad es exclusiva, y no hay de dónde excluirse.

***

Un escritor debería poder inventar su vida incesantemente y así sería el único en saber dónde está, dice Canetti. Y eso veo practicado en este libro. El autor cambia al ritmo de los días, y experimenta perplejo ese cambio. Sabe, sin embargo, en qué lugar está cuando escucha la voz que ha madurado en lo pasado. Y entonces escribe. Con este libro conocemos a un Carlos Vásquez, ese que era cuando lo escribió. Muestra su forma de vivir los días, de salir a buscarlos, de descubrirse en ellos; guarda en las palabras sus dudas, sus temores, sus capacidades, sus anhelos. Pero como lectores de esta experiencia, somos conscientes de que leemos la voz de días pasados. Carlos Vásquez ya no es el mismo. La voz que dejó en este libro es la que lo acompaña hoy, pero ya no le pertenece. Es probable que le hable, y le enseñe, y lo aliente a sentir y decir cosas nuevas, pero no se repetirá. Es imposible repetirse si uno vive. Esa certeza sostiene este poema. No se espera nada. No se añora nada. Se vive cada día desprovisto de todo. Apenas contamos con un lugar, un tiempo, un cuerpo, y una voz. Y eso basta y nos dignifica.

 

Carlos Vásquez, poeta y ensayista. Autor de: Agua tu sed (2001), Desnúdame de mí (2002), Hilos de voz (2004), Aunque no te siga (2008), Cuaderno (2009), El oscuro alimento (2010) y Días (2011). Publicó también el libro de ensayo sobre Fernando Pessoa La nada luminosa (2009). Se desempeña como profesor en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia (Medellín - Colombia).

 

 

3 poemas Inéditos

Miguel Torres Pereira

 

Descripción: Miguel-Torres-Pereira

 

PRIMICIA DE LA SOMBRA

Somos luz presentida

en la orilla del milagro

el rastro del miedo

en la primicia de la sombra

Un llanto legítimo

que apaga esta cuota de cenizas

en el esplendor del instante

 

 

LEVEDAD EN EL ASOMBRO

Somos levedad en el asombro

de una hoja desprendida

en la canción del silencio

Inicio del misterio

origen posible

de la irremediable caída

 

 

EXTRANJEROS DE LA LUZ

Somos revelación en la borrasca

extranjeros de la luz

en el fragor del relámpago

Invierno que reitera

el destino de ser hombres de río

en el exilio del diluvio

La vocación de sed

Nuestro desierto

 

 

Miguel Torres Pereira, nació en 1960 en Arjona (Bolívar - Colombia). Licenciado en Ciencias de la Educación. Perteneció al taller literario Candil de la Universidad de Cartagena. Ganador del concurso de poesía Casa Silva en Cartagena, 1993. Premio de poesía Jorge Luis Borges (Universidad del Magdalena, 1995). Premio de poesía del Caribe Colombiano (Universidad del Magdalena, 1998). Primera mención Concurso Nacional Gustavo Ibarra Merlano, 2005.  Cofundador del taller literario Encuentro con la Palabra. Autor de Estación del instante (2008).

 

CARTAS DE LOS LECTORES

 

CARLOS FAJARDO. Apreciados confabulados: Maravillosa la evocación del escritor Carlos Fajardo. Vuelve uno sobre esa república oriental del Uruguay, y siente con emoción el peso de su literatura. Este tipo de documentos son imprescindibles siempre en su periódico. Ernesto Gordillo

* * *

GERMÁN VILLAMIZAR. Fuertes y desolados los poemas del profe Villamizar. Desde Silencio de la huella no leía sus sueños vívidos e implacables, traducidos a la palabra poética. Amelia Gutiérrez.

* * *

Señores Con-fabulados: quisiera saber si el escritor Carlos Fajardo vive en Colombia y cómo puedo establecer un contacto con él. Maité Bonilla

Respuesta: Le enviaremos su correo personal

* * *

SIN NARDA: ¿Qué pasa con la amada Narda Fiory que no han vuelto a deleitarnos con sus noticias y sus exuberantes comentarios? Hace mucha falta en un espacio de lectura permanente. Platónico angustiado

 

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