Friday, October 29, 2010

[RED DEMOCRATICA] OP.: La campaña hobbesiana / Patricia Wiesse / Gerardo Saravia- Entrevista con Juan Carlos Tafur

 




Revista IDEELE

La campaña hobbesiana
Por Gustavo Gorriti

A propósito del merecidísimo Nobel y el devenir intelectual y artístico de nuestro gran escritor, el autor repasa el escenario político de cara al 2011

Hace veinte años —oh, trepidante cronología—, la revista The New Republic me encargó escribir un artículo sobre la evolución del pensamiento político de Mario Vargas Llosa.

El artículo, escrito a fines de enero y publicado el 12 de febrero de 1990, se tituló The Fox and the Hedgehog, es decir, “El zorro y el erizo”. Fue, como amplió la revista, un examen de “la larga marcha” o la evolución política de Vargas Llosa.

Lo he releído después de muchos años y algunos detalles olvidados emergen relevantes para el presente. El gran escritor se encontraba en plena campaña presidencial, pero mi propósito no era describirla sino explicar las convicciones políticas del entonces abrumadoramente favorito candidato.

Vargas Llosa, el novelista, es también, escribí, “un pensador riguroso, cuyos ensayos literarios, filosóficos y políticos son coherentemente razonados”. A la vez, indiqué que su talento para la claridad expresiva no reflejaba los complejos y tormentosos procesos de cambio que lo habían llevado a ser un intelectual revolucionario en la década de los 60, un socialdemócrata en los 70 y un liberal en los 80.

Esas etapas ilustraban también —en la célebre descripción de Isaiah Berlin— el tránsito entre la predominancia del zorro y la del erizo en el pensamiento de Vargas Llosa. Y examinaba el papel que jugaron en el cambio los ataques personales, las campañas de corrosivos vituperios —lo que él mismo llamó “los mecanismos de satanización”— que se lanzaron sobre el escritor en verdaderas oleadas, especialmente a fines de los 60 (cuando rompió con la Revolución cubana) y desde comienzos hasta mediados de los 80. Uno tiende a olvidarlo, pero esos ataques llegaron a niveles de vileza sorprendente aun para los estándares de la discusión política de entonces, de descalificación personal antes que de debate de posiciones.

En ese artículo no figuraba siquiera el nombre de Alberto Fujimori. Es que hasta entonces Fujimori no existía en la campaña. Por ende, daba como muy probable ganador de las elecciones y próximo Presidente del Perú, con todos los inmensos problemas por enfrentar, a Vargas Llosa.

El destino teje sus hilos con puntos extraños e inesperados. La derrota electoral de Vargas Llosa fue nefasta para la democracia peruana pero resultó salvadora para el propio escritor. Ver a un alto porcentaje de sus seguidores y colaboradores trocar la vincha del Fredemo por el kimono de geisha con total fluidez y carencia de culpa, fue sin duda instructivo. Y luego, volver a ser objeto de vituperio, esta vez por parte de ex colaboradores o aliados, cuando salió a defender, con gran brío y elocuencia, la necesidad de luchar contra el entonces reciente golpista y dictador Fujimori, fue sin duda revelador para él.

Como intelectual público, Vargas Llosa ingresó, en mi concepto, en su mejor etapa. El rigor analítico y la claridad expositiva ganaron una nueva flexibilidad, una capacidad de comprender las inconsecuencias y la corrupción espiritual de todos los ángulos —desde la izquierda, desde la derecha—, a la vez que una reafirmación de los principios que en su caso resistieron todas las variaciones de circunstancias, los embates de la historia.
Su capacidad creadora, en mi opinión, resultó fortalecida. Luego de algunos años de obras menores, su producción no se hizo solo variada e intensa sino recobró su mejor nivel. Fue el resultado de una madurez largamente trabajada que mantuvo, y quizá acrecentó, la intensidad, el fuego creativo.

En esos años de consolidación de logros y de reconocida lucidez, las escuadras del vituperio se fueron disgregando hasta la desaparición, en el caso de la ex izquierda, o el silencio, en el de la derecha geisha.

Vargas Llosa cambió, es cierto, pero muchos de sus oponentes de antaño cambiaron más, por convencimiento o por conveniencia. Su defensa de la democracia, de los derechos humanos fue invariable, a través de todas sus etapas, desde fines de los 60. Recuerdo su polémica de hace más de veinte años con Günter Grass y pienso que ahora la Academia sueca ha pasado a suscribir implícitamente —con esas extrañas menciones a la cartografía en su decisión del Nobel— la posición de Vargas Llosa a diferencia de lo que fue en el pasado. El tiempo confirmó pensamientos y, sobre todo, coherencias.

Y no se diga de Alan García. El presidente de hace veinte años ha pasado por metamorfosis somáticas e intelectuales tanto de eje como de volumen. Los enemigos jurados de antaño tienen hoy una relación de respeto (por lo menos formal) y de diálogo.

Las estrategias cuidadosamente ploteadas, sufrirán cambios o desactivaciones por efecto del factor Nobel

La influencia del juicio de Vargas Llosa en las decisiones del presidente García, es considerable. Como se recuerda, Vargas Llosa llevó a García a cambiar de posición, de un momento al otro, tanto en el caso del Lugar de la Memoria como en el de la derogatoria del DL 1097.

En ambas circunstancias, por el efecto de su prestigio y lucidez, Vargas Llosa derrotó, con una sola acción, maniobras largamente trabajadas por la derecha fascistoide y encomendera (me he prestado esta última expresión del ex ministro Luis Carranza), que había ganado posiciones de gran influencia en el entorno y la toma de decisiones de Alan García.

La gravitación pública de Vargas Llosa se acrecentará sin duda luego de la entrega del Premio Nobel y de lo que será después su llegada en triunfo al Perú. Tanto en las decisiones que García tome o deje de tomar como, sobre todo, en la opinión pública.

Doblemente interesante, porque esa etapa sincronizará con la campaña presidencial, que será hobbesiana: corta y brutal.

Ahora, sin embargo, los planes, las estrategias cuidadosamente ploteadas y, en más de un caso, complotadas, sufrirán cambios o desactivaciones por efecto del factor Nobel.

¿Qué grupo político sufre y sufrirá más por el Premio Nobel que recibe Vargas Llosa? Los invito a examinar las sonrisas congratulatorias y ver cuáles son las más acalambradas, cuáles no pueden silenciar el rechinar de dientes ni enmascarar el rictus de cólera.

El gran perdedor es el fujimorismo y la coalición ya mencionada de fascistas y encomenderos —a la que hay que sumar los cleptócratas de antaño— que ya forman tras el estandarte geisha.

Contaban con García, contaban con los medios, con buena parte del empresariado económicamente más poderoso. Tenían (y tienen) también a buena parte de los medios con los mismos dueños que apoyaron el golpe de 1992, con los periodistas domesticados por el fujimorato en reencauchado protagonismo, y con algunos actores y actrices que ayer fueron fujimoristas sin poder en los medios y que ahora lo tienen mientras disimulan mal su fujimorismo.

La campaña presidencial iba y va a darse bajo dos parámetros centrales: brevedad y contracampaña.

La reciente contienda electoral de municipios y regiones fue a la vez un prólogo, un ensayo y un experimento de lo que se viene. Sus enseñanzas confirmaron, me parece, las estrategias previamente planeadas por los principales actores.
La brevedad de la campaña hace que quienes pueden usar mejor la intensidad y el manejo del tiempo tengan mejores posibilidades. Eso beneficia, en particular, a quienes tengan más recursos y mejor masa de maniobra mediática.

Hasta unos pocos días atrás, quienes tenían, de lejos, la mayor fuerza en ambos sentidos eran los de la coalición fujimorista-montesinista. Tenían clarísima influencia con el propio García, el apoyo apenas solapado de los empresarios más poderosos y una potencial juggernaut mediática, con aliados de peso que antes no existían. Por ejemplo, Baruj Ivcher en Frecuencia Latina y Martha Meier (como cabeza visible de ese sector) en el grupo El Comercio.

La propuesta, en esa corta campaña, iba a ser, me imagino que todavía será, presentar a Keiko Fujimori como la versión kinder and gentler de su padre, pero a la vez como la única garantía de mantener las reglas de juego de una exitosa economía con el orden social necesario para permitirlo.

Los oponentes a esa campaña iban a ser diezmados a través de fulminantes contracampañas.

Es que cualquier estratega de campañas electorales medianamente competente sabe que desde 1990 todas las elecciones importantes han sido decididas por contracampañas. Sin excepción.

La contracampaña será en esta elección tanto o más importante que en los procesos anteriores. La decisión en el voto va a ser antes por negación de las alternativas que por afiliación por figuras o programas.

El análisis de perspectivas, entonces, debe evaluar la capacidad y la vulnerabilidad de cada candidato frente a la inevitable contracampaña.

Luis Castañeda Lossio entra a la campaña con una posición favorable en las encuestas, pero con los antecedentes de tener mandíbula de cristal frente a los ataques, como sucedió el año dos mil. Quizá me equivoque, pero no le veo capacidad de resistir una contracampaña de acusaciones medianamente intensas. Y las que se vienen serán mucho más que eso.

Ollanta Humala es el rival favorito para la segunda vuelta de los otros candidatos, con la excepción, me parece, de Toledo. Keiko Fujimori necesita enfrentar a Humala y supongo que Castañeda preferiría también ese escenario. Toledo, en cambio, preferirá enfrentarse a Fujimori.

Toledo eludió los efectos más tóxicos de las contracampañas del dos mil manteniéndose detrás de Andrade y Castañeda hasta el naufragio de ambas candidaturas. Luego sorprendió al SIN con la fuerza de su atropellada a último momento. Y después mantuvo el efecto sorpresa tomando decisiones inesperadas.

Ésa es una de las razones, imagino, por las que Toledo tarda en anunciar su candidatura y se prepara para otra campaña muy corta, que probablemente empezaría a mediados de enero.

Pero, a diferencia del dos mil, el estilo operativo de Toledo es ahora conocido. Sus posibilidades de sorprender son, por ende, limitadas. Él tiene que seguir una ruta determinada de campaña, y estoy seguro de que los fujimoristas y las geishas de ayer y de hoy tienen precalculado el momento, tema y secuencia de los ataques. Las lecciones de qué funciona y qué no funciona han sido extraídas de la experiencia de esta última elección.

Creo que los ataques más fuertes y virulentos serán contra Toledo. Y serán personales. No contra su Gobierno ni, salvo excepciones, contra sus colaboradores, sino contra él.

¿Qué posibilidades tendrá Toledo de resistir? Depende de dos factores. El primero es interno: la calidad de su estado mayor y de los operadores de campaña. La del 2001 (antes que la del dos mil) demostró que si un grupo competente de colaboradores se encarga de responder a los ataques y de contraatacar con eficacia, la campaña puede ser neutralizada.

Si, en cambio, él mismo responde, o si lo hace alguna de la gente que lo rodeó luego en el Gobierno, su precariedad será mayor que la de un ciclista en la vía expresa. Recuérdese que Toledo, y esos colaboradores, se las arreglaron para convertir un nivel alto de popularidad inicial en una abrumadora desaprobación durante la mayoría de sus años en el Gobierno.

El segundo factor es externo: la influencia del Nobel de Literatura en la inminente campaña. Estoy seguro de que Vargas Llosa se pronunciará inequívocamente sobre el peligro de que el Perú recaiga en una dictadura. Y su voz tendrá, en esta ocasión, un efecto multitudinario.

Esta vez no se atreverán a atacar a Vargas Llosa, pero imagino que tratarán de ignorar sus mensajes y opiniones respecto del proceso electoral. ¿Lo lograrán? No lo sé. Creo que habrá una confrontación de medios con un balance de fuerzas aparentemente muy favorable al fujimorismo.

Esa apariencia puede ser engañosa. En el dos mil parecía abrumadora y, sin embargo, fue exitosamente contrarrestada.

Si, pese a sus defectos y fragilidades, Toledo emerge como el candidato de las fuerzas democráticas para una votación decisiva entre democracia y dictadura; y si está bien asesorado —algo indispensable en su caso—, sus posibilidades de ganar son altas.

Pero todavía no está del todo claro que Toledo sea el único candidato de las fuerzas democráticas. Eso se definirá en el inicio de la campaña y la contracampaña, y se definirá con rapidez.

Entonces, en medio de lo que, repito, será una campaña corta y brutal, la voz del peruano que hoy representa mejor que nadie la percepción de éxito, de triunfo y de progreso en el país, se escuchará en defensa ardorosa de los dos factores fundamentales para nuestra nación: la democracia, la libertad.

fuente: http://www.revistaideele.com/idl/node/722


Entrevista con Juan Carlos Tafur
Patricia Wiesse / Gerardo Saravia

El periodista que funda un diario cada cinco años, del que se dijo que inventó a Humala, el que se declara liberal de derecha con corazón de izquierda. Mordaz, temido, controversial, pero siempre interesante.

—En las últimas elecciones no se esperaba el rápido ascenso de Susana Villarán, pero tampoco la estrepitosa subida de Lourdes Flores la última semana. ¿A qué se debió esto último?
—En política no puedes dejar de responder. Si el día que Lúcar sacó en su programa la supuesta denuncia de la vinculación de Paniagua con el montesinismo, éste no le hubiera respondido y carajeado en público, al día siguiente Valentín Paniagua era vacado de la Presidencia.  Susana se demoró dos días en responder.

—¿Qué es  Susana como fenómeno electoral?
—Es una voz de cambio que se da desde hace décadas en todo el país y no se escucha. Pero Susana tiene que ser muy consciente de que su votación es prestada. No ha ganado la izquierda, ideológicamente hablando. Dependerá de su gestión y de su éxito administrativo si ese voto se convierte en endose ideológico.

—Se ha empezado a hablar de la recomposición de la izquierda. Lauer ha dicho que asistimos a una nueva legitimación de la idea genérica de izquierdismo.
—Creo que sí, pero también hay un riesgo enorme. Si se reedita la experiencia de Izquierda Unida sería fatal para la izquierda. No creo que ése sea el mensaje que le esté dando la población. Y sería un error recurrente, porque la izquierda no supo leer a ese pueblo que se sentía representar. La derecha lo escuchó mejor en varios momentos de las últimas décadas.

—¿Entonces qué debería hacer Susana?
—Susana Villarán debería refundar la izquierda en el Perú: una izquierda liberal, democrática, moderna, que recoja las banderas que la derecha ha arreado. Las experiencias liberales más exitosas en el mundo han sido conducidas por la izquierda.

—¿Las inicia la derecha y las consolida la izquierda?
—La derecha inicia la labor de demolición del Estado populista; es un buen equipo de demolición, rompe los muros, lo que hizo Fujimori en el Perú. Pero la arquitectura institucional no la ha hecho la derecha. Ése es el destino que debiera seguir Susana Villarán. Me parece que eso lo tiene claro. Lo que me temo es que mantiene viejos tics de hermandad, de cooperación. No me explico de otra manera cómo puede haber convocado a gente del MNI.

—¿Tanto así?
—Sí, son como el agua y el aceite. La izquierda liberal, de mercado, no tiene ni el punto de roce con una izquierda marxista.

—¿Por ejemplo, una alianza Javier Diez Canseco-Susana la ves tan jalada de los pelos?
—Yo la veo más disímil que una alianza Susana Villarán-Hernando de Soto. Si Susana Villarán convoca a De Soto, él estaría feliz con una alianza o una candidatura conjunta.

—¿Con qué sectores se podría aliar Susana para elaborar una lista y tener una bancada?
—Con la izquierda que participó en el Gobierno de Toledo. Lo que la derecha liberal hizo con Fujimori la Izquierda lo hizo con Toledo, y tuvieron una experiencia de gobierno importante. Yo creo que de ahí han salido las dos tecnocracias más eficaces que hay en el Perú, tanto de derecha como de izquierda.  

—¿Tú has votado por Susana Villarán?
—Yo he votado por Susana Villarán, pero si ella estuviese aliada con Javier Diez Canseco, yo no estaría con ellos. En este momento, Susana tiene el mercado liberal abierto y hay un sinfín de gente dispuesta a sumarse. Si a mí me interesara la política, no tendría remilgo alguno en sumarme.

—¿Por qué el cuco de Javier Diez Canseco?
—No es porque sea un cuco; al contrario, yo siempre lo he respetado. Es más: he dicho que si no existiera Javier Diez Canseco, habría que crearlo. Por su honestidad, por su valía. Pero ideológicamente ha cambiado para peor. El chavismo y el nacionalismo son el virus que ha malogrado la posibilidad de renovación de la izquierda. El populismo es al socialismo como lo kitch es al arte. No sé qué hacen Beto Adrianzén y Nicolás Lynch con Humala en vez de estar con Susana Villarán. No le encuentro sentido.

La cantidad de empresarios que dicen extraoficialmente que son llamados por voceros vinculados al Gobierno y que les piden dinero a cambio de no ser fastidiados, es impresionante.

 —¿Y dónde quedaría el otro grupo de izquierda tradicional?

—Con una participación minoritaria que ojalá evolucione del chavismo, del populismo en el que se ha metido y que se avoque a sus banderas originales. En el mundo se está revisando la vuelta al leninismo como una opción genuina de la izquierda, y me parece legítimo.

—¿Nunca fuiste fujimorista?
—Ideológicamente no; que muchas acciones del Gobierno de Fujimori me entusiasmaron, sí. El shock económico, la apropiación de la legitimidad popular desde una opción derechista, cosa que no había hecho antes un líder de derecha. Pero yo me distancio. El golpe de 1992 me costó mi alejamiento del periodismo por un buen tiempo. Yo trabajaba en la página editorial de Expreso y el 5 de abril escribí mi artículo de protesta y lo llevé el 6, pensando encontrarme con una trinchera democrática de lucha en contra del golpe, y los encontré chupando, estaban celebrando.

—Quienes comparten tus ideas —al menos Bayly— van a votar por Keiko. ¿Te seduce Keiko?
—Para nada. Entre los cuatro que hay con posibilidad, yo me inclino por Toledo, a pesar de que fui híper crítico de su gestión.

—Se dice que tu periódico es de Toledo y que le hará la campaña.
—Es otra de las cosas que dice Aldo Mariátegui, quizá con un guión que le han mandado por fax desde Palacio. Los dueños son dos empresarios, Francisco Gonzales, un banquero que es verdad que fue ministro de Agricultura de Toledo, y Carlos Ferreyros, un consultor. Por más que yo crea que la mejor opción de los cuatro candidatos en el escenario electoral es Toledo, no va a ser un diario de propaganda.

—¿Consideras a Toledo como el mal menor?
No, es la mejor opción. Keiko Fujimori sería un retroceso para el Perú. Aun si rescata lo mejor del fujimorismo, los Yoshiyama y compañía, es un esquema que ya cumplió su papel. Ya el Perú pagó esa factura. Reincidir en lo mismo no tiene sentido.

—¿Por el autoritarismo, por la corrupción?
—Por el autoritarismo sobre todo. La corrupción es un mal generalizado; es más: este Gobierno me parece más corrupto que el de Fujimori. Más escandaloso ha sido el otro por los vladivideos. Ahora, los casos de corrupción no se pueden probar porque Alan García ha sido muy astuto y ha optado por el modelo Salinas de Gortari. Yo no sé si él estará involucrado directamente, pero la cantidad de empresarios que dicen extraoficialmente que son llamados por voceros vinculados al Gobierno y que les piden dinero a cambio de no ser fastidiados, es impresionante. Aquéllos que no pasan por el aro son hostilizados legal, tributaria y penalmente. Conozco casos directamente, pero no se atreven a contarlo. Les han pedido 2 millones de dólares de cuota, aporte a la causa, y cuando no lo han hecho los han reventado. El Gobierno ha tercerizado la coima: ya no necesita robar directamente.

—Pero tú votaste por Alan García, lo consideraste el mal menor.
—Creí que tenía la convicción de hacer algunas reformas liberales, no pensé que se iba a convertir en el mejor representante de la derecha peruana. García siempre anda retrasado con respecto a la historia y termina siendo una caricatura. Los empresarios nunca han estado más dichosos que con este Gobierno que les da todo.

—A Diez Canseco no tienes que inventarlo, pero sí se te acusa de haber inventado a Ollanta Humala. ¿Reconoces su paternidad?
—Me halaga el ego, pero ¿quién soy para inventar a alguien? Yo soy amigo de Humala desde la infancia. Hemos sido compañeros de barrio. Los partidos de fútbol de los domingos eran los Tafur versus los Humala, en Valle Hermoso, Monterrico. Ollanta es un fenómeno propio; eso lo vi cuando viajaba a provincias. Con 10 portadas no invento a nadie. No tenemos la capacidad de destruir a nadie. Con Ollanta y Susana Villarán se demuestra que cuando los medios atacan masivamente a alguien al final lo terminan favoreciendo.

—Mientras tanto, ¿qué proceso atraviesa la derecha ?
—La derecha ha involucionado brutalmente. De lo que pudo ser un embrión liberal se ha vuelto radicalmente conservadora en todas sus expresiones. Mientras más conozco a la derecha, quiero más a la izquierda. Honestamente, no me siento cómodo con mis supuestos compañeros de ruta que tienen conceptos del siglo XIX en todos los aspectos: morales, religiosos, ideológicos, de tolerancia, de pluralidad, inclusive de democracia. Las banderas de la democracia eran propias de la derecha cuando la izquierda no creía en ella. Se las dejaron arrebatar al plegarse al fujimorismo. Hoy las banderas de la libertad y del liberalismo también se las van a dejar arrebatar por la izquierda, porque se ha convertido en una derecha pradista, odriísta. Qué mejor expresión que el Gobierno actual: el APRA se ha convertido en el gran partido de la derecha conservadora. El PPC ya dejó de ser un partido de abogados y tecnócratas para ser un partido de lobistas.

La bronca con Aldo Mariátegui

—Aldo Mariátegui dice que es liberal al igual que tú. ¿Tienes alguna afinidad con él?
—Ninguna. Él no es liberal; es de derecha conservadora, reaccionaria.

—¿De dónde viene esa bronca?
—La inicia él. Cuando lo botan de El Comercio, yo lo acojo como colaborador en Correo, y cuando renuncio entre los nombres que sugiero estaba el de él. Luego, por instrucción de sus jefes (los Agois), que se habían resentido conmigo porque me había ido, Aldo empieza a insultarme y agredirme. Eso me pareció lo más bajo, lo más miserable en una persona. Más invento mío es Aldo Mariátegui en términos periodísticos que Ollanta Humala y, a pesar de eso, no le importó un comino; acatando la orden del patrón, como cualquier perro obediente, se dedicó a insultarme y a mentir. De ahí surge la rencilla y en mi caso es irreversible.

En privado

—¿Con quién te llevarías mejor: con alguien de extrema izquierda o con uno de extrema derecha?
—Prefiero dialogar con uno de extrema izquierda. La extrema derecha me repele, a pesar de que en el espectro estoy más cerca. No tengo nada que hacer con esta gente que odia a los homosexuales, racista, clasista. La derecha en este país es bien lamentable a comparación de otras. Es inculta, ignorante, primitiva, conservadora, retrógrada en todos los términos.

—¿Aficiones?
—El fútbol. Soy hincha, socio y dirigente de la U. Me gusta leer. Leo sobre política, psicoanálisis. Me gusta la pintura: Llona, Chávez, Navarrete. Viajar dentro del Perú y afuera.

—¿Eres anticlerical?
—A pesar de que vengo de un colegio de curas. Soy ateo. Me fascina el arte religioso, la historia de las pugnas de la Iglesia, pero no soy católico desde que terminé el colegio.

—A ver hasta dónde llega tu liberalismo. ¿Cuál es tu opinión sobre la piratería?
—Para decirlo en términos ideológicos: es un acto de sublevación frente al autoritarismo represivo de la SUNAT.

Recuadro

El joven turco

—¿Tú formaste parte de los jóvenes turcos?
—Sí, con Federico Salazar, Mario Ghibellini, Álvaro Vargas Llosa. Cuando surge el Movimiento Libertad, una parte de los jóvenes turcos se mete abiertamente a la militancia, otros estuvimos cercanos. La experiencia con Hernando de Soto también fue aglutinante: muchos trabajamos con él en el ILD. En El otro sendero tuvimos participación directa. Luego vino la bronca entre Vargas Llosa y De Soto.

—¿Por qué fue?
—Entiendo que, aparte de los egos y de que ambos se suelen pelear a muerte con sus propios amigos, Hernando de Soto nunca le aceptó que se asociara al PPC y AP. Él creía que debían ir solos con una propuesta independiente y Vargas Llosa creía que no, que era necesario.

—¿Y tú estabas más cercano a la posición de De Soto?
—Sí, yo fui muy crítico. En la familia Vargas Llosa hay un index donde ponen a las personas a las que condenan al alejamiento y a mí me pusieron ahí por un buen tiempo.

—¿A qué político has admirado o respetado?
—Qué difícil. Yo tenía admiración por Ernesto Alayza Grundy, pero más como persona que como político. También por Enrique Chirinos Soto, pero más como periodista que como político. Reconozco que fue una torpeza de su parte unirse al fujimorismo.

—¿Cómo llegaste a La Prensa?
—Yo estudié psicología y filosofía. Iba a ser psicoanalista, pero no, soy psicólogo clínico. Durante años tuve mi consultorio, pero me vio obligado a optar. En la PUCP, Ghersi fue el organizador de la Alianza Democrática Universitaria que agrupaba a liberales, acciopopulistas, pepecistas y fachos. Y ahí conocimos a Federico Salazar. El diario La Prensa lo dirigía su padre, Arturo Salazar, y nos fue convocando. Se amplió un poco más, entró Pablo Cateriano, que también era joven turco, y Jaime Bayly, que era un poco menor.

—¿Sigues siendo amigo de Bayly?
—Supongo. A veces me quiere, a veces me odia. En su último libro me mata. Yo soy uno de los personajes que asesina. La razón es que cuando escribía en Correo le cambié su columna de domingo a lunes. Entonces un rencor ha hecho que me asesine literariamente.

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