Edicion 2140 30Jul2010
Los 4 Suyos Marcaron la Historia… y (Quizá) el Futuro
Quizá porque el tiempo sea, al fin, una enfermedad, se perciba como alivio la nostalgia. Caminé en estos días por los lugares que miles recorrimos hace diez años, en la Marcha de los Cuatro Suyos, y no tuve nostalgia sino orgullo por quienes marcharon en esas jornadas brillantes y luctuosas. Y pensé también que la memoria se convertía en predicción.
Aquellos meses del año dos mil fueron irrepetibles. Yo había vuelto a mi Patria después de casi ocho años. No había sido una ausencia absoluta, pues llegué varias veces, por pocos días, para reportajes puntuales, para eventos de la oposición democrática y para despedir en la tumba a seres queridos.
Pero era la primera vez que venía a quedarme por meses y también la primera en todos mis años de periodista en los que había tomado una licencia de mi condición y cargo (era director asociado de La Prensa, de Panamá), para venir a sumergirme en la lucha contra la dictadura, como asesor del candidato de la oposición democrática, Alejandro Toledo.
Toledo le había aflojado las muelas a la cleptocracia de Montesinos y Fujimori, con una inesperada contundencia en la primera vuelta, y ahora enfrentaba la campaña de la segunda frente al régimen gangsteril que se gobernaba por una única regla: la trampa. Para quienes luchamos –al comienzo como minoría– contra la dictadura desde el momento que usurpó el poder, el masivo fervor que convocaba Toledo nos indicó que quizá había llegado el momento de la confrontación final contra aquella.
Por eso, cuando Toledo me pidió que viniera a ayudarlo en la campaña, la decisión, aunque no fácil, fue inevitable. Pedí y conseguí la licencia de La Prensa, anuncié que dejaba de ser periodista hasta nuevo aviso y me vine a Lima.
Fueron meses intensísimos. El estado mayor de la campaña era relativamente pequeño, diverso y a veces contradictorio. Desde el comienzo me quedó claro que habría que lidiar con inconsistencias y contradicciones varias. Y vaya que las hubo.
Pero junto con eso, había tal fuerza, intensidad, energía, que las jornadas casi se juntaban entre sí, el descanso era mínimo pero virtualmente no existía la fatiga. El entusiasmo en las calles, en los pueblos era, por momentos, sobrecogedor. No he visto nada parecido antes ni después. En Lima se armaba mítines con dos o tres horas de aviso previo, y se llenaban las calles y las plazas. En provincias, la gente esperaba congregada horas de horas hasta que llegara Toledo. En el sur, por ejemplo, hubo mítines hasta en la madrugada, con las poblaciones agrupadas bajo el sereno para escuchar al candidato con el que se había establecido un vínculo mucho más profundo que el que expresaban las palabras enronquecidas y los conceptos repetidos a lo largo del día, de pueblo en pueblo. Me parecía, viendo su entusiasmo, que la gente lograba abrir en ese corto lapso una ventana hacia su propia fuerza, a su capacidad y su promesa.
Cuando llegué, los entonces asesores del candidato insistían en no atacar a Fujimori. A Montesinos ni siquiera se lo mencionaba. Había incluso una propaganda en la que Toledo tenía como fondo el Palacio de Gobierno y hablaba esencialmente de perfeccionar el gobierno de Fujimori.
Me consta que a Toledo le disgustaba esa posición que se presentaba como necesaria para el éxito de la campaña. El pueblo la cambió. Desde Sicuani hasta Chimbote, la gente no temía (a diferencia de casi todos los políticos entonces, a quienes la posibilidad de enfrentarse con Montesinos les provocaba estrujamiento de vísceras y palpitar de válvulas) mencionar a Montesinos junto con Fujimori y llamar por lo menos ladrones a los dos.
En lo más enconado de la campaña, Toledo decidió no presentarse a la segunda vuelta, pero mantener la movilización y transformarla en lucha por la democracia. No me parece que haya sido una decisión fácil. Muchos –yo fui uno de ellos– no estuvimos de acuerdo, por razones muy diferentes en cada caso, y tratamos de persuadirlo para presentarse en la segunda vuelta. Toledo arguyó que el fraude estaba totalmente organizado, y que al presentarse iba a legitimar la victoria de los bribones en el poder. Diez años después, resulta todavía difícil saber qué hubiera sucedido en caso de presentarse (¿hubiera tenido la misma fuerza una movilización contra el fraude si se lo llegaba a probar?), pero no cabe duda que la decisión de retirarse, respaldada por la intensa movilización de los ciudadanos, desembocó en la caída de la dictadura.
A partir de ese momento, la apasionada acción política que galvanizaba a la nación dejó de ser competencia por una contabilidad previamente trampeada de votos, y pasó a ser en los hechos la campaña para derrocar a la dictadura de gangsters y espías.
¿Pero cómo se lo iba a hacer? El montesinato tenía controladas y corrompidas a las Fuerzas Armadas, un aparato hipertrofiado de espionaje, el apoyo de los grandes empresarios, de las multinacionales, el control de los principales medios de comunicación, incluyendo a sus degenerados dueños... Uno de los enviados oficiosos del SIN, de los que nunca faltan en ese tipo de conflictos, nos transmitió el siguiente mensaje: “Ustedes vuelan en Cessna, pero nosotros ya volamos en el Concorde”. Todavía no se había caído el Concorde.
Pero nosotros los sacamos de las calles. Semanas antes de la Marcha de los 4 Suyos, Fujimori ya no pudo hacer campaña, ni solo ni con el monigote articulado que bailaba el “chino, chino” e iba de candidato a la vicepresidencia. En Ayacucho, Chimbote y Arequipa, la gente expresó su repudio con tal fuerza que Fujimori y sus huestes abandonaron las plazas, las calles.
Estábamos comprometidos con una estrategia de no violencia en la protesta –poderosa cuando se lleva bien, pero difícil de controlar– que alcanzó una virtuosa sincronía con la forma espontánea de acción de los pueblos movilizados: marchar, protestar, ocupar, pero no destruir.
En esas semanas, la oposición democrática logró niveles inalcanzados (antes y después) de unidad. Para lograrlo fue decisivo, sobre todo, el ex presidente Fernando Belaunde. Se discute y se discutirá sobre la calidad de Belaunde como Presidente: algunos lo consideran excelente, otros indeciso; pero cabe poca duda que como ex presidente fue uno de los mejores, si no el mejor, en nuestra Historia. A la par, Toledo se manejó como líder de la oposición democrática con un tacto y consideración extraordinarios. Se dio tiempo para que todos, hasta los líderes máximos de partidos mínimos, fueran respetados y atendidos, en medio de las grandes movilizaciones, que no pararon en ninguna de las semanas anteriores a la Marcha de los 4 Suyos.
Despedimos a quienes marchaban a la capital en Cusco, en Iquitos... el fervor, la energía, eran inmensos y duraron las distancias y los obstáculos antes de llegar a Lima y llenar, con otras decenas de miles de peruanos, el Paseo de la República, en una de las más grandes manifestaciones en nuestra ciudad.
Y el día siguiente, 28 de julio, la gente marchó y luchó con el valor de la no violencia. Marchó Valentín Paniagua, Víctor Delfín y aquella señora en la silla de ruedas más brava de la historia. Marcharon apristas e izquierdistas, estudiantes y sindicalistas, entre el humo de los incendios y las nubes de gas. Toledo y los líderes políticos y sindicalistas marcharon, lideraron, cumplieron. El 29 Fujimori, Montesinos y sus cómplices se encerraron en el Pentagonito. Abandonaron las calles. Ya estaban psicológicamente derrotados. Lo demás vendría por añadidura, como prontamente llegó.
Diez años después sé que si hay algo de lo que jamás me arrepentiré y de lo que estaré orgulloso hasta el día de la muerte, es haber participado en esas jornadas y haber contribuido al derrocamiento de uno de los regímenes más tóxicos que hayan infectado nuestra nación.
¿Qué pasó después? En el gobierno, la marcha se atolló, perdió tracción. Toledo estuvo lejos del presidente que debió ser y García caminó las tres cuartas partes del camino a la traición de su mandato democrático. Como en 1990, intenta legarnos nuevamente a Fujimori.
Por eso digo que la Marcha de los 4 Suyos pudiera no ser solo un orgulloso recuerdo sino también una desafiante predicción. Costó mucho lograr la democracia para arriesgar perderla.
Si hay otra marcha en el futuro, no debería ser igual a la del dos mil. En este país de atolladeros y resbaladas, toda marcha debe ir preparada para una tracción integral, no con un cambio de velocidad por la pista inexistente sino con el progreso trabajoso pero parejo del todo terreno.
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