Thursday, August 12, 2010

[RED DEMOCRATICA] OP.: La Cámpora del 2011

 


edicion 2142  12Agosto2010

La Cámpora del 2011

En las elecciones presidenciales argentinas de marzo de 1973, Héctor Cámpora fue candidato triunfante bajo una consigna difícil de comprender en lugares que no sean la Argentina de entonces o el Perú de hoy: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. Ambas cosas sucedieron y Argentina aún no se recupera.

Aquí en el Perú, la consigna podría expresarse en forma más simple, con dos K cruzadas: “Keiko al gobierno, Kenya al poder”.

¿Sucederá? Habría que borrar la memoria colectiva junto con la individual, reemplazar recuerdos con ficciones psicosociales. La tecnología existe y la gente que planifica hacerlo también. Pero de ahí a lograrlo hay un trecho que encontrarán demasiado largo.

Empiezo, sin embargo, expresando opiniones que, me parece, no coinciden con la forma en que la mayoría de los sectores democráticos califica a Keiko Fujimori, a las razones y propósitos de su candidatura.

Me pregunto, en primer lugar, si la puedo considerar cómplice de las fechorías perpetradas por su padre y por Vladimiro Montesinos, especialmente en el asunto del pago de sus estudios.

Creo que a estas alturas nadie con un mínimo de honestidad intelectual podrá tragarse la explicación de que Fujimori costeó esos estudios con sus propios recursos. Está claro que ese dinero es parte (más bien pequeña) de los cientos y cientos de millones de dólares robados al Estado –es decir, al pueblo–, durante los años de la cleptocracia autoritaria.

Pero, ¿debe ser ese el eje en torno al cual se debata la candidatura de K. Fujimori (Keiko al gobierno, Kenya al poder)? Creo que no.

Si el verdadero candidato es Kenya y no Keiko, cuanto menos tiempo se pierda en una candidata meramente formal y nominal, será mejor para centrar la atención de la gente en los verdaderos personajes y asuntos tras la campaña por el retorno de la mafia al poder.

En ese campo, donde sobran los bribones, Keiko Fujimori tiene más atenuantes que los otros, incluyendo el prestarse a ser un vehículo tan soslayable como Cámpora fue descartable.

¿Es válido criticar a Keiko Fujimori por haber recibido dinero de su padre para pagar sus estudios sin hacer las sumas y restas básicas que la hubieron convencido de que no había de dónde sacar esa plata excepto del tesoro público? Por supuesto que lo es. Pero, de nuevo, ese no es el tema principal ni tampoco el más efectivo.

Keiko suscita simpatías por ser una hija que contra viento, marea y razón, defiende a su padre. Pocos condenan la lealtad filial, aunque choque contra pruebas y evidencias.

A la vez, pocos reprocharían a un hijo o hija no haber hecho el due diligence, las debidas diligencias para verificar la procedencia del dinero con el que el padre le pagaba la universidad en Estados Unidos. Muy pocos lo harían. Y más en un país que valora la educación (antes el título que el contenido) como medio de superación que justifica casi cualquier esfuerzo por lograrla.

Por eso creo que concentrarse en el asunto del pago de los estudios puede ocasionar más costos que beneficios en la lucha contra el retorno de la mafia. El caso no debe olvidarse, pero no debe ser en modo alguno el principal.

Me parece también que al planificar cómo enfrentar la candidatura fujimorista, debe tenerse presentes algunos hechos ciertos en la trayectoria de Keiko Fujimori.

Es verdad, por ejemplo, que ella intentó oponerse a la fuerza avasalladora que desarrolló Vladimiro Montesinos sobre todo en la última parte de la dictadura, y que en las semanas decisivas entre fines de agosto del dos mil y la caída del fujimorato, ella instó a su atemorizado padre a atreverse a despedir a Montesinos.

En otros artículos he referido cómo, para Fujimori, “deshacerse de Montesinos era tan fácil como dejar la heroína para un adicto”.

Pero, poco después de la farsesca conferencia de prensa conjunta que dieron Montesinos y Fujimori sobre el caso de los fusiles de las FARC, éste viajó a Estados Unidos. Ahí se reunió con “los entonces altos funcionarios del gobierno de Clinton, Madeleine Allbright, Arturo Valenzuela y Sandy Berger. El mensaje de éstos fue que Montesinos era dañino y que lo era en especial para Fujimori. Según una persona que asistió a esa reunión, Keiko repitió esa noche el “¿no te lo dije papá?” como un mantra. Fujimori se comprometió a tomar alguna medida”.

Ese y otros hechos revelan que en el dos mil, Keiko Fujimori buscó hacer actuar a su padre contra Montesinos, antes que éste actúe contra aquél (como, en efecto, planeaba hacer).

De manera que –a menos que haya tenido en el ínterin un cambio sobre el que no percibo evidencias– no puede considerarse a Keiko como una persona favorable a Montesinos. Quien sí ha vuelto a serlo, si es que el morse de los gestos, las miradas, las reverencias y risitas cuando se encontraron en la sala judicial dice algo, es su padre, Alberto Kenya.

Pero todas esas pequeñas virtudes son secundarias al tirarlas como ingredientes en el perol donde se cocina la campaña electoral de la mafia.

Porque para los fines de esa campaña, Keiko apenas es importante como la fachada, como la Cámpora del 2011, a la que solo se tiene para que llegue al gobierno a fin que ellos, los mafiosos, lleguen al poder.

Para efectos de gobierno, Keiko no tiene ninguna capacidad política remarcable que no sea la de hija de su papá. Su campaña tiene como fin central (me parece que virtualmente único para ella) el sacar a su padre de la prisión y llevarlo a Palacio. Lo que venga después, parece evidente, le importa poco. Pero a nosotros sí que debe importarnos a fondo.

Si Keiko es poco más que una fachada, sugiero no concentrarse en ella sino en los marioneteros. Ahí están, los cómplices de Montesinos y Fujimori, los que ayudaron a oprimir, expoliar y abusar del país. Ellos deben ser expuestos con pormenor de atestado a la luz pública y la de la memoria. Sus hechos deben ser minuciosamente recordados en la campaña, para que sean barridos en las urnas.

Porque esta no será una competencia entre fuerzas democráticas, sino, de nuevo, la lucha entre democracia y dictadura. Ya destruyeron aquella en 1992. Estoy seguro que no permitiremos que vuelva a suceder. Ni Keiko llegará al gobierno, ni Kenya llegará al poder.

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