Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, dice la vieja copla que cantaban nuestros abuelos. Aquí una reflexión sobre lo que esta fiesta puede aportarnos.
Para muchos hogares peruanos, la Navidad sigue siendo una confrontación entre la realidad y el deseo, el momento en el que las promesas de prosperidad se esfuman ante la contundencia de una mesa vacía. De ahí la íntima resistencia que surge cuando se intenta reflexionar sobre lo que puede ser esta fiesta para los que poco o nada tienen, que conforman un tercio de la población, en contacto diario con la pobreza.
Y, sin embargo, son los pobres quienes están más cerca del espíritu navideño. Cristo vino al mundo en un establo y fueron humildes pastores los primeros en saludarlo. Esta carencia de techo y abrigo, que descubre un despojo de lo más elemental, no puede sino suscitar ecos en un país con millones de pobres, aunque una deformación persistente intenta habituarnos a pensar en la Navidad como fiesta de consumo, en la que reiteramos una serie de signos importados de sociedades opulentas.
No es ese, desde luego, el significado profundo de esta fiesta, que durante siglos fue una ocasión de reencuentro a través del recuerdo de la llegada de Cristo, representada por la reunión del pleno familiar en torno a una mesa frugal. La Iglesia ha batallado sin éxito por intentar devolver a la Navidad su contenido primero de amor y paz. Compartimos esa creencia en el significado espiritual de la fecha, aunque tampoco podemos desligarlo por completo de aquello a lo que se la ha asociado con el correr del tiempo.
Por eso, para nosotros, la Navidad está ligada a la sonrisa encandilada de un niño ante un regalo. De ahí nuestra rebeldía ante la austeridad forzada que acompaña a la mayoría de ellos en una sociedad que registra abismos de desigualdad. Importa, por ello, hacer un deslinde neto entre la Navidad que nos imponen y aquella que podemos dar, haciendo acopio de esa energía positiva que existe en lo más profundo de cada uno y que se inclina a compartir algo de lo poco o mucho que tengamos.
Pero tampoco podemos engañarnos: para muchos no habrá Navidad y este será apenas otro día más en la dura lucha por sobrevivir. De allí la exigencia de una sociedad más justa y con mecanismos efectivos de redistribución. Es en nombre de esa sociedad que debemos construir y cuyas semillas se encuentran en tantos peruanos de hoy, que podemos desear a nuestros lectores una Navidad de amor en compañía de los suyos y de compromiso con los más pobres, recordando la esencia del mensaje eterno de Belén: "Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad". Trabajemos para lograrla.
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