Monday, March 31, 2014

[RED DEMOCRATICA] No. 321, Fantasmas para noches largas

 


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DIRECTOR: Gonzalo Márquez Cristo. EDITORES: Amparo Osorio, Iván Beltrán Castillo. COMITÉ EDITORIALFabio Jurado Valencia, Carlos Fajardo, Maldoror. CONFABULADORES: Óscar Collazos, José Chalarca, Marcos Fabián Herrera, Sergio Trujillo Béjar, Fabio Martínez, Fernando Maldonado, Gabriel Arturo Castro, Guillermo Bustamante Zamudio. EN EL EXTERIOR: Alfredo Fressia (Brasil); Antonio Correa, Iván Oñate (Ecuador); Rodolfo Häsler (España); Marco Antonio Campos, José Ángel Leyva (México); Luis Alejandro Contreras, Benito Mieses, Adalber Salas (Venezuela); Renato Sandoval (Perú); Efer Arocha, Jorge Torres, Jorge Najar (Francia); Marta L. Canfield, Gabriel Impaglione (Italia); Luis Bravo (Uruguay); Armando Rodríguez Ballesteros, Osvaldo Sauma (Costa Rica).

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con el asunto “Retiro”

 

Fantasmas para noches largas

 

 

Publicamos a continuación un fragmento de la deleitosa novela Fantasmas para noches largas de la escritora colombiana Martha Cecilia Rivera, recientemente publicada por la Colección Los Conjurados. El libro fue ilustrado por Ángel Loochkartt.

 

Las capas de luz se deshicieron poco a poco, sucesivas. Quizás agotadas tras finalizar un día de asuntos inciertos, una después de la otra se desprendieron despacio. No obstante, cada una desapareció de una sola vez como una paradoja intencional que se diseñó para engañar al ojo humano. Primero se descolgó el brillo. Ya nada se reflejó en nada y los objetos se vieron mustios. Después, todo se quedó igual durante un momento. De pronto se desdibujó el contraste entre los colores. Quizás cada uno se aferró a esa película invisible que los hace nítidos pero acabaron por perder la batalla de cada tarde y ahora lucieron como versiones deterioradas de sí mismos. Más adelante se esfumaron los contornos. Nada tuvo más un borde preciso, ni hubo líneas definidas demarcando dónde cada cosa comienza o termina, de la misma forma como ocurre con las circunstancias de la vida.

Ajena al deber de perder identidad entre las sombras que ya venían, una carta refulgió en su color blanco. Delgada, de una sola página, se sacudió por el temblor de unos dedos y perdió su textura lisa. Perturbado, el padre Alfredo Sagrario la leyó de nuevo. Incrédulo. En esta ocasión imprimió a cada palabra una entonación que quiso ser casual pero resultó dramática. El sonido de su propia voz no apaciguó su angustia. Vacilante, la releyó en silencio por tercera vez, o cuarta, y la abandonó sobre la mesa. Se sintió confundido. Emitió un suspiro casi a voluntad. Casi con significado. Se levantó y se desplazó a lo largo de su celda con pasos pausados. Sus piernas temblaron. Ahora se sentó en el borde de su cama. Mesó sus cabellos, respiró profundo y se levantó de nuevo. Miró en derredor sin saber qué buscar y sin razonamientos. El contenido de la carta pareció crear un eco sin palabras en medio de su cerebro. Una vez y otra, y otra y otra, en su mente reverberó una única frase con la potencia de un altavoz y causó todas las veces el mismo impacto. “La respuesta de un sacerdote”. Se sintió enfermo. Su celda pequeña de cura sin jerarquía y pobre, pareció incapaz de albergar su conmoción interna. De nuevo se sentó en su cama. Se incorporó enseguida. Se acomodó en su silla. Se levantó. Sin pausas, en forma automática. Sin sosiego. Una sensación de ahogo lo obligó a acercarse a la ventana. Casi sin aliento, la abrió por completo.

El paisaje limpio y fresco de un jardín modesto al otro lado lo calmó un poco. Amarillos y violetas, pensamientos florecientes en macetas de color de tierra lo llevaron hasta ese lugar agrícola en donde sus propias flores de seguro exhibirían ahora mismo mosaicos multicolores. Las echó de menos. Añoró el olor a campo húmedo y el sonido del silencio virgen que solo se escucha en la inmensidad inmóvil del paisaje agrario. Sintió la falta de su gente ausente. Más que todo, extrañó su antigua vida sin complicaciones, hecha del café de alverjas en las madrugadas, el ordeño a las cinco en punto y los bailes de ocasión en plena calle. No hubo en ese entonces angustias de otros para ser cargadas en su propia espalda. No se tropezó a cada día con personas condenadas a carecer de calma. Sin embargo se sintió orgulloso de su nueva existencia urbana y agradeció la gran oportunidad de su vida, vivir en un lugar cosmopolita y tener experiencias nuevas todos los días.

Observó de nuevo el jardín con sus pensamientos y supo que quería quedarse en la gran ciudad por siempre. A pesar del pueblo que ya no volvió a ver. A pesar de las nostalgias de algunos días. A pesar de la gente de la vida urbana con todo y sus cartas extrañas. “¡La carta!” La melancolía se esfumó, y también sus reflexiones, para darle paso a su realidad urgente. Sintió su sacerdocio, durante un segundo, como un peso enorme. Se hizo sacerdote para infundir en las personas su propia confianza en un amor mayor que el de la especie humana y quiso hacer de su ministerio un mensaje de orden en el universo que ahora desafiaba una carta de alguien de nombre Rebeca Hidalgo. Breve y directa. Provocadora. Lo único que acudió a su cerebro cuando la leyó la primera vez fue un pensamiento hereje: “Necesita consultar a un brujo”. Lo rechazó con energía, casi con las manos, pero la idea persistió, insistente. Intimidante. Inaceptable. “Se requiere de un brujo”.

Tembloroso, leyó la misiva varias veces más sin lograr discurrir nada distinto. Supo que un sacerdote no podría recomendar un brujo en ninguna circunstancia ni en ningún momento. Su ansiedad aumentó rápidamente. Se arrodilló en su reclinatorio y rogó por inspiración divina. Meditó. Rogó de nuevo. Regresó a su escritorio y estudió otra vez la carta con su ortografía impecable y sus letras bonitas. Volvió a sentirse perplejo. Ninguna respuesta digna de su ministerio se formó aún entre las células de su cerebro. Buscó en vano en su memoria alguna historia semejante. Rostros de muchas personas llenas de preocupaciones, junto a sus historias y sus desenlaces, poblaron su mente pero no ofrecieron pistas. Tampoco encontró recuerdos de haber discutido el asunto durante su tiempo, todavía reciente, en el seminario. Nunca preguntó al respecto. No pensó, sencillamente, en ese tema. Sin saber qué hacer, preguntó para sí mismo qué clase de gente podría ser Rebeca Hidalgo.

 

Martha Cecilia Rivera. Narradora y poeta. Nació en Bogotá, Colombia, en 1959. Estudió Psicología en la Universidad Nacional y obtuvo un grado de maestría en la Pontificia Universidad Javeriana, ambas en su ciudad natal. Actualmente vive en Chicago, U.S.A, donde escribe acerca de literatura para varios periódicos y revistas. Su producción literaria ha sido publicada en múltiples antologías en Estados Unidos, Colombia y España. Sus poemas han sido seleccionados para presentaciones en algunos de los más importantes eventos literarios en su ciudad de residencia (Palabra Pura, Poesía en Abril, Guild Literary Complex) y han ganado varios reconocimientos internacionales (La fuerza de la palabra, Argentina, 2013). Entre su narrativa se encuentran la novela Fantasmas para noches largas y el volumen de relatos Ópera de un hombre que buscaba, actualmente en proceso de publicación.

 

 

Cuando la imaginación nos acusa

 

 

 

Por Marcos Fabián Herrera


A Ray Bradbury debemos que acuarelas de fantasía nos hayan hecho reflexionar sobre la deshumanización de la ciencia y el desvanecimiento de las fronteras éticas. El desenfreno en la experimentación científica y la hegemonía de la técnica, nos ha recordado vaticinios gestados en la fecundidad literaria: Un mundo panóptico controlado por un ojo ciclópeo que escudriña a los humanos sin empacho; urbes narcotizadas y sometidas al culto frívolo que imponen humanoides; y cuadrillas de hombres empecinados en incinerar todo vestigio libresco en la tierra, son apenas algunos de los atisbos que la literatura ha osado en dibujar sobre los inciertos días del futuro.

Pero también los ensayistas han diseccionado el tema. Quizás una de las nostalgias más enquistadas en la reflexión contemporánea de los pensadores de la cultura sea la del acervo letrado que se diluye en medio del barullo de esta época sin asidero; la supremacía del fragmento, la fugacidad del dato y la eclosión de alfabetos torpes y formatos multidimensionales, dejan perplejos a los cofrades de Gutenberg.

El Desmemoriado de Fabio Martínez, ficción de sangre Braudburiana, ha tenido como umbral un señuelo propio de la lúdica literaria: Una caja de pandora que se abre la noche del 19 de diciembre del 2012 cuando Pitty introduce en el programa Novel las palabras “memoria”, “manzana” y “pitty”. Así, obtiene la novela que la agobiante vida de empleado de la multinacional memoria Babel le ha impedido escribir, y surgen las 174 páginas de este artilugio apocalíptico y crudo, premonitorio y futurista.

Pitty Caballero Santos es un profesor de la universidad nacional, que por sus habituales jornadas licenciosas, no llega a tiempo al lugar en el que se entregan las tabletas electrónicas que permiten el ingreso a la nueva sociedad virtual. Sometidos a las privaciones que genera el carecer de este artefacto, él y su esposa, Manzana Siachoque, deberán sortear  dificultades por ser seres confinados al ostracismo y desterrados de la legalidad digital.

Si el pensamiento se extingue y la información se ensancha en las múltiples formas que posibilita los atavíos de la virtualidad, tendrá pertinencia preguntar, ante la desazón del profesor Pitty que pierde su bagaje cultivado con la pertinacia propia del intelectual decimonónico:

“Para qué leer un libro si todo está sintetizado en Wikipedia; para qué pergeñar un buen verso si ya todo está escrito en la memoria de Babel y circula en la red; para qué dibujar un plano, una figura o un paisaje si existen miles de programas que hacen esto mejor tú; para qué traducir un libro si ya tienes miles de softwares que te lo traducen y lo hacen mejor que tú; para qué crear una composición musical si la puedes bajar por internet; para qué pensar si existen miles de programas virtuales que piensan por ti, ahorrándote el camello intelectual de pensar. El pensar es un camello, que para poder atravesar el desierto de la ignorancia, tiene para ello dos gibas en su cuerpo llenas de agua.”

Pero aún hay más: en esta novela de Fabio Martínez, escrita en clave humor, rasgo característico de su narrativa, la urbe poblada clones y escindida de la llanura prosaica, comarca marginal destinada a los pobres desprovistos de la sofisticación imperante, es el escenario en el que el amor deja de ser el sentimiento de mayor hondura humana para reemplazar el jadeo amatorio por el azogue de la pantalla del laptop. Si la máquina se ve empoderada de tal manera que hasta el contacto corporal se vuelve anacrónico, los Alfas, etnia virtual que propugna la extinción de los humanos y el triunfo de la inteligencia virtual, simbolizan los seres deshumanizados que ya se advierten en nuestros días. Por su parte los Betas, son hombres que pregonan el retorno a lo natural y sencillo, “para así derrotar aquel mundo quimérico y ficcional, que un día se habían inventado para fortalecer, supuestamente, las comunicaciones interhumanas”.

Tendrá que sucumbir el omnímodo sistema virtual, retornar la primigenia penumbra en la que un abrazo y un verso se permitan erizar de nuevo la piel, para que Bogotá, urbe controlada por el presidente desde su tótem de Monserrate, redescubra la gracia de lo elemental. Es por todo ello que debemos leer esta novela, para reafirmar que de la literatura siempre sale el efluvio que anuncia los malestares del hombre, y que los raudos tiempos que corren nos convierten en marionetas de una orquestada comedia virtual.

Si las buenas novelas han de llevar a los lectores a los entresijos del caos para develar los espejismos, y los libros son el último refugio de quienes desdeñan la estolidez, El Desmemoriado de Fabio Martínez puede ser la primera pócima para beber antes de caer el embotamiento mental que enajenó a Pitty y lo condenó al automatismo de los zombis.

 

 

 

I Premio Nacional de Poesía Prometeo

 

La Corporación de Arte y Poesía Prometeo declara abierta la convocatoria a participar en el concurso: I Premio Nacional de Poesía Prometeo, con el propósito de estimular la creación poética y hacer visibles obras, con gran calidad, de poetas colombianos.

 

BASES

 

1. Pueden participar poetas de Colombia, nacidos a partir de 1975.

 

2. Cada autor participa con un solo poemario de 30 poemas, escrito en español, enviando tres copias, impresas en papel bond tamaño carta, debidamente legajadas y encarpetadas. Los poemas se presentarán en fuente Times New Roman, tamaño 12 puntos, interlineado 1.5.

 

3. La portada debe presentarse así:

 

I Premio Nacional de Poesía Prometeo

Título del poemario:

Autor: Seudónimo

 

4. Presentar, en hoja impresa, los siguientes datos que deben estar en sobre sellado y firmado con el seudónimo del autor:

 

Título del poemario, seudónimo, nombre completo, ciudad, dirección de residencia, teléfonos (fijo y celular) y dirección de correo electrónico. En este mismo sobre adjuntar fotocopia de la cédula de ciudadanía.

 

5. Las tres copias del poemario y el sobre sellado firmado con seudónimo, deben enviarse en un solo paquete dirigido a:

 

Corporación de Arte y Poesía Prometeo

I Premio Nacional de Poesía Prometeo

Carrera 50 A No 60-22. Barrio Prado Centro. Medellín.

 

6. No podrán concursar poetas que pertenezcan o hayan pertenecido a la Corporación de Arte y Poesía Prometeo o que formen parte del Consejo de Redacción de la Revista de poesía Prometeo.

 

7. No podrán participar poetas que estén concursando en el I Premio de Poesía Joven Ciudad de Medellín y su área metropolitana.

 

8. El concurso no se declarará desierto y el jurado, constituido por tres poetas de reconocida trayectoria, seleccionará dos obras ganadoras.

 

9. Ni el Jurado ni los organizadores del premio tendrán correspondencia con los concursantes.

 

10. Fecha y hora límites para recepción de las obras: 15 de mayo de 2014 a las 5pm.

 

11. El fallo del jurado será publicado el 16 de junio de 2014, en la web del Festival de Poesía de Medellín.

 

12. Cada uno de los dos ganadores recibirá tres millones de pesos ($ 3.000.000) y la invitación a participar en el 24º Festival Internacional de Poesía de Medellín (19 al 27 de julio de 2014), en cuyas memorias impresas serán publicados algunos de sus poemas. El Premio no incluye la publicación de las obras ganadoras.

 

13. No habrá devolución de las obras que participen.

 

 

 

Camila Charry Noriega

 

Otros Ojos: Receloso corazón animal

 

 

Por Adalber Salas Hernández

 

Hay amplias zonas de nuestra anatomía que han sido profundamente dañadas por el quehacer poético. El cabello, los ojos, la boca, las manos, la piel entera: todos ellos dañados por la erosión que producen siglos y siglos de palabras, tallados a la fuerza hasta volverse irreconocibles. Cuesta pronunciar sus nombres escuchar eso que vemos en el espejo. Se han vuelto eso que llaman lugares comunes, espacios de nuestro imaginario que se han calcificado, endurecido, hastiado. Sin embargo, se trata de nuestro cuerpo, permanentemente dedicado al cambio, resistente a estas formas de osificación simbólica. Toda anatomía es irremediablemente imaginaria; empero, no por ello debe ser fija, inamovible. Al contrario: el cuerpo nos proporciona constantemente materia para remover y renovar nuestro universo simbólico. Su topografía, ese mapa íntimo que traza los límites de nuestra vida, está repleto de caminos que nos reclaman.

No sería exagerado afirmar que el órgano que más ha sufrido por este proceso de solidificación es el corazón. Lo cual no debería sorprendernos: es ruidoso, tiende a cambiar de comportamiento y resulta evidentemente importante para el funcionamiento del organismo. Aún así, es una víctima innegable del lenguaje. Se lo ha fijado de manera casi irremediable, haciéndolo el signo unívoco de la pasión amorosa. Gracias al marketing, a la publicidad, a la televisión, a cierto cine y a la literatura barata y floja, el corazón se ha vuelto incapaz de significar otra cosa. Uno de nuestros órganos fundamentales pareciera condenado a una mezquina vida imaginaria.

No obstante, hay excepciones, espacios donde la poesía misma, responsable de este abuso, otorga al corazón un nuevo modo de ser. Tal es el caso del poemario Otros ojos, de Camila Charry Noriega. En él, nuestro órgano apenas es nombrado, pero cuando aparece, el lector de golpe comprende: es la imagen clave de todo el libro. Se trata del verso que también da título a este ensayo, receloso corazón animal, perteneciente a uno de los poemas del conjunto. Todos los textos que conforman el libro están entregados a la tarea de dibujar los límites del sujeto que los escribe, comparándolo con figuras animales, poniéndolo a prueba en escenarios de profundo erotismo, examinando y reformulando su humanidad.

Este corazón, suerte de cifra secreta del poemario, es animal, hecho biológico craso, con medidas, volumen, pulsaciones por minuto. Un órgano que no posee un sentido, sino una función. Que sirve para algo, pero no dice nada. Que bombea sangre, marca un ritmo, pero no cuenta el tiempo ni se preocupa por los relojes. Este corazón animal nos permite entender la tarea que Charry Noriega emprende en Otros ojos, y que ya el título insinúa: observarse con una mirada ajena, extrañada, que le permita entender su calidad de ser humano desde lo animal –no por oposición, sino hallando un común acuerdo, una especie de tierra común.

En los animales que recorren estas páginas, nada recuerda a las fábulas. Los textos de Charry Noriega no poseen moraleja, no tienen afán pedagógico. Se esfuerzan por crear, en el texto poético, una zona de indistinción entre lo humano y aquello que no lo es, poniendo con ello en tela de juicio nuestra noción misma de naturaleza. No es fortuito que para realizar esta operación escoja el poema: de todas las modalidades –y modulaciones– de la lengua, ésta es la que se sostiene en sus propios límites, en la reelaboración constante de sus fronteras, colindando con lo inexpresable. Así, esta inquisición en la existencia humana es también, forzosamente, la formulación de una pregunta en torno a las capacidades del lenguaje para representar a quien lo habla. Su particular dicción poética, descarnada, contenida, realiza una suerte de recorrido que la lleva desde un lugar que podríamos llamar mundo, pasando luego por el espacio doméstico, para alcanzar finalmente el propio cuerpo, encontrando también en él un reducto de opacidad, una extranjería inexpugnable.

El eje de esta alteridad es el cuerpo, pero no visto desde aquellos lugares comunes a los que me refería al principio, formaciones imaginarias que lo fijan, que lo vuelven seguro, transitable. La voz de estos poemas nos presenta un cuerpo fundado por su negatividad, incapaz de plegarse a la norma: con cada verso va inspeccionando sus bordes, intentando redescubrirlo, sorprender sus zonas inexploradas.

Charry Noriega abandona las capas superficiales de las leyes que nos regulan para alcanzar nuestros estratos más profundos, menos visitados, usualmente ocultos. Aquel receloso corazón animal que mencioné sostiene allí su pulso, persiste en su latido, recordándonos que no tenemos que conformarnos con lo que se nos ha enseñado que somos, que existe una complicidad con el mundo que nos rodea, animado o inanimado, animal, vegetal o mineral, que nos permite reimaginarnos, devenir –para usar una palabra cara a Deleuze– una criatura ajena, distinta: dar una nueva configuración a nuestro universo simbólico. Movilizar los límites de lo humano, hacerlos difusos, transformarlos en puertas hacia lo ignoto, hacia la existencia en un sentido pleno, como dice en otro de sus poemas: todo sigue siendo la vida / bajo la lengua fría del hambre.

 

 

20.

Se abre la tarde; un río.

En su hondura vacilan mis ojos

que temen la entraña de la tierra

su lengua que lamerá mi vientre

y me vaciará de memoria.

 

 

36.

Murió, la semana pasada, mi perro.

Lo simple reconoce en el espíritu su morada.

Pasan los días y sus noches, le oigo aullar desde su paz.

Desde mis manos, la ausencia de su hocico

cubre el sitio donde durmió.

Bajo la lluvia todo parece menos cierto

y a veces un temblor en mi puerta

me obliga a creer que me sigue

que olfatea mi tristeza y busca mi mano

para lamerla otra vez.

Eso quiero creer

porque la bondad del mundo no puede ser tan poca

porque reconozco su vida, la que fue

como una señal cierta y firme

de una voluntad que acerca, definitivamente,

lo poco del mundo que de verdad nos premia.

 

 

 

 

CARTAS DE LOS LECTORES

 

 

POEMARIOS MONOTEMÁTICOS: Hace unos días, en Mérida ciudad donde vivo, me encontré con un galardonado escritor que estaba terminando un libro de 80 poemas sobre las esporas. Debo aclarar que el año pasado escribió uno de 70 textos sobre las mariposas. Tal vez luego lo haga sobre las pestañas. Recuerdo que Borges escribió un par de poemas sobre los tigres pero no nos fastidió con un centenar de textos sobre ese tema. Yo me pregunto si la poesía se volvió homogénea y si para ganar los concursos es necesario escribir numerosos textos sobre una misma flor. ¿No ha caído  la poesía en un simple ejercicio? Bueno, era un comentario al borde de la página. Felipe Manrique

 

* * *

LA CAZA INVISIBLE. De gran factura ensayística el texto sobre el poeta Gabriel Arturo Castro, que acompaña la noticia sobre la aparición de su antología poética, publicada por Los Conjurados. Gabriel Arturo es uno de los poetas serios y rigurosos (creo que es lo mismo) que aún caminan por las calles de este país y siempre es oportuno leerlo. Mario Colmenares

* * *

 

VALENTINA SÁNCHEZ. Cuando leo textos de un joven poeta busco eso que es tan escaso: la poesía. Encontré en esta novel autora la semana pasada a una voz interesante, que espero no sea arrasada por la academia ni por nuestra difícil realidad. Leonardo Hurtado Mayorga

 

* * *

 

NOMBRAR LA AUSENCIA. Hermoso título del libro de Mauricio Palomo y su cuento me pareció intenso, que no deja despegar al lector. Los animo a seguir difundiendo la narrativa pues ya casi tampoco se publica en Colombia, en los medios de comunicación. Arturo Valbuena

 

* * *

 

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