Friday, March 21, 2014

[RED DEMOCRATICA] Revista IDEELE EDICIÓN no.236 -Diego Trelles Paz-Formas de no hacer periodismo: las entrevistas de Beto Ortiz a Alan García [2 Attachments]

No. 236


Formas de no hacer periodismo: las entrevistas de Beto Ortiz a Alan García


Por Diego Trelles Paz

A propósito de la última entrevista del periodista Beto Ortiz al ex presidente aprista Alan García, y del posterior mea culpa en el que Ortiz lamenta no haber podido "retar a duelo a un rival con más mundo, más duende y/o más vuelo", no estaría de más recordar aquella famosa 'entrevista de los siameses' de abril de 1999, en la que Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos aparecen declarando para el periodista Álamo Pérez Luna con el mismo peinado y la misma corbata.

Aquel simulacro de conversación, cuya peculiar puesta en escena enfatizaba el espíritu burlesco de la dictadura para exhibir su poder, había sido acordado directamente por los dueños del canal 4 con Montesinos, en esa época inverosímil en la que La Revista Dominical, dirigida por Nicolás Lúcar, parecía funcionar como vocero oficioso del régimen. La 'entrevista de los siameses' es, sin duda, uno de los ejemplos más nocivos e indecorosos del periodismo intervenido por el poder político en el Perú.

Con el regreso de la democracia, los días de este periodismo subordinado parecen concluidos. El último acto abiertamente vergonzoso ocurre el 28 de enero de 2001 cuando el mismo Lúcar, basándose en un testimonio falso, acusa al presidente de la transición, Valentín Paniagua, de haber recibido dinero de Alberto Venero, testaferro de Montesinos. El enfático rechazo de Paniagua es televisado en comunicación telefónica y deja para la historia un momento épico en el cual Lúcar es confrontado y queda, ante la opinión pública, como un monigote:

"Malas noches, por cierto, para el país con un programa indigno que ciertamente revela una conspiración contra el estado de derecho […] es clarísimo el propósito desestabilizador que usted está en este momento escenificando […] yo lo hago personalmente responsable no solo de la infamia que agravia personalmente a mí y a mi familia, sino también de las consecuencias políticas que este hecho pueda tener."

Iniciar esta columna, sobre las tres entrevistas de Ortiz a García, recordando algunos de los pasajes más oscuros del periodismo peruano podría resultar, acaso, injusto. Más de un lector concluirá que una cosa es el periodismo intervenido y otra, un poco distinta, el periodismo echado. En el periodismo intervenido, las líneas editoriales de los medios de prensa han sido tomadas por el poder de turno —a cambio de dinero o de influencia política— y el periodista que firma o aparece en pantalla, no es otra cosa que un fantoche con libreto. El periodismo echado, por su parte, es ese periodismo que tranza, negocia y ofrece condicionando seriamente la libertad de prensa. Aunque es menos evidente no es menos tramposo: el libreto impuesto al periodista se suele reducir a aquello sobre lo que no puede (ni debe) preguntar. En ambos se persigue un fin claramente político aunque los métodos de coerción y sometimiento son tangencialmente distintos.

No es el propósito de este texto sugerir, a través del breve racconto inicial, la posibilidad de que las entrevistas del señor Ortiz al señor García hayan sido pactadas siguiendo el mismo derrotero de las arriba descritas. De hecho, el gran desenvolvimiento escénico del periodista durante las últimas elecciones presidenciales —su probada capacidad para conseguir de sus entrevistados titulares de antología ("Nosotros matamos menos")— debería echar por tierra cualquier suspicacia. Incluso el mismo Ortiz, en esa engañosa "autocrítica televisiva" en la cual lamenta su pobre performance halagando al ex presidente ("Alan tiene una inteligencia tremendamente peligrosa porque escribe en su cabeza mientras habla. Y lo que me provoca es escuchar"), confiesa haberse sentido intimidado por el "don endemoniado" de García para imponer "su microclima de poder" y lograr que todos, "desde el director hasta la maquillista, empiecen a actuar, a comportarse raro, a impostar".

Lo que habría que preguntarse ahora es por qué Ortiz decide autocriticarse solo por esta última entrevista cuando en todas las anteriores mantuvo el mismo tono servil y adulador. Si, como él afirma, todo es un asunto de falta de forma dado que "hacía ya ocho largos meses que había decidido interrumpir las entrevistas políticas", ¿cómo entender, entonces, que estuviera igual de torpe y apocado en aquellas efectuadas en 2012 y 2013 cuando las realizaba con un ritmo constante? Valdría, incluso, la pena preguntarse si ese efecto casi mágico y de encantamiento de García, que logra transformar a un periodista mordaz en un periodista pusilánime, es coartada suficiente para explicar la ausencia de preguntas relacionadas a temas cruciales como el caso de los Petroaudios (en las dos primeras entrevistas) o el escándalo de los Narcoindultos (en esta última). Un rápido análisis de los esquemas y la retórica empleadas en las tres entrevistas podría arrojarnos ciertas luces en torno a estos cuestionamientos:

La entrevista de agosto de 2012 —que se da 11 años después de su último encuentro— inicia de una manera atípica: García está sentado/posicionado en el lugar usualmente reservado para Ortiz y este, disforzado, acepta con risitas el cambio de silla. Durante los primeros trece minutos hablarán de gordura, calvicie, los dientes nuevos de Ortiz, la vida sentimental del ex presidente, su hija Carla García (que es amiga de Beto y está cerca de su corazón), las fiestas y la vida social, los mitos sobre las cosas extravagantes que hizo García cuando pensaba sobre el Perú ("ver desde cierta elevación el país eleva el espíritu", "estuve a punto de comprar una casa en el Cerro San Cristóbal"), los libros que García ha escrito y las horas que duerme.

El intercambio de frivolidades es amistoso. Las frases y los chistes sueltos del ex presidente serán elogiados continuamente por el entrevistador. Diálogos como el siguiente serán una constante:

—Los años pasan, Beto.
—Sí, pasan y pesan y… posan.
—Y pisan.
—Jijijijiji… también.

Luego del cortejo mutuo, el periodista admite, casi con pena, que es una obligación hablar de política. En adelante, la tónica será la siguiente: Ortiz le propone a García un tema de coyuntura política pidiéndole una opinión. García opinará, entonces, casi sin interrupciones ni repreguntas ni réplicas de parte del periodista, sobre los siguientes temas: el discurso presidencial, el problema en Cajamarca, la educación (aquí dará sus recomendaciones al presidente Humala), la posición de Toledo en este gobierno, su relación con Vargas Llosa, su lista de los peruanos más ilustrados y el monseñor Cipriani ("Dice lo que piensa… es muy duro pero dice la verdad").

Lo que habría que preguntarse ahora es por qué Ortiz decide autocriticarse solo por esta última entrevista cuando en todas las anteriores mantuvo el mismo tono servil y adulador

Cada una de las opiniones de García desemboca en monólogos sin interlocutor en los que el ex presidente ofrece pequeñas charlas digresivas sobre música, teología, Francisco Pizarro, Mozart, Verdi y Pitágoras. Ortiz se limita a mirarlo mudo. Absorto y embelesado se anima, por momentos, a lanzarle uno que otro piropo ("A mí me encantó escucharlo en Colombia, señor Presidente"). Estas disquisiciones desordenadas irán tornándose, poco a poco, con la anuencia de Ortiz, en discursos de campaña en los cuales García habla de su carrera política victimizándose ("a uno lo vacuna la vida. Uno es presidente cinco años y al año siguiente lo someten a vejaciones, lo investigan como si fuera un ladrón cualquiera, lo llevan por su Vía Crucis"), lanza frases de futuro candidato ("Yo pongo las manos al fuego por el Perú") y hasta se anima a dar consejos a sus futuros electores ("Vean con optimismo el mundo, ese es mi mensaje a la juventud").

El final de esta entrevista nos trae las dos últimas historias del anecdotario del político aprista. Una es de corte épico y la otra es alegórica. En la primera, García comparte el relato de su escape heroico por las azoteas de Lima la noche del autogolpe Fujimorista. En la segunda, el espíritu de un aprista muerto vuelve convertido en una paloma que se posa sobre uno de sus hombros en pleno mitin.

En la entrevista de febrero de 2013, Ortiz empieza hablando sobre uno de sus temas predilectos: la gordura. García no usa corbata, tiene la camisa abierta y se ufana de haber perdido peso. Ortiz lo llamará más adelante "elegante", "juvenil" y le pedirá que muestre su cuerpo. El primer tema de discusión, a propósito de la denuncia de enriquecimiento ilícito que pesa sobre el ex presidente, será el monto que percibe García por los derechos de sus libros y por sus conferencias. Es tanto lo que gana ("cien mil dólares por derechos de autor") que incluso se anima a dar consejitos cancheros para hacer más rentable el negocio de los libros. Conclusión implícita de este primer segmento: no hay tal enriquecimiento ilícito porque García le da conferencias hasta al Papa.

Ante la primera pregunta realmente seria de Ortiz sobre el presunto aprismo del Fiscal de la Nación, José Antonio Peláez, García decide simplemente no responderle y Ortiz resuelve aceptarlo en silencio. Cuando, acto seguido, el periodista menciona las acusaciones de la Megacomisión, García responde que eso es bueno porque hablan de él y enseguida ensaya un primer discurso sobre el sentido de la política, el cual terminará sazonando con una historia sobre la Biblia. Ortiz, como siempre, aceptará mudo y anestesiado las digresiones del ex presidente. Lo que debería ser una entrevista seria terminará pareciéndose mucho a un publirreportaje.

La última parte de la entrevista es casi inverosímil. Ortiz decide apostar por el intimismo humorístico y le recuerda a García su negativa de aprobar un eventual matrimonio suyo con su hija Carla. La situación es ideal para que el ex presidente muestre sus buenos reflejos y salga triunfante a costa de Ortiz. Si la conversación anterior había terminado con un aire ciertamente épico y religioso, en el cual García era tocado por el espíritu santo en forma de paloma aprista, esta terminará exhibiendo el lado criollo y dicharachero del ex presidente que será coronado por los aplausos y las risas de todos los miembros del set.

—La verdad, Beto, es que yo no le creí (que se iba a casar con su hija).
—¿Por qué no me creyó?
—No se ha cumplido.
—No se ha cumplido porque usted no quiere.
—Y qué tiene usted, ¿se va a casar conmigo o con mi hija?
—Jijijijiji…

La última entrevista, realizada hace pocos días, sigue el mismo libreto pero esta vez García se ríe poco y no le da mayor confianza al entrevistador. Ortiz inicia medroso, moviéndose en la silla y sin energía en la voz. Las opiniones de García sobre el co-gobierno de Ollanta-Nadine, la desaceleración de la economía, la inseguridad en las calles, los sueldos de los ministros, Omonte, Castilla, las elecciones municipales, Belmont etc, se sucederán nuevamente bajo el mismo patrón de cederle la palabra sin condicionantes.

Cuando Ortiz abandona tímidamente el libreto, García lo para en seco. Es irónico, por ejemplo, al resaltar sus cualidades como periodista con falsos halagos ("eso le toca decir a un hábil periodista como usted"). De la misma manera, cada vez que Ortiz propone temas incómodos para su entrevistado (como su aprobación de la Pena de Muerte o el reciente coqueteo político con el Fujimorismo) deja de lado la aseveración y se aferra al condicional ("Pensé que me diría que no categóricamente, usted fue perseguido literalmente por el Fujimorismo"). Aunque, dada su capacidad, en más de una oportunidad podría haberlo puesto contra las cuerdas por sus clamorosas contradicciones ("¿Una coalición con el Fujimorismo sería posible? No lo sé. Eso tendría que preguntárselo al Fujimorismo"), Ortiz prefiere arrojarle plácidamente un salvavidas o se queda clamorosamente en silencio cuando García se va por las ramas para no responder ("Mire usted, hablemos de problemas de fondo").

Llega, entonces, por sus rápidas y penosas consecuencias posteriores, el momento más deshonroso de todos los vividos en esta serie de entrevistas. García señala que él responde por sus actos y, literalmente, de la nada, agrega: "yo reconozco a mis hijos". Ortiz, ya en piloto automático, ensaya la pregunta de la aparente sorpresa: "¿A quién está aludiendo?" "¡A nadie!" responde un García enérgico. El periodista amplía entonces el simulacro y lanza el anzuelo haciendo referencia a la "historia" de un hijo no reconocido que "circula en redacciones".

La última entrevista cierra con García mirando directamente a la cámara como si, en efecto, fuera el presidente de facto dirigiéndose a la nación. Ortiz no tiene forma más inteligente de hacer patente su servilismo que pidiéndole a su entrevistado un "selfie" que luego viralizará por Twitter. El gesto me trae a la memoria esa curiosa costumbre de ciertos jugadores de fútbol de pedirle autógrafos a Messi ni bien acaba el partido que acaban de perder ante él.

***

Un día después de la última entrevista de Ortiz a García, una turba de apristas, lideradas por el militante Miguel Rosas Silva, irrumpió violentamente un foro sobre la labor de la Megacomisión del Congreso que investiga las irregularidades del segundo gobierno aprista. Su objetivo era insultar y agredir al congresista nacionalista Sergio Tejada. Su coartada era culparlo de aquello que había deslizado "espontáneamente" Alan García la noche anterior: una paternidad supuestamente no reconocida de Tejada hacia su hija. La maniobra fue tan torpe, evidente y desesperada que algunos dirigentes apristas tuvieron que salir rápidamente a decir que se trataba de actos aislados de pequeños grupos de militantes que habían actuado por su propia cuenta.

Tras el escándalo, el periodista Beto Ortiz decide escribir un texto de "autocrítica televisiva" por su bajo rendimiento en la última entrevista a Alan García.

No menciona, ni por asomo, las dos entrevistas previas.

Fuente: http://revistaideele.com/ideele/content/formas-de-no-hacer-periodismo-las-entrevistas-de-beto-ortiz-alan-garc%C3%ADa

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